Por alguna razón en estos días estuve acordándome de ellos. De pronto soñé con algunos y otra noche soñé con otros. O simplemente me acordé de ellos a partir de alguna palabra, imagen o sonido al azar, no lo sé. Pero se me aparecieron como fantasmas, aunque sea simbólicamente.
Hubo una época en que yo tenía muchos hermanos de comunidad porque había encontrado a Dios.
Inesperadamente, ingresé a uno de esos grupos de iglesia para gente joven y me enamoré de la experiencia.
Fui muy feliz allí y me sentí tan emocionado como nunca antes en mi vida. Estaba superpositivo, no lo podía evitar. Era una experiencia alucinante para mí.
Ahora, el objetivo del grupo no era nada sencillo: ellos querían “construir la civilización del amor”.
¿Cambiar la sociedad humana instalando una “civilización del amor”? Guau, vaya labor digna de empeño.
Sin embargo, yo no pude seguir colaborando con tal construcción porque, si bien eran personas espirituales, guiadas por el amor, la paz y la fraternidad, al cabo de unos años, ocurrió lo peor: me echaron al carajo.
¿Hubo un recorte de presupuesto en la construcción de la civilización del amor y muchos empleados volamos por los aires? No, solo me sacaron a mí.
Me sentí como la típica oveja negra expulsada de un lugar.
Viví siete años con ese grupo y luego todo acabó.
Todo eso fue hace mucho tiempo. Y por alguna razón en estos días me acordé de ellos un poco más.
No era una buena época para mí porque también me habían despedido del trabajo y estaba desocupado. Y también había sufrido una separación dolorosa y estaba desolado. Y también me había golpeado el dedito más pequeño del pie descalzo con un mueble de la casa y, bueno, pues, estaba dolorido, ¿no? Todo suma. Todo hace al contexto, a la situación.
Pero acá viene lo más importante.
Después de eso, caminaba una vez deprimido por unas calles nuevas que antes no conocía y de pronto, ¡oh! ¡Me encontré un libro! Un libro tirado en la vereda.
Lo levanté y lo miré.
Era un libro pequeñito, de esos infantiles que solo tienen unas pocas páginas de cartón y más dibujos que palabras.
El librito se titulaba “¡Hola, oveja negra!” y por ello me sentí auténticamente interpelado.
¿Era casualidad que me encontrara con ese libro justo entonces? ¿O era una disposición divina? Para hacerse la película hay que hacérsela bien.
Pronto leí ese libro (es un libro bastante corto, no es que lleve mucho tiempo leerlo completo) y me encontré con una historia breve (muy breve) pero significativa.
El libro trata sobre un pueblo habitado por animales y gente. Y tiene como protagonista a la oveja negra.
La oveja vende lana y los demás habitantes acuden a ella para comprar. Cuando alguien se presenta allí, le pregunta a la anfitriona si hay lana disponible y ella le responde que sí. Y fin, ahí termina. ¿Ven qué breve?
En resumen:
“–Hola, oveja negra, ¿tienes lana?
–Sí, tengo.
FIN”.
Bueno, como es un libro para la primera infancia, el conflicto no es tan dramático y me parece bien. Sin embargo, ¿qué tiene esto de significativo para un tipo que se siente marginado y con su vida cayéndose a pedazos?
Muy simple: La oveja del relato ofrece lo que produce, lo que se le da bien, lo que tiene para dar. Vende lo que produce. No intenta ser otra cosa, no intenta parecerse a otro animal, ni vender productos provenientes de otro ser (¿no sería incómodo que la oveja vendiera carne o piel de otras especies?).
“Eso es lo que hay que hacer”, pensé.
“No debo ser diferente de lo que soy, debo ser yo mismo; si me echaron del grupo solo por ser yo mismo significa que ese lugar no era para mí. Duele, sí, duele, pero no puedo alienarme solo para encajar, no importa cuán desesperadamente hubiera deseado quedarme allí. Si me expulsaron solo no soportar quién soy, entonces ya está todo dicho”.
Valorar y redescubrir la propia identidad aun en medio de la crisis.
Se debe ofrecer al mundo lo que uno produce en forma auténtica y se acercarán quienes lo quieran así. Y aún a riesgo de que nadie se acerque nunca más, eso es lo que hay que hacer. Debes ser tú mismo, sacar lo mejor de vos. Debes ser vos, debes ser tú.
Este concepto de las ovejas me interesó tanto que llegó al título de mi primer libro: “La Ciudad de las Negras Ovejas”.
Pero ese ya es otro capítulo.
Mi nombre es Sebastián Araujo y comparto escritos sobre diversos temas que descubro en mi camino como persona y como autor.
Si querés, seguime para compartir futuros textos.
También podés encontrarme como @sebas.autor
¡Saludos y que tengas un día fantástico!
OPINIONES Y COMENTARIOS