Relato 1: El ruido de la noche
La noche parecía una más en la vida de Diana. Como cualquier día de la semana, estudiaba en su cuarto, un lugar acogedor, lleno de pósters de Rauw Alejandro y muchos peluches de diferentes tamaños sobre una repisa. Sobre la cama había varios libros abiertos y un resaltador sin tapa, a punto de secarse. De su celular salía una suave música instrumental que usaba para concentrarse. Afuera, el viento susurraba entre los árboles del bosque que rodeaba su casa, como si contara secretos que nadie más sabía.
Eran casi las once cuando ocurrió.
Un estruendo quebró la calma, como si el cielo hubiera estallado en mil pedazos. No fue un trueno. No fue una explosión. Fue algo distinto, sonoro y a la vez callado. Profundo. Vivo. Tan cercano que los vidrios del cuarto temblaron y la lámpara colgante se balanceó levemente. El ruido sacó a Diana de su concentración y la dejó inquieta. Sintió cómo la sangre se le acumulaba en el pecho, como si su corazón estuviera a punto de avisarle que algo extraordinario estaba por suceder.
Salió de la cama con un brinco certero y se asomó por la ventana, pero no vio nada. Solo el bosque, inmenso y oscuro, que parecía moverse inquieto bajo la luz de la luna. Podría haber cerrado la cortina, ignorarlo todo y volver al resumen de biología. Pero no lo hizo. Algo en su interior —curiosidad, intuición o locura adolescente— la empujó a tomar una linterna, ponerse una chaqueta sobre el pijama y salir de su casa en silencio. Notó que nadie más se había percatado del ruido. Sus padres veían tranquilamente televisión en su cuarto y su hermana menor, Denise, seguía oyendo música con audífonos en la sala de la casa. Solo Mocca, la gatita mimada de los Claver, miraba con sorpresa a Diana esperando su próximo movimiento. Sin vacilar, la siguió hasta la puerta, pero allí se detuvo y dejó que Diana se alejara y se adentrara sola en el bosque. Permaneció sentada en la entrada, observando con sus inmensos ojos amarillos cómo Diana se perdía en la oscuridad.
Diana caminó sin hacer ruido y con mucho sigilo, como si presintiera que aquello que causó tanto escándalo estuviera en alerta y a punto de huir. El bosque olía a tierra mojada, aunque no había llovido. El viento suave del verano acariciaba las hojas de los árboles, produciendo una melodía inigualable que acompañaba a Diana en su aventura. Caminó unos metros más entre ramas y raíces, ya bastante alejada de su casa, y guiada por la sensación de que alguien la esperaba.
Y entonces lo vio.
En un claro entre los árboles, aquello brillaba con una luz azulada, temblorosa. En el centro, una estructura metálica, curva y silenciosa, descansaba como un animal herido. No era grande ni pequeña. No tenía forma de platillo ni antenas giratorias. Solo una forma orgánica, elegante, que parecía haber sido hecha por manos que entendían la armonía de las estrellas. Era de color gris azulado y su brillo era opaco. A pesar de estar invadida por el temor, al punto de sentir que el corazón se le salía del pecho, Diana se acercó despacio, conteniendo la respiración. La luz se volvió más intensa. Y en un segundo, una compuerta invisible se abrió. El aire cambió. Un aroma dulce, desconocido, llenó sus pulmones.
Y entonces, él bajó.
No era verde, ni tenía ojos saltones o brazos múltiples. Tampoco antenas ni un cuerpo baboso. Era… un chico. Un adolescente como ella. Solo que había algo extraño en su forma de moverse, como si flotara apenas al caminar. Su mirada era clara, profunda, como si contuviera constelaciones enteras. Tenía ojos azules intensos y el cabello castaño claro. Era un adolescente como Diana, descendiendo lentamente por unas cortas escaleras que se desplegaban desde aquella estructura nada llamativa.
Diana lo vio y, sorprendida, retrocedió un paso. Él también, sorprendido, retrocedió con cautela, pero no dejaban de mirarse con curiosidad. Por un momento, se observaron en silencio. Dos mundos frente a frente. El bosque pareció contener el aliento y, de pronto, el ruido de la suave brisa cesó.
—¿Quién eres? —susurró Diana, sin esperar respuesta.
El chico ladeó la cabeza, como si tratara de entenderla. Luego, con voz suave, apenas audible, respondió algo. No en español. No en ningún idioma conocido. Pero Diana lo entendió. No con la mente. Con algo más profundo. Y un escalofrío la invadió de la cabeza a los pies. Paralizada frente a aquel ser, Diana no sabía cómo enfrentar esta situación. Mudos ambos y con la mirada fija, solo se escuchaba el canto de los grillos en la profundidad del bosque.
Y así comenzó todo.
Relato 2: El nombre que le dí
El silencio entre ellos duró apenas segundos, pero a Diana le pareció eterno. El chico la observaba sin moverse, como si la estuviera estudiando, como si esperara a que ella hiciera el primer movimiento. No parecía tener miedo. Tampoco mostraba agresividad. Solo esa mirada… esa mirada que lo decía todo y, a la vez, no decía nada.
Diana tragó saliva. Sintió un hormigueo recorrerle la espalda. El claro del bosque parecía aislado del mundo: sin ruidos, sin viento, sin tiempo. Apenas la luz azul de la nave flotaba sobre ellos, como un faro de otro universo. Por la respuesta que el chico le había dado, ella sabía que ese muchacho no era de este mundo. Venía de otro planeta, eso era lo que le había respondido en ese lenguaje que Diana no sabía cómo entendía.
—¿Cómo te llamas? —preguntó Diana con cautela.
El chico no respondió. Ladeó apenas la cabeza, como si tratara de entender sus palabras. Luego miró al cielo, y al hacerlo, algo extraño ocurrió. Sus pupilas, que al principio parecían normales, se contrajeron de una manera inhumana, como si se adaptaran a otra luz, a otra realidad.
Diana dio un paso atrás, insegura.
Él no se movió. Solo extendió una mano, despacio, y con el dedo índice señaló su propio pecho. Después de un largo silencio, emitió un sonido:
—Daa… vihh…
Diana frunció el ceño. No entendía si era un nombre o una palabra cualquiera. Pero había algo familiar en esa sílaba. Algo… que a Diana le pareció correcto.
—¿David? —inquirió, buscando acertar con el sonido que acababa de escuchar.
Él repitió, con más claridad:
—Daaaa… vihhh.
La voz era suave, grave, casi artificial. Como si recién aprendiera a usarla.
—¿Ese es tu nombre?
David parpadeó lentamente, sin responder. Solo bajó la mano y la observó a ella como si la pregunta fuera irrelevante. Como si los nombres fueran una cosa sin sentido en el lugar del que venía. En ese instante, Diana entendió algo sin necesidad de explicaciones: ese ser no era una amenaza, pero tampoco era del todo inocente. Había visto cosas. Sabía cosas. Y cargaba con un peso invisible, uno que ella apenas comenzaba a intuir.
—Te llamaré David —dijo finalmente—. Es mejor que nada.
El chico asintió con lentitud. Fue entonces cuando la luz de la nave comenzó a parpadear. Diana giró la vista hacia ella, confundida. El zumbido leve que hasta ese momento flotaba en el aire cesó por completo. Un silencio denso, eléctrico, se posó sobre el claro.
Y entonces lo sintió. Una presencia. Algo más.
David volvió a mirar al cielo. Sus pupilas se contrajeron otra vez, y sus labios se apretaron en una línea tensa.
—¿Qué… qué pasa? —preguntó Diana, pero su voz apenas fue un murmullo.
Él no respondió. Solo dio un paso hacia ella y, sin aviso, le tocó el brazo. El contacto fue cálido y eléctrico, pero una imagen —rápida, fugaz— cruzó la mente de Diana como un relámpago: una ciudad que no era una ciudad, cielos sin sol, multitud de personas con forma humana, estructuras que no eran identificables. Algo que no entendía… pero que la tocó en lo más profundo.
Retrocedió, sin aliento.
—¿Tú me mostraste eso?
David la observó. No negó. No afirmó. Solo la miró, con la misma intensidad de siempre.
Y en ese instante, Diana supo que no todo lo que había llegado del cielo era accidental. No entendía todo exactamente, pero sí le quedaba claro que ese ser, a quien había llamado David, había llegado con un propósito. Solo que todavía no lo conocía.
¿Cuál sería el siguiente paso? Pues no había forma de saberlo sin indagar un poco más en quién era ese chico, de dónde venía y qué buscaba.
David, aquel adolescente que Diana había bautizado con ese nombre, era todo un misterio.
—¿De dónde vienes? —inquirió Diana, con su mirada inquieta, como si quisiera conocerlo todo con una sola respuesta.
David la miró de nuevo intensamente, pero esta vez con su dedo índice tocó su pecho, sus pupilas se contrajeron nuevamente y, con voz clara, respondió:
—Vengo de Kaelyon, un pequeño planeta del sistema estelar Velmara, en la galaxia lejana de Zarythea, a 481 mil años luz de aquí. Eso explica por qué no muchos de nuestros kaelyonianos hayan tenido mucho contacto con este planeta.
Diana se quedó petrificada ante esta respuesta. Miles de preguntas y afirmaciones rondaban su mente mientras David hablaba. ¡Podía hablar nuestro idioma! ¡Es realmente un extraterrestre! ¿Vino solo? ¿Ha venido en son de paz? Pero a Diana no le era posible emitir palabra. Entonces David, como si pudiera leer su mente, le respondió:
—Los de mi especie hemos desarrollado un sistema neuro-simbiótico que se ajusta rápidamente a las frecuencias y patrones del lenguaje de cualquier especie. Al llegar aquí, mi cerebro se sincronizó con tus ondas cerebrales, lo que me permite comprender e imitar tu idioma poco a poco. Me costó al principio, pero aprendo con rapidez.
Diana, aún asombrada, no podía emitir palabra. David continuó:
—He venido solo y en son de paz. Estoy huyendo de mis padres. No era mi intención llegar tan lejos, pero un error de giro en el tablero de navegación me trajo hasta aquí.Sin pensarlo dos veces, Diana dio un paso al frente. Si él venía de tan lejos, quizás ella era la única persona en el mundo capaz de ayudarlo.
Relato 3: Una nave, una casa, una vida
Diana todavía estaba asimilando la historia de David: un ser de otro mundo, solo, perdido, y no necesariamente por accidente. Sentía, además, el deseo imperativo de brindarle ayuda, y dudaba terriblemente sobre cuál podría ser el siguiente paso.
—¿Qué debo hacer? ¿Llamar a alguien? ¿Huir? ¿Ayudarlo? Pero…
Algo en la mirada de David la convencía. No sé si estoy haciendo lo correcto… —pensó Diana—, pero tampoco puedo dejarte solo.
Se dio cuenta de que David no estaba adivinando… estaba leyendo. David podía leer el pensamiento de otra persona gracias a un sistema nervioso más avanzado que el de los humanos en la Tierra. Con solo una mirada logró convencerla de trabajar juntos en su adaptación a este nuevo planeta. Más que palabras, David entendía intenciones, emociones, recuerdos encapsulados. Diana no sabía cómo lo hacía, pero estaba segura de que no era magia. Era ciencia. Una ciencia que iba más allá de lo terrestre.
Decidida a continuar, le propuso a David mover la nave unos metros hacia un lugar más apartado en el bosque, alejado de caminantes y posibles drones. Diana tenía una mezcla de miedo y curiosidad, y su mente se debatía entre seguir adelante o huir. Pero David, como si experimentara cada sentimiento de Diana en carne propia, la acariciaba con la mirada, dándole confianza para seguir con él.
Ya en un lugar seguro, David abrió las compuertas de la nave, de la que descendió una escalera desplegable. En la entrada lanzó una mirada a Diana y, sin decir una palabra, ella entendió que la estaba invitando a visitar su interior.
A pesar de la seguridad que David quería darle, Diana tenía miedos y dudas. Buscó desesperadamente en su interior el valor para seguir… la pausa duró apenas unos segundos, pero parecía un siglo. Diana ingresó a la nave. Cada paso era lento y lleno de temores, pero los dio, uno a uno, venciendo sus miedos hasta llegar al interior.
Lo que allí vio no era nada parecido a lo que había imaginado.
No se trataba de una nave futurista cliché; más bien, tenía una estética alienígena elegante, orgánica, incluso bioluminiscente. No había botones, sino paredes que respondían al tacto de David. Todo era difícil de entender, pero demasiado interesante para Diana. Allí lo visualizó todo y supo qué hacer. Lo importante sería ayudar a David a adaptarse a la comunidad sin revelar su verdadera identidad, y advertirle que debía resguardarse, pues no todos iban a guardar su secreto.
Pero antes, era necesario tener más información.
Diana lo miró, y él ya sabía la pregunta antes de que pudiera salir de sus labios:
—¿Volverás a tu planeta? —preguntó inquieta.
—Aún no —respondió David, casi sin que Diana terminara la pregunta. Y añadió, tras una pausa—: Aquí… estoy aprendiendo algo nuevo y no pienso irme sin explorar este planeta que me intriga tanto, desde sus habitantes hasta su ambiente.
Diana sabía que el mundo de ambos había cambiado para siempre. Que guardar ese secreto la transformaba. Ya no era solo una chica del pueblo. Era la guardiana de alguien de las estrellas. Y sabiendo que ya era demasiado por una noche, y que sería muy difícil conciliar el sueño con tantas emociones vividas, Diana dejó a David en su nave y decidió volver a su cuarto, ya no para estudiar biología, sino para planificar la manera en que David iba a formar parte de su vida y de la vida de quienes la rodeaban, guardando el secreto de que se trataba de un chico de un planeta a 481 mil años luz de la Tierra. ¿Cómo se calcula eso? Tal vez el profesor de física podría explicarlo… si pudiera contarle.
Y mientras regresaba a su habitación, llevaba esos pensamientos que la acompañaban en el camino. Cuando estuvo cerca de la puerta de su casa, vislumbró desde lejos a Mocca, que se había quedado esperándola, y al verla llegar salió a su encuentro.
—Hola, pequeña —la acarició tiernamente—. Si supieras…
Al entrar en su casa, se dio cuenta de que todo estaba tal cual como lo había dejado. Denise se había quedado dormida escuchando música en la sala. Nadie se había percatado de su ausencia. Subió a su cuarto, preparó todo para ir a la escuela al día siguiente y, ya en su cama, con la mirada fija en el techo, no dejaba de pensar en cómo iba a lograr lo imposible.
Y, de repente, se quedó profundamente dormida.
Relato 4: Comienza la aventura
La lengua húmeda y áspera de Mocca rozó el cachete de Diana, despertándola. Los gritos de Denise la trajeron de vuelta a la realidad de un solo zarpazo.
—¿Todo esto lo soñé o pasó en realidad?
Por unos segundos permaneció sentada en su cama, ordenando sus ideas, hasta que, de repente, Denise entró intempestivamente, casi gritando:
—¡Didi! ¿Es que te vas a quedar allí sentada toda la mañana?
Didi era el sobrenombre que su hermanita le había puesto, ya que cuando era pequeña pronunciar su nombre no era fácil y decía “Di… Di… Diana”. Didi se convirtió en un apelativo cariñoso que identificaba la relación tan estrecha que siempre habían tenido como hermanas. Se llevaban dos años de diferencia y Diana siempre había ejercido el papel de hermana mayor con dulzura y paciencia. Además, eran las mejores amigas, se contaban todo y tenían muchas amistades en común. Nunca había habido secretos entre ellas… hasta hoy.
¿Cómo podría Diana contarle la experiencia vivida la noche anterior sin traicionar la confianza de David y, lo que es aún más importante, sin revelar su secreto? Diana sentía que algo se iba a romper en esa relación por ocultar un secreto que no le pertenecía. Se sentía culpable por mentirle a su hermana, a su confidente, a su mejor amiga…
—No, Denise, claro que no me voy a quedar sentada toda la mañana. Ya me levanto.
—Pues tienes que apurarte porque vamos tarde al colegio.
Denise observó con curiosidad a su hermana y, como si leyera en su rostro que algo ocultaba, le comentó:
—Estás algo extraña. ¿Ha pasado algo?
Diana, sorprendida y temerosa de ser descubierta, se incorporó rápidamente y comenzó a vestirse, nerviosa.
—No, no… no ha pasado nada. Es que no he dormido bien.
Sin estar muy convencida por la explicación recibida, Denise apuró a su hermana:
—Bueno, apúrate, que tenemos que irnos.
Denise salió del cuarto y cerró la puerta tras de sí. A solas, Diana ideaba una estrategia mientras apresuraba el paso.
