Nuestra armadura hipócrita, nuestra máscara de nostalgia

Nuestra armadura hipócrita, nuestra máscara de nostalgia

BARAKAT

17/09/2025

Desde donde me han empujado, ese hueco que no tiene nombre y que algunos llaman silencio, veo tu carne de cada día como quien observa una ciudad incendiada desde la distancia.

No puedo tocarte, no puedo cruzar el vidrio que te separa del mundo; sólo me queda gritar, y mis gritos se vuelven viento que te peina el cabello muerto.

Te vi morir en un acto que no fue muerte sino desmembramiento, no sólo del cuerpo, sino de las pequeñas casas que construimos con promesas. Te vi caer y en la caída aprendí a escuchar el rumor de lo que dejé.

Han pasado tres años, cinco meses y 62 días desde que mi cuerpo se convirtió en un contorno, un recuerdo con puntas.

Tres años, cinco meses y 62 días en los que te he mirado desde donde ya no hay ojos desmoronarte como un edificio de papel.

Tú crees que sufres sola; yo te siento doblegada por un martillo que no cesa. Cada vez que cierras los ojos para intentar otra vez dormir, me imagino que en algún rincón de tu piel aún guardas la huella del calor que te di, y me mato otra vez, otra vez.

Lo que me aterra y lo que me consume con más ferocidad que cualquier anfeta es verte sobrevivir y seguir siendo un campo minado. Sobrevivir sin mí te ha hecho un animal nocturno, y me desgarra porque supe amarte como quien arroja un ancla al océano, creyendo que el ancla podrá detener la marea.

Mi dolor es un cuchillo oxidado que no he dejado de lamer. Cruje, sangra, pero no corta del todo; así, en mi vicio, vuelvo a la herida para comprobar que aún existe.

Tú dices que lo sufres y lo sé, lo noto pero no puedes imaginar la crueldad de verte a diario: comer, reír a medias, fingir futuros. Me mata más que la despedida mi propio cuerpo. Morir fue un alivio breve, verte sobrevivir es una tortura lenta.

Te veo llevar mi nombre como una prenda rota, te veo rescatar mis promesas de servilletas manchadas de sangre y luego guardarlas en cajones que ya no abren. Eso me devuelve, con cólera y ternura, a un recinto donde las promesas son animales salvajes y yo el cazador que falló.

Me arrepiento de cómo te ofrecí el mundo en segundos y no te enseñé a sostenerlo.

Me arrepiento de haber creído que la intensidad era un mapa y no una trampa.

Si pudiera, te arrancaría de la costilla la culpa, la pondría en mi boca y me la tragaría para que dejaras de cargarla. Pero no puedo. No para ti.

Mi impotencia es una marea que regresa cada vez con más sal, hasta que la lengua se me llena de cristales y no puedo decir otra cosa que tu nombre.

Ruego y ojalá mi ruego encuentre un oído más benévolo que el de la nada, que no te consumas por mí.

No quiero ser el horno en el que te asas hasta no quedar más que ceniza.

Te amo con la violencia de un herbolario que conoce todas las plantas venenosas y aun así decide probarlas por curiosidad.

Pero te amo también con la lucidez de quien desea que su amado viva, y que su vida no sea un santuario de luto perpetuo. ¿Qué clase de amor es ese que prefiere la estatua al cuerpo palpitante? No el mío. No quiero que mi ausencia sea tu vocación.

Quiero que halles en alguien esa mano que yo no supe fijar, que alguien te sostenga los días malos sin convertirlos en epopeyas.

Que alguien recoja nuestras promesas esas monedas gastadas que aún brillan, y las gaste con más prudencia. Que el hombre que te merezca lleve nuestras palabras como un deber, no como un trofeo para exhibir en noches de adicciones. Te pido, con la humildad de quien ha causado incendios, que busques el calor donde no ardas.

No pretendo dictar un futuro, sólo imploro. Imploro porque desde el sitio donde me desplomé aprendí que la ausencia no limpia, la ausencia pinta sobre la herida con colores que engañan.

Te veo todavía con mis trazos, te imagino riendo con un extraño que pronuncia tu nombre como quien toca una nota exacta. Imagino sus manos me gustaría que fueran delicadas, que supieran desamarrar tus nudos en vez de apretarlos y pienso en la extraña justicia de la vida que realmente mereces; que el amor que te falló encuentre redención en alguien que te haga crecer.

Sufro por ti, sí, pero sobre todo sufro porque tu desgracia ha hecho de mi recuerdo un látigo.

Me repugna y me excita ver cómo mi memoria se empeña en ser tu cárcel.

Me horroriza que, aun con los años que hemos contado como lapsos, tu sonrisa aún se estire hasta parecer agonía. Tu supervivencia me es una traición dulce.

No te reprocho la vida la bendigo en tus días de sol, pero te suplico que no la conviertas en un ataúd con ventanas abiertas.

Si alguna vez, por capricho del cosmos o por el error de una máquina del tiempo, pudieras encontrarte conmigo en otra escena una donde mi mano no sea un puño, donde mi palabra sea más costura que cuchillo, quiero creer que allí cumpliremos las promesas que aquí no alcanzamos a hilar.

Quizá en ese teatro alterno no haya anfetaminas que nos roben el guion, quizá en esa vida la paciencia sea el amor de una tarea prosaica que uno ejerce a diario, con disciplina y ternura.

Me consuela pensar que una versión mía más sabia, menos urgida te espere en la esquina de otra calle, para finalmente aprender a nombrarte sin herirte.

Te suplico que resistas. No derrames tu tiempo en remordimientos que te asfixian tus silencios. No hagas del luto una profesión.

Vive: no por mí, no para justificarnos, sino para que la memoria que guardas de nosotros no se vuelva veneno.

Lleva mi recuerdo como se lleva una cicatriz, visible, sí, pero integrada; no la marques con dolor cada mañana.

Te amo en vida y desde el limbo en el que me pudro. Te amo Majood, te amo Malek, te amo María José, te amo Pazuzu pero te amo más libre que mi propia culpa.

Vive por las cosas que no nos permitimos haz que mi falta no sea una fijación sino un motivo para aprender a ser más tú, completa.

Y si en algún gesto fortuito me encuentras en la sonrisa de otro, permítele quedarse.

No por traición a lo que fuimos, sino por fidelidad a la vida que nos obliga a volver a empezar. Que mi recuerdo te de motivos para ser feliz, no que te hundan en tristeza.

Te veo, te lloro, te maldigo con amor. Te pido que seas feliz aunque eso signifique olvidarme.

Si eso ocurre mi amada del desierto con sangre del Tigris, entonces mi ausencia habrá servido para algo para terminar siendo el regalo más cruel y, a la vez, el más misericordioso que pude dejarte.

Ragnar Viz Rráyya

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS