INICIO

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Cuando Cormac Murphy era un niño de doce años sus padres fallecieron en un naufragio, corría entonces el año 1895.El pequeño huérfano tuvo que ir a vivir con sus abuelos paternos en un rancho en las afueras del estado de Kentucky, Estados Unidos.

Los terrenos de la familia Murphy eran extensos, mucho más extensos de lo que el pequeño Cormac, un niño de ciudad, podría haber imaginado. Las praderas se extendían hacia el horizonte, perdiéndose en lo que al pequeño niño le parecía infinito. La casa también era grande, acogedora y de aspecto rústico, aunque no tan lujosa como la que habitaba junto a sus padres en Manhattan. Su nuevo hogar era también un lugar muy silencioso, sobre todo por las largas noches en las que Cormac extrañaba los brazos de su madre.

Los días comenzaban muy temprano en casa de los abuelos, especialmente en verano, cuando el sol asomaba mucho antes.

Las primeras semanas luego de haber perdido a sus padres fueron duras para Cormac, su abuela Mary pasaba todo el día junto a él. Después de todo, ella también estaba triste y podía comprender su dolor, porque el niño había perdido a sus padres en aquel desastre, pero ella había perdido a su ser más amado, su único hijo.

Con el correr de los días el niño fue recuperando el ánimo, la compañía de su abuela había sido un gran aliciente para ese inmenso dolor que sentía. Al notar aquellas mejorías en su nieto, Mary fue retomando paulatinamente las tareas que había hecho a un lado desde la llegada del pequeño niño a su casa, y el abuelo Murphy decidió que era hora de mostrarle al inexperto Cormac como era el trabajo en el rancho. Porque a pesar de tener una buena posición social y económica, los Murphy, no contaban con muchos empleados; solo unos pocos hombres que ayudaban en el campo, con la granja y los establos. Y la señora Pells, quien ayudaba a Mary en las tareas del hogar.

Cierto día, muy temprano en la mañana, el abuelo Murphy llevó a Cormac a los establos para que comenzara con sus tareas. Debía alimentar, dar de beber, cepillar a los caballos y también recoger todo el estiércol del lugar, tarea nada fácil, ya que los equinos en el sitio eran demasiados. De hecho, los animales que habitaban el rancho eran en su mayoría caballos. Y el motivo por el cual había tantos de esos animales allí era porque los abuelos de Cormac eran aficionados a las carreras de caballos, lo cual hacía un par de años se había convertido en un evento anual en la ciudad de Louisville.

Un domingo de agosto, el abuelo de Cormac lo despertó al amanecer. El sol apenas asomaba en el cielo, luego de varios días de lluvia. Salieron a toda prisa hacia los establos, sin siquiera haber tomado una taza de café. Cormac corría muy intrigado y aun entredormido por el camino lodoso.

Cuando llegaron la abuela estaba allí, arrodillada junto a una de las yeguas que se quejaba de dolor en el suelo. El animal estaba pariendo y era la primera vez en la vida que Cormac presenciaba algo semejante, sus abuelos creyeron que aquel acontecimiento debería ser presenciado por el niño, como una forma de introducirlo en la vida del trabajo en el campo.

El parto estaba complicado, la yegua se había retorcido de dolor durante horas. El abuelo necesitaría asistencia para ayudarle a esa cría a nacer. Dos de los empleados de la estancia estaban presentes y tendrían que brindar su ayuda, ya que el médico veterinario del pueblo vivía muy alejado del rancho de los Murphy y los caminos estaban anegados tras las tormentosas lluvias.

Luego de horas de trabajo de parto, asistido por “fórceps” improvisados con sogas y alambre, la cría estaba afuera y la madre estaba exhausta, tendida en el suelo.

Apenas tenía segundos de nacida, esa pequeña cría, y ya estaba de pie. Era algo fascinante para el pequeño niño quien antes de llegar a la granja jamás había tenido contacto con otro animal que no fuera el perro de su vecina, un pastor alemán llamado “Freddy”… Cormac despreciaba a ese perro, así como despreciaría a otros seres vivos a lo largo de su vida.

Apenas el abuelo Murphy vio de pie a aquel pequeño animal, comenzó a maldecir con todas sus fuerzas. Caminaba furioso por todo el establo tomándose la cabeza. Su esposa trataba de tranquilizarlo, mientras Cormac los observaba sin entender.

“¡¡Es una mula, una maldita mula!!”, repetía una y otra vez el abuelo mientras observaba al animal. De repente todos estaban enfadados al igual que el viejo. El niño no podía comprender el porqué. Salieron de allí al rato, dejando al animal y a su madre solos.

2

Horas después, en la casa, el anciano Murphy estaba en la sala fumando mientras observaba por la ventana, preocupado.

Cormac y su abuela estaban en la cocina. El niño seguía sin entender la reacción de su abuelo, entonces se animó a preguntar.

—Abuela Mary… ¿puedo preguntarte algo? —dijo tímidamente el niño.

—Por supuesto, cariño ¿qué sucede? —indicó la abuela sin dejar de cortar zanahorias.

—¿Qué hay de malo con el caballito? ¿Por qué el abuelo está tan enfadado?

—Es que no es un potrillo, como esperábamos… es una mula… jamás hubiéramos esperado eso —La mujer lanzó un suspiro.

—¿Qué es una mula?… se veía igual que un caballito —dijo muy intrigado el pequeño.

Entonces su abuela Mary le explicó que una mula es un híbrido entre una yegua y un asno, que, si bien ambos pertenecen a la misma familia de équidos, no son lo mismo. Y que el principal problema en el nacimiento de esa mula era que ese tipo de animal no era aceptado en las carreras de Louisville. El abuelo Murphy estaba esperanzado en criar al nuevo campeón y el nacimiento de esa mula había arruinado por completo sus sueños de grandeza.

Cormac no pudo dejar de pensar en aquella historia de que un asno y una yegua dieran vida a una criatura que no era ni una cosa ni la otra, estaba dispuesto a saber más al respecto.

Por otro lado, el que también necesitaba explicaciones era el abuelo Murphy; y sabía quién podía dárselas. El vecino de los Murphy, el señor William Adamasci, poseía un terreno no muy extenso para la cantidad de animales que tenía y a menudo Murphy encontraba al ganado de su vecino pastando en sus tierras. Lo había puesto al tanto de la situación en varias ocasiones, pero, el señor Adamasci, era un hombre soberbio y sin modales, que mintió sobre que controlaría a sus animales para que no cruzaran la cerca, solo para que el abuelo Murphy lo dejara en paz. Y la evidencia más grande de la falta de palabra de aquel hombre era que, el viejo y soberbio Adamasci, era el único propietario de burros en muchos kilómetros a la redonda.

Así que el abuelo Murphy, se montó en su caballo de nombre Joe, un hermoso animal de pelaje negro y reluciente, y se encaminó hacia la casa de su vecino.

La presencia del viejo Murphy en sus tierras no le hizo gracia al viejo Adamasci, mucho menos sus gritos y reclamos. Tuvieron una discusión verbal, que se tornó en violencia física y luego de un gran intercambio de golpes, el señor Adamasci sacó un enorme y afilado cuchillo y apuñaló al viejo Murphy, quien falleció en cuestión de segundos.

La desgracia había golpeado otra vez a Cormac y a su abuela, ahora estaban solos en el mundo y deberían hacerse cargo de las tierras de la familia.

3

Poco tiempo después de la muerte del señor Murphy la economía del rancho decayó y luego de que las deudas se acumularan muchos de los hermosos caballos del abuelo debieron ser vendidos; al igual que la mayoría del ganado. Los pocos empleados se fueron, aunque la señora Pells solía visitar con frecuencia a la abuela Mary, en gran parte por el respeto que sentían mutuamente y la amistad que habían forjado al pasar tantos años trabajando juntas.

Durante el tiempo que siguió a la muerte de su abuelo, Cormac, se volvió un muchacho solitario, reservado y tímido que sentía una enorme pasión por los estudios. Se convirtió en un joven lleno de intereses. Se había obsesionado desde el primer instante en que escuchó esa historia sobre Barry (así había bautizado a la mula), de cómo era hijo de una yegua y un burro, pero no era ni una cosa ni la otra. Quedó fascinado, intrigado y dispuesto a encontrar respuestas que fueran más allá de la que le había dado su abuela, algo como: Así lo quiso Dios, ¿quiénes somos nosotros para cuestionarlo?

Pues, Cormac Murphy, estaba dispuesto a cuestionar a Dios y a cualquier otro que se atravesara en su camino.

Para su abuela Mary solo era un muchacho curioso, dedicado a los animales y sus cuidados. Dado que ocupaba todo el tiempo que pasaba fuera de la escuela metido en los establos, el granero y el gallinero. Una gran parte de ese tiempo estaba dedicado a la mula, quien había sido la propulsora de aquellas obsesiones que rondaban en su cabeza. Por supuesto que su abuela sólo veía parte de la realidad o solo sabía parte de la historia.

Lo que Cormac trataba de averiguar, entre otras cosas, era si existía la posibilidad de cambiar el comportamiento y la naturaleza de algunos animales, cambiando su alimentación, su entorno y su trato.

Cuando tuvo catorce años compró una pareja de conejos por un par de centavos, los llevó a la casa y convenció a su abuela de que tener un criadero sería algo muy rentable, ya que los conejos podían ser comercializados, tanto por su carne como por su piel. La abuela Mary aceptó sintiéndose orgullosa de que su nieto se preocupara en mantener la granja activa y la economía del hogar a salvo. Lo que la vieja Mary no sabía era que Cormac tenía sus propios intereses con aquellos conejos.

A lo largo de los años, realizó varios experimentos basados en teorías encontradas en los múltiples libros de ciencia y biología que había leído insaciablemente. Trató de experimentar con mamíferos grandes como vacas, cerdos y hasta con la propia mula, pero era muy difícil para él tener que rendir cuentas con su abuela cuando alguno de los animales aparecía muerto. Así que optó por realizar sus experimentos, principalmente, con los conejos; ya que eran muchos y se reproducían rápidamente.

Ordenó a los sujetos de experimentación en varios grupos. Estaban los que eran alimentados solo a base de carne de cerdo y res y estaban los que eran alimentados a base de la carne de otros conejos. Cormac esperaba así obtener variaciones en la fisionomía o comportamiento de los pequeños peludos.

Luego tenía un grupo de experimentación para los híbridos, que era lo que más lo apasionaba, era lo que motivaba su interés en los estudios desde hacía mucho tiempo. Intentó cruzar en varias ocasiones a los conejos con ratas, gatos, cobayos y otra gran cantidad de animales pequeños y de similares características. Por supuesto, eso jamás funcionó de manera natural.

Tenía también, otro grupo al que le realizaba periódicamente transfusiones de sangre de otros animales más grandes, como vacas, cerdos o incluso perros y caballos. Intentó además fallidos trasplantes de órganos, globos oculares y hasta cerebros. Aún después de tantos fracasos, no se rindió; después de todo, recolectaba evidencia y tomaba muestras de todos aquellos intentos frustrados. Intentaba a base de prueba y error llegar al éxito.

Sus años de adolescencia transcurrieron entre cuerpos mutilados, charcos de sangre y gritos desgarradores que pasaban desapercibidos por el resto del mundo. Aun así, Cormac Murphy, jamás sintió el más mínimo remordimiento al respecto.

4

Cuando la abuela Mary murió, Cormac estaba a punto de ingresar en la universidad. Gracias a su enorme intelecto y múltiples conocimientos se había hecho merecedor de una beca en uno de los establecimientos más prestigiosos del país y emprendería su camino para convertirse en el mejor genetista de su generación. Para ese entonces, el rancho estaba en ruinas, era prácticamente un cementerio de animales. Los que quedaban con vida, estaban heridos, mutilados y desnutridos.

Mary se había ido de este mundo sin saber que realmente su nieto no era ese muchacho amable con los animales, que les dedicaba su tiempo y cuidado; sino que realmente era un muchacho morboso, sádico y sin sentimientos, que se convertiría en el verdugo de miles de seres vivos y que sería capaz de hacer lo que fuera necesario para poder realizar su más ambicioso sueño.

EL VIAJE

SEPTIEMBRE 1986

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El viaje había sido tan largo, que parecía que nunca terminaría. Llevaba horas y horas en ese auto, dejando atrás todo lo que conocía, observando como su mundo desaparecía a través del espejo retrovisor. Poppy lamentaba no haber prestado atención a toda la información que había salido de la boca de su madre tan solo unas semanas antes. Se mudarían, sí, a Jackson, quizás, pero no al Jackson que ella pensaba, en Tennessee, donde había vivido siempre. Cerca de Nashville, su ciudad, donde estaba su escuela, su vecindario, donde estaban sus amigas y Zack, el chico más apuesto del mundo. El lugar a donde iban era en Misisipi y ni siquiera era Jackson, Misisipi, sino un lugar cerca de allí llamado Morton… ¡jamás había escuchado hablar de ese lugar! Definitivamente nada de lo que allí los esperaba podía ser bueno.

¿Cómo fue que terminaron en ese automóvil camino al infierno? Bien, es una historia muy breve.

Tres meses atrás, Eva, su madre, había encontrado punto final en la relación con Justin, su padrastro y padre de sus pequeños hermanos gemelos Liam y Noel. Y era evidentemente un punto sin retorno para la relación. Eva había descubierto las infidelidades de su joven pareja y este al verse en evidencia, había desaparecido junto a su amante, dejándola a su suerte con sus tres hijos. Eva era una mujer de Cuarenta y cinco años, que aparentaba muchos menos, muy guapa, de figura estilizada y autoestima alta, así que no iba a deprimirse por eso. Aun así, los problemas económicos se hicieron sentir en un corto lapso de tiempo. El sueldo de Eva como estilista a medio tiempo en el salón de su amiga Shirley no era suficiente y la economía del hogar tuvo que ser mejor administrada. A pesar de todos esos inconvenientes, Eva se negaba a que Poppy buscara un empleo, es que apenas tenía diecisiete y debía poner toda su atención en los estudios. Aunque a la pequeña Pop no le agradaba mucho aquel asunto de pasar el tiempo entre libros y tareas. Poppy tenía una voz maravillosa y estaba segura de que no hacía falta estudiar para triunfar en la vida teniendo un talento innato como el suyo.