No podré ir a ver a David antes de ir al colegio. Tendrá que ser a la salida. Pero… ¿qué hago con Denise? ¿Cómo me deshago de ella sin que sospeche?
Ya vestida, Diana bajó a despedirse de sus padres para irse con Denise caminando al colegio, que estaba a dos cuadras. En el camino, Denise mantenía la sensación de que Diana le ocultaba algo, y Diana buscaba una excusa para deshacerse de ella y poder ir a ver a David.
—A la salida del colegio te vienes sola a la casa. Se me olvidó decirte que tengo que preparar una exposición de geografía con Violeta y me voy con ella a su casa. No te importará venirte sola, ¿verdad?
—No me habías dicho nada. Esto parece muy repentino —precisó Denise.
—Lo siento, Denise, lo había olvidado por completo. Me acabo de acordar justo ahora que estoy pensando en las tareas de geografía, que es para mañana.
—Bueno, será —respondió Denise, no muy convencida y manteniendo la idea de que su hermana le estaba escondiendo algo.
Didi oculta algo, estoy segura… y lo voy a averiguar, pensó Denise con determinación.
Al llegar al colegio, Denise creyó ver un destello azul proveniente del bosque y observó con más detenimiento. Diana se dio cuenta y la distrajo, llamando su atención hacia el vestido que llevaba ese día la profesora de Matemáticas, que casualmente se parecía a uno de su mamá.
De esta manera, las hermanas llegaron al colegio y cada una se reunió con sus amigos y sus clases.
A la salida, Diana esperó a que Denise tomara camino de regreso a casa, mientras ella se dirigía hacia el bosque en busca de David. Era el momento de planificar cómo sería su vida, cómo insertarlo en la comunidad y, sobre todo, cómo instruirlo para que no despertara sospechas.
Diana entendía que se enfrentaba a un gran reto y aún no tenía claro cómo iba a superarlo.
Relato 5: Un ser asombroso
Diana apresuró el paso para llegar lo antes posible a ver a David. Tenía muchos temores; uno de ellos era no volver a encontrarlo. No recordaba con exactitud en qué parte del bosque habían escondido la nave, así que estuvo dando vueltas cerca de media hora, hasta que fue David quien la encontró.
Sin pronunciar palabras, David se comunicaba con Diana. Ella no entendía cómo era posible que pudiera oírlo dentro de su cabeza. ¿En qué momento había adquirido esa habilidad telepática? Pero no era ella. Era David, un ser con habilidades telepáticas avanzadas. Su especie había desarrollado esta capacidad que les permitía comunicarse mentalmente y, además, compartirla temporalmente con otros.
Diana no lo entendió. Y David, que conocía sus dudas, tampoco se las aclaró… por el momento.
Pero había que tratar otros temas más importantes, como cuál sería el siguiente paso para ayudar a David. Era necesario contar con una estrategia para llevarlo al colegio, mantener su identidad en resguardo sin levantar sospechas. Así comenzaron a trazar un plan.
David iría al colegio con Diana para integrarse poco a poco a la comunidad. La nave sería el refugio. Se convertiría en el nuevo chico recién llegado al pueblo. El único problema era que ella tendría que ir a buscarlo para enseñarle el camino al colegio y…
¿Cómo haría con Denise? ¿Qué le diría?
Diana llegó a la conclusión de que necesitaba un cómplice. Y sin duda, ese cómplice sería su hermana menor.
Esa tarde, además de tomar decisiones importantes, fue necesario hacer algunas precisiones acerca de la alimentación de David, sus horas de descanso, aseo y limpieza, y, sobre todo, su acompañamiento.
Diana aprendió que David estaba capacitado para realizar el proceso de fotosíntesis de manera avanzada. Es decir, que con solo exponerse al sol o a cierto tipo de luz era capaz de absorber la energía necesaria para alimentarse. Además, utilizaba la alimentación simbiótica: consumía compuestos químicos específicos que obtenía de plantas y piedras. Un sistema de supervivencia muy avanzado, propio de los kaelyonianos. También podía comer alimentos terrestres, pero debía mezclarlos con un polvo especial, un suplemento propio de Kaelyon, para que no le hicieran daño. Así que la alimentación de David no era un problema. Por el contrario, era bastante adaptable a la Tierra.
En cuanto al descanso, Diana descubrió algo asombroso. Los kaelyonianos no tienen ciclos circadianos como los terrestres. David no necesitaba dormir toda la noche, sino tener sueños profundos pero breves. Solo necesitaba dormir 20 minutos cada 48 horas, entrando en un estado de desconexión total.
Durante ese trance, su organismo producía una regeneración celular, y mientras eso sucedía, su cuerpo emitía una luz tenue. Cuando dormía más de 20 minutos, comenzaba a flotar, conectándose con una red mental universal para reequilibrar su energía. El descanso tampoco sería un problema, siempre y cuando ocurriera cada 48 horas. De lo contrario, su organismo entraría en un grave desequilibrio molecular, con consecuencias impredecibles.
Y es que, para los kaelyonianos, el descanso es tan vital como el pensamiento o la absorción de energía, debido a las altas exigencias de su organismo para procesos como la telepatía, la fotosíntesis avanzada y la alimentación simbiótica, entre otras muchas actividades.
Y con respecto a su aseo… aquí ocurrió algo realmente sorprendente.
Luego de varias horas aprendiendo más sobre este ser de otro mundo, de repente, Diana observó cómo David permanecía de pie, inmóvil, durante cinco minutos. Su piel comenzó a emitir un brillo opaco, y una fina película se desintegró en el aire, llevándose consigo cualquier rastro de suciedad. Diana lo observó fascinada: era la limpieza más avanzada que jamás había presenciado.
David no sudaba ni eliminaba residuos de forma líquida como los terrícolas. Su piel estaba cubierta por una capa proteica inteligente (como una segunda piel), que captaba partículas, las descomponía y las reciclaba mediante enzimas específicas.
Cada cierto tiempo, su cuerpo liberaba una enzima en la piel que descomponía microorganismos y residuos, y los convertía en aminoácidos reutilizables o los desintegraba molecularmente. No necesitaba agua ni jabón, aunque podía usar baños sónicos para eliminar polvo o elementos físicos si había estado expuesto. Solo eran necesarios cinco minutos para la limpieza más desarrollada y certera.
—¡Dios mío!
Diana vio el reloj. Eran casi las seis de la tarde. Debía regresar a casa antes de que su familia comenzara a preocuparse. David tenía que ir al colegio al día siguiente y ella tendría que llevarlo, pero…
¿Qué podría decirle a Denise?
Y mientras regresaba a casa por el bosque, sumida en sus pensamientos, escuchó los gritos de su hermana que la llamaba a medida que se acercaba.
—¡Didi! ¿Dónde has estado? Me estaba muriendo de la angustia. Estuve a punto de comentarle a mamá.
—Ya te dije, Des. Estaba en casa de Violeta haciendo un trabajo de geografía.
—Pues no. Me tendrás que decir la verdad porque llamé a Violeta y nunca estuviste allí.
Diana se sintió acorralada. Casi descubierta. Sin saber qué decir. Entonces, decidió hablar con su hermana.
—Está bien, Denise… supongo que lo debes saber. Te lo voy a contar.
Y dulcemente tomó a su hermana por el brazo. Ambas fueron hacia el jardín de la casa, donde había un pequeño banco, y allí se sentaron a conversar. Mocca, que las observaba con sus hermosos y grandes ojos amarillos, se sentó al lado de las hermanas como si cuidara de ellas.
—Se trata de David… —dijo Diana con voz grave.
Relato 6: Un secreto entre hermanas… que no es secreto
—Diana, me estás asustando con esa cara tan seria y ese tono de tragedia. Habla ya: ¿quién es David? —le inquirió Denise.
Hubo una pausa. Parecía eterna, pero habían pasado solo segundos en los que Diana dudaba en contarle la verdad a Denise sobre el chico que había llegado de las estrellas.
“Creo que no es el momento”, pensó. “Dios mío… ¿qué le invento?”, pensó de nuevo.
—Habla, por Dios, que me vas a matar con el suspenso —le gritó Denise, insistente.
—Calma. David es un chico nuevo que acaba de llegar a la urbanización. Lo conocí por casualidad cuando di un paseo por el bosque ayer en la noche. Ha venido escapando de sus padres y me pidió ayuda para poder establecerse aquí en Cardenales.
—¿Cómo es? ¿Cuántos años tiene?… ¡Uuuuuuuuy! ¿Sabes en el problema en el que te puedes meter escondiendo a un adolescente de sus padres? —dijo de repente, levantándose de golpe del asiento, con tal fuerza que Mocca maulló fuerte y saltó hacia el otro lado.
—Calma, Denise, viene de otro… país.
—¿Cómo sabes que no es un psicópata, un asesino en serie, un loco…?
—Denise, cálmate. Confía en mí, yo le creo. Él solo quiere establecerse aquí en Cardenales, entrar en el colegio y vivir tranquilo.
—¿Y de qué va a vivir? Eso no es tan fácil.
Diana sentía que cada vez era más difícil dar respuestas a las preguntas que Denise hacía de forma atropellada y ya no sabía qué inventar, pero estaba segura de que no podría contarle la verdad, al menos no por ahora. David era demasiado vulnerable, y dar a conocer su procedencia y quién era podría tener consecuencias insospechadas.
—Sé que cuenta con un fideicomiso del que ya puede disponer, y allí tendrá dinero para mantenerse. Es todo lo que sé.
—Pues a mí esto no me suena nada confiable. Pero te conozco, no eres ninguna loca, y estoy segura de que tienes más información de la que me dices.
Denise tenía muchas dudas, y algunas explicaciones de Diana le parecían más cuento que otra cosa.
“Estoy segura de que algo esconde. La conozco demasiado y nunca había tenido secretos conmigo. No sabe mentir. Hay algo más y lo voy a averiguar”, pensó Denise, mientras se sentaba junto a su hermana, ya más calmada.
Ambas hermanas decidieron entrar en la casa, ya casi cerca de la hora de la cena. Se encontraron con su mamá en la cocina.
Dora Claver era una mujer de unos 45 años, aunque parecía mucho menor, quizás por su espíritu jovial y su carácter siempre alegre. Tenía una estrecha relación con sus hijas y mantenía un matrimonio con Daniel Claver desde hacía casi 22 años.
Daniel, un hombre serio y de negocios, era empresario en el rubro de las mermeladas. Había descubierto una fórmula para fabricar unas mermeladas absolutamente diferentes, con un sabor explosivo que enamoraba.
Había sido exitoso en su empresa familiar, que compartía con sus cuatro hermanos: Diego, Duarte, Darío y Domingo Claver. Ganaban mucho dinero fabricando mermeladas, y gracias a ello, la familia Claver tenía una buena vida.
—Hola, hijas. Qué bueno que ya están aquí. Voy a servir la cena, papá ya está llegando.
Las hermanas comenzaron a poner la mesa y a ayudar a mamá para tener la cena lista. Diana rompió el silencio.
—Hay un nuevo chico en la urbanización. Llegó ayer. Se llama David y voy a acompañarlo mañana al colegio para ayudarlo a instalarse.
—Sí, Diana dice que… ¡Ayyyyyyy! —gritó Denise, sobresaltada por un pellizco en el brazo que Diana le dio justo a tiempo, previendo que su hermana fuera a comentar el hecho de que David estaba huyendo de sus padres.
—¿Qué pasó? —volteó la madre, muy alarmada.
—Nada, nada, es que me di un golpe con la mesa —dijo Denise, sobando su brazo y mirando a Diana en modo retador.
La madre, sin percatarse del impasse entre sus hijas, dijo con su acostumbrada voz suave y cálida:
—Deberías invitarlo a almorzar. ¿Vive cerca? Si somos vecinos, deberíamos invitar a sus padres. ¿Qué apellido tiene? —preguntó en tono curioso.
Pero justo en ese momento entró Daniel.
—Buenas noches, familia. Traigo excelentes noticias. Acabamos de hacer una de las ventas más grandes de mermeladas a la cadena de supermercados Principal. Es uno de los negocios más importantes que hemos tenido.
—Amor, qué buena noticia —indicó Dora.
—Sí. Es tan bueno el negocio que podemos planificar nuestras vacaciones para el mes que viene. Escojan el lugar. ¿A qué parte del mundo quieren ir? —preguntó emocionado.
—Pues yo quiero ir a Japón —señaló Dora.
—Me encanta. Ustedes, ¿qué opinan? —preguntó, mirando a Diana y a Denise, que ya se habían sentado en la mesa.
—Es un buen lugar —dijo Denise, pero Diana se limitó a mirar al piso.
Para Diana, no era el momento de viajes. No estaba en su lista de prioridades ni tenía el más mínimo interés. Sus pensamientos se concentraban en David y en el reto de integrarlo a su grupo de amigos, manteniendo oculta su verdad: que era un ser de otro mundo.
Para Denise, por el contrario, era el momento perfecto para averiguar qué se traía su hermana entre manos. Las piezas no encajaban y… debía investigar.
Diana miró su reloj y pensó: “David ya debe haber activado su proceso de descanso lumínico en la nave”.
Se dijo a sí misma: “Eso espero”.
Pidió permiso para retirarse a su cuarto. Esperaba poder ver desde su ventana algún reflejo o luz que indicara que todo estaba bien. Denise la observaba como si quisiera descubrir lo que ocultaba en cada movimiento.
Al cabo de un rato, Denise estaba sentada en el jardín de su casa y observó una suave luz azulada que parpadeó por unos segundos… luego se desvaneció en el cielo.
Nadie más la vio. Solo Denise.
Relato 7: Bienvenido … o ¿no?
Era una hermosa mañana de verano en Cardenales. El trinar de las guacharacas despertó a Diana, quien se levantó sobresaltada. Solo tenía una cosa en mente: lograr que David llegara al colegio sin que nadie descubriera su verdadera identidad.
Mientras se preparaba para salir, pensaba en cómo encontrarlo sin levantar sospechas —especialmente de Denise— ni con la nave ni con otros detalles que pudieran delatarlo. No habían tenido tiempo de precisar lo crucial que era mantener su identidad en secreto, y eso la preocupaba: la ingenuidad de David.
De repente, una voz en su cabeza la sobresaltó. Al principio entró en pánico, pero pronto entendió que era David, comunicándose telepáticamente. No cabía duda: entre ellos se había desarrollado una conexión importante.
—Hola, Diana. Estuve estudiando toda la noche las rutas. Puedo llegar al colegio sin problema. Nos vemos allí. ¡Ah! También investigué un poco sobre tu especie… especialmente sobre los de tu edad. Prometo comportarme y pasar desapercibido.
Diana no estaba acostumbrada a ese tipo de situaciones, y sentir voces en su mente la desestabilizaba. Se frotaba las manos, frías y sudorosas. Sin embargo, en medio de toda la ansiedad que sentía, experimentó un ligero alivio. Muy pequeño, pero alivio al fin. No tener que buscar a David era un respiro… aunque la travesía apenas comenzaba.
La salida hacia el colegio coincidió con la partida de Daniel al trabajo; debía recoger a su hermano Duarte en el automóvil para ir a la oficina.
—Diana, no te vi muy emocionada con la noticia que les di ayer en la cena. Es un contrato extraordinario, ¡no te imaginas! —comentó Daniel, abrazando a su hija con ternura.
—Claro que me emociona, papá. Solo que estoy presionada con tareas del colegio —contestó ella, buscando una excusa para justificar su actitud. Hacía esfuerzos por mostrarse atenta y cariñosa, pero sus pensamientos estaban con David.
—Eres una chica muy estudiosa, y por eso te mereces unas vacaciones de otro mundo. Jajajaja. Vamos, chicas, las llevo al colegio. Debo salir temprano para buscar al tío Duarte.
Dora se despidió de ellos mientras subían al carro rumbo al colegio. Diana miraba por la ventana con atención, por si se topaba con David. Denise, inmersa en su celular, no prestaba atención a nada a su alrededor. Mientras tanto, Daniel hablaba sin parar sobre las posibles vacaciones familiares.
—Tu mamá quiere ir a Japón, pero yo prefiero algo más cálido, como las islas Fiji. Podemos ir a cualquier parte. ¿Eso no les emociona?
Nadie respondió.
En un abrir y cerrar de ojos ya estaban en la entrada del colegio. Diana se bajó rápidamente del carro.
—¡Chao, papá! —dijo, cerrando la puerta con apuro y dejando a Denise dentro.
—¡Oye! —gritó Denise, pero Diana no la escuchó: ya corría lejos, en busca de David.
