Tengo un alumno adolescente al que no le gusta ninguna fecha. Ninguna celebración, ninguna conmemoración, ninguna fiesta histórica, ninguna época relacionada con nada. Tal vez tampoco le gusten los días ordinarios, pero imagino que le molestan menos.
¿Por qué hay que celebrar el Día de la Bandera? La aburrida respuesta automática es porque estamos en una escuela y porque es una fecha patria, pero advierto que esa explicación no servirá (porque, la verdad, a mí tampoco me conforma para nada), entonces trato de proponer algún tipo de reflexión. Intento comparar las fechas conmemorativas con otros eventos, con hechos del deporte, con mundiales, con golazos, con películas, con historias personales o familiares, y encuentro así algo significativo y bonito para ilustrar esta idea: el nacimiento.
Cuando llega el cumpleaños de alguien, es un día importante para quien cumple y para sus seres cercanos, ¿no?
“No me gustan los cumpleaños”, me dice. ¿Ni siquiera el tuyo? “No, el mío tampoco”. ¡Pero, se celebra un año más de vida! Pero no, él dice que un cumpleaños solo representa en realidad “un año menos de la vida”, que todos al final vamos a morir (¡mierda, qué niño tan cínico!).
O tal vez él simplemente está triste, tal vez él mismo perdió a alguien, no lo sé. Pero entonces, al fin conecto con algo. Me doy cuenta de que no se trata de derribar su lógica, sino de buscar otra vía.
¿Decís que en realidad es un año menos? ¿Que todos vamos a morir algún día? Entonces, ahí está la respuesta. Es eso mismo. Es por eso, sí. ¡Justamente por eso festejamos! Porque ahora estamos acá. Y simplemente aprovechamos esta gran ocasión. ¡Festejemos, niño! Sí, festejemos, leamos y escribamos.
Sin embargo, después, mientras volvía a casa, recordé que hay un libro que nunca podré leer. La razón de que no pueda hacerlo es, como ya imaginan, que dicho libro jamás se escribió. No se escribió ni se escribirá jamás. Porque su autor se fue sin escribirlo.
Se trata del libro de mi padre.
Me ha dicho mi madre que mi padre siempre quiso escribir un libro. ¿Qué tipo de libro? Lo único que pude averiguar es que se iba a tratar de un libro “de historia”.
No sé si la idea era escribir un libro narrativo ambientado en algún punto de la historia, si iba a contener segmentos de ficción intercalados o si intentaba recopilar sus vivencias y sus puntos de vista acerca de hechos históricos reales vividos en primera persona. Tal vez eran ensayos sobre cosas de la historia lo que él imaginaba. Pero no importa porque ese libro no existe ni existirá. Porque él falleció sin antes escribir su libro.
Ojalá nadie se fuera de este mundo sin realizar lo que desea, sin decir lo que quiere, sin dar ese mensaje que se trae entre manos.
Pero no todos desean realizar cosas buenas ni ofrecer mensajes en positivo. ¿Qué hacer con eso? No lo sé. Tal vez incluso en esos caso la escritura pueda ayudar.
Tal vez por eso escribo y tal vez por eso me volví profesor de Lengua y Literatura.
Y ahora doy talleres de escritura para ayudar a las personas a escribir sus propios libros. A escribir y expresar esas palabras que tanto valen para cada quien.
Pero, profe, ¿para qué hacer todo esto si de todas formas algún día vamos a morir? Creo que es por eso mismo, niño. ¡Creo que es justo por eso!
A veces paso caminando por una casa que tiene un cartelito escrito con pinceladas simples en medio de su jardín y lo leo siempre. Aunque ya sé lo que dice, lo leo cada vez que paso, no me lo pierdo.
El cartelito dice “Cada día es un milagro”. Y coincido; no conozco a la persona que vive allí, pero coincido, sí que es cierto, ¡vaya que lo es!
Mi nombre es Sebastián Araujo y comparto escritos sobre diversos temas que descubro en mi camino como persona y como autor.
Si querés, seguime para compartir futuros textos.
También podés encontrarme como @sebas.autor
¡Saludos y que tengas un día fantástico!
OPINIONES Y COMENTARIOS