En fin, fueron un par de meses muy duros, que fueron empeorando sistemáticamente y cierto día Eva tuvo que aceptar que estaba en aprietos. Adeudaba el alquiler del apartamento y el casero ya no tenía ganas de fingir que le importaba la situación de una pobre mujer abandonada con sus hijos. La realidad era que lo que a él le importaba era el dinero, Eva no lo tenía y deberían dejar el apartamento en las próximas dos semanas.

Afortunadamente no hizo falta tanto tiempo, las plegarias y súplicas desesperadas (y podríamos decir hipócritas, ya que ni Eva ni sus hijos eran devotos creyentes) dieron resultado y la noticia salvadora llegó a través del teléfono un jueves por la mañana muy muy temprano.

El teléfono sonaba y Eva caminaba adormilada hacia él. Al levantar el tubo, no estaba segura de si aún estaba dormida.

—Hola… sí, soy Eva Gardner… ¡oh, no puedo creerlo! —expresó afligida— ¿cómo fue que pasó?… está bien, yo… hace muchos años que no tenía contacto con mi madre… pero allí estaré de todas formas, muchas gracias.

Colgó el teléfono y se quedó observando el suelo, totalmente absorta por unos segundos. Estaba realmente conmocionada por ese llamado. Poppy entró en la cocina restregándose los ojos y miró a su madre preocupada.

—¿Qué sucede, mamá? ¿Quién era?

—Mi madre ha fallecido —dijo Eva a su hija, aún asombrada por esa noticia —. Era su abogado, debo salir en unas pocas horas.

Se dispuso a preparar el desayuno, mientras su hija la observaba sin saber que decir.

Bien, se preguntarán ¿qué es lo bueno en aquella trágica noticia? Verán, la relación entre Eva y Rose, su madre, estaba rota hace muchos años, desde su adolescencia. Su madre la culpaba por la muerte de su pequeña hermana Susan, quien se había ahogado en el río una tarde muy calurosa en la que estaba bajo el cuidado de Eva y sus amigas. Obviamente había sido una fatalidad, un accidente, un descuido de apenas unos segundos que se convirtió en una carga eterna para Eva y una barrera de resentimiento irrompible entre madre e hija. Por eso apenas tuvo edad para largarse de su casa lo hizo y jamás volvió. La última vez que había visto a su madre con vida fue en el entierro de su padre, Poppy apenas tenía seis meses de edad. Su abuela jamás había tenido intenciones de conocerla, tampoco a sus hermanos. Como verán, los niños no sufrieron por aquella pérdida y Eva estaba aún tratando de comprender que era esa sensación tan extraña que le provocaba la muerte de su madre. Lo bueno fue que la abuela Rose había dejado una herencia a su única hija a la que despreció hasta el último momento y a sus únicos nietos de los que ni siquiera sabía sus nombres.

Una pequeña cantidad de dinero y unas tierras extensas con una casa en Morton, Misisipi. Así que la familia saldó cuentas en Nashville, y muy a pesar de todo lo que debían dejar atrás, empacaron todas sus cosas y tomaron la carretera camino a su nuevo hogar.

Cuatro personas y el viejo Barnett, un hermoso y adorable Setter irlandés, en un viaje interminable hacia un lugar desconocido. Mamá se había cansado de hablar, Noel trataba de colorear y Liam dormía profundamente junto al perro. Poppy se colocó los auriculares, afortunadamente su walkman aún tenía baterías así que se torturaría escuchando take my breath away de Berlín mientras se recordaba en la sala de cine viendo «Top gun» junto a Zack hacía apenas unos meses.

EL DESTINO

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Casi al anochecer el largo viaje había terminado. Acababan de pasar por la parte más poblada del lugar, su destino estaba un poco más alejado de eso.

Llegando a su nuevo hogar lo primero que vieron fue una enorme pared que al parecer delimitaba la propiedad en esa parte de la carretera. El acceso era a través de un enorme portón de hierro forjado con extraños arabescos y unas figuras de animales casi imperceptibles por la escasa luz. El terreno era muy extenso y la distancia hasta la casa era grande. El automóvil se detuvo frente a la propiedad y apenas la iluminó con sus faros. Poppy bajó del auto, se quitó los auriculares y contempló sorprendida la hermosa y algo tétrica estructura.

—¡Esto es enorme! —señaló la muchacha, con la vista fija en lo más alto del techo. Su madre se paró a su lado cargando a Noel que estaba dormido.

—¡Demasiado, diría yo! —dijo mamá algo agitada por el peso de su niño —. Vamos a entrar. Carga a Liam, volveré por Barnett. No queremos que se largue a correr en un lugar desconocido y tan oscuro —comenzó a caminar hacia la casa. Poppy abrió la puerta y le colocó la correa al perro, lo amarró a la puerta para poder levantar a su hermano sin tener que preocuparse porqué Barnett huyera. Luego de tomar a Liam, cerró la puerta del auto con el pie y se dirigió a la casa.

Apenas se veía el interior del lugar, la luz de las farolas del automóvil que entraba por las ventanas delanteras era muy escasa. Su primera impresión fue que por dentro era asombrosamente anticuada, pero elegante a pesar del polvo que lo cubría todo. Dio unos pasos dentro y sintió algo muy extraño bajo sus pies, como si caminara sobre frijoles o algo así, pudo percibir un aroma muy intenso y desagradable. No pudo ver de qué se trataba porque todo estaba en penumbras. Eva venía bajando las escaleras con una linterna encendida en sus manos, había dejado a Noel en una de las habitaciones superiores.

—¿Tengo que cargarlo hasta arriba? —preguntó Poppy desanimada mirando la gran escalera frente a ella.

—Las habitaciones están arriba, Poppy, y por cierto huelen horrible —dijo la madre terminando de bajar.

—Aquí también huele asqueroso —expresó la muchacha molesta— ¿qué pasa con la luz?

—No lo sé, revisaré los fusibles mientras llevas a tu hermano arriba— indicó encendiendo una linterna para su hija.

—Deberás subir conmigo, no podré subir con él y alumbrar al mismo tiempo. Y no sé dónde dejaste a Noel —dijo la niña algo molesta.

—Está bien, vamos y luego me ayudas a buscar los fusibles—indicó mamá y comenzó a subir la escalera.

2

Recostó a Liam junto a su hermano. El ambiente en la habitación estaba algo frío, así qué no los desabrigaron. Las mantas allí olían muy mal por lo tanto buscarían las que traían en el auto cuando lograran hacer funcionar la electricidad en la casa. Dejaron la puerta entre abierta y salieron rumbo a la planta baja. A medida que descendía por los escalones, Poppy trataba de iluminar con su linterna el suelo del recibidor para saber que era aquello que había pisado al entrar, pero el artefacto apenas tenía baterías. La luz era muy tenue y titilaba, por lo que la sacudió un par de veces, como si de esa forma las baterías fueran a recargarse mágicamente. Al llegar al final de la escalera caminó hasta el recibidor y tomó una de esas pequeñas bolitas y la acercó a su nariz. Su linterna se apagó definitivamente.

—No huele a nada… y es blando —dijo la muchacha, enseñándoselo a su madre quien apenas simuló mirar aquello que su hija traía en las manos, más preocupada por tratar de hallar las escaleras hacia el sótano.

—Deja eso, no sabes lo que es —dijo mamá alumbrando la puerta tras la cual estaría el anhelado descenso —. Vamos, es por ahí. Se adelantó.

—¡Espérame, no veo nada! —señaló Poppy y se apresuró tras su madre.

Abrieron la puerta y desde allí alumbraron todo el trayecto de las escaleras, observaron el panorama con algo de desconfianza. El lugar era como un gran hoyo negro al que conducían unas aparentemente inestables escaleras de madera mohosa. Apenas un par de segundos de estar paradas allí y un olor aún más penetrante que el del resto de la casa las alcanzó desde el piso de abajo.

—¡Oh, mierda! —dijo Eva, cubriéndose la nariz.

—Huele a sopa rancia —señaló Poppy imitando la acción de su madre —¿Segura de que quieres bajar?

—No quiero bajar, pero necesito saber si tenemos electricidad y los fusibles están allí abajo —dijo mamá y tomó coraje para el descenso —. Bajaré primero y si las escaleras resisten luego bajarás tú.

—¿Y si no resisten? Puedes darte un gran golpe.

—Llamarás a emergencias y ya —dijo mamá y comenzó a bajar.

—¡No tenemos teléfono aún! —indicó la muchacha, pero su madre continuó bajando. Una vez abajo alumbró el camino para su hija. Poppy comenzó a bajar de manera muy lenta, aterrorizada porqué la escalera cediera o algún escalón se quebrara. La madera y los clavos crujían como la banda de sonido de una película de terror.

—¡Apresúrate, Poppy, es seguro! —indicó Eva, impaciente.

—Ok, ya casi —dijo Poppy y puso los pies en tierra firme.

Segundos después mamá estaba abriendo la caja eléctrica y todas las conexiones estaban allí. Para Poppy era algo difícil de entender, pero Eva tenía experiencia solucionando los problemas eléctricos. Justin nunca había sido un hombre dedicado al mantenimiento del hogar y el padre de Poppy… bueno, de él apenas recordaba su rostro, su nombre… y también que era un maldito desgraciado… ¿si él sabía de electricidad? No tenía idea, aunque deseaba que lo hubiera partido un rayo, al igual que al infeliz de Justin.

—Bien, cariño. Parece que todo está bien, pero revisaré mejor —dijo Eva y le dio la linterna a su hija —. Ahora mantén la luz sobre el tablero.

—Sí —indicó Poppy y tomó la linterna.

A los pocos segundos escuchó un ruido en un rincón del sótano y le pareció que algo se movió rápidamente, así que giró la luz en dirección a lo que había llamado su atención, eso hizo enfadar a Eva.

—¡Poppy, la luz! —expresó molesta la madre.

—Lo siento, mamá, algo se movió allí —dijo Poppy, asustada.

—Debe de ser una rata ¡Mantén la luz aquí! —ordenó Eva.

—¡¿Una rata?! —exclamó horrorizada Poppy —. ¡Eso es horrible!

—La rata está más asustada de nosotros, te lo aseguro. Ahora déjame revisar aquí y podremos ver de qué se trata —dijo Eva echando un vistazo dentro de la caja —. Todo se ve bien, subiré la palanca y veremos qué pasa.

Entonces levantó el gran interruptor y se hizo la luz en la enorme residencia.

Con el primer resplandor en el sótano, una pequeña manada de conejos corrió espantada hacia la diminuta ventana que conectaba con el exterior. Trepando unas cajas de cartón y otros muebles viejos que actuaban como rampa para los pequeños animales quienes huían despavoridos de las nuevas habitantes del hogar. Madre e hija observaron estupefactas la escena.

—¡Oh, diablos! ¡¿Por qué hay tantos conejos aquí?! —preguntó espantada Poppy.

—No lo sé —dijo mamá, aun observando asombrada la ventana por donde habían huido —. Pero ya sabemos cuál es el origen del olor —dijo y posó su vista en el suelo.

Todo lo que podían ver allí, el suelo y los polvorientos muebles, estaban cubiertos de pequeñas heces de conejo, acompañadas por algunos charcos de pipí tan oloroso que les hacía arder las narices.

—¡No es cierto! —dijo Poppy asqueada — ¡lo que levanté del recibidor, era popó de conejo! —trató de limpiarse las manos en su ropa.

—Nos llevará años limpiar esto —dijo Eva llevándose una mano a la frente, mientras daba un vistazo al lugar.

—Barnett va a enloquecer con este olor —dijo Poppy, entonces ambas recordaron que el perro seguía en el auto.

—Debemos ir por Barnett y por las mantas, trataremos de arreglarnos con lo que traemos hasta que llegue el camión de mudanzas por la mañana —dijo mamá.

—Está bien, vamos. Barnett debe de estar enfadado porque lo olvidamos —dijo Poppy, oliéndose las manos.

—Lo bueno es que no hay vecinos cerca, no escucharán sus ladridos insoportables —dijo Eva y comenzó a subir las escaleras. Poppy siguió su camino.

3

Salieron de la casa. La luz de la luna se había hecho más intensa y ahora iluminaba el exterior del hogar. Las mujeres aún con la linterna encendida se acercaron al auto. Eva abrió el maletero para sacar el equipaje y los víveres que traían consigo. Poppy abrió la puerta trasera para desatar al perro, pero se quedó paralizada observando el interior del auto, sin decir una palabra. Eva posó la vista sobre su hija.

—¿Qué sucede? —preguntó mamá. Poppy no respondió, tampoco la miró —… Poppy, ¿Qué sucede? —dijo con un tono más alto, la madre.

—Barnett no está —señaló la muchacha y se llevó las manos al rostro —. ¡El desgraciado no está!

—¡Demonios! —maldijo Eva, cerrando el maletero, furiosa—¿acaso no cerraste la puerta del auto?

—¡Claro que lo hice, mamá! Estoy segura. Incluso lo amarré a la puerta para poder sacar a Liam —se defendió Poppy.

—Entonces ¿cómo escapó? —cuestionó Eva, parándose al lado de su hija. Apuntó al interior del automóvil con la linterna y pudo ver la correa sobre el asiento trasero.

—La correa está allí, se soltó —señaló Poppy

—Si fuera así, no puede haber salido si las puertas estaban cerradas —dijo Eva, algo molesta.

—¡Pues lo hizo!… no sé cómo, pero lo hizo —La niña lanzó un suspiro sintiéndose una tonta.

—Debemos arropar a los gemelos y luego nos ocuparemos de Barnett —indicó mamá resignada

—Ve tú, intentaré llamarlo por —dijo la hija, mirando a su alrededor.

—No te alejes, no tardo —dijo mamá, seria.

—Está bien, déjame la linterna —Eva se la entregó y se dirigió a la casa. Poppy se apartó apenas unos metros del automóvil y comenzó a llamar al perro mientras trataba de poder ver más allá con la luz de la lámpara. La oscuridad parecía no tener fin, el terreno era muy extenso. Caminó un poco más, hasta pasar los límites de la casa y gritó el nombre del perro tan fuerte, que provocó que algunos conejos que estaban escondidos en el arbusto pegado a la casa, huyeran despavoridos. Poppy también se dio un gran susto por esa estampida inesperada —. ¡¡Malditos engendros!! —les gritó furiosa a los pequeños animales que ya se habían alejado y desaparecido en la oscuridad.

Mamá había salido de la casa y caminaba hacia Poppy, quien seguía enfadada observando el camino que habían tomado los pequeños peludos.

—Los niños están abrigados ¿qué hay de Barnett? —preguntó Eva dirigiendo la vista hacia el mismo lugar que su hija.