Y entre la multitud lo vio. Reconoció sus hermosos y expresivos ojos azules y corrió a su encuentro. Lo saludó con cautela, como si lo viera por primera vez. Se acercó y le susurró en confidencia:
—Primero que nada, debemos ir a administración para que te inscribas. Pero no sé cómo lo haremos sin un representante.
David la ignoró y siguió caminando como si supiera exactamente a dónde iba. Diana lo miraba, confundida. En eso, se acercó Denise.
—¡Vaya! Así que ese es el famoso chico. Parece que no es muy amistoso.
Diana avanzó hacia David, intentando comunicarse con él telepáticamente para que se detuviera, para que tomara las cosas con más calma. La angustia se le dibujaba en el rostro. Pero David no se detuvo. Iba directo a administración.
Diana entró en pánico. Sabía que sin un representante que respaldara la solicitud, no era posible inscribirse así como así. Finalmente, David llegó a la oficina de la Sra. Cecilia, coordinadora de administración del colegio Trébol, y se sentó frente a ella. Diana se dejó caer en la silla a su lado, aterrada.
—Buenos días, jovencito. ¿En qué puedo ayudarte?
—Sra. Cecilia, verá… mi amigo David, pues… este… —intentó Diana, nerviosa, pero las palabras se le atragantaron. David intervino:
—Vengo a inscribirme en el colegio.
—Muy bien —respondió la Sra. Cecilia—. ¿Y tu representante?
En ese momento, la Sra. Cecilia lo miró fijamente. Sus pupilas se dilataron. Quedó con la mirada perdida, como si entrara en trance.
—Está bien, no hay ningún problema. Firme aquí, señor, y su hijo quedará inscrito en el colegio. Puede comenzar hoy mismo si lo desea.
Diana no podía hablar. Algo se lo impedía. Estaba aterrada. No entendía lo que sucedía. Trató de calmarse para asimilar lo que estaba presenciando. David estaba ejerciendo un férreo control mental sobre la coordinadora. Y ella no sabía si eso era lo correcto. Dudaba. Temía.
La Sra. Cecilia sacó la hoja de inscripción. David la llenó y firmó con rapidez. Ella revisó la planilla con detenimiento.
—Todo en orden, señor Briceño. Bienvenido al colegio Trébol. —Miró a Diana y añadió—Diana, justo a tiempo. Este es David Briceño. Acaba de inscribirse. Va a estar en tu clase. ¿Podrías ayudarlo a ubicarse?
Diana apenas pudo hablar.
—Está bien.
Ambos salieron de la oficina rumbo al salón.
—¿Cómo hiciste eso? No… mejor no me digas. No quiero saber. Supongo que es una de tus habilidades para controlar mentes. Y ahora no tengo ganas de escuchar explicaciones.
Mientras caminaban por el pasillo, se encontraron con Denise y sus dos inseparables amigas, Jamilet y Everlinda. Denise se dirigió a David:
—Tú debes ser David. Diana me habló de ti. Es un verdadero placer conocerte.
Pero David ni la miró. Siguió de largo, dejándola con la mano extendida. Denise la retiró con fastidio y frunció el ceño. Diana, confusa, lanzó una mirada a su hermana y siguió a David.
—Tu amigo es un grosero.
Diana no respondió. Siguió de largo, dejando atrás a Denise y a sus amigas, confundidas y enfadadas.
En el pasillo también aparecieron Violeta y Don, los amigos de Diana, con quienes siempre hacía sus tareas. Se acercaron a saludarla, pero ella estaba en otro plano. Solo pendiente de David, de cada cosa que hacía, temerosa de que cometiera alguna imprudencia que lo delatara.
—Y… ¿quién es tu amigo? —preguntó Don en tono burlón.
Diana no respondió. Solo se limitó a seguir a David y sentarse junto a él en el salón.
Desde su primer día, David Briceño no generó simpatía. A su paso, dejaba una estela de confusión, recelo… y muchas preguntas sin respuesta.
Era solo el comienzo.
Relato 8: ¿Realmente desapercibido?
La primera clase del día era Química, y Diana se sentó lo más cerca posible de David. Jimmy, el profesor, anunció que harían un experimento sencillo.
—Vamos a mezclar ácido clorhídrico con una base de hidróxido de sodio para demostrar cómo reaccionan y se neutralizan, formando agua y sal —explicó—. Vamos a trabajar en parejas.
Diana se ubicó rápidamente al lado de David. Violeta y Don la observaban con recelo. Aprovechó el momento para presentarlo.
—Chicos, él es David. Acaba de llegar de… otro país.
David ni siquiera volteó a saludar. Estaba completamente absorto en los materiales sobre la mesa: ácido clorhídrico diluido, hidróxido de sodio, pipetas, vasos de precipitado. Solo prestaba atención a lo que decía el profesor. Y ni bien Jimmy terminó de hablar, David lo interrumpió con cortesía:
—Disculpe, profe… En realidad, lo que ocurre es una transferencia de protones: el ion hidronio (H₃O⁺) del ácido cede un protón al ion hidroxilo (OH⁻) de la base, formando dos moléculas de agua. La sal solo es el resultado de los iones que quedan libres al perder sus cargas.
Mientras hablaba, ajustó las cantidades exactas de ácido y base sin usar instrumentos de medición visibles. El profesor Jimmy y todos los compañeros quedaron boquiabiertos. Diana miraba la escena con creciente ansiedad. Cada acción de David parecía acercarlos más al riesgo de que descubrieran su verdadera identidad.
—Este principio es la base para regular el pH en procesos industriales —continuó David— e incluso se aplica en el control de los ácidos estomacales. Aunque, claro, hay métodos más avanzados que no requieren compuestos tan corrosivos.
Con una mezcla de sorpresa e incredulidad, el profesor Jimmy le preguntó:
—Pues… eso es correcto, pero no solemos explicar eso en quinto año. ¿Cómo lo sabes?
—Digamos que tuve excelentes profesores… de donde vengo —respondió David con una sonrisa pícara.
Los estudiantes estaban impactados. Querían que David siguiera explicando, pero Jimmy hizo un esfuerzo por retomar el control de la clase. En medio del alboroto, Violeta se acercó a David con clara intención de coquetear.
—¡Oye, eso fue impresionante! —dijo, sonriendo—. Yo jamás entendí nada de eso. ¿Crees que podrías explicármelo otro día? No sé, quizás… después de clases.
Diana no tardó en intervenir:
—Violeta, él acaba de llegar. Dale unos días para adaptarse.
Molesta, Violeta la tomó del brazo y la apartó a una esquina del laboratorio.
—Escucha, amiga. Ese chico es mío. Y no voy a permitir que te metas en el medio.
Diana se soltó sin decir palabra y volvió al lado de David. Violeta, furiosa, le dijo a Don:
—Ya estoy cansada de que Diana siempre se salga con la suya. Esta amistad llegó hasta aquí. Habrá guerra. Ese chico será mi novio.
Pero lo cierto era que David solo tenía dos objetivos: mantenerse cerca de Diana —su aliada desde el momento en que llegó a la Tierra— y aprender todo lo posible sobre este nuevo planeta que lo fascinaba.
Al salir del colegio, Diana logró escabullirse de sus amigos y de Denise para acompañar a David de regreso a la nave. Le dijo a su hermana que lo acompañaría a casa y que trataría de volver para la cena. Aunque no quedó convencida, Denise decidió darle un poco de espacio.
“Creo que se ha enamorado de ese chico… pero no me gusta. Me parece raro”, pensó. Sin embargo, conocía bien a Diana y sabía que no haría nada alocado.
Diana y David pasaron la tarde juntos. No cabía duda: una conexión especial los unía. Algo había germinado entre ellos… y empezaba a florecer.
Relato 9: Más que una simple amistad
En los días que siguieron, Diana y David buscaban estar juntos la mayor parte del tiempo. Cada recreo, cada caminata de regreso del colegio, cada salida por el bosque era una oportunidad perfecta para compartir, explorar y descubrirse mutuamente.
Diana disfrutaba cada segundo a su lado. David era un ser asombroso, envuelto en misterios que ella iba desentrañando poco a poco. Gracias a su habilidad de compartir pensamientos, él le mostró imágenes de su hogar, el planeta Kaelyon, y le contó cómo era un día típico en la vida de un kaelyoniano.
Incluso había comenzado a enseñarle cómo vencer la gravedad terrestre para levitar. Aunque Diana aún no lograba hacerlo por sí sola, David la ayudaba a flotar por breves instantes, y eso se había convertido en una de sus experiencias favoritas.
David también le compartió un suplemento especial que debía añadir a los alimentos terrestres para poder digerirlos. Diana, siempre curiosa, decidió probarlo. El resultado: unos leves gases estomacales que a ella le parecieron tan graciosos como emocionantes.
En este intercambio, David también parecía obtener lo mejor. Estaba fascinado con la flora y fauna del planeta. Le llamaban mucho la atención costumbres humanas como los abrazos, los besos de saludo, las sorpresas, los regalos y los gestos de cariño. Le sorprendía que cada elemento del paisaje pudiera ser motivo de disfrute: la calidez del sol, la frescura de un arroyo, la brisa suave del verano, el sonido armónico de las hojas movidas por el viento o el trinar de los pájaros. Diana se divertía al verlo observar con detenimiento a las aves y perseguir ardillas con tal agilidad —gracias a su capacidad de levitar— que casi siempre lograba alcanzarlas.
—Qué seres tan extraños —comentó un día—. No puedo comunicarme con ellos.
Para ambos, era un universo nuevo que se abría ante sus ojos. Quizás el mayor reto para David era comprender las emociones. Los kaelyonianos, aunque muy parecidos a los humanos en apariencia, no sentían. No conocían el miedo, la tristeza, la alegría ni el amor. Pero David, aunque no podía entenderlas del todo, comenzaba a percibirlas. En Diana sentía algo diferente: una calidez constante, una atracción que lo impulsaba a estar cerca. Aún no sabía qué era, pero le resultaba familiar. Y Diana, por su parte, ya no solo cuidaba de un ser de otro mundo. Había comenzado a sentir algo más profundo por él. Su mundo había cambiado para siempre.
La relación entre ellos se fortalecía, y eso generaba reacciones diversas en quienes los rodeaban. David, al no expresar emociones, era percibido como un ser frío y distante. Esa característica fascinaba a Violeta, quien buscaba por todos los medios acercarse a él, sin éxito.
—No lo entiendo —le confesó a Don—. No sé qué hacer para llamar su atención.
Para ese momento, la amistad entre Diana, Don y Violeta estaba completamente rota. Ya ni siquiera se hablaban, pero a Diana no le importaba: solo tenía a David en su radar. Por su parte, Violeta tenía un único propósito: conquistar a David a toda costa. No escatimaba en esfuerzos, dinero ni oportunidades para lograrlo. Aquella tarde se fue al centro comercial con Don para comprar vestidos y zapatos, y hasta se arregló en la peluquería. Pero David ni siquiera lo notó. Aquello le rompió el corazón, además de incrementar su odio por Diana, al punto de pasar el día entero maquinando cómo hacerle la vida imposible.
El problema era que cualquier eventualidad que Violeta preparaba para acorralar a Diana, David la descubría y la desactivaba con facilidad. Para Diana, Violeta se había convertido en un frente casi inutilizado gracias a las habilidades de David.
Pero el caso de Denise era diferente. Ya varias veces los había seguido desde la escuela, tratando de descubrir algo más sobre David. Sin embargo, David lograba desviar su camino, llevándola de vuelta a casa. Le borraba la memoria para que no recordara lo ocurrido, y así lograba mantenerla bajo control. Aun así, Diana sabía que su hermana sería la primera en enterarse de la verdad, y sentía que el momento de contársela estaba cada vez más cerca.
El otro asunto eran los padres de Diana y Denise. Dora había notado que su hija pasaba mucho tiempo con aquel muchacho y quería conocerlo. Le había pedido a Diana que lo llevara a cenar, pero ella no sentía que ese fuera el momento adecuado. Percibía que David no estaba listo para enfrentarse a sus padres, y cualquier movimiento en falso podía delatarlo. Pero Dora tenía la virtud de la persuasión, y había logrado fijar una fecha para esa cena.
Diana intentaba preparar a David para ese encuentro, sobre todo porque sabía que Denise estaría muy atenta. Ese día… era hoy.
Relato 10: Casi lo descubren
David debía cenar en casa de Diana, con su familia. No era un reto sencillo. Denise estaba lista para descubrir el secreto que su hermana ocultaba. Estaba segura de que David no era ese chico inocente que decía venir de otro país. Además, había percibido que entre ellos había algo más que una simple amistad.
En casa, Dora preparaba la cena con la ayuda de Denise y Diana. Daniel tenía una reunión de negocios con sus cuatro hermanos, quienes también estarían presentes esa noche.
Diego Claver, el mayor, había estudiado Derecho y se encargaba de toda la parte legal de la empresa. Debía ser muy cuidadoso con los derechos del producto, ahora que el negocio comenzaba a crecer a un ritmo inimaginable.
—Hay que hacer el registro de propiedad intelectual de Frutta Viva para evitar las copias —indicó con voz grave.
—Bueno, para eso estás tú —respondió Darío.
Él era el cuarto de los hermanos Claver. Junto a Domingo, eran los verdaderos artífices de la creación de la mermelada y su sabor original y explosivo. Habían comenzado en la cocina de su casa, y ahora tenían un local industrial donde producían en grandes cantidades.
Duarte era el menor. Había estudiado Administración y se encargaba de toda la parte financiera. Por ser el más joven, era cercano a sus sobrinas Diana y Denise, quienes no lo llamaban “tío”, sino por su nombre.
—Me han dicho que el chico que viene a cenar es muy amigo tuyo —le dijo Duarte a Diana con picardía.
Pero Diana vivía momentos de tensión ante la posibilidad de que David hiciera algo indebido que terminara por delatarlo. En ese momento, sonó el timbre y ella corrió hacia la puerta.
—Ya llegó —dijo apresurada—. Voy a abrirle.
Diana abrió la puerta rápidamente. Allí estaba David, con una torta de chocolate en las manos. Ella la recibió sorprendida.
—¿Y esto? No será una de tus comidas macrobióticas que haces copiando imágenes en YouTube para que parezcan terrestres, ¿verdad? Mira que puede producirles calambres a todos, y mis tíos se podrían molestar.
David le respondió telepáticamente:
—Tranquila, todo estará bien.
Diana lo invitó a pasar y sentarse en la sala, donde sus tíos y su papá estaban trabajando. Luego llevó la torta a la cocina y se la entregó a Dora.
—Qué considerado tu amigo —comentó Dora—. Ya tenemos postre.
Dora salió a saludarlo junto con Denise. Duarte ya lo estaba interrogando.
—Tengo entendido que vienes de otro país —cuestionó.
Diana interceptó la pregunta al instante.
—A él no le gusta hablar de eso, Duarte. Él…
David la interrumpió con voz suave y pausada:
—Me encanta este lugar. Especialmente las ardillas.
Daniel y sus hermanos ya se habían incorporado a la conversación, y todos quedaron extrañados con la respuesta.
—¿Y qué te parecen las chicas de Cardenales? Apuesto a que ya tienes novia —comentó Darío en tono burlón.
Él era el chistoso de la familia, siempre muy original en sus apreciaciones. Y su pregunta iba directamente a indagar sobre la relación de David con su sobrina Diana.
—La cena está lista. Pasemos a la mesa —anunció Dora, y todos se levantaron y se dirigieron al comedor.
Diego se acercó a David y le comentó:
—Te salvó la campana, mi amigo.
Ya sentados, Denise notó algo extraño en David. Su postura y la forma en que tomaba los cubiertos no eran normales. Diana lo miraba con insistencia, reflejando su temor a que cometiera algún error involuntario.
Pero David le comentó telepáticamente que estaba preparado para la cena porque había visto varios videos sobre cómo usar los cubiertos y comportarse adecuadamente.
La afirmación no disipó los temores de Diana, quien se mantuvo atenta. Denise, por su parte, no perdía detalle. Las miradas que se intercambiaban su hermana y aquel chico le llamaban la atención. Y no solo a ella. Duarte también notaba la tensión, pero era naturalmente observador y tranquilo, así que tomaba todo con calma.
Todo transcurría con normalidad hasta que sirvieron la comida y David, en un movimiento tan veloz que resultaba imposible para el ojo humano, puso la sustancia kaelyoniana en su plato. Sin embargo, el movimiento rápido no evitó que algo cayera sobre la mesa. Denise, atenta a cada gesto, lo notó.
—¿Qué es eso? —preguntó inquieta, señalando el polvo sobre la mesa.
