Construidos de memoria, de recuerdos, de cosas que solo nos pertenecen a nosotros
y que sin embargo son lugares comunes cuando los compartimos con otros, …
Toni estaba en el viejo garaje buscando un destornillador para arreglar un enchufe de la cocina.
De repente, le dio por mirar una vieja caja de zapatillas de deporte Reebook que llevaba siglos allí, dentro encontró un montón de viejas cintas de cassettes de todo tipo de música. No supo ni por qué pero reparó en una cuya portada estaba escrita a mano, con un boli de color azul y con letras en algo parecido a 3D donde se podía leer «Linger» de los Cranberries. Al instante y sin pensar su mente viajó en el tiempo mientras la voz de Dolores O’Riordan retumbaba en sus oidos.
El viaje le llevó a un universo de Vespinos y Yamahas Jog verde turquesa en la puerta de un
Instituto. A unos bancos de madera con iniciales hechas con las puntas de un compás que jamás llegó a hacer una bisectriz. A unas íes en forma de corazón decorando unos apuntes de Historia a medio copiar. Un libro de Literatura con corazones pintados a boli y dos iniciales dentro.
Fuera de la clase, niñas con polos Arnes con hombreras se mezclan con pijos, rockers y grunges que adoran el sonido Seattle de Nirvana o el Brit Pop de Oasis. En el patio hay un inequívoco olor a tabaco suelto y compartido, a besos con sabor a chicles de menta para disimular el olor a Marlboro oFortuna, que es más barato pero está más malo.
Niñas con uniformes de colegios de monjas que jamás serán monjas, faldas que trepan peligrosamente por encima de las rodillas, pantalones Levi’s y botas Martens confundidas en una especie de caleidoscopio junto a zapatos Timothy o los Reebok clásicos que marcan a qué tribu perteneces. La estética de los noventa alejada de los excesos ochenteros conserva su propia personalidad.
Los ochenta, pensó Toni, nunca les pertenecieron, siempre los miraron con recelo, había cosas que los unían, pero en el fondo les eran ajenos, quizá porque les pertenecían más a sus hermanos mayores. Toni tenía tres hermanos más, todos mayores, todos crecidos al sonido de Dire Straits, The Police o Supertramp. De los tres, solo quedaba su hermano Luis, el mayor, los otros dos habían muerto de regreso de Afganistán en la tragedia del Yak-42, el avión militar que se estrelló en Turquía y en el que 30 de los 62 cuerpos fueron identificados erróneamente. Toni no se había repuesto nunca del todo de aquello. Sus padres aún menos.
En su cabeza seguían sonando los Smashing Pumpkins, Pearl Jam, … se vio grabando en vídeo los conciertos unplugged de la MTV, la maravillosa voz de Alanis Morrisette de la que siempre estuvo enamorado inundaba las radios de todo el planeta. Las niñas con piercings en el ombligo y las carpetas forradas con fotos de Brad Pitt y Patrick Swayze apretadas contra el pecho, que paseaban por los pasillos, ahora bailaban junto a él en los primeros conciertos. El sabor del alcohol de sus primeros botellones, el humo de las discotecas, …la música se había convertido en una biblia para una generación crecida y vertebrada por los videoclips.
Y Oliver Stone rueda The Doors, el biopic de Jim Morrison y éste se convierte en una especie de
eslabón que los conecta con generaciones pasadas en la tragedia de perder a una estrella de la música. Porque la generación de Toni es sacudida violentamente con las muertes de Freddy Mercury o Kurt Cobain, pero al menos les quedan Bon Jovi o los Guns N’ Roses y siempre U2, y su eterno «With or without you» .
Además va a ser la generación que asistirá de modo inconsciente al cambio del analógico al digital, de las cabinas de teléfonos a los móviles que pesan como ladrillos, de los ordenadores en las oficinas al Windows en casa. La generación que para hablar con la chica que a uno le gustaba tenía que llamar por teléfono a su casa rezando para que no lo cogiera su padre.
Se había hecho de noche, el enchufe estaba sin arreglar y Toni se encontró sentado en el viejo sofá de terciopelo rojo. Fumaba un cigarro a escondidas, escuchando a los Cranberries en un viejo walk man que aún funcionaba y con una sonrisa de oreja a oreja recordando lo libre que siempre fue, y la modernidad que siempre disfrutó y como solo unos años después de aquella juventud, su generación había cambiado el mundo para siempre aunque desgraciadamente muchos por el camino se habían olvidado de que ellos también un día fueron jóvenes de mentes abiertas, que alguna vez cantaron a voz en grito aquello de “…do you have to, do you have to, do you have to let it linger”
Rubén Moreno
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