—No lo he visto, estuve llamándolo, pero solo conseguí toparme con esos endemoniados conejos —dijo Poppy enojada.

—La noche está fría, toma —dijo Eva y le dio un abrigo.

—Gracias, mamá —expresó la muchacha y se lo puso—. Quizás debería ir un poco más lejos, debe estar perdido y asustado —se abrochó el abrigo.

—Iremos las dos —dijo Eva.

—No podemos dejar a los niños solos.

—Tampoco puedo dejarte ir sola, ellos están dormidos. Cerraremos la puerta con llave.

—¿Y si otra persona tiene la llave de la casa?

—¿Quién querría tener la llave de este baño público para conejos? —Ironizó Eva —. Todo estará bien, iré a cerrar y regreso —Comenzó a caminar.

—¡Ponle baterías nuevas a la otra linterna! —dijo Poppy y su madre asintió con la cabeza.

4

Se alejaron unos cien metros de la casa, en dirección al sur. Llamaron a Barnett incansablemente pero el perro no aparecía. La luna se había hecho enorme y alumbraba intensamente. Pasaron por una extraña hilera de árboles muy altos, bastante separados entre sí como para ver el extenso terreno tras ellos, pero que de manera clara parecían delimitar una zona. El ambiente allí se sentía muy extraño, mucho más silencioso que cerca de la casa, un poco más frío y brumoso. Se distinguían confusas a lo lejos las siluetas de unas construcciones que estaban dentro de los límites de su propiedad, así que decidieron explorar la más cercana. Caminaron hasta la edificación y dudaron un momento si entrar o no.

—¿Qué demonios es esto? ¿También es nuestro? —preguntó Poppy echándole un vistazo al lugar.

—Sí, es parte de la herencia. Hay otras edificaciones, no sé qué es lo que habrá dentro, pero mi abuelo se lo rentaba a los dueños de un laboratorio o algo así. Mi madre nunca habló mucho de eso.

—¿Un laboratorio? ¿Cómo de qué? —preguntó Poppy muy interesada.

—Cosméticos o algo así —dijo Eva acercándose a la puerta.

—¿Los cosméticos se hacen en laboratorios? —preguntó Poppy, extrañada.

—¿Dónde más? —respondió su madre forcejeando con el picaporte —. ¡Está cerrado!, Barnett no está aquí.

—No, a menos que atraviese paredes —dijo Poppy dando un vistazo a su alrededor.

Las luces de las linternas inquietas causaban reflejos extraños en los vidrios y cuando Eva puso su atención en el cristal de la puerta le pareció ver al perro en el interior del lugar.

—¡Ahí estás! —dijo golpeando la puerta para llamar su atención —… ¿Cómo entraste allí?

Poppy se giró rápidamente y alumbró la puerta, entonces se dieron cuenta de que era un espejo. Barnett ladró en ese instante, ambas se asustaron y giraron para verlo a sus espaldas. Sin darle tiempo a los regaños el viejo perro pelirrojo salió corriendo.

—¡¡Barnett, ven aquí!! —gritó Poppy enfadada. El perro siguió corriendo sin mirar atrás.

Ya sin otra opción, las mujeres, se echaron a correr tras él.

El terreno era más despejado allí y corrían sobre un manto de césped verde y mullido.

Barnett llegó a los establos y se detuvo, miró atrás como si esperara que las mujeres lo siguieran. Luego de unos segundos siguió caminando al cobertizo. Poppy y su madre llegaron exhaustas y recobraron el aliento mientras se apoyaban en la cerca del corral. De repente las sorprendió un gran bufido. Asustadas levantaron la vista y vieron muy cerca de ellas, dentro del corral, a un caballo tan negro como el cielo por las noches y tan delgado que parecía el corcel de la mismísima muerte. Retrocedieron unos pasos, el caballo giró en dirección opuesta a ellas y caminó hasta el otro extremo del corral; ignorándolas por completo.

—¡Oh, Dios mío! ¡Está desnutrido! —se lamentó Poppy, observándolo.

—Es un cadáver ambulante —dijo mamá —. El abogado no me dijo nada de un caballo.

—Quizás él no sabe que está aquí —explicó Poppy.

Barnett ladró desde la puerta del cobertizo, llamando la atención de ambas y luego se echó a correr otra vez.

—¡No es cierto! —gritó Poppy, molesta al ver huir al perro.

—¡¿De dónde saca tantas energías ese maldito anciano?! —se preguntó mamá y salieron otra vez tras el can.

Sin darse cuenta se habían alejado más de cuatrocientos metros de la casa, cuando vieron ingresar al perro en una construcción de ladrillo, algo grande, con corrales fuera que formaban extraños laberintos de hierro que conducían a una puerta enorme. Fuera de los corrales había una pequeña puerta de ingreso que estaba abierta y fue por allí que Barnett se escabulló.

El lugar olía horrible y estaba atestado de moscas (algo muy extraño, ya que son criaturas diurnas y de clima cálido). La primera habitación parecía una oficina algo improvisada y muy pequeña. Estaba cubierta de polvo, moho y vegetación creciendo por las paredes. Se adentraron un poco más y se toparon con un pasillo un poco largo, estrecho, oscuro y muy frío. Al llegar al final encontraron una puerta que se conectaba al laberinto: una habitación enorme, recubierta con azulejos blancos algo destruidos y completamente sucios. Había allí una camilla de metal, parecida a una mesa de autopsias, también una gran barra en la altura de la que colgaban cientos de ganchos de metal, corroídos por el óxido. Bajo ellos había unas enormes bateas, como esas que se usan de bebederos para caballos. Barnett estaba allí, lamiendo lo que parecía ser una enorme mancha de sangre seca. Eva se acercó al perro y lo tomó del collar, sintió náuseas al mirar de cerca lo que Barnett lamía, en el fondo de esa batea había aún más sangre podrida.

—¡No debiste huir! —Lo regañó apartándolo de eso que lamía tan entusiasta —¡¡eres un perro muy malo, Barnett!! —dijo Eva mirándolo a los ojos, el perro sollozó afligido ante los regaños.

Poppy se acercó y le colocó la correa.

—¡Vámonos de una vez! Realmente tengo hambre —dijo Poppy y comenzó a caminar con el perro a su lado. Eva intentó abrir la puerta por la que habían ingresado, pero no pudo, estaba trabada.

—¿Pero qué demonios pasa aquí? —preguntó mamá enfadada, girando el picaporte reiteradas veces —… ¡está trabada!

—Déjame intentarlo —dijo Poppy y tomó el picaporte, tampoco pudo abrirla —. ¿Cómo pasó? Hace un segundo estaba funcionando.

—Quizás la cerramos muy fuerte, es un edificio muy viejo debe de estar oxidada —dijo Eva apuntando la linterna hacia la cerradura y acercando la vista.

—¡Jamás debiste haber entrado aquí, Barnett! ¡Mira en el lío en que nos metiste! —le gritó Poppy al perro, que sollozaba apenado —. Podemos usar algo como palanca— dijo Poppy y comenzó a recorrer la habitación con la luz de la linterna. Entonces pudo prestar atención al detalle en las paredes de azulejos blancos, estaban salpicadas de sangre, como las bateas, la camilla y los ganchos que colgaban del techo—. ¡Este lugar es asqueroso!

—Intentaremos salir por allí, será más fácil —aseguró Eva, señalando el portón de madera que daba al laberinto que estaba fuera.

Se acercaron a la salida y apenas Eva puso sus manos sobre esa especie de tranquera se escuchó un fuerte mugido. Asustadas retrocedieron y alumbraron hacia la tranquera, en la parte de abajo podían verse las pezuñas de un bovino.

—¡¡Hay una vaca allí!! —exclamó Poppy.

—¿Cómo diablos? No estaba ahí cuando llegamos —aseguró Eva muy sorprendida—. Estoy segura de ello.

—Quizá no la vimos —indicó Poppy y se acercó a empujar el portón —. Está trabándolo, debemos hacer que se corra de ahí.

—¿Cómo haremos eso? —preguntó mamá, molesta por esa situación.

—No lo sé… tal vez haciendo mucho ruido se espante —dijo la hija —golpearemos la madera y se irá.

Entonces ambas comenzaron a golpear el portón y a gritar tratando de espantar a la vaca. Lo que hizo molestar a Barnett quien comenzó a ladrar furioso. Lo que las mujeres no tenían en cuenta, era que el espacio en ese pasadizo donde se encontraba la vaca era tan estrecho que el animal no podía girar para irse de allí y al parecer no sabía cómo salir en reversa. Es sabido que a las vacas no les gustan los ruidos fuertes, así que el enorme animal del otro lado comenzó a bramar y mugir descontroladamente. Las mujeres detuvieron los gritos y los golpes.

—No funcionará —dijo Eva—vamos a buscar una palanca.

—Está bien, espero que se calme o va a derribar la puerta — dijo Poppy.

Afortunadamente al cabo de unos minutos encontraron sobre la camilla, un afilador de cuchillos (de esos que parecen espadas pequeñas) e intentaron forzar la cerradura de la puerta que daba al pasillo.

—No es tan fácil como pensé —dijo Eva forcejeando con la barra.

Barnett seguía nervioso olisqueando las pezuñas de la vaca en la parte baja de la tranquera. La rumiante había calmado sus nervios.

—Déjame, lo intentaré —dijo Poppy y tomó la barra. Eva tomó la correa de Barnett.

Pocos segundos después el perro comenzó a ladrar desesperado y la vaca volvió a mugir muy fuerte. Podían sentir como empujaba la puerta para entrar.

—¡¡Cálmate, Barnett, estás enloqueciendo a la estúpida vaca!! —regañó furiosa Eva al perro, pero este la desoyó y convirtió los ladridos en ensordecedores aullidos.

Eva sintió que algo pasó sobre sus pies y luego que intentó trepar en su pierna. Dio un grito asustado e iluminó el suelo con la linterna. Una enorme cantidad de ratones blancos entraba en estampida por debajo de la tranquera. La vaca mugía aterrorizada mientras empujaba la puerta que parecía estar cediendo ante el peso del animal.

Las mujeres entraron en pánico al ver toda esa cantidad de roedores ingresando en la habitación.

—¡¡Qué asco!! ¡¡No puedo creerlo!! —gritó Poppy aterrada mientras luchaba con la cerradura.

—¡¡Apresúrate, Poppy!! ¡¡Abre la puerta!! —gritó Eva asqueada por los pequeños animales blancos.

—¡¡Eso intento, mamá!! ¡¡No puedo hacerlo!! —dijo Poppy casi al borde de las lágrimas y comenzó a empujar la puerta con su cuerpo.

—¡Detente, vas a hacerte daño! —la regañó su madre, entonces Eva tomó la barra y volvió a intentarlo.

Había tantos ratones que comenzaron a treparse sobre ellas, tuvieron que quitárselos de la ropa y la cabeza. Comenzaron a patearlos como si fueran balones de fútbol. Barnett aullaba sin descanso y la vaca siguió empujando hasta que finalmente el portón de madera cedió y cayó al Interior aplastando una enorme cantidad de ratones, que reventaron como si fueran naranjas. Salpicando sangre en los alrededores, sobre el perro y las mujeres quienes estaban muy próximas al lugar de la caída observando atónitas lo sucedido. La vaca ingresó al lugar caminando sobre el portón caído como si fuera una pasarela, la luz de la luna tras ella solo dejaba ver su silueta. El animal comenzó a moverse hacia el interior y caminó espantado entre los ratones hasta el final de la habitación.

—¡Vámonos de aquí, mamá! —dijo Poppy asustada.

Eva asintió con la cabeza sin quitar los ojos del enorme animal quien continuaba aplastando ratones como si fueran uvas. Ambas mujeres y el perro huyeron despavoridos sorteando el laberinto hasta salir del corral.

Se apresuraron a desandar el camino, en silencio, tratando de comprender lo que había sucedido. Barnett cojeaba y sollozaba, estaba herido en su pata trasera. Llegando a la hilera de árboles se toparon con un grupo de conejos quienes los observaban fijamente.

—¡¡Siguen apareciendo estos inmundos animales por todos lados!!—gritó Poppy indignada y apresuraron el paso para alejarse de los pequeños animales que habían incomodado a Barnett quien comenzó a gruñir.

—Démonos prisa, necesito ducharme —dijo muy molesta Eva —. Solo espero que esas ratas no nos vayan a contagiar una enfermedad.

Faltando poco menos de cincuenta metros comenzaron a escuchar gritos que venían desde la casa, entonces Eva comenzó a correr desesperada al reconocer en aquellos gritos la voz de uno de sus hijos. Poppy apuró la marcha, pero Barnett se negaba a correr por su pata herida, así que ella lo cargó con mucha dificultad e intentó correr tras su madre.

Cuando Eva entró en la casa, encontró a Noel llorando desconsoladamente frente a las escaleras en la planta baja. Corrió a abrazar a su pequeño hijo que estaba muy asustado.

—Mami ¿dónde estabas?, esta casa me asusta —dijo el niño entre llantos mientras su madre lo levantaba en brazos.

—Lo siento, cariño, fuimos por Barnett… ¿Te has hecho daño? — preguntó mamá a su pequeño niño.

—No, pero no me gusta aquí, huele feo.

—Lo sé, haremos que huela muy bien. Te lo prometo —dijo Eva y besó a Noel en la frente.

Poppy entró exhausta, cargando a Barnett y lo recostó en el suelo.

—¿Cuál de los dos eres tú, pequeño llorón? —bromeó Poppy mirando fijamente a su hermano que seguía lagrimeando.

—Soy Noel —dijo el niño muy seguro.

—¿Cómo sé que eso es cierto? —preguntó Poppy buscando sacar una sonrisa a su hermano.

—Porque soy tu hermano favorito —dijo el niño sonriendo.

—¡Claro que sí! —Aseguró Poppy y chocó los cinco con su hermanito —Ahora acompáñame, a llevar a Barnett al sillón, está herido.

—¿Qué le sucedió? —preguntó el niño.

—No lo sé, trataremos de averiguarlo… mamá tiene que darse una ducha y preparar la cena.

El niño se bajó de los brazos de su madre y acarició la cabeza del viejo Barnett.

—No tardo —dijo Eva y comenzó a subir las escaleras—. Revisaré si todo está bien con tu hermano.

—Ok, mamá. Liam y yo vamos a desempacar la comida.

—¡Soy Noel! —dijo el niño indignado.