Diana tomó rápidamente su servilleta y recogió el polvo, entre nerviosa y atolondrada. Para Denise, quedó claro que algo se ocultaba.
—¿Y tus padres, David? ¿Cuándo podremos tenerlos con nosotros? —preguntó Dora, con su voz melodiosa y esa jovialidad que la caracterizaba.
—Mamá, ya hemos hablado de eso. Él vino en intercambio a estudiar en este país —se apresuró a responder Diana.
—Sí, lo sé, hija. Pero me imagino que en algún momento vendrán a visitarlo, y entonces me encantaría conocerlos —respondió Dora.
—No se preocupe, señora Dora. Cuando vengan a visitarme, se lo haré saber para venir a saludarla —respondió David, tratando de calmar las dudas.
Mientras tanto, Diana temblaba de pánico. Su trabajo no era sencillo: era la guardiana de un secreto venido de las estrellas. Sabía que las sospechas de Denise la cercaban y que el momento de contar la verdad estaba más cerca de lo que imaginaba.
El resto de la velada transcurrió con relativa normalidad. Solo Denise y Duarte sospechaban que algo no andaba bien, pero no podían determinar exactamente qué era. David se despidió de todos y Diana lo acompañó hasta la puerta. Denise los espiaba desde la ventana, y Duarte observaba a Denise con atención.
En la entrada, Diana y David —acompañados por Mocca— intercambiaron palabras telepáticamente. Denise solo veía que se miraban intensamente, y luego una luz tenue pero visible destelló sobre ambos. Mocca maulló y se erizó. Denise sintió un olor metálico muy suave. Y David se marchó.
—¿Qué fue eso? —pensó Denise—. Didi me lo tendrá que explicar —se dijo a sí misma.
Al ver la actitud de Denise, Duarte también comenzó a sospechar.
—¿En qué lío se habrá metido mi sobrina? —pensó.
La hora de la verdad estaba cerca.
Relato 11: ¡Llegó el momento!
Diana luchaba por ser una gran guardiana del secreto, y David estudiaba para adaptarse a la Tierra, a sus costumbres y, sobre todo, al comportamiento social, que tanto le costaba. Y es que en Kaelyon, sus habitantes no tienen ningún tipo de contacto físico. Todo se comunica a través de la mente. Por eso, le resultaba tan difícil ese contacto social típico de los terrestres: darnos la mano, los besos, los abrazos o una simple palmadita en el hombro. Por supuesto, eso lo hacía parecer un ser frío ante los demás, especialmente en el colegio. Pero Diana lo disculpaba, afirmando que en el país del que venía David, las costumbres sociales eran distintas y él tenía que adaptarse.
Eso era precisamente lo que más atraía a Violeta de David. Ella lo percibía como un ser superior por su frialdad.
—No es un blandengue —pensaba—. Calcula cada paso que da. Eso es un hombre.
Tenía un plan. En vez de acercarse a él para invitarlo a estar con ella durante el recreo, como lo había intentado hasta ahora, fingiría una caída, un dolor repentino o un desmayo. Eso lo obligaría a ayudarla, y así podría captar su atención. Don se encargaría de alejar a Diana de la escena para que Violeta pudiera hacer de las suyas.
Durante el recreo, todo ocurrió según lo planeado. Violeta fingió un dolor repentino y se apoyó en David, haciendo parecer todo casual. Don entretenía a Diana, pidiéndole perdón por el alejamiento y buscando la manera de mantener toda su atención. Pero Diana estaba más pendiente de David y Violeta, aunque no quería que Don se sintiera ignorado.
David sostuvo a Violeta y la llevó a un banco alejado en el patio. Diana hacía esfuerzos sobrehumanos por mantener la atención en David y Violeta, pero Don no la dejaba. De pronto, Violeta logró tener completamente la atención de David y, sin previo aviso, lo besó.
Un destello de luz se produjo de repente en el cielo, pero nadie lo notó, solo Diana… y Denise.
David se quedó petrificado durante el beso. Tenía los brazos caídos, los ojos abiertos, como si fuera un autómata. No reaccionó en absoluto. El beso no fue corto, y Violeta aprovechó el momento con creces. Al darse cuenta, Diana dejó a Don hablando solo y corrió al encuentro de la pareja. Sin embargo, Violeta había logrado acaparar la atención de David, quien no dejaba de mirarla, mientras Diana hacía intentos infructuosos por rescatarlo. Era como si ya no estuviera allí, como si Violeta se lo hubiera llevado a otro lugar del que Diana no podía alcanzarlo.
Entonces, en medio del forcejeo, apareció Denise, quien, decidida, encaró a su hermana.
—Tú y yo tenemos que hablar —dijo. En ese momento sonó el timbre de regreso a clases—. Pero lo haremos en casa —precisó.
Todos volvieron a sus salones, excepto Violeta y David, quienes no aparecieron por el resto del día. Diana no podía concentrarse en las clases, temiendo lo peor. A la salida del colegio, salió decidida a buscarlo, pero fue interceptada por Denise.
—Sé que no me has dicho la verdad acerca de David —le dijo en tono de reclamo—. Así que hablemos del asunto. He notado muchas cosas extrañas en torno a él, y estoy segura de que sabes más de lo que dices.
Diana se sintió acorralada, en un callejón sin salida. Sabía que tenía que ser honesta con Denise; era la única que podría ayudarla en su misión. También sabía que Denise no la dejaría ir tras David, en esta desaparición con Violeta, sin antes recibir una buena explicación. Denise no estaba dispuesta a dejar pasar el momento. Además, sospechaba que su hermana ya tenía sentimientos hacia ese chico. La conocía bien.
—Des, lo que te voy a contar tiene que ser un secreto entre las dos. Es muy importante que prestes atención a lo que voy a decir, y antes de hablar, escúchame primero. David es extraterrestre. Viene de un planeta lejano, a muchos años luz de la Tierra. Llegó aquí por casualidad.
—¡Lo sabía! Muchas situaciones extrañas en torno a él…
—¡Escucha! No es como nosotros. Su forma de ver las cosas y las relaciones es muy diferente. Debes ayudarme a mantener el secreto. Sería terrible si lo descubren. Podría volverse muy vulnerable, y ahora mismo está con Violeta, y temo que ella pueda descubrirlo. David es ingenuo y sensible.
—¡Vaya, hermanita! Parece que ese muchacho a ti te ha volteado el mundo… y más allá del temor por que Violeta lo descubra, percibo muchos celos —dijo Denise en tono burlón.
Diana estaba sorprendida de que Denise no hubiera mostrado más asombro al saber parte de la verdad acerca de David. Pero si bien era cierto que Denise tenía serias sospechas sobre las irregularidades que rodeaban al muchacho, otra sería su reacción cuando lo tuviera frente a frente.
Ahora, Diana le mostraría al verdadero David: el que tiene un metabolismo avanzado y habilidades telepáticas. No sabía cómo podría reaccionar Denise al conocer esa parte de la historia. Pero las cartas estaban echadas.
En casa, Dora limpiaba cuando, de repente, vio que Mocca llegaba del bosque con algo en la boca.
—Mocca, ¿qué traes allí?
Se le acercó para observar el objeto, pero Mocca se mostró agresiva y salió corriendo hacia la cocina con él.
En su cama, Mocca soltó un objeto de color metálico poco común y que despedía un olor a humedad. El objeto latía, como si respirara por sí solo, emitiendo un leve zumbido. Mocca se acomodó junto a él, y este se movió hacia su cuerpo como un cachorro buscando calor.
Lo que ocurrió luego fue inesperado .
Segunda parte
Relato 12: Todo se pone aún más extraño
Denise decidió ayudar a su hermana a buscar a David. Por supuesto, eso implicaba acompañarla a la nave y ver con sus propios ojos todo lo que Diana le había contado. Por mucho que conociera a su hermana, no sabía cómo iba a reaccionar ante algo así.
Emprendieron el camino hacia el bosque. Mientras caminaban, Diana intentaba preparar a Denise para lo que estaban a punto de encontrar. Le hablaba de la nave, de David, de cómo todo había cambiado desde su llegada.
De repente, un fuerte destello cruzó el cielo, seguido de un intenso olor a humedad que las envolvió por completo. Diana supo de inmediato que David estaba cerca. Pero Denise se detuvo en seco. El miedo se le notaba en los ojos.
—Des, no es momento de echarse para atrás. Querías saber la verdad y te la he revelado. Ahora necesito tu ayuda. Tenemos que encontrar a David.
Denise vaciló. Respiró hondo. Diana tenía razón. No era momento para debilidades, y menos en ella, que siempre había sido valiente, lógica y perspicaz. Con paso firme, aunque el corazón le latía con fuerza, decidió continuar.
En medio del bosque, finalmente apareció la nave. Emergía entre los árboles como una estructura metálica imponente, ajena al entorno. Denise la observaba con asombro y temor. Se repetía mentalmente: “Eres valiente, eres valiente”. No entendía cómo su hermana, más emocional y sensible que ella, podía soportarlo con tanta naturalidad.
Al acercarse, un leve zumbido precedió la apertura. Desde el interior, se desplegaron unas escaleras con el sonido seco de una maquinaria activándose. A Denise se le heló la sangre. Entonces, David apareció.
No se mostró sorprendido al verla. Tampoco fue cálido con Diana, como solía ser. Su mirada era distante, su energía diferente.
—David, me tenías muerta de angustia. ¿Qué pasó? ¿Dónde estabas? ¿Dónde está Violeta? —preguntaba Diana con insistencia.
Denise se mantenía en segundo plano, observando todo con desconfianza.
—Todo está bien —fue lo único que David respondió.
Tenía muchas preguntas, pero no podía hacerlas frente a Denise. El beso de Violeta había activado algo. No sabía qué era: ¿un código mental?, ¿una conexión con una inteligencia superior? Era algo profundo, desconocido. Y aún no podía comunicarlo. Permanecía en silencio, ensimismado.
Diana intentó comunicarse con él telepáticamente, pero no obtuvo respuesta. De pronto, David se acomodó en el suelo del bosque, cruzó las piernas, cerró los ojos… y entró en trance. Su cuerpo comenzó a emitir una luz tenue. Luego, levitó apenas unos centímetros sobre el suelo. El aire alrededor se volvió denso, pesado.
Denise casi se desmayó. Apoyada en Diana, con las manos sudorosas, apenas lograba sostenerse.
—Calma, Des. Solo está durmiendo. Debe hacerlo cada 48 horas… y hoy ha tenido demasiadas emociones. Vamos a dejar que descanse. Al menos sabemos que está bien.
Denise se acercó, con la intención de tocarlo. Quería sentir el calor de esa luz, comprobar que era real. Pero Diana la detuvo en seco.
—Si lo despiertas, podrías causar una hecatombe interestelar.
No dijo más.
Decidieron volver a casa. Diana sabía que al día siguiente tendría que intentar entender qué había pasado realmente esa tarde.
Mientras tanto, en su habitación, Violeta repasaba mentalmente cada momento con David. Habían caminado por el bosque, perseguido ardillas, se habían besado muchas veces. Demasiadas. Violeta se sentía feliz de haber pasado una tarde con el chico que deseaba. Pero no sabía lo que había despertado. O tal vez sí.
Sentía que había algo especial entre ellos. Esa noche, los sueños la perturbaron: imágenes borrosas, luces, voces desconocidas. Se despertó varias veces, pero se calmaba repitiéndose que David ya era suyo. Que había ganado. Que Diana había perdido. David era su novio. Su trofeo.
En la cocina, Diana y Denise ayudaban a su madre a terminar la cena.
—¿Has visto a Mocca? —preguntó Diana.
—Estaba jugando con un objeto raro. Traté de ver qué era, pero se puso agresiva, así que la dejé tranquila. Hace rato que no la veo.
Diana buscó a Mocca por toda la casa, sin éxito. Ni rastro de ella ni del extraño juguete. No se preocupó demasiado. A veces la gata salía al bosque y volvía horas después. Decidió irse a dormir. Se sentía abrumada con todo lo que había ocurrido y solo podía esperar al día siguiente.
Sin embargo, la relación de David con Violeta la perturbaba. ¿Y si Violeta despertó algo? ¿Y si todo cambió para siempre? Tendría que tener paciencia y esperar.
Esa noche, todo estaba en silencio. Todos dormían. Cerca de la medianoche, Dora bajó a la cocina por un vaso de agua. Encendió la luz… y entonces, algo pasó rodando frente a ella.
Un objeto metálico.
Detrás, corría Mocca, como si jugara con él.
—¡Santo Dios, Mocca! ¡Casi me matas del susto! —exclamó Dora.
Pero Mocca ni la notó. Recogió el objeto entre sus patas y lo llevó a su cama. Allí se acurrucó, como si fuera su más preciado tesoro. El objeto latía y emitía un leve zumbido, pero Dora no lo notó.
De pronto, del objeto redondo salieron unas patas y comenzó a alejarse. Mocca lo persiguió, pero el objeto se volteó y se abrió en dos, como si fuera una mandíbula. Mocca se asustó y corrió en busca de Dora, que ya subía las escaleras.
—¿Qué pasó, chiquita? Vamos a dormir.
Todo lucía aún más extraño.
Relato 13: Tensión en tres tiempos
Esa mañana, en el colegio, nada era normal. Diana llegó apresurada, buscando a David. La tensión desde la desaparición con Violeta continuaba, y todo seguía siendo un misterio. Violeta, por su parte, también llegó al colegio preguntando por él. Para ella, David era su novio.
—Me muero por ver la cara de Diana. Perdió, porque ahora David es mío —le decía a Don mientras lo buscaba entre los estudiantes a la entrada del colegio.
De repente, se le nubló la vista. Comenzó a tener una serie de visiones extrañas que no podía explicar: destellos, luces, imágenes sin sentido. Sentía que la llamaban, pero no era una voz humana. Las visiones le impedían ver y no podía caminar. Cayó al suelo, gritando, sin entender lo que le pasaba. Todos corrieron a auxiliarla, mientras Don corría como un loco de un lado a otro, pidiendo ayuda.
En medio de esta escena apareció David. Diana lo vio y corrió hacia él. David le habló telepáticamente:
—Algo ha pasado. El contacto en el beso activó algo en Violeta, pero no puedo saber qué. También activó algo en mí.
—¿Estás bien? —preguntó Diana, preocupada y ansiosa.
—El beso me permitió sentir que me buscan —respondió.
—¿Quiénes?
—Los Vigilantes del Umbral.
—¿Qué?
—Es una organización que controla los portales interplanetarios. Saben que estoy aquí, pero no sé por qué me buscan.
En ese momento, David se desmayó, como si hubiera recibido una sobrecarga sensorial. Sintió que lo llamaban. Diana corrió a auxiliarlo y pidió ayuda. El colegio entero quedó envuelto en el caos.
Mientras tanto, Denise se había quedado en casa porque se sentía mal. Bajó a la cocina a tomar un vaso de leche y encontró a Mocca debajo de la mesa, temblando y asustada. En el centro de la cocina vio el objeto. Se acercó a recogerlo. Al tocarlo, este vibró y emitió una luz tenue. Denise lo observó con curiosidad. Parecía inofensivo; sin embargo, Mocca maullaba, como advirtiendo que algo iba a suceder.
De repente, el objeto activó sus tres patas. Denise, asustada, pegó un grito y lo dejó caer al piso. El objeto se retrajo y volvió a su forma original.
—¿Qué es esto?
Lo miró con cuidado, lo recogió y lo metió dentro del pote de galletas en la cocina.
—Mocca, ¿qué juguete tan raro te has conseguido? Porque… ¿es un juguete, no? ¿De dónde lo sacaste?
Entonces un pensamiento terrible la asaltó:
¿Y si no es un simple juguete? ¿Y si tiene que ver con David? ¿Cómo se puede manejar algo como esto sin saber qué es en realidad?
Decidió llevarse la lata de galletas con el objeto a su cuarto, mientras Mocca la seguía, maullando como si le suplicara que se lo devolviera.
Denise corría a esconder el objeto, perseguida por Mocca, cuando la puerta principal se abrió. Los Claver habían llegado para una junta familiar sobre el negocio de las mermeladas. Duarte había propuesto hacer la reunión en casa de Daniel, alegando que se sentía más cómodo allí: el lugar era íntimo y tenía más espacio. Pero su verdadera razón era otra: quería investigar más sobre David. Había algo en ese chico que no le cuadraba y había encontrado la excusa perfecta.
Apenas llegó, Duarte comenzó a curiosear por la casa. Así fue como encontró a Denise, sentada en su cuarto, mirando fijamente una lata de galletas.
Denise no se dio cuenta de que Duarte la observaba. Pero un sonido proveniente de la lata hizo que ambos cruzaran miradas.
