No recuerdo el momento exacto, tan solo yacía sobre aquel espeso césped. Resolví sentarme a meditar cuando mis memorias decidieron cosechar el alpiste galáctico del que se alimentan las reminiscencias.
Las vi engullir sus metamórficas metáforas, disfruté su sonoridad y se desvaneció cualquier rastro de estoicismo.
Sobresalen las excusas y hacen falta las razones.
Me perdí.
Reaccioné al tacto de los cristales por unos vívidos segundos, cayó el velo del alma y las luces de neón destellaban. Era el reencuentro y sus manifestaciones egoístas que se posaban sobre el zorro de seda en el camino de alquitrán.
No son tus manos parte de la vida, es la vida parte de tus manos.
No es el tiempo arista de tu ira, es tu ira una arista en el tiempo.
No es tu creación parte de la creación, es la creación siendo parte de ti.
Me encontré.
No hay espacio entre las líneas para vivir, quizás en el espacio sideral, aquel que alberga el cruel vacío. ¿Cómo puedo vivir en el vacío?
He de suponer que hay miradas que nos sumergen en dimensiones totalmente vacías y en las cuales se vive muy a gusto, cálidamente, plácidamente…
Si las zonas se dividen, es posible encontrar alguna grieta para vivir en austeridad, o alguna tubería para morir en abundancia.
Aquel valle parece un buen lugar. Saturno no tiene anillos, al menos ya no los tendrá más.
Respiré.
Estoy alojado en este departamento llamado vida, en la sección menor de un sol llamado Sol. Aquí las mentes deambulan y encandilan; trascienden y se escuchan; mienten y adolecen; se enamoran y se desahogan.
No encontré serenidad en la serenidad, la encontré en el caos, en nubes de helio que escalan pensamientos, en interminables senderos que acaban donde empiezan.
Me gustan las caminatas a medio brillar de luna y el bramar de las olas en alta fidelidad.
Existo en el ápice de cada hoja y desaparezco en su peciolo.
Viví.
Las guerras mentales se libran en el averno.
Varios círculos después no hay diámetro alcanzable y la pólvora deja de serlo.
Desplegar y retraer son sinónimos de haber.
Ya no hay ciencia tan cierta como la incertidumbre.
Extraño apaciguarme en el protocolo que provoca mis sentimientos bullir. El tácito calor de los brazos de mi madre.
Solo quedan hercios y cuarzos, solo en la habitación de escalas de frecuencias, donde el todo es uno y el uno soy yo.
Morí.
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