—Lo siento, deben dejar de vestir igual… cumplirás seis en algunas semanas, ya no debes permitir que mamá te diga que vestir —explicó Poppy mientras tomaba la correa de Barnett y se dirigían lentamente hacia la sala.

BORIS

1

Eva y su hija se habían levantado muy temprano, la noche no había sido amable con su sueño luego de todo lo sucedido fuera de la casa. Aún trataban de comprender todo aquello, mientras desayunaban en la cocina.

—Luego de que el camión de mudanzas se vaya debo ir al centro de la ciudad a comprar productos de limpieza, gasté todos los que traíamos limpiando la cocina y el baño de arriba —dijo Eva a su hija que estaba concentrada en observar el café mientras lo revolvía.

—¿Al centro? ¿Este horrible pueblo tiene centro comercial? — dijo Poppy cínicamente.

—Sí, lo tiene… hay una gran tienda de alimentos cerca de la escuela. En poco tiempo pasarás a diario por allí.

—¡No puedo creer que deba pasar mi último año en otra escuela! —dijo Poppy molesta mientras se tapaba el rostro con las manos.

—Lo sé, es duro. Pero sabes que no teníamos otra opción — dijo Eva—. Harás muchos amigos aquí, sabes que así será —señaló mamá y acarició el rostro de su hija.

—Hablando de eso… ya que hay un centro comercial aquí, iré contigo. Necesito llamar a mis amigas… y a Zack —dijo Poppy intentando dejar el mal humor.

—Bien, iremos todos —dijo Eva con una sonrisa —. Trataremos de conseguir el teléfono de un médico veterinario para Barnett.

—Deberíamos pedirle que revise a ese caballo también… si es que sigue vivo —dijo Poppy y le dio un sorbo a su café.

—Llamaré al abogado para verificar a quién pertenecen esos animales ¡Nosotros no podemos mantener un caballo!, debe de ser costoso.

—¿Y qué haremos con él?

—Él y la vaca deben irse, es un animal muy violento —explicó mamá y le untó jalea a su pan tostado —¡casi nos aplasta anoche!

—Aún no creo que todo aquello pasó, si tú no hubieras estado allí, pensaría que lo soñé.

—¡Espero que esa vaca loca haya acabado con todas esas repugnantes ratas! —expresó Eva indignada.

De repente escucharon la vocecita de uno de los gemelos que murmuraba y reía mientras bajaba las escaleras. Era Liam, quien se paró en la puerta de la cocina.

—¡Buenos días, cielo! Ven a desayunar —dijo mamá poniéndose de pie para preparar los alimentos de su hijo.

—¿Cuál de los dos eres tú? —le preguntó Poppy a su hermano.

—Soy Liam —dijo el niño sonriendo desde la puerta.

—¿Cómo sé que eso es cierto? —continuó su hermana.

—Porque soy tu hermano favorito —respondió el niño.

—Bien, Liam, ven aquí y dile a Noel que ya no se esconda— dijo mamá mientras ponía cereales en el tazón.

—Noel está dormido —dijo el niño entre risas mirando hacia las escaleras.

—No es cierto, te escuché hablar con él hace un momento —replicó mamá y dejó el tazón sobre la mesa.

—No —dijo el niño muy seguro.

—¿Con quién hablabas entonces? —Preguntó su hermana.

—Con Boris —dijo el niño.

—¿Quién es Boris? —preguntó entre risas Poppy —¿qué clase de nombre es ese?

Entonces el niño se apartó un momento de su vista y volvió a entrar cargando a un enorme conejo negro de orejas muy largas.

—¡Él es Boris! —dijo el niño lleno de felicidad mientras abrazaba al animal —. ¡Es muy suave!

Eva dejó rápidamente lo que estaba haciendo y le arrebató al conejo de las manos a su hijo.

—¡No vuelvas a tocar a este animal! ¡Ve a lavarte las manos! —ordenó Eva, tomando al conejo con mucho asco. Liam comenzó a llorar y gritar desesperado intentando tomar otra vez al conejo.

—¡¡No, mami, no lo lastimes!! ¡Por favor dame a Boris! —rogaba el niño ahogado en su llanto.

—¡No, Liam, es un animal sucio y está enfermo! —dijo Eva, levantando al animal un poco más para que el pequeño no pudiera tocarlo.

—¡Lo bañaré y lo curaré, por favor, mami! —imploraba Liam, mientras intentaba trepar a su madre.

—¡Dije que no! —gritó Eva muy severa —¡deja el berrinche, no viviremos con esta rata!

—¡No es una rata! ¿No lo ves? ¡Es un conejito! ¡Mira sus orejas! —Indicó el niño inocentemente —¡Por favor no lo lastimes!

Poppy se conmovió mucho al ver la desesperación de su hermanito y sintió la necesidad de intervenir.

—¡Por favor, mamá, ya dáselo! Mira lo nervioso que está —dijo la muchacha afligida.

—No lo haré, no sabemos si está enfermo —dijo mamá, aun sosteniendo al conejo en lo alto.

—Buscaremos un veterinario, Barnett lo necesita. Puede revisar también al conejo —expuso Poppy.

—Aun así, es un animal muy sucio y hará sus necesidades por todos lados —respondió mamá, mientras Liam seguía intentando treparla sin dejar de llorar.

—Buscaremos una jaula —dijo Poppy.

—¡No le gustan las jaulas! —le gritó Liam furioso a su hermana mayor.

—Estoy tratando de ayudarte, maldito llorón —respondió la muchacha de mala manera.

Liam se arrojó al suelo llorando a los gritos, Eva estaba perdiendo la paciencia.

—¡Levántate ahora mismo, Noel! —ordenó Eva enfadada.

—Es Liam —dijo Poppy.

—¡Quien sea, está acabando con mi paciencia! —gritó Eva furiosa.

En ese momento se escuchó una bocina afuera de la casa, el camión de mudanzas había llegado.

—Dame el conejo, mamá, él no va a callarse y ya están aquí los de la mudanza —dijo Poppy extendiendo las manos. Eva le entregó el conejo y salió de la habitación ofuscada, rumbo al exterior. Liam se puso de pie y dejó el berrinche.

—Dame a Boris —exigió el niño, secándose las lágrimas.

—Di por favor, pequeño maleducado —dijo Poppy, apartando al conejo de su hermano.

—Por favor, dame a Boris —repitió el niño.

—Claro, huele feo —dijo la muchacha y le entregó al conejo —. Ven aquí, tienes mocos —le limpió la nariz con una servilleta —. ¿Vas a desayunar?

—Sí, por favor —dijo el niño y se sentó apoyando a Boris en su regazo. Su hermana puso leche en el tazón con cereales.

—Iré a despertar a Noel, pórtate bien —dijo Poppy muy seria, Liam asintió con la cabeza mientras comía su cereal. Ella salió de la habitación.

2

Poppy bajaba las escaleras con Noel. Mamá entró a la casa cargando una caja, tras ella entraron dos personas que cargaban una mesa.

—¿Necesitas ayuda, mamá? —preguntó Poppy llegando al final de las escaleras. Noel siguió rumbo a la cocina.

—Gracias, no es necesario. Solo vigila a tus hermanos.

—Está bien, eso haré —aseguró la muchacha y luego se escuchó llorar a uno de los gemelos en la cocina.

—¿Qué diablos pasa ahora? —dijo Eva alterada, mientras dejaba la caja en el piso. Ambas se dirigieron a la cocina. Al llegar Noel lloraba en la entrada y Liam lo miraba enfadado desde su silla con Boris aún en su regazo.

—¿Qué sucedió? —preguntó Poppy. Ninguno de los niños dijo nada.

—¿Por qué lloras? —indagó Eva a Noel.

—¡Me da miedo! —gritó Noel, señalando a Boris —¡sácalo de aquí!

—¡No! —gritó Liam furioso.

—¡No puede ser! ¡Acaban de despertar y ya acabaron con mi paciencia! —Los regañó Eva —. ¡Vamos a llevar a ese animal a otro lado! —dijo acercándose a Liam.

—¡¡No!! —repitió el niño abrazando al conejo. Eva intentó tomarlo y Liam comenzó a llorar y gritar desesperado, Noel seguía en la puerta lloriqueando.

—¡Genial! Ahora los dos están llorando —dijo Poppy, cínica.

—¡Ya basta! —Exclamó Eva—. Necesito que se comporten, hay otras personas aquí —dijo intentando recobrar la calma al recordar a las personas de la mudanza en la casa —. Liam, necesito que vayas a quitarte el pijama mientras Noel desayuna —dijo mamá muy seria —. ¡Y llévate a Braulio! —El niño se quedó observándola sin entender mientras se secaba las lágrimas.

—Se llama Boris —dijo Poppy intentando no reír.

—¡No me importa como se llame! —indicó Eva, enfadada —. Ayuda a Liam, por favor, yo prepararé el desayuno para Noel.

—Ok —dijo Poppy y comenzó a caminar hacia la puerta junto a su hermano y el conejo.

—¡Poppy! —dijo Eva, su hija se detuvo y la miró— ¿puedes llevarlos fuera de la casa, por favor? Por lo menos hasta que terminen de descargar el camión.

—Claro, iremos a ver a la vaca —bromeó Poppy y su madre le lanzó una mirada desaprobatoria —. O quizás no — dijo y siguió su camino.

3

Poppy y los gemelos caminaban bajo el sol, la mañana era demasiado fría para ser de las primeras del otoño. Noel tomaba la mano de su hermana mayor y miraba asustado a Boris quien viajaba en brazos de un sonriente Liam.

—No debiste traerlo, Liam —dijo Poppy a su pequeño hermano— es muy pesado para ti y no te ayudaré a cargarlo.

—No me importa —respondió el niño sonriendo—. Él no quiere que lo cargues.

—¿Cómo sabes eso? —preguntó Poppy.

—Él me lo dijo —respondió el niño, muy seguro.

—¡El conejo no puede hablar! —replicó Noel enfadado.

—¡No contigo! —gritó Liam furioso mientras se acercaba a su hermano. Noel retrocedió asustado por el animal.

—¡Ya basta! —los regañó Poppy —¡deja de ser tan miedoso, Noel!… ¡y tú deja de actuar como un chiflado! — dijo mirando muy seriamente a Liam.

Siguieron camino hasta pasar la arboleda y pudieron ver a dos gallinas comiendo cerca de allí.

—No me gustan los patos —aseguró Noel, aferrándose más a la mano de su hermana.

—Son gallinas, no hacen daño —explicó Poppy y comenzaron a caminar sin quitar los ojos de los emplumados animales. Al pasar a su lado Poppy se dio cuenta de que lo que comían con tanto entusiasmo las gallinas, era el cadáver de una rata, una rata blanca como las que había aplastado la vaca dentro de ese horrible edificio la noche anterior.

Avanzaron aún más, hasta ver el laboratorio de puertas espejadas. Cuando Poppy miro los alrededores noto que las demás construcciones apenas se veían desde allí. Era como si se hubieran alejado más durante el transcurso de la noche. Le pareció algo extraño, pero no siguió pensando en eso.

—¿Quién vive ahí? —preguntó Noel.

—Nadie, está abandonado —dijo Poppy.

—¿Hay juguetes? —continuó investigando el pequeño.

—No lo creo, pero quizás haya maquillaje —dijo entusiasta la muchacha, recordando la charla que había tenido con su madre frente al lugar —. ¡Echemos un vistazo!

Caminaron hasta la puerta del laboratorio y tal como la noche anterior, estaba cerrada. Poppy forcejeó con el picaporte, pero no se abrió.

—Podemos entrar por la ventana —dijo Noel muy seguro.

— ¡Eres todo un delincuente! —bromeó su hermana riendo, Noel también sonrió a pesar de no haber entendido el chiste. Liam dejó a Boris en el suelo y el conejo comenzó a escarbar enérgicamente sobre el tapete que estaba en la entrada del lugar. Noel se escondió tras Poppy, asustado —.¡Levántalo, Liam! O va a huir —aseguró la hermana mayor muy seria.

—Solo está jugando, no huirá —respondió Liam riendo, mientras observaba a Boris.

—Bien, ya fue suficiente —dijo Poppy e intentó levantar al conejo, pero este se asustó y lanzó un gran chorro de orina directamente hacía la muchacha. Poppy quedó paralizada, completamente asqueada por lo sucedido. Los niños quedaron pasmados ante la reacción inesperada de Boris, entonces Liam reaccionó y levantó al conejo en brazos, anticipando la reprimenda de su hermana hacia el animal —. ¡¡ No puedo creerlo!! ¡¡Maldita sea!!— gritó la muchacha furiosa—. ¡¡Me orinó, el maldito me orinó!!

—Lo asustaste —aseguró Liam, abrazando fuerte a su conejo negro.

—¡Es un bicho repugnante! —dijo la muchacha observando fijamente al animal —. ¡Voy a matarlo!

—¡No le hagas daño, por favor! —suplicó Liam aterrorizado y comenzó a llorar. Entonces Poppy decidió tomar lo sucedido con calma y retrocedió unos pasos para alejarse de su pequeño hermano y de Boris.

—El conejo encontró la llave —dijo Noel, señalando la llave que estaba en el piso. Había estado bajo el tapete de entrada y cuando Liam levantó a Boris el paño se había movido dejándola al descubierto.

—Ahora podemos entrar —dijo Liam levantando la llave, se la entregó a su hermana sonriendo aún con lágrimas en su rostro lo que conmovió a Poppy, quien decidió dejar pasar el incidente del pipí.

—Gracias —dijo Poppy tomando la llave de manos del pequeño Liam.

La puerta se abrió. Lo primero que vieron fue un pequeño recibidor, allí había un escritorio y dos archiveros pequeños. También una silla de oficina a la que Liam corrió a sentarse para luego girar en ella con Boris aún en sus brazos.

—¡Quiero intentarlo! —dijo entusiasta Noel observando a su hermano.

—No —dijo firmemente Poppy —… y tú bájate de allí que vas a hacerte daño —regañó a Liam.

El niño volvió junto a sus hermanos, la silla seguía girando lentamente. Se toparon con una gran pared de vidrios sucios que dividía el recibidor del resto del edificio y una puerta en la que estaba escrito: solo personal autorizado. Poppy trató de limpiar el vidrio con el puño de su sudadera, pero no pudo. La suciedad estaba muy adherida, así que puso su mano en el picaporte y comprobó que no tenía llave.

—Este lugar es feo —dijo Noel asustado.

—¡No seas miedoso! —lo regañó Poppy —¡vamos a explorar! Puede haber algunos juguetes allí —dijo mientras abría la puerta, tratando de convencer a su hermano.