—Hooolaa, tío… no te había visto.
—¿Tío? Nunca me llamas así. Algo no anda bien. ¿Qué tienes en esa lata?
—Solo galletas.
—Ah, qué bien. Dame una.
—¡Nooo! —dijo temerosa—. Es que… son para el colegio mañana. Las tengo contadas.
—Pero hacen mucho ruido, ¿no?
—Jajaja, tío, qué cosas dices.
—¿“Tío” otra vez?
Mientras la tensión crecía entre ambos, se escuchó la voz de Daniel desde abajo:
—¡Duarte, baja, ya vamos a empezar!
Entre frascos, cuchillos y cuentas, Duarte no dejaba de pensar que algo raro estaba pasando… y que ese chico, David, tenía mucho que ver.
—¿Qué te pasa, Duarte? No estás concentrado. Estamos haciendo algo importante —le reclamó Darío, enérgico.
—Sí, lo siento. Es que… ¿sabes? Siento que hay algo raro por aquí.
—¡Déjate de tonterías y vamos a trabajar, que hay mucho que hacer! —comentó Domingo.
Pero Duarte no estaba nada conforme.
Relato 14: El adulto que necesitaban
David recobró la conciencia y de inmediato buscó a Diana. Ella se había alejado un poco para tratar de calmar el alboroto. La escena era un caos: Violeta gritaba y, por momentos, se retorcía. Don iba de un lado a otro, seguido por una decena de alumnos que lo imitaban. David encontró a Diana en medio del bullicio, con la cara pálida y los ojos en estado de alerta. Se comunicó con ella mentalmente.
—Diana —le dijo mientras la tomaba del brazo y la apartaba del tumulto—. Tenemos que escondernos. Ellos vienen en camino… me están buscando.
—¿Los Vigilantes del Umbral? —susurró ella, casi conteniendo el aliento.
David asintió con la cabeza. Su voz, en el interior de Diana, sonaba más grave que nunca.
—No sé si vienen para ayudarme o… para eliminarme.
En ese instante, los gritos de Violeta interrumpieron la comunicación entre ellos.
—¡Diana! ¿Qué haces? ¡Aléjate de David! Él es mi novio.
Acto seguido, Violeta se abalanzó sobre él mientras repetía:
—No le hagas caso a Diana. Ella nos quiere separar, pero tú y yo tenemos una unión irrompible. Tengo visiones, voces en mi cabeza que me lo dicen.
Violeta hablaba con los ojos encendidos, como si estuviera poseída por una fuerza superior. Diana, con la calma que la caracterizaba, intentó que entrara en razón.
—Violeta, las voces que escuchas, las imágenes que ves, son producto de algo más complejo de lo que imaginas. Tienes que calmarte.
—¡Mentira! No me voy a calmar para que aproveches el momento y me alejes de David.
David trató de controlar la mente de Violeta, pero no pudo. Se había desatado algo en ella que no podía explicar. Mentalmente le dijo a Diana que debían irse de inmediato; cada segundo era un riesgo para él y para todos a su alrededor. Pero Violeta, colgada del cuello de David, impedía la huida. De pronto, volvió a tener las visiones que la cegaban y cayó de rodillas al suelo.
—¡Ahora! —susurró Diana, solo para que David la oyera.
Ambos aprovecharon el momento para escapar. Corrieron hasta la casa, donde la reunión familiar seguía en pie. Los hermanos Claver planificaban, sacaban cuentas, definían estrategias ante el gran negocio que tenían entre manos. Duarte participaba en la reunión haciendo cálculos financieros, pero su mente estaba en Denise y la lata de galletas. Mientras tanto, en su cuarto, Denise custodiaba el objeto metido en la lata. Mocca, a su lado, estaba alerta. No le quitaba los ojos de encima a la lata.
David y Diana llegaron corriendo, saludaron de paso y fueron directo al cuarto de Denise. Ella se sorprendió al verlos.
—¿Qué hacen aquí? ¿Qué pasó?
—Nos buscan —respondió Diana sin rodeos—. Tenemos que escondernos.
Apenas cruzó David el umbral de la habitación, el objeto empezó a sacudirse dentro de la lata. Golpeaba con fuerza, como si reconociera su presencia. Un zumbido agudo, metálico, se dejó oír.
—¿Qué es eso? —preguntó David.
Denise tomó la lata y se la acercó. Con cuidado, David levantó la tapa. El objeto brincó sobre él y se abrió en dos. Emitió una intensa luz azulada que los envolvió a todos. De un solo golpe, David lo lanzó contra la pared. El objeto se cerró y quedó inanimado.
—¿De dónde sacaste eso? ¿Cómo llegó aquí? —dijo casi sin aliento—. Tenemos que sacarlo y huir.
Los chicos se disponían a salir y llevarse el objeto, pero no se percataron de que Duarte los había estado observando. Entró sin avisar.
—¿Alguien me va a decir qué está pasando aquí?
Los chicos se miraron entre ellos. Se sintieron descubiertos. Pero era Duarte. Diana dio un paso al frente .
—No tenemos tiempo para explicaciones largas. David no es de aquí. Y lo buscan.
—¿Quién lo busca?
—Los Vigilantes del Umbral. Creemos que lo quieren capturar… o eliminar.
—¿Qué? ¿Quién? No entiendo nada.
—Duarte —dijo Diana con voz grave—, debemos irnos. Te explicamos en el camino. ¿Puedes ayudarnos?
Duarte asintió con la cabeza. Bajó enseguida a buscar el carro. Habló con sus hermanos: les explicó que había hecho un compromiso previo con las chicas para llevarlas a comer helado y que debía cumplir. Los hermanos sabían que era un tío consentidor, así que lo dejaron ir.
—Ya luego te pones al día —le dijo Diego.
Ya en el carro, David explicó que necesitaba estar en un lugar bajo tierra: túneles o cuevas, para poder bloquear las señales.
—Sé de un sitio —precisó Duarte—. Un viejo refugio antiaéreo que nadie usa desde hace décadas. Nos servirá.
En el camino, les explicaron todo lo que sabían, excepto ciertos detalles que Diana se guardó para sí, como la comunicación telepática con David. Ese era su puente, su secreto más preciado. Al pasar por un puente, lanzaron el objeto al río Chaco, un río característico de Cardenales.
Duarte escuchaba con atención. Su característica calma y buen humor lo convertían en el adulto ideal para guardar el secreto de David. Ya en el lugar, Duarte los guió por el refugio. Un viejo ascensor manual los llevó cinco pisos bajo tierra. El olor a humedad era fuerte, y la oscuridad borraba poco a poco cada vestigio de luz. Encontraron unas lámparas de gas que aún funcionaban. Con ellas, al menos, podían alumbrar el camino. El escenario era de concreto sólido, ideal para bloquear señales galácticas.
Pero todos querían saber más sobre los Vigilantes del Umbral. ¿A qué se estaban enfrentando realmente?
Era la hora de las explicaciones. Y David lo sabía.
Relato 15: Los Vigilantes del Umbral
—Por millones de años —comenzó David con voz firme—, la galaxia ha estado bajo la custodia de una fuerza que no pertenece a ningún planeta ni responde a ningún gobierno conocido. Se hacen llamar Los Vigilantes del Umbral.
Duarte arqueó una ceja. Denise lo miró sin decir palabra. Diana, en cambio, parecía anticipar que lo que estaba por escucharse era solo una fracción de un rompecabezas mayor. David continuó:
—Controlan el tránsito de viajeros entre planetas, sistemas solares, incluso galaxias. Ningún ser puede entrar o salir legalmente de un sistema sin que ellos lo sepan. Su presencia es invisible. Su juicio, inapelable. Algunos los consideran protectores… otros, carceleros. Pero su verdadero propósito… pocos lo comprenden del todo.
—¿Entonces son como una especie de policía intergaláctica? —preguntó Duarte, intentando racionalizar la información.
—No exactamente —dijo David, sin alterarse—. Un policía responde a una ley. Los Vigilantes responden al equilibrio. Su deber es custodiar los límites, los puntos de transición: los umbrales. Lugares donde la realidad se adelgaza y los mundos se rozan. Es allí donde aparecen.
Duarte parpadeó, intentando seguir la lógica de lo que acababa de escuchar. Pero antes de que pudiera hablar, Denise intervino.
—Entonces… ¿el objeto es de ellos?
—Sí. Fue enviado porque detectaron mi presencia en la Tierra. Pero el caso de Violeta lo complicó todo. Me dejó expuesto.
—¿Qué pasó con Violeta? —preguntó Denise, cada vez más intrigada.
—Todo está conectado —respondió David—. Violeta. El objeto. Mi llegada. Su contacto conmigo activó algo en ella. Y ese eco… fue suficiente para alertarlos.
—A ver si entiendo —interrumpió Duarte, alzando la voz—. ¿Eres un extraterrestre que se coló en la Tierra sin permiso… y por eso te persiguen?
David lo miró directamente. Tomó aire y, sin perder su tono frío y distante, respondió:
—Vine huyendo de mis padres.
—¡Vaya por Dios! —exclamó Duarte, casi con sorna—. Esto no para de complicarse. ¿En qué clase de lío estamos metidos, especialmente yo, por encubrir a un adolescente escapado de casa?
—Yo tengo una pregunta mejor —dijo Denise, cruzando los brazos—. ¿Cuánto tiempo tenemos que estar aquí?
—No mucho. Si no me localizan pronto, seguirán su camino. Pero están buscando algo.
—¿Qué cosa? —preguntó Duarte con tono desconfiado.
—Su radar. El objeto que lanzamos al río. Lo usarán para escanear el planeta entero. Tendremos unas horas… tal vez menos.
Un silencio incómodo se instaló en el grupo. Hasta que Denise rompió la tensión:
—¿Y qué pasa con Violeta? ¿Por qué no dicen nada claro?
David, con su tono frío y misterioso, respondió:
—Algo se activó en ella tras el contacto. No sabemos exactamente qué, pero está cambiando.
—¿Cambiando cómo? —preguntó Denise.
David la miró con gravedad.
—Su conciencia se está abriendo. Y eso puede ser… irreversible.
—¿Y cómo la neutralizamos? —preguntó Diana, sin rodeos.
David tardó en responder. Cuando lo hizo, su voz era apenas un susurro:
—No lo sé aún. Pero si no lo logramos antes de que ellos lleguen… no habrá dónde esconderse.
No había terminado de hablar cuando sus pupilas se contrajeron al extremo y, con su dedo índice, tocó su pecho. De pronto se escuchó un sonido eléctrico que, para los terrestres, podría ser un choque de metales, pero para los kaelyonianos era una alarma.
—Están muy cerca —dijo David en tono grave—. No tenemos tiempo. Si me ubican a mí, los llevarán a ustedes también.
Todos entraron en pánico.
—Yo sabía que nada bueno podía salir de esto —dijo Duarte, atormentado por la duda de huir y buscar ayuda o enfrentar a los Vigilantes.
Diana tomó el mando. Dejó la calma para convertirse en una ejecutora de estrategias. Mirando a David, le pidió que pensara con detenimiento qué se podía hacer. David pensó por unos momentos y dijo:
—Puedo intentar construir un dispositivo que apague temporalmente las ondas mentales alteradas de Violeta. El problema es que eso también puede borrar parte de su memoria o de su identidad —explicó David.
—Pues a mí me suena a una solución. ¿Y qué necesitas para construir ese aparato? —inquirió Duarte.
—Creo que todo lo que necesito está aquí, a nuestro alrededor —contestó David.
Sin perder un segundo de tiempo, y con la determinación de una generala, Diana distribuyó a todos para que buscaran lo necesario en el perímetro donde se encontraban. Entre todos lograron conseguir baterías viejas, cables de cobre, motores de ventiladores viejos, bobinas y elementos metálicos como bandejas. Duarte improvisó en el sitio una mesa de trabajo con todos los materiales que encontraron para que David comenzara a construir el dispositivo. Todos miraban con atención cómo David, rompiendo los estándares de tiempo extraterrestre, construía un dispositivo tal como lo había mencionado. Se mostraba ante todos como ese ser misterioso y frío, que solo mostraba lo que se veía en la superficie.
—Parece que vamos a lograrlo —dijo Duarte, emocionado.
—Aún falta lo más difícil —dijo David con su característica frialdad.
—Ay no. ¿Qué es? —dijo Denise, molesta.
—Para que esto funcione, Violeta tiene que estar aquí. Y eso debe ser ahora mismo —respondió David.
Todos estaban entrando en pánico, pero Diana retomó el control del grupo y le dijo directamente a Duarte:
—Llévame a buscarla —dijo decidida, con los ojos fijos en Duarte—. Yo la traigo.
Relato 16: Un problema menos
Diana y Duarte dejaron el refugio y salieron en busca de Violeta. En el camino, la decisión de Diana se convertía a ratos en inseguridad. ¿Cómo podría convencer a Violeta de ir al refugio? No era el primer gran reto que enfrentaba, pero no se veía nada fácil de superar. Estaba decidida a lograrlo, y eso era lo importante; siempre su determinación la había llevado muy lejos. Duarte, por su parte, apenas hablaba porque también estaba sumido en sus pensamientos llenos de interrogantes: ¿Cómo fue que terminé envuelto en esto?, se preguntaba.
Habían llegado a casa de Violeta. Diana tocó el timbre y la mamá de Violeta abrió la puerta. Estaba visiblemente angustiada.
—Diana, no sé qué le pasa a Violeta. No sé qué hacer —y rompió en llanto.
Diana le dio un abrazo y, sin mediar palabra, corrió al cuarto de Violeta. Duarte esperaba en el carro. Cuando llegó a su encuentro, encontró a Violeta sobre la cama, mirando al vacío. Algo en Violeta había comenzado a “despertar”. Tenía visiones extrañas, percepción de pensamientos ajenos, sensibilidad aumentada, incluso dolor físico. Estaba confundida, asustada… y no confiaba en nadie.
—Violeta…
—¿Qué haces tú aquí? —le contestó furiosa.
—Sé lo que te pasa. Estás experimentando sensaciones extrañas. Yo te puedo ayudar —le dijo Diana con voz calmada.
—¡Tú eres la última persona en este mundo de quien yo podría aceptar una ayuda!
—Necesito que vengas conmigo. Sé cómo ayudarte —insistió Diana.
Violeta comenzó a dudar, y en ese momento le vino otra visión que la cegaba con una punzada en el estómago que la hizo retorcerse. Gritaba, y angustiada le dijo:
—¿Qué puedes hacer tú?
—Hay algo en ti que despertó… y si no lo controlamos, no solo te hará daño a ti. Vendrán por ti, Violeta. Ya están en camino.
Violeta decide colaborar. Asintió con la cabeza y se alistó para irse con Diana sin saber exactamente a dónde. Temerosa, se sube al carro dispuesta a todo.
Diana, Duarte y Violeta van de regreso. En el camino, Violeta tuvo otra visión, pero en esta habló claramente de los vigilantes del umbral, asegurando que ya estaban muy cerca de la Tierra. En un intento por desconectarla del trance, Diana la sacudió como para despertarla, pensando que de esta manera no podría conectarse con los vigilantes.
—¡Apresúrate, Duarte! Están cerca.
Una vez en el refugio, Diana apresuró a todos para bajar al subterráneo. No había tiempo que perder. Allí estaban David y Denise. Habían acondicionado todo para activar el dispositivo y cerrar el portal abierto en el interior de Violeta.
Sobre la mesa que habían preparado estaba el dispositivo. Tenía un aspecto improvisado y casero, del tamaño de una mochila, se podía agarrar con las dos manos. Tenía una estructura asimétrica rectangular y extensiones que parecían tentáculos de cobre o cables doblados. En el centro del dispositivo había una piedra que no era de la Tierra. Esta era la única pieza que David tenía consigo como parte de su “tecnología interior”. Era brillante. Emitía una luz suave púrpura cuando estaba inactivo, y se intensificaba cuando se encendía. Era la clave que convertía el dispositivo de chatarra en algo funcionalmente galáctico.
Violeta observaba todo con cautela. Tenía miles de preguntas, pero todo el mundo estaba tenso y apresuraba todo. David le pidió que se acostara sobre la mesa, cerca del dispositivo.
—Debemos cerrar el portal ya —afirmó David, agotado.
—¿Qué portal? ¿Qué tiene que ver conmigo? —preguntó Violeta, temerosa.
David, por primera vez, dejó de lado su frialdad y la miró con compasión. Le explicó con franqueza:
—Lo que se activó en ti es un eco. Una puerta. Un vestigio antiguo. No es tu culpa. Pero si no cerramos esa puerta… no habrá lugar seguro para nadie.
