“Bésame como si mis labios fueran la cura de tu soledad…”
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Siempre intento que el día me rinda y que los pensamientos no me consuman, cuento las horas del día excepto cuando estas tú. Sin aviso, como un rayo suave que atraviesa la neblina de mi mente y la ilumina sin forzarlo. Tal vez con la sonrisa que soltaste por un chiste que te dije, o por ese mensaje de buenos días que, aunque parecía simple, realmente me cambió el rumbo del día.
A veces, cuando mi cabeza se llena de pendientes, de listas que no terminan y de la presión por cumplir con todo, apareces tú para recordarme que la energía también se recarga en la calma, que descansar no es rendirse y que la productividad no debería doler. Me enseñas que avanzar también significa detenerse un momento y respirar.
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Me gustaría decir que la vida es más que sentir y escribir, pero para mí no es así. Sentir me ha salvado tantas veces como me ha destruido, y escribir es mi manera de seguir existiendo dentro de lo que no sé nombrar. Creerme escritora es pensar que puedo construir mi mundo con palabras, aunque a veces nada fluya como quisiera.
Termino escribiendo de lo mismo: del amor, de la tristeza, de esa melancolía que no siempre es un sentimiento, sino un golpe de realidad. Termino escribiendo de ti, como si el corazón con el que escribo tuviera como destino llegar a tus manos.
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Encontrarte un espacio en mis días es la forma más sincera que tengo de amarte. Porque el amor, contigo, dejó de ser una idea abstracta o una emoción que se apaga. Contigo, el amor tiene rostro, tiene voz, tiene pausas. Amar se volvió más que un sentimiento: se volvió una persona. Se volvió una sonrisa. Se volvió vida.
Y en medio del caos, cuando todo parece moverse demasiado rápido, pensar en ti es una forma de volver a mí. Como si el mundo, de pronto, bajara el volumen y solo quedara ese silencio bonito donde existes tú, sin prisa, sin ruido, recordándome que hay cosas que valen más que todo lo que corre.
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Hay días en los que todo me pesa, incluso las cosas pequeñas. Días en los que me cuesta reconocerme, cuando las palabras no alcanzan y las emociones se desbordan sin permiso. Pero incluso ahí, entre la confusión y el cansancio, me encuentro contigo, como si fueras el punto de equilibrio que mantiene todo en pie. No me rescatas, no me salvas, simplemente estás. Y esa presencia, tan simple y constante, me devuelve la paz que había olvidado tener.
Me devuelve al camino donde mi corazón respira tranquilo. Y sí, lo sé, suena repetitivo, pero así es el amor: acciones que se repiten y se transforman en una rutina que no cansa, sino que llena de energía y sentido. El amor, para mí, se parece a tu sonrisa. Tiene la suavidad de tu voz al hablarme, esa que me pone vulnerable, real.
Sin más hoy el amor es esto: el instante en que tus manos buscan las mías y el tiempo, por un momento, deja de correr. Porque mientras el mundo insiste en avanzar, yo no quiero seguir buscando: porque mi lugar es donde estás tú, donde la vida, al fin, se siente como lo que escribo.
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