El lugar era mucho más grande de lo que parecía por fuera. Las paredes y el techo que alguna vez habían sido blancos estaban cubiertos de manchas de moho y humedad. Enormes tallos de enredaderas cubrían el techo y descendían por las paredes, se habían colado al interior por los vidrios rotos de las ventanas que estaban ubicadas en la parte más alta de la habitación. Una gran mesa de trabajo llena de cajones a sus costados, y sobre ella, recipientes de vidrio de muchos tamaños. En un sector lejano de esa inmensa habitación había una gran mampara deshecha por la podredumbre, del otro lado podían verse pequeñas jaulas apiladas, que cubrían gran parte de la pared. Poco más allá de la mesa de trabajo había una puerta, Poppy se acercó para leer el letrero en ella: Dr. Cormac Murphy, pudo leer la muchacha y giró el picaporte para entrar justo cuando escuchó un estruendoso ruido y volteó rápidamente para ver de dónde provenía. Noel había tropezado con una mesa pequeña que estaba repleta de instrumentos quirúrgicos. El niño lloraba en el suelo mientras Liam lo observaba con seriedad inmutable, acariciando a Boris, quien estaba algo inquieto. La muchacha se acercó rápidamente a socorrer a su hermano.

—¡Me duele! —gritaba el niño tomándose la rodilla derecha.

—¡Vamos, arriba! —dijo Poppy levantando al niño del suelo—. No es nada, siéntate aquí —sentó al pequeño en una silla y dio un vistazo a todo aquello que se había desparramado por el suelo. Había entre otras cosas, jeringas y objetos cortantes, pero también había una linterna, así que la apartó con el pie de los demás objetos —. ¡No toquen nada de esto!… ¡ni nada de nada! ¡No toquen nada! —expresó enfadada, levantó la linterna y comprobó que tenía batería, la guardó en el bolsillo.

—Aquí no hay juguetes —dijo Noel, sollozando.

—¡Aquí hay solo basura! —señaló Poppy—. Mejor nos vamos.

—¡No quiero irme! —dijo Liam furioso.

—De todos modos, nos iremos, este lugar es peligroso para ustedes.

—No para mí— aseguró Liam, mientras Boris comenzaba a retorcerse en sus manos.

—Ya deja eso, Liam y vámonos —ordenó la hermana mayor, entonces Boris se soltó de los brazos del pequeño y se echó a correr.

—¡Ven aquí, Boris! —gritó Liam, pero el conejo se había alejado hacia el sector de jaulas, así que el niño corrió tras él.

—¡Detente, Noel! —ordenó Poppy, a su hermano que corría.

—¡Yo soy Noel! —dijo el niño sentado en la silla.

—Está bien, lo siento. Vamos a buscar a Liam —se disculpó y tomó la mano de Noel. Liam estaba revisando las jaulas cuando ellos llegaron. Llamaba a Boris incansablemente —. ¿Qué haces? ¡No toques esas jaulas! —regañó ella al pequeño Liam.

—Boris está por aquí —aseguró el niño.

—No es cierto, este cuarto es pequeño y se puede ver dentro de las jaulas a simple vista. No hace falta que las toques —explicó la muchacha un poco asqueada por la mala higiene de ese sector, mientras alejaba a su hermano de allí —.Vamos a buscar en otro lado —Saliendo de las jaulas Liam se adelantó unos pasos a sus hermanos y tropezó con unas cajas, cayó, pero al contrario de su hermano gemelo, no lloró ni se quejó, solo se quedó tendido observando una puerta que hasta ahora había quedado fuera de la vista de todos. Al final de la oficina del doctor Murphy, casi imperceptible, perfectamente camuflada entre el moho y la vegetación —. ¡Levántate, Liam! —dijo Poppy ayudando a su hermano a ponerse de pie—. Bien, haremos lo siguiente: ustedes van a quedarse sentados allí — dijo señalando un banco justo al final de la mesa de trabajo —… y yo revisaré en esa oficina.

Los niños se quedaron sentados, uno al lado del otro y Poppy caminó hasta la oficina que llevaba el nombre de Murphy, había dejado la puerta entre abierta, así que solo la empujó y entró. La habitación no era tan luminosa como el resto del lugar, allí apenas había una ventana bloqueada con tablas de madera, así que encendió la linterna. Inspeccionó bajo el escritorio y los otros pocos muebles de la habitación, el conejo no estaba allí. La oficina estaba bastante ordenada en comparación del resto del laboratorio, aunque llena de polvo. Poppy sintió curiosidad y a pesar de que Boris no estaba allí se tomó unos minutos para inspeccionar el lugar . Sobre el escritorio había una pequeña familia de conejos hechos de cobre, algo tenebrosos. Parecían ser estatuillas antiguas, a la muchacha le parecieron espantosas. Había también una canastilla llena de cartas abiertas a nombre del doctor Cormac Murphy, ¡qué nombre tan estúpido!, pensó mientras dirigía su vista hacia el montón de papeles que estaba allí. Llamó su atención una carpeta de color negro que llevaba la palabra Morton escrita en letras doradas en su portada, decidió abrirla. Había mucho para leer allí, no había buena luz y Poppy no amaba la lectura así que estuvo a punto de abandonarla cuando cayeron unos dibujos desde el interior. Observó las hojas detalladamente y pudo ver un llamativo dibujo de una figura humana, pero tenía el rostro de lo que parecía ser un cerdo, ¡vaya imaginación!, pensó. Guardó los dibujos en la carpeta y decidió que se los llevaría. Recordó entonces a sus hermanos y decidió dar un vistazo rápido a los cajones. No había nada en el primero ni en el segundo, pero en el tercer cajón había un arma de fuego algo antigua, una caja con municiones, un reloj y un muy bonito anillo de ónix, así que decidió que se quedaría con la joyería. Titubeó ante la idea de tocar el arma y justo cuando iba a tomarla entre sus manos escuchó que algo caminaba por la biblioteca de la habitación y dirigió la luz de la linterna hacia ahí. La recorrió hasta el fin y pudo ver a una pequeña rata huir entre los libros. No la siguió con la luz, ni gritó espantada por su presencia, lo que acababa de ver colgando en la pared la había dejado un poco más impresionada. Abandonó el arma y cerró el cajón. Se acercó aún más para corroborar que sus ojos no le estaban jugando una broma y cuando al fin estuvo frente a esa fotografía un escalofrío le recorrió el cuerpo. Estaba allí, plasmada tras ese marco, la imagen de un enorme conejo negro y bajo la imagen podía leerse: «Boris, mi mejor amigo.» ¡No es cierto!, dijo para sí misma observando muy de cerca la fotografía. La vocecita de su hermano la sorprendió.

—¡Es Boris! —exclamó Liam parado en el umbral de la puerta, con el conejo en brazos.

—¿Qué? —preguntó Poppy, algo desconcertada.

—Boris regresó —dijo el niño con una enorme sonrisa, mientras Poppy posaba la luz sobre él—. ¡No me gusta! —aseguró el niño, cerrando los ojos con fuerza, cegado por la luz de la linterna sobre su rostro.

—Lo siento… es que… — dijo Poppy y volvió a posar la luz sobre la fotografía para comprobar si aquel conejo llamado Boris se parecía al Boris que Liam traía en brazos — Esto es muy extraño —susurró mientras Liam se acercaba a observar la foto.

—¡Oh, es una foto de Boris! —Exclamó alegre el pequeño— ¿puedes dármela, por favor? —preguntó amablemente.

—¡Claro que no!, Esto es tétrico —dijo Poppy nerviosa.

—¡Quiero la foto! —ordenó Liam, enojado.

—He dicho que no, vámonos de aquí — ordenó la hermana mayor. Volvió al escritorio y tomó la carpeta, el reloj y el anillo de ónix. Tomó a su hermano de los hombros y lo guió fuera de la habitación. Cerró la puerta.

—¿Por qué tú sí puedes tomar cosas? —cuestionó el pequeño.

—Es solo un libro —dijo Poppy mirando a su alrededor en busca de Noel que ya no estaba sentado donde lo había dejado —. ¿Dónde está Noel?

—Se quedó abajo —dijo Liam.

—¡¿De que estas hablando?! ¿Dónde es abajo? —preguntó Poppy, nerviosa.

—Por ahí —Liam señaló la puerta que había estado oculta, ahora abierta.

Poppy se paró frente a la puerta, era la entrada a un sótano. Las escaleras se veían más estables que las del sótano de la casa, así que decidió bajar.

—Tú quédate quieto, justo ahí —ordenó a Liam y comenzó a descender —. ¡Noel!… ¡Noel, ven aquí ahora!… ¡Noel! —llegó al final de las escaleras e iluminó los alrededores de la habitación con la luz de la linterna. La ventana que daba al exterior estaba rota y entraba algo de viento. Había un colchón en el suelo y algunas mantas sucias, restos de comida y roedores muertos. Escuchó ruidos en un rincón y le pareció ver a su hermano sentado en una pequeña silla tras una columna—. ¡¿Noel?! —preguntó y cuando iba a dar el primer paso, la sorprendió la respuesta de su hermano desde el piso de arriba.

—¡Aquí estoy! —dijo el pequeño parado junto a su hermano gemelo en la puerta de entrada a el sótano . Poppy apuntó la luz hacia ellos.

—¿En qué momento subiste? —preguntó algo molesta. Caminó hacia las escaleras y luego de subir los primeros escalones guió la luz hacia la pequeña silla, la figura que había visto ya no estaba , lo que le provocó mucho miedo, entonces se apresuró a llegar junto a sus hermanos —. Salgamos de aquí, están volviéndome loca.

Caminaban hacia la salida cuando Poppy se detuvo y tomó una de las jaulas, la que parecía estar más limpia.

—¿Para qué es eso? —preguntó Liam.

—Es para el conejo ¡Ponlo aquí! —dijo mientras abría la puerta de la jaula.

—¡No! —dijo Liam abrazando fuerte al conejo.

—Mamá no te dejará tenerlo en la casa si no está en una jaula —indicó Poppy.

—A él no le gusta, esa jaula es muy pequeña —dijo Liam enfadado.

—Pues a mí tampoco me gusta esta horrible casa, ni este horrible pueblo, pero aquí me toca estar… así qué… ¡ponlo allí! — dijo firmemente la hermana mayor.

—¡No es justo! —expuso Liam, mientras metía al animal a la jaula.

—Nada es justo en esta vida, acostúmbrate —dijo Poppy sarcástica.

Salieron del laboratorio, Poppy llevaba a Boris en la jaula, Noel caminaba junto a ella, Liam caminaba enfadado con los brazos cruzados algunos pasos más adelante.

—¿Quieren conocer a una vaca? —preguntó la hermana mayor, Liam detuvo la marcha y la miró.

—Aquí no hay vacas —dijo Liam, aún de brazos cruzados.

—Claro que sí —dijo Poppy.

—No me gustan las vacas —aseguró Noel.

—¿Cómo lo sabes?, jamás has visto una —cuestionó Poppy—. Solo la veremos de lejos, está un poco loca.

Los pequeños comenzaron a reír por ese comentario. Poppy los guiaba hacia «la construcción del laberinto.»

4

Al llegar al establo el caballo no estaba, Poppy se sintió un tanto aliviada por ello ya que en el estado deplorable en el que estaba el animal posiblemente hubiera asustado a los pequeños gemelos. Siguieron camino hacia el lugar en donde había visto a la vaca. Con la luz del día podía ver lo bello que era ese extenso territorio, el pasto era más verde que cerca de la casa y estaba cubierto por pequeñas flores, algunas blancas otras amarillas. Boris viajaba tranquilo dentro de la jaula, Poppy no estaba muy feliz por cargarlo, era más pesado de lo que parecía y la jaula no era cómoda de transportar.

Cuando llegaron a los laberintos, Poppy decidió que ese sería el límite ya que, en el interior del lugar aparte de la vaca, también había muchísimas ratas muertas, lo que no era seguro ni higiénico para sus hermanos.

—¿Dónde está la vaca? —preguntó Liam.

—Debe de estar adentro de esa construcción —dijo Poppy, dejando la jaula de Boris en el suelo.

—¿Es nuestra vecina? —preguntó Noel, inocentemente.

—Sí, es nuestra vecina —respondió Poppy sonriendo a su pequeño hermano.

—No la veo —dijo Liam, desconfiado.

—Debe de estar durmiendo —dijo la hermana mayor.

—¿Podemos entrar? —preguntó Liam.

—No, no podemos —respondió Poppy.

—¡Por favor! —insistió el niño.

—Bien, yo entraré y ustedes van a esperarme sentados junto a la puerta… y no quiero nada de trampas como hace rato ¿está bien? —Los niños asintieron y caminaron todos juntos hacia la puerta pequeña fuera del corral de laberinto.

Poppy recorrió el pasillo, parecía menos tétrico ahora, no parecía tan estrecho y ya no había moscas. Se paró frente a la puerta y giró el picaporte y este abrió sin problemas, sin la más mínima resistencia. ¿En serio?, pensó un tanto molesta después de todo lo que habían pasado la noche anterior con esas ratas y esa vaca chiflada luego de que la maldita puerta se negara a abrir. Dio un paso al otro lado, el portón seguía allí, tumbado sobre el suelo de esa extraña habitación, pero no estaba ahí la vaca, ni ninguna de las ratas, ni siquiera las muertas, eso la sorprendió mucho. Después de todo, ¿a dónde irían un montón de ratas muertas? Luego recordó a esas gallinas comiendo el cadáver de ese roedor e imaginó a decenas de gallinas haciéndose un festín con todos aquellos restos aplastados y mal olientes. Salió de allí rápidamente, con el estómago revuelto y algo decepcionada por la ausencia de la vaca.

—¿Dónde está la vaca? —preguntó Liam malhumorado.

—No lo sé, no está aquí —dijo Poppy levantando la jaula de Boris.

—¡Dijiste que habría una vaca! —dijo Liam de mala manera.

—Creí que estaría aquí, aquí estaba anoche… ¡se ha ido! …¡Ahora vámonos a casa! —comenzaron a caminar, a los pocos metros Noel comenzó a llorar—. ¿Qué sucede ahora?

—¡Estoy cansado! ¡No quiero caminar! —dijo Noel y detuvo la marcha.

—¡No es cierto! —exclamó Poppy fastidiada—. No puedo cargarte, estoy cargando la jaula.

—¡Yo la llevaré! —Dijo Liam, firmemente.