—¿Qué me va a pasar? —preguntó Violeta con voz quebrada.
—Parte de ti olvidará —le respondió David.
—¿Por qué me pasa esto a mí?
Mientras ponía todo a disposición para encender el dispositivo, David explicaba que desde hace millones de años ha existido unión entre los seres de diferentes planetas. La Tierra no es la excepción.
—Seguramente alguno de ustedes tiene algún extraterrestre en su árbol genealógico y no lo saben. Pero ya no hay tiempo para explicaciones.
Acto seguido, activó el dispositivo. Este comenzó a generar una luz púrpura brillante y un sonido como un zumbido. Sus tentáculos comenzaron a girar y Violeta, que yacía sobre la mesa, se retorcía como si la estuvieran exorcizando. Sus pupilas se expandían de una forma nada normal, mientras David mantenía la calma manejando el artefacto. Todos observaban atónitos.
De repente, el aparato se apagó y se produjo un destello que encegueció a todos. Por unos segundos, hubo un silencio sepulcral. No sabían si había funcionado. Violeta estaba inconsciente. Había que esperar que volviera en sí, pero David ya no sentía el ruido de las alarmas. Seguramente el portal se había cerrado. Pero solo podrían comprobarlo cuando Violeta despertara.
—¿Y ahora qué? —preguntó Denise, impaciente.
En ese momento, Violeta comenzó a recobrar el conocimiento. Los miró a todos y habló con Diana directamente.
—¿Por qué estamos aquí? —le preguntó discretamente. Y, señalando a David, le dijo:
—¿Quién es él?
David se desplomó agotado, pero trataba de no “dormirse”. El plan funcionó. La puerta se cerró. Todos se abrazaron, contentos.
Tenían un problema menos, pero no todo estaba resuelto.
. Solo destruyen lo que no entienden.
Relato 17: Ya son tres
Diana sabía que David debía descansar, entrar en esa desconexión total por un buen rato. Ya había sobrepasado el límite de las 48 horas. Pero aún no era seguro que saliera del refugio. Había que esperar que los Vigilantes del Umbral hicieran su recorrido por la Tierra, y era necesario mantener a David alejado de sus señales de rastreo.
Diana propuso llevar a Violeta a su casa y dejar que David descansara en el refugio. Una estrategia que le permitiría preparar con Denise y Duarte los siguientes pasos, sin perturbar a David.
Sin aviso previo, David cayó en trance, pero todos ya estaban saliendo del refugio, así que nadie pudo verlo, solo Diana. Después de llevar a Violeta, y sabiendo que David dormiría más de 20 minutos, Diana les propuso a todos ir al McDonald’s para almorzar. Al llegar, se ubicaron en una mesa en un rincón, un tanto alejada, y comenzaron a hablar en voz baja.
Ya son tres personas las que saben sobre la existencia de David y su origen. Eso no se puede seguir propagando. Diana lo tenía claro. Los Vigilantes del Umbral ya no eran una amenaza. Ahora la amenaza estaba entre ellos. Duarte, siempre tan recto y apegado a la ley, defendía la tesis de llevarlo ante las autoridades para que se encargaran de él. Se trataba de un adolescente que había escapado de sus padres, y eso, en cualquier parte o planeta, no era bueno. Denise, por su parte, sostenía que había que seguir escondiéndolo y ayudándolo, pues no sabían las razones por las cuales había huido de casa. Era necesario darle una oportunidad para explicarse. Diana sabía que el único camino era seguir ocultando la verdad acerca de David, pero no iba a ser fácil lograr la cooperación de Duarte en este sentido. Era un adulto, y además, un adulto responsable, nada dispuesto a colaborar en este tipo de situaciones con adolescentes. Diana sabía que su misión era calmar a Duarte y ganar tiempo.
Eran dos contra uno, y entre Denise y Diana lograron convencer a Duarte, a duras penas, de mantener el secreto. Todo a cambio de hablar con David y conocer a fondo las razones de su huida.
—Cuando tu papá se entere, me va a enterrar vivo —comentó Duarte con bastante preocupación.
—No te preocupes, tío, no se enterará —se apresuró Denise a aclarar.
—¿Otra vez con lo de “tío”? —comentó Duarte con molestia.
Para Diana era un pequeño triunfo porque sabía que, con Duarte involucrado, nada sería fácil. Si bien en un momento determinado fue de gran ayuda, ahora podría ser un gran obstáculo. Además, Diana comentó que organizaciones gubernamentales, científicas y militares rastreaban a seres como David para hacer experimentos crueles.
—¿Y tú cómo sabes eso? —preguntó Duarte, inquisitivo.
—Sí es cierto eso, lo he visto mucho en las películas —comentó Denise.
—Claro, ¿dónde más? —respondió Duarte con ironía.
Lo cierto es que las hermanas habían logrado comprometer el silencio de Duarte sin saber por cuánto tiempo. Luego de terminar su almuerzo, decidieron volver al refugio a buscar a David. Según los cálculos de Diana, ya debería estar despierto y necesitando ayuda.
Al llegar, efectivamente, David estaba despierto, recogiendo todo para no dejar rastros. Denise y Duarte se apresuraron a ayudarlo. Denise encontró la piedra que David había puesto en el artefacto con el que se cerró el portal. Sigilosamente, la guardó en su bolsillo sin decirle nada a nadie. Entonces, Duarte se sentó sobre una piedra y le pidió a David que se sentara en otra, justo enfrente, y le hizo la pregunta:
—David, yo necesito saber por qué huiste de tus padres. ¿Qué te trajo hasta aquí? —cuestionó Duarte.
David no lo miró. Se presentó ante él como el ser enigmático y misterioso que habían conocido y que solo Diana podía entender. Sin mostrar el más mínimo rasgo en su rostro, respondió:
—Mis padres fueron víctimas de un experimento terrible, un pacto interplanetario. Fueron obligados a hacer cosas terribles, y yo era la siguiente pieza.
—¿Quiénes hicieron eso? ¿Por qué?
Pero en ese momento intervino Diana. Sabía que no era el momento para conocer toda la verdad. Era demasiado tarde y debían volver a casa. Su mamá las había estado llamando y ellas no habían querido responder.
—Duarte, tenemos que volver a casa. Mamá está preocupada.
—Sí, cierto —dijo Duarte—. No quiero que me entierren vivo por llevarle tarde a sus niñitas.
David se comunicó con Diana y le hizo saber que él se quedaría en el refugio un rato más y luego volvería a la nave. Diana no dejaba de sobresaltarse cuando escuchaba las voces en su cabeza, pero ya se iba acostumbrando.
Todos partieron, y David se quedó en el refugio un rato más. Buscaba su piedra infructuosamente, sin encontrarla: la piedra que se había llevado Denise sin decir nada.
En el camino, Diana y Denise comentaban lo importante que era mantener el secreto de David y no darlo a conocer, por lo menos, no ahora. Duarte, a regañadientes, accedía, pero tenía serias reservas. Al llegar a casa, Daniel y Dora esperaban a sus hijas en la puerta. Daniel estaba tranquilo, confiaba ciegamente en Duarte. Dora también: para ella los Claver eran como sus hermanos, pero ambos temían que algo le hubiera pasado a los tres.
Mocca saltó encima de Denise cuando la vio llegar, pero al caer en sus brazos, algo la hizo erizarse y huir.
—¿Qué te pasa, Mocca? ¡Me rasguñaste el brazo! —protestó Denise.
Pero nadie le hizo mucho caso, excepto Diana, que sabía que Mocca era una gata tranquila y dulce, y no podía entender ese comportamiento. Corrió a su cuarto para buscar en internet la relación entre algún tipo de energía externa y el comportamiento de los felinos, pero no había encontrado nada.
Ya en la tranquilidad de la noche, cuando todos estaban en sus habitaciones, listos para dormir, la piedra en el bolsillo del pantalón de Denise comenzó a emitir una fuerte luz púrpura y un sonido chillón. Denise la observó e iba a tomarla, pero perdió el conocimiento. Diana, en su cuarto, aún buscaba en internet, y sintió el ruido del golpe en el piso. Salió corriendo al cuarto de Denise. La encontró en el suelo, e iba a comenzar a gritar para pedir ayuda, pero en la ventana del cuarto estaba David. Él la detuvo de gritar. Por primera vez, Diana sintió un terrible miedo que le atravesó el corazón. Le costaba respirar.
Al parecer, David no era tan inocente como ella pensaba.
Relato 18: Están entre nosotros
David levantó la mano, pidiéndole silencio. Diana sintió un estremecimiento, un miedo que no había experimentado nunca antes. Su corazón palpitaba con fuerza, y por un instante pensó que no podría respirar.
David entró con rapidez, se arrodilló junto al cuerpo de Denise y colocó una mano en su pecho. Cerró los ojos, como si buscara algo dentro de ella. Diana no entendía lo que veía, pero no podía moverse. Finalmente, David se incorporó, fue hasta la silla que estaba enfrente de la cama de Denise, donde estaba su pantalón. Metió la mano en el bolsillo y encontró la piedra púrpura. Apenas hizo contacto con ella, esta dejó de emitir luz y el sonido desapareció.
—¿Qué es eso? —preguntó Diana, con voz temblorosa—. ¿Y qué le ha pasado a Denise?
—Es una piedra de conexión. Es… vital para mí. Pero no advertí que podía ser perjudicial para los humanos —respondió David con tristeza—. Denise está bien. Solo fue una interferencia energética. Pronto despertará.
Y así fue. Pocos minutos después, Denise abrió los ojos lentamente, confundida pero sin secuelas visibles. Diana la ayudó a subir a la cama y la arropó. David se quedó de pie, en silencio, con la piedra entre los dedos. Diana lo invitó a salir del cuarto mientras Denise dormía. Ella quería hablar con él, era importante despejar dudas.
Salieron del cuarto y se dirigieron al jardín. La noche era espesa, sin estrellas. Una brisa suave movía las ramas del árbol de mango, que estaba sembrado en la mitad del jardín. Era una mata vieja pero muy frondosa y estaba cargada de mangos casi maduros. Los Claver aprovechaban la época de mango para disfrutar de esa fruta que era una delicia, y hasta iban a ensayar un sabor especial para la mermelada. Diana y David se sentaron en un banco del jardín.
—No sé en quién confiar, David —dijo Diana al fin—. Quiero creer en ti, de verdad, pero… lo de Denise, lo de Violeta. Todo es tan confuso. ¿Quién eres realmente?
David bajó la mirada. Por un instante, pareció menos misterioso, más humano.
—No puedo darte todas las respuestas. Pero sí puedo decirte que no estás equivocada al dudar. Hay cosas que ni yo entiendo completamente.
Diana no apartaba la vista de sus ojos. Quería creerle, pero algo en su interior gritaba que tuviera cuidado.
—¿Por qué no me lo dijiste antes? Lo de los otros seres…
David asintió con lentitud.
—Porque no todos están preparados. Pero tú lo estás. Lo he visto en tu mente. No solo los kaelyonianos viven entre los humanos. Hay seres de muchos mundos, camuflados como personas. Algunos son buenos, están aquí para ayudar y hacer el bien. Pero otros… quieren conquistar. Gobiernan en la sombra, manipulan, se infiltran. Mis padres fueron víctimas de ellos. Fueron usados como herramientas, como peones. Yo era el siguiente. Por eso escapé.
Diana sintió un escalofrío. Miró el cielo sin estrellas.
—¿Y nosotros? ¿Qué somos para ellos?
—Un recurso. Un campo de prueba. Algunos de nosotros intentamos impedirlo, pero no es fácil. Yo no soy un salvador, Diana. Solo estoy huyendo.
Se quedaron en silencio unos segundos. En ese momento, el bosque también parecía paralizado, sin brisa, sin ruido, sin tiempo.
—Tú sabes lo que pasó con Violeta —dijo ella al fin—. Lo viste en mi mente, ¿no?
David asintió.
—Vi tus dudas, tus miedos. No te juzgo. Yo también tengo miedo de mí mismo.
Entonces la miró con una ternura que ella no había visto antes. Extendió la mano. Diana dudó, pero se la dio. Y en ese instante, sintió algo diferente. Un calor suave, una vibración leve. Cerró los ojos.
En su mente, David le mostró fragmentos del universo: planetas que flotaban en silencio, civilizaciones antiguas, luces que no eran estrellas, seres que, lejos de ser los seres verdes y amorfos que siempre nos han hecho creer que son los extraterrestres, eran seres como nosotros. Y ¿cómo no?, si Dios, amo y señor de todo el universo, nos ha hecho a su imagen y semejanza.
Y ella, pequeña, humana, completamente terrícola… supo que era única, que no había en ella ningún rastro de otra vida, ningún pasado intergaláctico. David también lo supo.
—Eres completamente pura, Diana. Por eso confío en ti.
Cuando abrió los ojos, lo tenía frente a frente. Se miraron en silencio. Entonces, con naturalidad, sin apuro, él se inclinó y la besó. No fue un beso de pasión, fue un beso de revelación. Como si todo, por fin, comenzara a tener sentido. David no sabía besar, había aprendido sobre los besos luego de largas noches de estudios de los terrícolas. Y en ese beso quiso aprender más. David sintió que había encontrado a la persona correcta.
A pesar de sus miedos, Diana se había enamorado de aquel chico de otra galaxia. Y lo repetía en su cabeza y no lo creía. Con sus miedos, sus conocimientos a medias, el no saber en realidad qué pasará, ella se había enamorado.
David también sentía amor. Y es que el amor es universal y lo viven todos los seres pensantes del universo. Es el lenguaje común, la forma en la que podemos comunicarnos. Su misterio y frialdad habían sucumbido al lenguaje del amor. Y tras esta revelación, la brisa parecía una suave y tierna melodía al mover las hojas de los árboles. El tiempo había recobrado su andar y las dudas despertaron a los dos enamorados de su sueño.
Diana tenía ahora más dudas que certezas. Sí, estaba enamorada de David, pero ¿cómo podía florecer un amor entre dos mundos tan distintos? ¿Esta situación podría ser eterna? Y se llenó de angustias.
David también tenía dudas porque había información importante que aún no le había revelado a Diana. Estaba convencido de que no era el momento.
Ambos jóvenes se despidieron y decidieron continuar conversando al día siguiente, cuando se vieran en el colegio. Todavía esperaban ver la reacción de Violeta y el desarrollo de todos los acontecimientos.
David se perdió en la oscuridad del bosque mientras Diana regresaba a casa. En el camino, se encontró con Mocca.
—¡Hola, chiquita! ¿Ya estás mejor?
Mocca se acercó a Diana maullando y, cuando Diana la levantó en brazos, Mocca le gurño amenazante. Diana la soltó de repente y Mocca cayó al piso y salió corriendo hacia el bosque.
Diana se quedó con más preguntas que respuestas.
Relato 19: Ella es la llave
Esa noche, Diana no pudo dormir. Cerraba los ojos y lo veía a él, tan cerca, tan real, tan imposible. El beso venía a su mente una y otra vez, y revivía el momento a cada segundo: la dulzura, la emoción, todo lo que sintió junto a David.
Y luego recordaba la mirada de Mocca, ese maullido gutural, extraño, como si reconociera algo oscuro en ella… ¿Podía un gato percibir lo que ella no?
No era imposible. Siempre había escuchado a su abuelita comentar que los animales tenían ese sexto sentido que les faltaba a los humanos.
Mocca había llegado a la casa desde que era una bebé de menos de dos meses, y había sentido que era especial. Denise fue quien la trajo. Un día, cuando caminaba cerca de la casa, encontró a una señora con una caja, buscando un lugar donde dejarla, y entonces se acercó y escuchó unos maullidos leves. La señora iba a dejar la caja en la basura con una gatita casi recién nacida. Denise la trajo a casa y, desde entonces, Mocca había pasado a formar parte de la familia.
Era un animal muy listo. A veces parecía adivinar sus pensamientos, como si tuviese un lenguaje secreto con ella. Pero nunca antes la había visto comportarse así, como una fiera frente a una amenaza. La imagen de su mascota huyendo al bosque no se le salía de la cabeza.
Al día siguiente, Diana apuró a Denise para llegar temprano al colegio. Durante el camino no conversó mucho con su hermana; estaba ensimismada en sus pensamientos. El aire parecía más denso, o tal vez era su ansiedad, que la envolvía como una nube.
Buscó a David con la mirada, pero no lo encontró. No estaba en los pasillos, ni en el aula. Tampoco estaba Violeta.
Era como si el día estuviera en pausa, esperando algo.
