En un mundo que a cambio tanto en los últimos años, este es un personaje del pasado, le llamaremos Felipe a nuestro protagonista, un ser sencillo sin mayores aspiraciones. Él recorre las calles de mi Guatemala en los años 70´s con una canción en su gaznate que siempre anda ofreciendo sus mercaderías, cargando en su espalda una caja mágica de madera que mide más o menos un metro cúbico, a semejanza de las modernas mochilas que le vemos a los repartidores de este nuevo siglo, cuadradas, pero está mucho más pesada, de madera, con mil y un cajones llenos de diversas cosas.
Para un niño como el que era yo. En esos tiempos me parecía algo casi mágico ver como de deferentes lugares salían diversas cosas que parecían maravillosas a mi edad, como vendía al mismo tiempo cuentas de vidrio relucientes, ganchos para el pelo, peines finos para sacarle los piojos a los patojos, esa agüita de diferentes colores que decía que era “de Florida” en envases tan vistosos. Al mismo tiempo podía ofrecer pañuelos o hasta pomadas mágicas contra todo mal.
Este buhonero andante, al estilo del Quijote, que va en su cruzada de todos los días, cargando no una armadora ni montado en un enclenque rocinante, pero sí con una batalla por delante siempre, el ofrecer todos sus fantásticos artículos para las diversas necesidades de las personas. Ecos de una existencia más trabajosa quizá pero más apacible, sin tanto estrés en el ambiente.
Felipe siempre se levanta de madrugada, antes de que cante el gallo, aunque en la ciudad no existan de esos que anuncian el inicio del día. Aun con la aurora por llegar empieza a arreglar sus mercaderías para iniciar su éxodo interminable en todas las zonas de la ciudad. Un pan dulce con café de olla es su desayuno la mayoría de las veces, cuando ha tenido suerte con las ventas comerá mejor, pero siempre debe salir a ganarse el pan con el sudor de sus pies, ante todo, por tanto, caminar.
Ya en la calle, empieza su canto sin final, ofreciendo peines y peinetas, ganchos y coletas. Cremas maravillosas y un sinfín de osas esplendorosas. A cada paso, Felipe avanza dejando detrás sus frustraciones, siempre tratando de hacer buenas acciones. Sin importar su pobreza, Felipe anda siempre con firmeza, pregonando sus mercaderías, esperando ser escuchado y cumplir con su sueño que es vender algo ese día.
Al calor del sol, siempre busca refugio en un rellano abandonado de una puerta, para descansar esos pies adoloridos, esa voz cansada pero siempre motivada a seguir delante. Porque los que nacen pobres no pueden desfallecer, deben continuar siempre sin importar si le quedan fuerzas o no.
Al finalizar su día, como siempre pasará a la iglesia que le quede más cerca, dará las gracias al Dios de sus padres y abuelos, por un día más, por el éxito o fracaso de ese día y se pondrá a rogar porque el día de mañana sea mejor que el que ha vivido y los anteriores. Rogará por el bienestar de los suyos que a lo mejor están muy lejos en un pueblo de do dónde él salió para buscar una mejor vida que aún no ha encontrado.
Hoy en día ya no se escuchan a estos vendedores ambulantes, estos buhoneros del siglo 20, pero seguimos siendo achimeros cuando de nuestras pocas fuerzas sacamos mil y una formas de ganarnos la vida, hay quienes a lo largo de nuestra existencia hemos sido carpinteros, electricistas, payasos y mil cosas más, todo con tal de llevar el pan a la mesa de nuestras familias, tal y como lo hacía Felipe en esos años.
También al terminar de cada jornada deberíamos de acercarnos a nuestro creador para darle las gracias por los éxitos obtenidos y por las derrotas superadas, poner en sus manos nuestro destino, pensando que sobre todo Él está en control de nuestras vidas, con agradecimiento a pesar de las necesidades que podamos tener.
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