—No puedes, es más grande que tú —respondió Poppy.

—Puedo con Boris, deja la jaula —dijo astutamente el niño.

—Eso no pasará —dijo Poppy muy molesta, se llevó las manos al rostro unos segundos y miró a su alrededor tratando de calmarse y pensar. Justo al comienzo del corral había una carretilla de mano llena de paja—. Vengan conmigo —dijo la muchacha.

Cargó a Noel y a Boris con jaula incluida y comenzaron a andar, casi a mitad de camino Liam ya no quiso caminar, y Noel no quiso bajar del vehículo, así que cargó a los gemelos y al conejo con mucha dificultad hasta la casa.

5

Llegaban a la casa y el camión de mudanzas se alejaba, mamá estaba en el porche cargando una caja.

—¡Oh, por favor! ¡Qué adorables! —Exclamó Eva al ver llegar a sus hijos montados en la carretilla de mano —… ¡Son todos unos granjeros! —Se echó a reír. Poppy detuvo la marcha justo delante de las pequeñas escaleras de la entrada.

—¡Estos niños son una pesadilla! ¡Definitivamente no tendré hijos! —sentenció Poppy, ayudando a bajar a Noel.

—Yo solía decir eso, Poppy, y aquí me ves —ironizó Eva.

—¡Oh gracias, Mami! —dijo sarcástica la muchacha.

—Los quiero ahora, no los quería cuando no existían —se justificó la madre bromeando —. No sabía que serían tres niños tan hermosos —Poppy sonrió incrédula ante los halagos de su madre, mientras bajaba a Liam de la carretilla —. Veo que consiguieron una jaula para esa rata —dijo Eva, observando a Boris.

—¡No es una rata! —dijo Liam molesto.

—¡Las gallinas comieron una rata, mami! —comentó Noel muy sorprendido. Eva miró a Poppy sin entender.

—¡Oh, sí!… hay gallinas, muy extrañas —aseguró Poppy —… La vaca no es la única asesina de ratas por aquí.

—¡Dijiste que había una vaca y no fue cierto! —reclamó Liam enojado y entró en la casa cargando la jaula con mucha dificultad.

—Creí que no se acercarían a la vaca —dijo Eva muy seria.

—Solo quería que la vieran… pero ya no estaba allí, así que quédate tranquila —se defendió Poppy.

—¿No está? —preguntó Eva, sorprendida.

—Así es, tampoco el caballo… desaparecieron.

—Eso es muy extraño… pero es lo mejor, no seré una granjera ordeña vacas —expresó Eva, aliviada—. Vamos a prepararnos para salir —Entró a la casa seguida por Poppy y Noel.

6

Había en el centro de la ciudad muchas más personas de las que esperaban ver y la tienda de alimentos no era tan básica y pequeña como la habían imaginado. Pudieron encontrar allí todo lo necesario para comenzar a hacer un hogar de aquella casona vieja y olorosa. Luego de abastecerse con lo necesario Eva se acercó a la caja con sus hijos.

—¡Caras nuevas! —dijo la cajera muy sonriente — .¿Turistas? —bromeó.

—En realidad no, acabamos de mudarnos —respondió Eva fingiendo una sonrisa.

—Eso es genial— dijo la cajera mientras pasaba los productos por el escáner—. No tenemos niños tan lindos por aquí— dijo sonriendo a Noel, quien le devolvió la sonrisa ante el halago—. ¡y son dos! — se sorprendió al ver a Liam, quien no le puso buena cara. Poppy se sintió algo molesta por la exasperante personalidad de la empleada de la tienda y aprovechó para salir de allí.

—Disculpe, señorita ¿Sabe usted si el teléfono de allí afuera funciona? —dijo Poppy señalando en dirección a la calle.

—Claro ¿necesitas monedas? —dijo sonriendo, a Poppy le pareció exageradamente amable, y una tonta.

—No, gracias —dijo la muchacha y luego miró a su madre— Saldré a usar el teléfono.

—Está bien, te veo afuera —dijo Eva y Poppy salió.

—¡Quiero ir al auto a ver a Boris! —dijo Liam, molesto.

—Aguarda cielo, debo pagar — dijo Eva, el niño se cruzó de brazos enfadado ante la negativa de su madre.

—¿Ustedes son los que se mudaron a la casa junto a la iglesia? —Preguntó la cajera, empacando los víveres.

—No lo creo, no tenemos vecinos cerca… está un poco lejos del centro.

—¿La casa de los conejos? —preguntó la muchacha, seria. Eva comenzó a oler su ropa pensando que el olor de la casa había quedado impregnado en ella.

—¿Cómo lo sabes? —investigó mientras se olía el cabello.

—¡Oh, no se preocupe! —dijo la cajera sonriendo—. No es que tenga olor, es por las siluetas en el portón que da a la carretera… son conejos.

—Bueno… ¡qué alivio! —dijo Eva —. No he visto ninguna silueta, pero… sí, seguramente es la casa de la que hablas, era de mi abuelo, la heredamos.

—Boris es un conejo— comentó Liam amablemente a la muchacha.

—Los conejos son geniales — respondió la cajera y levantó la vista, pudo ver a Poppy al teléfono y a una mujer que se acercó a ella, se puso muy seria. Entonces Eva dirigió la vista hacia el mismo lugar tratando de comprender.

—¿Qué sucede? —preguntó Eva.

—No es que me guste el chisme, señora, pero… no es bueno que su hija se acerque a esa mujer.

—¿Por qué? —preguntó Eva, inquieta—. ¿Quién es ella?

—La loca de los gatos— dijo la muchacha muy segura—. Dicen que no está bien de la cabeza. No sé relaciona con las personas y es muy agresiva, vive alejada con cientos de gatos.

—¡Que le gusten los animales no quiere decir que está loca! — dijo Eva tratando de quitarle seriedad al asunto.

—No le gustan, dicen que los cría para alimentar a su hijo que vive encerrado en un sótano —comentó la cajera muy convencida, mirando fijamente a Eva, quien soltó una carcajada al escuchar las palabras de la joven.

—¡Eso es lo más ridículo que he escuchado! ¿Por qué encerraría a su hijo? —preguntó Eva y sacó su billetera para pagar la compra.

—Se dice que tiene deformaciones… puede creerme o no, pero le diré que ella es su vecina más cercana, tenga cuidado.

—Gracias, lo tendré en cuenta —indicó Eva, tomando en broma la recomendación—. ¿Cuánto es?

7

Poppy estaba al teléfono hablando con su amiga Nicole, completamente desilusionada por no haber podido comunicarse con Zack. La calle era un poco ruidosa y había un pequeño grupo de chicos andando sobre sus patinetas cerca de ella, lo que hacía que la conversación se llevara en un volumen muy alto por parte de Poppy.

—¡Así es, Nicky, su madre dijo que estaba jugando baloncesto! ¡Él jamás ha jugado baloncesto!, por supuesto su madre no tiene idea de lo que a Zack le gusta… por supuesto… solo espero que le diga que lo llamé… lo siento, esta calle es muy ruidosa… ¡imagínate!, aún no tenemos línea telefónica… sí, la casa es enorme, tétrica y está repleta de animales… ¡así es!, horribles conejos por todos lados… ¡odio este lugar! —comentó Poppy furiosa, mientras una mujer mayor, algo desaliñada con un feo y sucio sombrero de pescador se acercaba a ella y escuchaba atentamente su conversación—… ¡sí, eso sería genial!… espero que solucionen lo del teléfono pronto… no olvides decirle a Zack que lo llamaré mañana… ok… sí, creo que volveré a esa horrible casa a lidiar con todos esos asquerosos animales… te quiero, adiós —colgó el tubo y giró para volver a la tienda, se asustó muchísimo al ver a esa mujer de expresión aterradora parada justo tras ella, mirándola fijamente—. ¡¡Oh, demonios!! ¡Me asustó, señora! ¿Necesita usar el teléfono? —preguntó Poppy molesta.

—¿Te mudaste a la casa del doctor Murphy? —curioseó la señora con un tono poco amable.

—¿Disculpe? —dijo Poppy algo asustada— ¿quién es usted?

En ese momento Eva salió de la tienda y se dirigió al automóvil sin quitar la vista de su hija y de esa extraña mujer. Los gemelos subieron al vehículo y Liam se apresuró a sacar a Boris de la jaula, Eva decidió acercarse hasta su hija.

—¿Has visto al conejo negro? —indagó la mujer acercándose más a Poppy.

—Sí… ¿es suyo? — preguntó la muchacha.

—¡Claro que no! —dijo la mujer espantada—¡ese animal es el mismo demonio!

—¿De qué habla, señora? —dijo Poppy apartándose, justo cuando llegó su madre.

—Buenos días —dijo Eva amablemente—. Soy Eva Gardner, madre de Poppy.

—Soy Alice Monroe —dijo la extraña mujer— y déjeme decirle que ha hecho muy mal en meter a sus hijos en esa casa.

—¿A qué se refiere? —cuestionó Eva tratando de mantenerse respetuosa, pero visiblemente molesta.

—¿Qué saben de ese lugar? ¿Por qué están allí?

—Mire, señora Monroe, creo que esos son asuntos que no voy a discutir en medio de la acera y con una persona extraña— dijo Eva indignada.

Entonces Liam se acercó cargando a Boris entre sus brazos, al verlo Alice se alejó horrorizada.

—¡Aleja esa cosa de mí! —gritó y comenzó a caminar lejos de ellos— ¡deshazte de esa cosa!¡mátalo! — exclamó y se alejó a toda prisa.

—¿Qué le pasa a esa señora? — preguntó Liam muy sorprendido por los gritos de la mujer.

—No lo sé— dijo Eva aun mirando a la mujer que se alejaba— Todo el mundo aquí es tan raro.

—¡Esa vieja definitivamente esta chiflada! — dijo Poppy tomando las monedas que le devolvió el teléfono.

COLITAS DE ALGODÓN

1

Tres días después del incidente con Alice Monroe en la tienda, Poppy se despertó algo triste, aún no había podido hablar con Zack a pesar de haberlo intentado varias veces. Bajó a desayunar, no encontró a su madre en la cocina y le llamó la atención el ruido de un motor muy cerca de la casa. Salió al porche y pudo ver a su madre a unos veinte metros usando una enorme trituradora de ramas. Eva introducía cosas por un lado y los restos hechos trizas salían por el otro. Poppy se acercó para saber de qué se trataba.

—¡Mamá!… ¡Mamá! —El ruido de la máquina no permitía que su madre la escuchara. Entonces esperó a que lo que fuera que Eva estuviera triturando terminara de hacerse polvo—. ¡Mamá! — volvió a intentarlo su madre esta vez la escuchó.

—Hola, cielo— dijo Eva, revolviendo el contenido de unas cajas que tenía cerca de la trituradora.

—¿Qué es ese enorme aparato? ¿De dónde lo sacaste?

—Lo encontré detrás de ese depósito que está allí— dijo señalando una construcción pequeña tras la casa que aún no habían revisado—… es una trituradora de leña, aún tiene combustible.

—¿Y qué trituras?

—Basura del imbécil de Justin— explicó y tomó una guitarra de las cajas, luego la colocó en la entrada de la trituradora.

—¡Oh, no, mamá!, no lo hagas— se opuso firmemente Poppy —. ¡la guitarra no! ¡Yo puedo usarla!

—Tú tienes una, Poppy, y no quiero nada de ese desgraciado en esta casa — dijo Eva, enojada.

—Podemos venderla, no puedes destruir un instrumento tan hermoso como ese — replicó Poppy, tratando de hacer entrar en razón a su madre.

—Pues creo que será más satisfactorio para mí destrozar su queridísima guitarra que contar billetes… aléjate— dijo Eva e introdujo la guitarra, salió por el otro extremo hecha una pequeña lluvia de serrín y astillas.

—¡No puedo creer que hayas hecho eso! —expresó Poppy cuando el motor se detuvo.

—Pues sí y acabaré con todo esto —indicó señalando las cajas. Luego se escuchó la voz de uno de los gemelos desde el porche.

—¡Mamá! — gritaba el niño observando a las mujeres a lo lejos.

—¡Ya voy quédate allí! —Gritó Eva preocupada porque su hijo no viera las pertenencias de su padre en las cajas, ni lo que estaba haciendo con ellas—. Dejaré esto aquí —Cerró las cajas— espero que no vengan a curiosear.

—Solo diles que no se acerquen a esta cosa, se ve extremadamente peligrosa— dijo Poppy.

—Eso haré, yo soy la madre aquí— dijo Eva en tono de broma y comenzó a caminar hacia la casa.

2

Estaban en la cocina Eva, Poppy y Noel tomando el desayuno. Liam entró cargando al conejo negro y se sentó junto a su hermano. Noel cambió el gesto tranquilo que tenía antes de que su gemelo llegara y ahora observaba temeroso a Boris que parecía mirarlo fijamente. Barnett tampoco se sintió a gusto con la presencia del conejo y comenzó a sollozar.

—Él no puede estar en la mesa —sentenció Eva refiriéndose al conejo.

—¿Por qué no? —cuestionó Liam.

—Porque huele feo y no está vacunado —respondió Eva —. ¿dónde está su jaula?

—En la habitación, no puedo bajarla —dijo Liam.

—No quiero que Boris duerma en la habitación, no quiero que me vea dormir—dijo Noel temeroso. Su hermano clavó una mirada furiosa en él.

—Dejaremos la jaula en el lavadero y el dormirá allí —resolvió Eva.

—¡No es justo! —cuestionó Liam, enfadado.

—¡Claro que sí lo es! —aseguró Eva —. A tu hermano no le agrada.

—¡Eres un miedoso! —le gritó Liam, muy molesto a su hermano. Noel estalló en llanto y Barnett hizo más fuertes sus quejidos.

—¡Demonios! —Exclamó Poppy molesta —. ¿Será así todas las mañanas?

—¡Ya basta! —dijo Eva, elevando la voz—. No quiero que vuelvas a decirle esas cosas a tu hermano —regañó a Liam—. No sé de dónde copias esos modales.

Poppy le dio un gran sorbo a su café mientras recordaba todas las veces que había llamado miedoso a Noel en presencia de Liam, así que trató de desviar la conversación.

—Hay muchas habitaciones aquí, no tienen por qué compartirla —dijo la muchacha a su madre, mientras Noel dejaba el llanto.

—No lo sé, son muy pequeños y no están acostumbrados —dijo Eva dudando.