Entonces lo vio. Estaba junto al salón de clases, apoyado en la pared, mirando el cielo como si buscara respuestas en las nubes. Esperaba su siguiente clase, Ciencias de la Tierra.
—Hola —dijo ella, acercándose con cuidado.
David sonrió, pero su sonrisa no tenía la misma luz del día anterior.
—No dormiste —dijo él, sin mirarla.
—No. ¿Y tú?
—Tampoco. Apenas diez minutos.
Hubo un silencio denso, de esos que no se llenan con palabras fáciles.
—David… Mocca. Anoche… ella me gruñó. A mí. Y luego huyó.
Él la miró entonces. Sus ojos, tan profundos, mostraban una sombra nueva.
—Hay algo que necesitas saber —dijo al fin—. Algo que aún no estás lista para aceptar, pero que no puedo seguir ocultando.
El corazón de Diana empezó a latir con fuerza. Sintió que toda la sangre de su cuerpo se concentraba en sus mejillas. No estaba segura de querer oír lo que David le iba a contar.
—Dime, por favor.
—La piedra púrpura… esa que se llevó Denise escondida, no solo me conecta con mi mundo. También es un catalizador. Puede activar memorias, habilidades… o abrir puertas. La noche que Denise colapsó, la piedra no solo reaccionó a su energía, sino a algo más. Algo que ya estaba ahí.
—¿En Denise?
—No. En ti —le dijo con voz grave.
Diana retrocedió un paso. Sintió un vértigo en el estómago, como si estuviera al borde de un abismo.
—No entiendo. ¿En mí? Pero… tú dijiste que yo era completamente humana… que era pura, que no tenía antecedentes interestelares.
—Y es así. Pero eso no significa que estés desconectada de lo que hay allá afuera. Algunas personas tienen una sensibilidad especial. Como antenas espirituales. Tú eres una de ellas. Puedes sentir. Puedes ver más allá. Eso hace que sea más fácil conectarme contigo telepáticamente.
Diana se quedó en silencio. Entonces hizo memoria. Recordó sueños premonitorios que ha tenido en varias ocasiones, su intuición constante, esa capacidad para leer emociones en los demás. Siempre pensó que era solo empatía. Ahora todo cobraba otro sentido.
Recordó que, en una ocasión, soñó que iba al cine con Violeta y Don y que le robaban la cartera. Fue tan real que se despertó y lo primero que hizo fue buscar su cartera para asegurarse de que había sido un sueño. Pero en la tarde fue al cine, y todo ocurrió tal cual lo soñó. Por eso pudo descubrir el momento en el que le robaron la cartera, y los vigilantes del cine pudieron atrapar al ladrón.
Tras una pausa de varios segundos, preguntó:
—¿Qué tiene que ver Mocca con todo esto?
David bajó la voz.
—No estoy seguro aún… pero no es un gato común. No está aquí por casualidad. Alguien lo envió. Para protegerte. O para vigilarte.
Diana sintió un escalofrío.
—¿Protegerme de qué?
Antes de que David pudiera responder, una explosión sorda los sacudió. Venía del ala oeste del colegio. Gritos comenzaron a llenar los pasillos. Diana y David corrieron.
El humo salía del salón de computación. La gente se agolpaba en la puerta, pero no era posible ver hacia el interior.
—¡Aléjense! —gritó David, tomando el control de la situación.
Cuando entraron, vieron a Violeta. Estaba en el centro del salón, rodeada de computadoras fritas, pantallas quebradas, con sus manos agarraba cientos de cables y sus ojos estaban completamente negros. Como si todo rastro de humanidad se hubiera esfumado. Buscaba algo con la mirada hasta que lo encontró
Diana se quedó helada.
—Violeta…
Pero no era Violeta. La voz que salió de su boca era metálica, como si muchas voces hablaran a la vez:
—Ella ya no está. Lo que se activó no puede desactivarse.
David retrocedió, protegiendo a Diana con su cuerpo.
—Tenemos que salir de aquí. Ya —susurró.
Pero Diana no se movía. No entendía lo que le estaba pasando. Algo dentro de ella se encendía. Un calor en el pecho. Una vibración parecida a la de la piedra. Algo que no sabía que tenía, pero que ahora sentía que estaba despierto. No sabía cómo controlarlo y se aferró a David llena de temores. La mirada de Violeta —o de lo que fuera esa entidad— se posó en ella.
—Tú eres la llave
Diana sentía que la sangre le subía a las mejillas. ¿Yo soy la llave? ¿La llave de qué? Y mientras Diana se quedó atónita, sin saber qué hacer ni qué decir. Entonces, David la tomó del brazo, la apretó contra su cuerpo y, una vez en el patio, se elevó con una rapidez imposible para el ojo humano.
Nadie notó la huida, solo la entidad que se había apoderado de Violeta, que salió corriendo por la puerta del salón hasta el patio. Mirando al cielo gritó
- ¡Te encontraré!
Nadie entendía nada. Pero Denise sí sabía qué hacer.
Tercera parte
Relato 20:
El guardián de la llave
El viento soplaba con fuerza en la cima de la colina. La vista era de ensueño. Una vegetación verde rodeaba el lugar, y una alfombra de flores de colores adornaba el paisaje hasta donde alcanzaba la vista. Sentados en la cima estaban Diana y David, mirando el horizonte teñido de naranja y violeta. El mundo parecía haber vuelto a la calma… al menos por ahora.
Diana estaba llena de interrogantes: Violeta, ella misma como la llave de algo, David. Se preguntaba a sí misma: ¿Qué iba a pasar ahora? ¿Qué era lo que tenía que hacer? ¿Era posible salvar a Violeta? Entonces rompió el silencio, intempestivamente:
- Entonces, ¿el aparato no funcionó?
—¡No! —dijo David con su frialdad característica—. La entidad que posee a Violeta te busca y quiere destruirte. Tenemos que notificar a los Vigilantes, pero yo no me puedo exponer. Mi misión ahora es protegerte.
—¿Tú sabías desde el principio que yo era la llave?
—No. En realidad, pensé que era Violeta. Todo cambió después del contacto con la piedra.
Diana se quedó en silencio, sin saber qué preguntar. Los pensamientos la atormentaban. Sabía que había dejado tras de sí una estela de caos en el colegio y miles de dudas en Denise y Duarte. Y ahora… ¿cómo les explicaría algo que ni siquiera ella entiende?
—¿Yo soy la llave de qué? —preguntó inquieta.
—Como te he explicado —comenzó David—, desde hace tiempo hay seres de otros planetas habitando la Tierra. Están camuflados como terrícolas.
—¡Nunca me lo hubiera imaginado! —dijo Diana, sorprendida.
—Todo empezó hace unos siglos atrás —continuó David.
A Diana esto le sonó como una clase magistral. Así que se puso cómoda y escuchó a David con total atención. El chico de otra constelación comenzó relatando la historia de unos habitantes del planeta Zathea, en la galaxia Krypton, que decidieron invadir la Tierra para apoderarse de ella. Estos rebeldes lograron colarse entre los humanos, aprendiendo a la perfección sus idiomas y costumbres. Su plan era infiltrarse sin levantar sospechas y reproducirse con los terrícolas para ganar terreno.
Y así lo hicieron. Fue un plan de siglos. Cuando se sintieron listos para dar el siguiente paso, expusieron sus habilidades sensoriales. En ese momento, fueron detectados por los Vigilantes del Umbral.
Cuando descubrieron el plan de los rebeldes de Zathea, ya era tarde. Se habían mimetizado demasiado con los humanos, y el paso final para controlar la Tierra estaba en marcha. Algunos países ya habían caído en manos de estos invasores, que sometían a la población y la esclavizaban. Privarles de su libertad era el objetivo final para aprovecharse de sus riquezas y tomar el poder.
—¿Eso quiere decir que estamos a merced de esos malvados?
—Sí… y no —respondió David, y continuó:
Cuando los Vigilantes descubrieron el plan, formaron un equipo interestelar con las mentes más brillantes del universo. Comenzaron a llegar a la Tierra sigilosamente para contrarrestar a los Zatheanos. Aplicaron una estrategia silenciosa que, poco a poco, comenzó a dar resultados. Algunos pueblos ya habían sido liberados, y cuando eso ocurría, los Vigilantes se llevaban a las entidades capturadas y las desaparecían en el espacio.
—¿Eso quiere decir que los buenos también están entre nosotros, ayudándonos?
—Correcto —asintió David.
—¿Y por qué el objetivo es la Tierra? —preguntó Diana, curiosa.
—La Tierra es el planeta más apetecible de todo el universo. No solo por su atmósfera, su fauna y su flora, sino también por los humanos, que son especiales en todo sentido. Además, la Tierra tiene una posición privilegiada en el sistema solar, que a su vez está en una posición única dentro del universo. Es el planeta más deseado por todos.
David dijo que los aliados —como él llamaba a los buenos— habían descubierto una manera de sembrar en los terrícolas puros una forma de “llave”, que se activaría para impedir una invasión total. Diana era una de esas llaves: un mecanismo sembrado para activar un campo magnético capaz de detener el ingreso de los rebeldes.
—Ya va —interrumpió Diana—. ¿Hay otros como yo?
—Así es —respondió David—, pero no son muchos. No han tenido tiempo de implantarlas todas.
—¿Y qué es lo que tengo que hacer
—Nada. Las llaves se activarán desde la galaxia. Lo harán los Vigilantes para crear el campo magnético.
—¿Sentiré algo?
—Seguramente no. Pero yo estaré contigo.
—Entonces debo estar preparada —precisó Diana.
David no le respondió. Mantuvo la mirada fija en el horizonte, como si percibiera alguna señal. Diana decidió hacer la última pregunta… por ahora.
—¿Cómo podemos ayudar a Violeta? ¿Podremos salvarla?
—Nosotros no. Ahora depende de los Vigilantes. Ni tú ni yo podemos exponernos.
Diana quedó pensativa y llena de miedos. No quería exponer a su hermana. Podría ser peligroso. No se perdonaría jamás que algo le pasara. Pero había que salvar a Violeta. O al menos intentarlo.
Mientras tanto, en el colegio, la escena de caos persistía. La entidad había logrado mimetizarse de nuevo en el cuerpo de Violeta, devolviendo todo a una aparente normalidad. Don asistía a la joven, mientras todos ayudaban a recoger los restos de computadoras carbonizadas, cables y otras chatarras. Atribuyeron lo ocurrido a una explosión por sobrecarga eléctrica. Estaban felices de que nada le hubiera pasado a Violeta, que, al final, parecía ser la víctima.
Denise estaba preocupada por su hermana, pero sabía que tendría que esperarla en casa para obtener respuestas. Le tranquilizaba saber que estaba con David, aunque la situación la mantenía inquieta. Después de colaborar en calmar a los alumnos y ayudar en la limpieza de la escuela, se despidió. Nadie sospechaba de Violeta, que ahora se comportaba como una chica común y corriente.
En casa, Duarte esperaba a las chicas. Estaba inquieto por todo lo ocurrido con David. Había tomado una decisión: plantearles que lo mejor sería entregar al muchacho a las autoridades. Estaba distraído y callado, mientras los Claver discutían estrategias para lanzar al mercado su nuevo sabor de mermelada: Mango Explosivo, elaborado con los mejores mangos del mundo: los del árbol sembrado en la casa de los Claver.
Dora estaba sentada en el banco del jardín y, de repente, vio que Mocca se acercaba herida. Caminó unos pasos y se desplomó frente a ella. Dora la tomó entre sus brazos y la envolvió con una manta para llevarla al veterinario inmediatamente.
De repente, Mocca, inconsciente, comenzó a emitir una luz púrpura . . .
Relato 21: El diario de la abuela Daría
David y Diana decidieron regresar a la casa. Tenían que hablar con Denise para tratar de salvar a Violeta. Diana tenía muchas dudas y temores de involucrar a su hermana en esto, pero David sabía que Denise era la única que podría ayudar a Violeta y entregar la entidad que la poseía a los Vigilantes.
Cuando llegaron, Dora gritaba desesperada, y Mocca yacía en el suelo. David se acercó a ella y vio que estaba herida. Tomó la piedra de su bolsillo y, sin que Dora lo percibiera, la pasó sobre Mocca cerrando sus heridas. Mocca reaccionó con ternura al ver a David.
—Tiene una luz morada que sale de su cuerpo y está herida. Hay que llevarla a un veterinario —decía Dora, espantada.
Diana tomó a Mocca en sus brazos y se la mostró a su mamá. Con ternura la acarició y dijo:
—Mira, mamá. Está perfecta. No tiene nada. Solo quiere que la consientan —dijo Diana con picardía.
Pero Dora no se calmaba. Ella sabía que había visto sangre en Mocca y la revisaba por todas partes, una y otra vez. La volteaba de arriba a abajo, mientras la pobre Mocca maullaba desconcertada.
En medio del escándalo llegaron los Claver, también con un gran alboroto. Habían logrado colocar en los supermercados 500 cajas de la nueva mermelada de mango y tenían mucho trabajo por hacer. Con gran algarabía bajaban cajas y hablaban felices, como si estuvieran en otro mundo. A ninguno le llamó la atención el escándalo de Dora con respecto a Mocca. Solo a Duarte, que se alejó del grupo de sus hermanos para escuchar la historia completa.
Duarte escuchaba a Dora con cuidado, mientras observaba a Mocca y lanzaba miradas desconcertantes a Diana. En ese momento, Diana tuvo la certeza de que Duarte ya no guardaría por más tiempo el secreto sobre David.
—Tenemos que hacer algo y rápido —susurró Diana a David.
David no se inmutó. Tomó a Diana del brazo para seguir hacia el cuarto de Denise. Pero se la encontraron en el camino. Había escuchado el alboroto y había decidido bajar para saber qué pasaba.
—Des, tenemos que hablar —dijo Diana.
—Yo también tengo que hablar contigo —le respondió.
Y los tres se fueron rápidamente al cuarto de Denise.
—Didi, Duarte está decidido a contarles a nuestros padres todo sobre David.
—Yo sé cómo controlar eso —dijo David con firmeza.
—¿Cómo? —preguntó Diana, inquieta.
—Borraremos su memoria —dijo David sin rodeos.
Diana se quedó helada. Sabía que no estaba bien eso, pero entendía que no habría otro camino. Buscaba razones para convencerse a sí misma de que esa era la única salida.
—Pues hay que hacerlo ya —apresuró Denise—. Tenemos que buscar el momento oportuno.
—Des, antes de eso hay algo que debes hacer. Debes salvar a Violeta.
—¿Yo?…
—David y yo pensamos que hay que llevarla a una colina donde la entidad que la posee pueda recibir las ondas de los Vigilantes.
—¿Quién, yo? No, qué va. Amo mi vida en la Tierra. No veo eso posible.
—Denise, tenemos que salvar a Violeta. Esa entidad que está dentro de ella es maligna y solo los Vigilantes se la pueden llevar. David y yo no podemos hacerlo.
—Sí, lo sé. Vi cómo te amenazó en el colegio.
Diana le explicó el plan. Denise iría a buscar a Violeta con David. Buscarían neutralizarla con la piedra para poder llevarla a la colina. Una vez allí, David emitiría una sonda para alertar a los Vigilantes, quienes vendrían a llevársela. Denise se escondería entre los arbustos para asegurarse de que los Vigilantes vinieran a buscarla. Luego, David buscaría a Denise una vez que pasara el peligro.
Una hora después, ya en la colina, Denise, escondida detrás de un árbol, observaba una nave en el cielo que descendía lentamente al lugar donde Violeta estaba tendida, sin conocimiento. Observó claramente cómo una compuerta se abría en la parte inferior de la nave, que tenía forma de plato grande y aplanado. De la compuerta salió una luz en forma circular que cubrió completamente el cuerpo de Violeta y, como si la absorbiera, hizo un zumbido rápido y desapareció por los cielos.
—Sí, no había duda de que se la habían llevado —pensaba Denise.
Al volver a la casa, sentados en la cama del cuarto de Denise, Diana le contaba todo lo que David le había dicho. Denise escuchaba con atención. En un momento de la conversación se levantó y, de la gaveta de su escritorio, sacó un cuaderno viejo y se lo entregó a Diana. David observaba.
—Mira, Didi —le dijo—. Encontré esto en el desván. Era de la abuela Daría. Una especie de diario.
Busca una página en el cuaderno, la abre y se la enseña a Diana.
—Es una especie de diario y la abuela Daría habla de los Vigilantes del Umbral. Pero también habla de ti. Dice que siempre has tenido una especie de sexto sentido para todo.
Diana recordó lo que le había dicho David: que ella era una persona con una sensibilidad especial que conecta con otros seres.
—Siempre fuiste tú, hermanita —le dijo Denise con ternura.
Ambas se abrazaron fuertemente, sellando un momento especial entre hermanas. Había algo más que Diana tenía que decirle. Entre David y ella había surgido algo especial. Denise lo sabía y le dio todo su apoyo. Para eso estaban las hermanas.
Y luego de algunas lágrimas y abrazos, Denise se acercó a David.
—Bienvenido a la familia, hermanito —le dijo en tono burlón.
David no se inmutó. Solo dijo:
—Debemos borrar la memoria de tu tío.
Relato 22: Todo se olvida
Los hermanos Claver estaban inmersos en un vaivén de emociones entre el exitoso lanzamiento de la mermelada de mango y los pedidos que llegaban a granel. Diego estaba ocupadísimo con toda la parte legal y Duarte no tenía casi tiempo para las finanzas. Mientras tanto, Darío y Domingo experimentaban con una combinación de sabores entre mango y durazno para tener una nueva creación.
Duarte también tenía la mente en otro lado. Estaba pendiente del asunto de David, y le parecía que era el momento de confesarlo todo. Sabía que sus sobrinas no se lo perdonarían, pero como el adulto que es, estaba convencido de que ocultar algo así no era lo correcto. Estaba convencido de que, mientras más tiempo pasara, mayor iba a ser el reclamo de por qué dejó pasar tanto tiempo y tantas cosas. Estaba sumido en sus pensamientos cuando Dora los interrumpió.
— Cariño —le dijo a Daniel—, llamaron del colegio. Las niñas no deben ir mañana. Están reparando el salón de computación porque hubo no sé qué descarga eléctrica y se dañaron unas computadoras.
Duarte se sobresaltó al escuchar eso y de inmediato decidió ir a buscar a Diana y Denise.
— ¡Duarte! —gritó Daniel—. ¿A dónde crees que vas? No estarás pensando en irte a jugar con Diana y Denise otra vez y dejarnos aquí solos. Aquí el único que sabe de finanzas eres tú.
— Tranquilo, hermano. Ya vuelvo.
— Este Duarte… parece que no ha salido de la adolescencia —comentó Daniel a sus otros hermanos.
— Déjalo, Daniel —se apresuró Darío—. Nunca crecerá.
— Sabes que siempre ha preferido pasar más tiempo con Diana y Denise —comentó Diego.
Duarte subió corriendo hacia los cuartos de las chicas y escuchó las voces desde el cuarto de Denise. Con sigilo entró y, vigilando que nadie estuviera cerca, cerró la puerta.
— ¿Qué fue lo que pasó en el colegio? —preguntó, aterrorizado.
— No pasó nada, Duarte —dijo Denise, calmándolo—. Ven, Duarte, siéntate un momento y cálmate.
Duarte se sentó junto a Denise y de repente cayó en un sueño profundo. David lo hizo. Entonces sacó un pequeño dispositivo del bolsillo de su pantalón. Era como un cilindro plateado que tenía una pequeña pantalla a un costado.
— ¿Y si volvemos a necesitar a un adulto? ¿Qué vamos a hacer? —preguntó Denise con preocupación.
Nadie respondió. David activó el dispositivo, que irradió una luz sobre Duarte. Este sonrió dormido como si recordara algo gracioso. Diana estaba entre la duda y la convicción. No estaba segura de que estaban haciendo lo correcto, pero al parecer no había otra salida. Se quedó mirando a David, que todavía era un ser enigmático para ella. Sí, conocía y sabía muchas cosas de él, pero aun así percibía un lado oscuro, misterioso, ajeno.
— Debo irme antes de que Duarte despierte —dijo David—. No debe verme aquí.
Acto seguido, salió por la ventana. Diana y Denise se miraron y en eso Duarte despertó.
— Gracias por explicarnos todo, Duarte. Ese negocio de la mermelada sí es excelente —dijo Denise, saliendo al paso de cualquier interrogante de Duarte.
— Eh… sí, sí —respondió confundido—. Bueno, ya me voy.
Y sin más, Duarte volvió a la reunión con sus hermanos. Diana y Denise se quedaron comentando todo lo que había sucedido ese día, y se les había unido Mocca, que estaba muy cariñosa en el regazo de Diana.
— Bueno, mañana ya no tenemos clases —dijo Denise.
— Sí. El colegio es un verdadero caos. Pero más me preocupa Violeta. ¿Crees que los vigilantes hayan podido salvarla? —preguntó Diana con angustia.
— No lo sé, Didi. No lo sé.
En la sala de la casa se escuchaba el bullicio de los hermanos Claver, que entre cajas, frascos y fórmulas trabajaban en su última estrategia: combinar mango con durazno para elaborar una deliciosa mermelada. Dora aún se recuperaba del incidente con Mocca, y sentía un gran alivio al saber que la gatita estaba bien.
Al cabo de un rato la casa ya estaba en silencio, todos dormían. Era más de la medianoche. De repente Diana se despertó sobresaltada. Y casi le da un infarto al ver a David parado en la ventana de su cuarto. No pudo ni siquiera gritar.
— ¿Qué sucede? ¡Por Dios! ¿Me quieres matar de un infarto?
Y mientras Diana trataba de recobrar el aliento, David, sin inmutarse, respondió:
- Las llaves están activadas.
- ¿Qué significa eso? ¿Qué hay que hacer?- preguntó Diana inquieta
- Los zatheanos vienen en camino- .
Relato 23: Los rebeldes y las llaves
Diana sentía una extraña energía en el ambiente. En el cielo vio luces, como una alarma, pero nadie más las veía, excepto David. Sin embargo, Denise sentía el ambiente raro, y hasta Mocca estaba inquieta. Denise corrió al cuarto de Diana y encontró a Diana alterada y a David en la ventana.
— ¿Qué está pasando? —preguntó Denise alarmada.
— Se activaron las llaves —respondió David, inmutable.
— ¿Y eso qué significa? —preguntó Denise, angustiada.
Por primera vez, David habló de la gravedad de la situación. Zathea fue alguna vez un planeta próspero y equilibrado. Pero en su afán de dominar la energía del universo, sus habitantes se desviaron del equilibrio espiritual. Empezaron a corromperse, a manipular la materia y la vida con fines egoístas. Son seres muy desarrollados tecnológicamente, pero espiritualmente corrompidos. Son hiperinteligentes, telepáticos y totalmente desconectados de cualquier principio de amor o compasión. Solo creen en el control y la expansión de su dominio. Usan portales interplanetarios, manipulan el tiempo y la materia, y pueden intervenir la mente de seres menos desarrollados.
Haciendo uso de sus habilidades, durante años han preparado esta invasión conquistando a rebeldes de todo el universo. El plan era apoderarse del planeta Tierra. No buscan conquistar con armas, sino desestabilizar la red energética del planeta. Las llaves que los aliados han sembrado en la Tierra les impiden acceder al núcleo energético del planeta. Los rebeldes estaban cerca, y era el momento de activarlas, pues al hacerlo, entre todas crean una especie de escudo protector, capaz de detener a los rebeldes hasta que los Vigilantes del Umbral entren en acción.
— Tú fuiste elegida desde tu nacimiento por ser pura. En este momento, los portadores de llaves alrededor de la Tierra se están alineando para formar un campo magnético de defensa planetaria contra los rebeldes de Zathea —indicó David.
Denise, Diana y hasta Mocca lo escuchaban con atención, y en ese momento Diana comenzó a sentir algo extraño. Siente las ondas. Su cuerpo vibra, ve recuerdos que no sabía que tenía, imágenes de otros planetas. De repente, una fuerte brisa la invade solo a ella. Denise y Mocca observan atónitas desde un rincón de la habitación. No se transforma físicamente, pero algo en su energía cambia. Sintió cómo su pecho se iluminaba desde adentro. Era una energía cálida, que no quemaba, pero estremecía. Imágenes de mundos que nunca había visto, de lenguas que no conocía pero entendía, cruzaron por su mente como relámpagos. Un zumbido envolvía sus oídos, y en medio del estruendo, una voz suave y firme susurró su nombre:
— Diana, guardiana de la Tierra.
Diana se vuelve más consciente, más fuerte, más decidida. David le toma la mano. Ella se aferra a él, siente que la brisa se la lleva y que la luz en el cielo la llama. Entonces, las llaves se encienden por todo el planeta. En distintos puntos de la Tierra, otras luces similares estallaban en el cielo nocturno: en Sudáfrica, en Egipto, en la Patagonia. Las llaves respondían al llamado; una red de energía protectora comenzaba a formarse. El cielo cambió de color. Hay una especie de explosión. David y Diana salen disparados hacia atrás, mientras Denise y Mocca observan todo sin entender lo que pasa. No ven el viento, no ven las luces, solo ven la lucha de Diana y David. De pronto, las ondas que venían del espacio se disipan.
— Parece que hemos vencido por ahora —dijo David con un tono de tranquilidad.
— ¿Cómo lo puedes saber? —preguntó Denise.
— Porque no estoy solo en esto. No soy el único que protege a la Tierra. Hay aliados de otros planetas.
Entonces una gran duda abordó a Diana.
— ¡Un momento! Tú viniste huyendo de tus padres, eso es lo que has dicho. ¿Cómo es que ahora te conviertes en mi guardián, si ni siquiera sabías que yo era una llave y ahora me dices que no estás solo aquí?
David, sin inmutarse, le respondió con claridad:
— Ciertamente he venido huyendo de mis padres, y mi llegada aquí fue por error. Pero yo pertenezco a los aliados, y mi llegada coincidió con el llamado de alarma que lanzaron para proteger a la Tierra.
— ¡Qué conveniente! —exclamó Denise en tono de burla. Pero David no se sintió afectado.
Gracias a la acción del plan aliado, los rebeldes habían sido controlados y puestos en manos de los Vigilantes del Umbral. Por ahora, la Tierra estaba a salvo. Sin embargo, Diana sabía que algo había cambiado en ella. Ya no podía ser la misma. La activación de la llave en su interior le había dado una conexión única con el universo, capaz de percibir llamados, ver luces, sentir el espacio. Es como si esas antenas ocultas que tenía se hubieran activado al máximo para estar en estado de alerta constante.
Denise corrió a abrazar a su hermana, y Mocca le maullaba entre las piernas, como si ambas supieran que en ese momento Diana necesitaba el calor familiar.
— ¿Y ahora qué? —preguntó Denise.
En eso, Dora entró al cuarto de Diana. Había escuchado voces a la medianoche y se había preocupado. Al entrar, vio a David y se alarmó.
— Pues, ¿qué sucede aquí? David, ¿qué haces aquí a esta hora? ¿Qué ha pasado?
— Nada, mamá, solo estábamos aquí salvando al mundo —respondió Denise con ironía.
— Pues si no ha pasado nada, todos a dormir. Y tú, David, ya no son horas de visitas, así que a dormir también.
Dora despachó a David, y a cada una de sus hijas las puso en cama para dormir. Mocca las acompañaba. Se aseguró de que todas las luces estuvieran apagadas y bajó a la cocina por un poco de agua. Mocca la seguía de cerca.
Al entrar a la cocina, prendió la luz y vio en el piso una especie de gusano verde, lo que le causó repulsión. Tomó la escoba y le dio un golpe certero para matarlo. Al hacerlo, el animal se convirtió en una mezcla verde y babosa.
— ¡Uy, qué asco!
Se volteó para buscar el recogedor y botarlo a la basura, pero al volver… ya no estaba donde lo había dejado.
Relato 24: El destino
Era un día en Cardenales como cualquier otro. Diana y Denise se alistaban para ir al colegio, mientras Mocca iba de un cuarto a otro saltando en las camas. Dora estaba en la cocina preparando el desayuno, mientras Daniel bajaba las escaleras para desayunar.
Todos se preparaban para un día importante. A Diana le parecía un imposible que tan solo la noche anterior había salvado al mundo, mientras Denise pensaba cómo sería volver al colegio después de todo el caos. Daniel tendría un día decisivo. Los Claver presentarían el nuevo sabor de mango y durazno ante un potencial cliente con millonarias posibilidades de salir de los supermercados y llegar a restaurantes y hoteles. Dora se preparaba para las labores de la casa, pero no dejaba de pensar en el extraño gusano que había visto en el piso de la cocina la noche anterior.
Fue un desayuno en familia. Diana y Denise amaban esos momentos especiales. Mocca siempre debajo de la mesa, runruneando entre las piernas. Daniel iba a la oficina, así que les ofreció a las chicas llevarlas al colegio, y ambas aceptaron.
Diana se sentía más fuerte y segura. Había asumido con calma y tranquilidad su destino. Buscaría a David, pues quedaban algunos asuntos por resolver. Al llegar, Jamilet y Everlinda esperaban con ansias a Denise. Le tenían todo el update del caos en la sala de computación; ellas habían estado allí y lo vieron todo. Diana, por su parte, buscaba a David y, de repente… era Violeta.
—¡Diana querida! —te estaba buscando —le dijo Violeta como si no se hubieran visto desde el día anterior.
Diana la abrazó y Denise también se abalanzó sobre ella. Estaban felices de verla sana y salva.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Denise, preocupada.
—¿Por qué preguntas? Pues me siento mejor que nunca.
Ni Jamilet ni Everlinda entendían por qué tanta alegría de ver a Violeta. Como si no la hubieran visto en semanas. Don estaba allí y, de repente, miró a Denise como si fuera la primera vez. Hubo un flechazo en él.
—¡Hola! —le dijo Don con evidente actitud de coqueteo.
—¡Hola, Don! —respondió Denise, algo desconcertada.
En ese momento, Jamilet y Everlinda se llevaron a Denise para contarle todo, mientras Violeta se retiraba al salón. La seguía de cerca Don, sin quitarle la vista de encima a Denise, que se alejaba con sus amigas. En ese momento, Diana vio a David. Fue a su encuentro.
David la miró por primera vez con una mezcla de ternura y calidez. Una mirada imposible de lograr en el David recién llegado de Kaelyon. Pero ahora había aprendido a sentir y experimentaba sensaciones nuevas, especialmente hacia Diana. No era solo su guardián. Ella también tenía su secreto y compartían algo más profundo.
Fue una mañana tranquila, sin caos ni sobresaltos. Diana y David volvieron a sus tardes juntos, disfrutando el uno del otro. Sentados en un claro del bosque, rodeados de vegetación y flores multicolores, David la miró y le dijo:
—Debo irme y quiero que vengas conmigo.
Diana lo miró de una manera contundente. Era una nueva Diana, segura de sí misma, firme, consciente de su destino.
—Sé que en algún momento me iré contigo, porque sé que mi destino está en el universo. Sabes que sería feliz contigo. Pero en este momento no estoy lista para dejar a los que amo.
Para David, que apenas comenzaba a experimentar sentimientos, era un poco difícil de entender todo aquello, pero confiaba en Diana y respetaba su decisión. Sabía que, en ese momento, en la Tierra, Diana era más necesaria junto al resto de las llaves.
Diana, por su parte, había aprendido a amar a David, pero también había desarrollado su sentido de la responsabilidad y el deber. Y en ese momento debía estar con su familia.
—¿Y cuándo te irás? —le preguntó, sin ganas de oír la respuesta.
—Debo partir mañana al amanecer —le respondió—. Pero volveré, no solo por ti, sino porque la Tierra me necesita. Llegué aquí por error y no me imaginé que se convertiría en el error más acertado —comentó.
Esa noche se despidieron como si no hubiera mañana. El bosque quedó testigo de aquel amor que comenzó a mover el universo. Y por unas horas no hubo tiempo, ni espacio, ni rebeldes, ni aliados. Solo Diana y David disfrutando las últimas horas juntos. David sabía que volvería pronto, y Diana sabía que ella se iría con él la próxima vez que se vieran. Diana estaba segura de que su destino estaba escrito en el universo.
Y cuando el amor es puro y verdadero, se convierte en una cinta que se estira tanto como puedas imaginarla, pero no se rompe nunca…
Daniel regresó a su casa, acompañado de sus hermanos, y todos muy desilusionados. La reunión no solo había sido terrible, sino que además habían revertido un pedido de más de 500 cajas. Llegaban a sacar cuentas y a ver qué otras posibilidades de inversión podían tener. Denise escuchaba música en el jardín, mientras Diana estudiaba en su cuarto.
Duarte sintió sed y le dijo a su hermano que iría por un vaso de agua. Al entrar a la cocina, encontró a Mocca erizada y gruñéndole a algo que se escondía detrás de la nevera.
Se acercó a calmarla, pensando que seguramente era un ratón, pero al mirar detrás de la nevera no podía creer lo que veía . . .
OPINIONES Y COMENTARIOS