—Pues mejor que se acostumbren desde ahora… antes vivíamos en un apartamento, ahora tenemos una casa enorme con un extenso patio, todo es nuevo… y a Noel no le agrada Boris, pero si lo sacas para que él no llore, luego llorará Liam, y así… por siempre —explicó Poppy y bebió de su café.

—Tendrás que cambiarte a la habitación del final del pasillo, así puedo estar cerca de ambos —indicó Eva mientras Barnett comenzaba a sollozar otra vez.

—Está bien, apenas desempaqué, así que será fácil… me cambiaré por la tarde —dijo la muchacha y clavó la vista en el perro—. ¡Demonios! ¡Ya deja eso, Barnett!

—Bueno, espero que hoy esté disponible la veterinaria —expresó Eva observando al perro.

—Pues no vale de mucho, el perro ya está sano… ¡tuvimos suerte de que no haya sido una emergencia! —exclamó Poppy.

—Aun así, sería bueno que lo revise— dijo Eva.

—Y también a Boris —les recordó Liam muy serio.

—Así es… iré a llamar a Zack y llamaré otra vez a la veterinaria, quizás hoy tenga suerte… con ambos— dijo Poppy y lanzó un suspiro pensando en Zack y en todo el tiempo que llevaba intentando comunicarse con él.

—Está bien, recuerda cargar combustible, por favor—dijo Eva

—Terminaré de desayunar y saldré para allá.

—En unos días tendremos teléfono en la casa y evitaremos hacer todo ese trayecto— expresó Eva aliviada.

3

Poppy colgó el tubo, respiró profundamente para no llorar. Zack no estaba en su casa y ella comenzaba a sospechar que en realidad él no quería responder a sus llamadas. Apenas hacía pocos días desde la última vez que lo había visto, aun así, ella dibujaba el peor panorama en su joven mente. Luego de unos minutos decidió entrar a la tienda para conseguir algo más de cambio para el teléfono, la misma empleada de la amabilidad exagerada estaba allí en la caja.

—Buenos días —dijo la empleada sonriente.

—Buenos días ¿podrías darme cambio para el teléfono? —preguntó Poppy enseñando el billete en su mano.

—Por supuesto —afirmó la empleada y le entregó las monedas—. ¿Hoy es el día de llamar a los amigos?

—En realidad debo llamar a la veterinaria, dijo que estaría en casa ayer y no fue así.

—Pues estas de suerte— dijo la muchacha señalando a la calle—. Esa señora que está saliendo de la peluquería es la doctora Brown.

—¡Eso es genial! —Exclamó Poppy—. Bien, iré a hablar con ella—¡¡Gracias!! —dijo saliendo a la calle. Cruzó a la acera de enfrente y se acercó a la mujer que estaba guardando una caja en el maletero del auto—. Buenos días.

—Buenos días— respondió la mujer sonriendo —. ¿En qué puedo ayudarte, linda?

—¿Usted es veterinaria?

—Sí, así es— dijo la mujer— Juliette Brown, médica veterinaria.

—Bien, verá… hace dos días mi madre concertó una cita, era para ayer, ella se llama Eva Gardner, nos mudamos a la calle…

—La casa de los conejos —interrumpió la mujer muy seria.

—Así parece… creo que así le dicen por aquí. Bien, mi perro está herido en una de sus patas. Si usted puede pasar hoy sería genial.

—No iré a ese lugar —aseguró la mujer firmemente y se encaminó hacia la puerta del conductor.

—¿Por qué? No comprendo— se sorprendió la muchacha.

—Si quieres que revise a tu perro tráelo a mi consultorio— dijo y le entregó una tarjeta personal—. No iré a esa casa— se subió al automóvil y lo puso en marcha.

—Pero… aguarde… señora— el vehículo se fue y Poppy lo observó marcharse tratando de comprender lo que había sucedido. Volvió a la tienda y se acercó a la cajera, aún sorprendida por el desaire de la señora Brown —. ¿Puedo hacerte una pregunta?

—Por supuesto, la que quieras— respondió la mujer.

—¿Cuál es el problema que tienen todos aquí con mi casa?… el otro día esa señora chiflada aquí afuera de la tienda dijo que debíamos salir de la casa, e hizo un gran drama por el horrible conejo de mi hermano y ahora la doctora Brown no quiere ir a revisar a mi perro… cuando le dije dónde vivía, solo se subió al auto y se marchó. ¡No puedo entender que es lo que sucede! —expresó Poppy visiblemente indignada.

—Bueno, no sé si puedo ser de gran ayuda, hace apenas cuatro años que estoy viviendo aquí, pero… cierto día conducía mi auto cerca de tu casa y me llamó la atención el enorme portón de la entrada, ya sabes es enorme y llamativo… me pareció precioso, estaba en ese momento con mi novio y se lo comenté. Él ha vivido siempre aquí. Bien lo que él me dijo es que nada detrás de ese portón era bonito, que… allí pasaron cosas muy feas y aterradoras… bueno él dice que esas tierras están malditas.

—¿Malditas? —dijo Poppy algo incrédula—¿acaso hay un cementerio indio allí? —dejó salir una pequeña risa.

—No lo sé —dijo la empleada muy seria— lo que dice la gente es que pasaron cosas horribles allí y todo ese sufrimiento que se vivió en ese lugar maldijo la tierra y vive ahí, acechando.

—Pues lo único que había allí cuando llegamos era popó de conejo… y una vaca muy loca— indicó Poppy restándole drama al relato de la mujer—. Creo que aquí son muy supersticiosos y anticuados… debe ser por eso que tienen tantas Iglesias.

—No me consta nada de lo que dicen, yo no he visto esas apariciones… es más, nunca he pasado el portón. Pero las personas con las que he hablado parecían muy convencidas.

—¿Apariciones? ¿De qué tipo? —preguntó Poppy.

—Bueno, allí funcionaba un laboratorio…

—Así es—interrumpió Poppy —…hacían cosméticos.

—¡No es así! —dijo la cajera y en ese instante se acercó una mujer hasta la caja y la interrumpió.

—Disculpe, ¿podría cobrarme?, Por favor, estoy muy apurada —expuso la mujer. Entonces la empleada del lugar se dispuso a hacer su trabajo. Poppy recordó que aún debía cargar combustible.

—Mira, debo irme, pero… puedes ir a casa cuando quieras y verás que nada de eso es cierto.

—Gracias, espero poder —dijo la mujer—… por cierto, soy Rebecca.

—Ok, Rebecca, soy Poppy… seguro estaré aquí mañana para usar el teléfono, al parecer los de la compañía telefónica también le temen a Boris —bromeó la chica de Nashville, sarcástica—… adiós.

Salió de la tienda, se subió al automóvil y no pudo evitar reír a carcajadas al recordar toda esa historia sobre la tierra maldita. Si bien era cierto que todo en esa casa y sus alrededores era extraño y lúgubre, no había visto a ningún fantasma. Aunque quizás las apariciones en ese lugar no eran tan típicas como en una película de terror, y eso las hacía pasar desapercibidas.

4

Comenzaba a anochecer, Poppy estaba en el porche de la casa con una taza de café en sus manos y la mirada perdida en el horizonte. Tratando de comprender por qué Zack no respondía a sus llamadas. Había llamado en la mañana y por la tarde y él nunca estaba en casa. Maldijo su mala suerte y a los empleados de la empresa telefónica que se estaban tardando más de lo debido en instalar la línea en la casa.

Eva llegó en el automóvil y lo estacionó justo frente a las pequeñas escaleras de entrada, bajó y se acercó a su hija.

—Lamento haber tardado tanto, cielo. El abogado habla demasiado la próxima vez lo llamaré por cobrar… La buena noticia es que podemos alquilar las otras edificaciones del predio, así que aproveché y puse carteles en varias tiendas.

—Eso es genial, aunque a las personas de aquí no les interesará invertir en «la casa maldita»— bromeó la muchacha.

—Hablando de eso, fui al consultorio de esa veterinaria y su secretaria me dijo que no estaba… no le creí ¿y sabes qué? Buscaremos a otra, no debe de ser la única en este pueblo— expresó Eva indignada—. ¿Los gemelos?

—Están dormidos, no querían esperar para cenar así que les preparé un emparedado… Noel se quedó dormido sobre la mesa —dijo riéndose de eso.

—No puedo creer todo el tiempo que me llevó hacer una llamada telefónica. Realmente pensé que tardaría menos, pero prepararé algo rápido para nosotras —resolvió la madre.

Barnett estaba recostado sobre un mullido almohadón cerca de las mujeres, su pata estaba sanando, lo que denotaba que no había sido una herida tan grave. Podía caminar, aunque con dificultad y entre quejidos. El can afinó el oído y levantó la cabeza, como si tratara de escuchar algo a lo lejos. Segundos después un extraño y desconocido sonido para las mujeres comenzó a resonar en los alrededores.

—¿Qué demonios es eso? — preguntó Poppy mientras dejaba la taza de café sobre las barandillas del porche.

—¡¿Pavos?!— investigó Eva muy sorprendida—. Se oyen como pavos ¿verdad? — dijo mientras bajaba las pequeñas escaleras y trataba de divisar el origen del sonido.

—¡Bien, nos haremos ricas para acción de gracias! —bromeó la muchacha y se paró junto a su madre.

El sonido que ellas escuchaban efectivamente provenía de un animal, pero no era el que ellas pensaban.

¿Han escuchado alguna vez el clucking en los conejos? Es un sonido parecido al de los pavos o las gallinas, pero un poco más sutil y podría haber pasado desapercibido de haber sido uno o dos conejos los que merodeaban la casa, pero este no era el caso. Cerca, Diez o quince metros frente a las mujeres, había un gran conjunto de arbustos y algunos árboles dispersos. Desde allí se asomó hacia la casa una enorme cantidad de conejos, quizás cien o más. Unos grandes y otros pequeños, de diferente pelaje. El sonido se hacía más fuerte a medida que se acercaban a la casa, las mujeres quedaron pasmadas ante aquella escena surreal. Barnett había comenzado a ladrar y gruñir desesperadamente desde el porche, observando a los pequeños animales venir hacia ellos.

—Creo que quieren recuperar la casa —bromeó Poppy impresionada por la cantidad de animales a su alrededor.

—¡¿Qué mierda les pasa a estos horribles bichos?! Vamos a entrar, puede que estén rabiosos —dijo Eva y ambas intentaron retroceder, pero sin quitar la vista del gran grupo de colitas de algodón que las acechaba. La mayoría de los conejos apresuró el paso y comenzó a correr en círculos alrededor de las mujeres, haciendo más estruendoso ese cacareo e impidiendo que Poppy y su madre pudieran entrar a la casa.

—¡¿Pero qué carajos sucede?! —Preguntó Poppy comenzando a asustarse por esa actitud tan extraña en esos animales, que a su parecer debían ser tiernos y mansos como en las caricaturas.

—¡Largo de aquí! —Les gritaba Eva furiosa, mientras aplaudía fuertemente pensando que eso los haría desistir — ¡lárguense malditas ratas!

Lejos de alejarse los conejos seguían sumándose al círculo. Barnett se acercaba lentamente y ladraba un poco, luego retrocedía y volvía a intentarlo. Evidentemente estaba también asustado por lo que sucedía.

—Solo pasemos, mamá, son pequeños conejos, vamos a pasar sobre ellos— dijo Poppy molesta.

—Tienes razón, ¡Háganse a un lado! —Gritó Eva mientras pateaba a uno de los conejos, algunos pararon la marcha y comenzaron a gruñirle, ella retrocedió asustada. Barnett tomó coraje y se acercó más al círculo. Ahora los conejos además del cloqueo incesante, golpeaban sus patas traseras fuertemente contra el suelo —¡Oh, dios!, esto no puede ser cierto. ¡Vamos a morir en manos de un montón de conejitos! —exclamó Eva sarcástica.

—¡Ya fue suficiente! —dijo Poppy y atravesó el círculo caminando sobre algunos conejos y pateando otros que intentaron treparse de sus piernas y morderla.

Al ver esto Barnett se fue furioso sobre los pequeños peludos que comenzaron a dispersarse, dándole lugar a Eva para llegar hasta el porche.

Ahora los conejos rodeaban al viejo Setter irlandés quien había cambiado los gruñidos por sollozos, aterrorizado por los conejos que intentaban morderlo desde todos lados.

—Iré por el extintor de incendios — dijo Eva, pensando que sería una buena forma de espantar a los conejos bravucones y alejarlos del perro.

—Está bien —dijo Poppy aturdida por la situación. Eva entró en la casa y ella comenzó a levantar pequeñas rocas y a arrojarlas sobre los conejos.

El círculo se alejaba más y más de la casa, Barnett seguía en el centro asustado y adolorido por su pata herida. Poppy arrojaba roca tras roca, tratando de mantener la distancia. El círculo se dispersó llegando al sitio donde estaba la trituradora y las cajas con las cosas de Justin. Un pequeño grupo de conejos se trepó en la enorme máquina y otro trataba de morder al perro quien había tomado la decisión de defenderse y también lanzaba mordidas a los animalitos furiosos que lo atacaban. Eva salió de la casa y se paró unos segundos en la escalera para tomar correctamente el extintor, Poppy estaba unos metros más adelante, con las manos llenas de rocas.

Barnett se había trepado en la trituradora para ponerse a salvo de los mordedores que quedaron abajo y para tratar de atacar a los que habían huido sobre la máquina. Cuando Poppy comprendió lo que estaba sucediendo, ya era muy tarde.

»—¡No es cierto! —dijo la muchacha espantada.

—¿Qué sucede? —preguntó su madre acercándose a ella.

—¡Barnett, bájate de ahí, ahora! —Gritó Poppy y salió corriendo desesperada hacia donde estaba el perro —¡Esas cosas quieren matarlo! —aseguró mientras corría. Su madre corrió tras ella.

Barnett estaba sobre la boca de entrada en la trituradora, los conejos a los que el intentaba morder saltaron sobre el botón que encendía la marcha y la estruendosa máquina comenzó a trabajar. Cuando Poppy llegó pudo escuchar de cerca el crujir de los huesos y el último aullido de dolor que saldría del viejo Barnett.

Los trozos de carne ensangrentada salían como confeti por el orificio de salida. Los conejos comenzaron la huida y desaparecieron en segundos dejando como ruido de fondo solo el ensordecedor sonido del motor.

Poppy se arrodilló, mareada, sentía náuseas, su mente no podía comprender lo que estaba sucediendo. Eva se paró tras su hija, atónita, las piernas le temblaban. La máquina seguía encendida, lanzando restos del perro por todo el lugar.

5

Una hora después, la noche lo cubría todo y una luna enorme brillaba en el cielo. Las luces del vehículo estaban encendidas y apuntaban hacia la trituradora. Poppy y su madre trataban de juntar dentro de una bolsa lo que quedaba del perro, lo cual no era mucho. Apenas podían ver a través de las lágrimas, mientras sacaban esos restos de rojizo cabello enmarañado desde adentro de la máquina. Trataban de quitar toda la sangre del lugar usando una manguera y algunas cubetas, la noche era fría y las manos se entumecían dentro de los guantes de látex. Restos del collar y la placa con el nombre que Barnett había usado durante los trece años que había formado parte de su familia, estaban atorados en las cuchillas. Eva forcejeo hasta que pudo quitarlos de allí, se lastimó la mano derecha con el filo, se largó a llorar con más fuerza mientras observaba a su mano sangrar. A pesar del dolor del corte, Eva no lloraba por eso, su hija lo sabía porque ella sentía lo mismo. Así que se acercó a abrazar a su madre y ambas dejaron salir la tristeza, abrazadas por unos minutos.

El trabajo estaba terminado, limpiaron tan bien como la luz se lo permitió. Esperaban que por la mañana los pequeños gemelos no encontraran restos del perro por allí.

Tomaron la bolsa y una pala, enterraron al viejo y querido Barnett bajo la copa de un árbol cerca de la casa.

Regresaron en silencio, aún estupefactas ante lo inusual de lo ocurrido, todo había sido tan extraño desde que llegaron a esa casa.

Antes de llegar a las escaleras del porche Poppy levantó la vista y pudo ver a Liam parado frente a la ventana de su habitación, las miraba fijamente con Boris en sus brazos.

—Liam está despierto— dijo Poppy y su madre también observó hacia la ventana— y tiene a ese maldito animal con él.

—No le diremos lo de Barnett aún —indicó la madre y ambas entraron en la casa.

LA LOCA DELOS GATOS

1

Eran más de las 9 de la mañana, Eva y sus hijos aún dormían. A la señora Gardner le había costado mucho conciliar el sueño, no podía dejar de oler la sangre de Barnett en todos lados, ni dejar de oír el sonido de su cuerpo triturándose dentro de esa máquina.

La despertó el timbre de la casa, acompañado por incesantes golpes con la aldaba. Se apresuró a bajar la escalera, molesta por la impaciencia de la persona tras la puerta. Al abrir quedo muy sorprendida, era la señora Alice Monroe, con un montón de papeles en sus manos y una expresión poco amable en el rostro.

—Buenos días, ¿en qué puedo ayudarla? —dijo Eva somnolienta, sin soltar el picaporte y con la puerta a medio abrir.

—¡¿Qué demonios crees que estás haciendo con esto?!—increpó Alice furiosa mientras le enseñaba los papeles a Eva.

—No entiendo ¿a qué se refiere? ¿Qué es eso? —Indagó Eva molesta y abrió la puerta para asomarse al porche —. ¿Por qué viene a mi casa a gritarme? —tomó los papeles que le ofrecía la señora Monroe.

—¡Tú no puedes hacer esto! —continúo indignada la mujer.

—Estos son los anuncios que repartí ayer en el pueblo ¿por qué los tiene? ¿Usted los quitó? —preguntó Eva, elevando la voz.

—Así es, tú no puedes incitar a la gente a venir aquí —dijo muy segura Alice Monroe.

—¡Haré lo que me plazca! —replicó Eva muy enfadada— Esta es mi casa y esas propiedades también son mías, eran de mi abuelo, luego de mi madre y ahora son mías ¿escucho bien? ¡Mías!, y nadie va a decirme lo que puedo hacer o no con ellas.

Poppy bajaba las escaleras, había escuchado los gritos desde su habitación. Se paró en el último escalón y observó desde allí.

—¡Eres tan ingenua, querida! —dijo burlona Alice—. Estas tierras no son tuyas… no importa lo que digan los estúpidos títulos de propiedad ¡tú no puedes con ellos!

—¿De qué está hablando señora? —dijo Eva muy molesta— ¡quiero que salga ahora mismo de mi propiedad y que nunca regrese!

—¡¿No lo entiendes verdad?!— gritó Alice, acercándose más a Eva y esta retrocedió.

Poppy sintió miedo por la seguridad de su madre y se acercó a las mujeres.

—¿Qué le sucede? ¡Maldita vieja chiflada! —Gritó la joven, interponiéndose entre las dos mujeres—… ¿Qué es lo que está buscando?… haré que la encierren en un manicomio.

—Yo soy el menor de los problemas aquí, créeme… lo que le pasó a tu perro solo es el comienzo —expuso la señora Monroe con una mirada muy sombría.

—¿Usted cómo sabe lo que le pasó a mi perro? —preguntó Eva, furiosa.

—Porque los escuché… muy claramente. Una enorme manada… sonaba como un gran enjambre de abejas… están molestos ¡su presencia los perturba! —afirmó Alice mientras retrocedía unos pasos.

—¡Lárguese! —exclamó Eva.

—¿Te deshiciste del conejo, niña? — dijo Alice, apuntando a Poppy con su dedo.

—Claro que no, es la mascota de mi hermano.

—¡Ese engendro no es una mascota! —gritó Alice.

—Ya fue suficiente, señora, váyase de mi casa. Es solo un conejo ¿usted le teme a los conejos?, pues es su problema; yo le temo a los sapos y no ando intimidando personas por eso… ¡¡lárguese ahora mismo!!— exclamó Eva furiosa.

—Los conejos son sólo una parte… y si permanecen aquí, van a conocer el resto —dijo y caminó hasta la escalera al final del porche—. Este lugar ha visto demasiada sangre secarse en el suelo. Su abuelo era un psicópata, un sádico despiadado. Y ustedes van a pagar por eso —aseguró mientras bajaba los escalones. Las observó fijamente al llegar al final de la pequeña escalera, se tomó la cabeza entre las manos, lamentándose por lo inevitable —… mi pobre hijo… él no quiere hacer daño… no puedo evitarlo ¡salgan de aquí! ¡Ahora!

—¡Oh, mire, estoy aterrorizada! —dijo Eva sarcástica— ¿quién es su hijo? ¿Al Capone?… ¡Tengo un arma y si vuelvo a verla por aquí voy a dispararle! ¡y también a su hijo! ¡Anciana demente! — cerró bruscamente la puerta.

—¡Esa mujer es terrorífica! —dijo Poppy mientras observaba a la señora Monroe alejarse, desde la ventana.

—Es una vieja loca, voy a golpearla con un mazo en la cabeza y voy a curarle la locura si vuelvo a tenerla cerca —aseguró Eva indignada.

Noel las observaba desde lo más alto de las escaleras, su hermana lo vio.

—¿Cuál de los dos eres tú? —dijo observando a su hermano.

—Soy Noel —respondió el niño y dio un gran bostezo.

—Voy a creerte porque no traes a ese horrible conejo contigo —dijo Poppy y el niño comenzó a descender los escalones.

2

Luego del almuerzo Poppy condujo hasta la tienda. Insistiría con Zack, estaba decidida a hablar con él y si realmente la estaba evitando quería que se lo dijera, eso rompería su corazón, pero quizás dejaría de sentirse tan tonta, tan ridícula. Entró en la tienda, Rebecca estaba leyendo una revista y mascando chicle de manera desagradable. Poppy solo respiró profundo y se acercó. La mujer la exasperaba un poco, pero era la única persona con la que había hablado de buena manera desde su llegada al pueblo.

—Hola, Rebecca.

—Hola ¿cómo estás? —dijo amablemente Rebecca.

—Bien ¿y tú?

—Muy bien, como siempre ¿en qué puedo ayudarte?

—Necesito usar el teléfono y no traigo monedas… no sé cuándo demonios irán los de la compañía telefónica a casa… así qué ¿podrías darme cambio?

—Por supuesto ¿llamarás a la doctora Brown?

—En realidad no, ya no necesitamos de sus servicios — comentó afligida la muchacha de Nashville.

—¿Tu perro mejoró? —preguntó Rebecca con una sonrisa.

—No, él está muerto —dijo Poppy y Rebecca borró inmediatamente la mueca alegre de su rostro.

—¡Oh, Dios! Lo siento ¿tan mal estaba? —dijo la empleada del lugar muy preocupada.

—Bueno, no sé si vas a creer esto, pero… él fue asesinado — se quedó en silencio un segundo, pensando en lo estúpido que se iba a oír el final de su oración, aun así, lo dijo—… por… conejos.

—Oh, no esperaba eso— dijo Rebecca muy sorprendida, poniendo su mano derecha sobre su pecho—… es muy triste.

—¿Tú me crees? ¿No te suena ridículo? —preguntó Poppy, asombrada por la reacción de la mujer.

—¿Por qué no te creería?

—Ni yo lo creo y estuve ahí cuando pasó… ¡No tienes idea de lo extraño que eso fue!

—Lamento mucho tu pérdida —dijo Rebecca, muy sinceramente— los perros son geniales. Puedo conseguirte un cachorro cuando estés lista.

—Bueno… gracias, Rebecca, pero primero debo consultarlo con mi madre, verás, tenemos un conejo ahora y… te avisaré si es que quiere.

—¿Un conejo? ¿Luego de que mataron a tu perro?

—Sí, Boris no estuvo involucrado en eso, así que… no me agrada, pero a mi hermano le gusta —dijo con una sonrisa falsa—… ¿entonces sí me vas a dar el cambió? —le entregó el billete.

—¡Sí, por supuesto! — dijo Rebecca y acompañó sus palabras con una risita —¡Que tonta soy! —Le entregó las monedas y tomó luego un bolígrafo y comenzó a escribir en un pequeño papel —Te daré también mi número de teléfono, así estaremos en contacto por el cachorro — se lo entregó con una gran sonrisa—. Y también por si aún quieres que vaya a conocer tu casa.

—Por supuesto —dijo Poppy lamentando haber hecho esa invitación— te llamaré— comenzó a caminar hacia la salida—. Adiós, Rebecca.

3

Poppy llegaba a su casa y la camioneta de la empresa telefónica se iba. Estacionó frente al porche y bajo muy sonriente, su madre estaba en la cocina, caminó hasta allí.

—¿Tenemos línea telefónica? — preguntó a su madre apenas cruzó el umbral de la entrada a la cocina.

—Sí, tenemos… ¡estoy muy feliz por eso! ¡Este lugar se siente como el fin del mundo! —exclamó Eva, encendió la hornalla y colocó la tetera.

—También estoy muy feliz, ya no tendremos que viajar tanto para usar el teléfono de la tienda.

—¿El auto tiene combustible? —consultó Eva y colocó un plato con galletas sobre la mesa.

—Claro — dijo Poppy y tomó una galleta.

—Bien, mañana iré a colocar nuevos anuncios, ya que la maldita vieja loca los quitó y les añadiré el número de la casa… nos vendrá muy bien ese dinero extra, necesitarás un auto propio… el próximo año irás a la universidad —añadió mientras sacaba dos tazas de la alacena.

Poppy no tenía planes de asistir a la universidad, pensaba en conseguir un trabajo y volver a Nashville, después de todo es la ciudad de la música y de la música era precisamente de lo que Poppy quería vivir. Tenía talento solo hacía falta un poco de suerte. No le dijo eso a su madre, solo se mantuvo en silencio. Liam entró en la cocina, traía a Boris con él.

—¡Quiero galletas! —exigió y acercó su mano al plato sobre la mesa. Su madre lo detuvo.

—Primero lávate las manos, y deja a ese animal en su jaula —ordenó Eva retirando el plato con galletas. El niño se enfadó.

—Boris también quiere— dijo Liam.

—Los conejos no comen galletas, solo verduras —aseguró Eva.

—Tú no sabes —dijo el niño.

—Puede ser… pero tú no comerás galletas hasta que no te laves las manos, iré por la jaula —decretó Eva y salió de la habitación.

Liam se quedó en silencio, muy molesto, observando el plato con galletas.

—¿Por qué siempre tienes a ese conejo en brazos?, apesta a pipí —dijo Poppy soberbia.

—Porque lo amo —respondió el niño muy seguro.

—Lo conoces hace unos días — dijo Poppy.

—No es cierto — aseguró el niño muy serio—. Éramos amigos, cuando yo era un hombre viejo — clavó una mirada furiosa en su hermana y Boris comenzó a rechinar los dientes.

Poppy sintió un escalofrío recorriendo su cuerpo, la muchacha comenzaba a creer que su hermano no estaba bien de la cabeza, y por momentos le resultaba un niño aterrador.

—¡Ya deja de decir esas cosas, pequeño chiflado! —exclamó la hermana mayor, molesta—. Tú siempre has sido un niño… y ese es un conejo viejo, no vivirá mucho.

—¡Tú no vivirás mucho! —gritó el niño furioso y se puso a llorar en el preciso momento en que su madre entraba en la cocina con la jaula en las manos.

—¡Pero, ¿qué sucede?!— Exclamó Eva— ¿Qué le has hecho, Poppy?

—¡Yo no le he hecho nada! —Se defendió la muchacha—. Él se está comportando como un loco… está montando un show solo para que me regañes.

—Bueno, fue suficiente —dijo Eva y abrió la puerta de la jaula— ¡Pon el conejo aquí y lávate las manos! —Liam colocó a Boris en la jaula—. Iré por Noel —dispuso la madre mientras colocaba la jaula en un rincón de la cocina para luego salir de allí.

Liam acercó una silla al fregadero y se subió sobre ella para poder lavarse las manos. Había dejado de llorar y tenía el rostro cubierto de lágrimas.

—¡Límpiate la nariz, tienes mocos! —dijo Poppy burlona.

El niño se enfadó y la salpicó de agua con las manos. Poppy comenzó a reír y el niño también.

4

Era poco más de medianoche, Poppy aún seguía pendiente del teléfono, había dejado la puerta de su habitación entre abierta para escucharlo si acaso sonaba en la sala. Por la tarde había dado el número a sus amigas y también lo había dejado en un mensaje en la contestadora de la casa de Zack.

Había leído todas las revistas que tenía y también había escrito algunos versos sueltos que quizás serían una canción algún día. Vio sobre una silla que estaba cerca de la cama, aquella libreta que había traído del laboratorio, decidió echarle un vistazo. La primera página tenía información personal de una persona acompañada de una serie de dibujos extraños en los que se podía ver un pequeño bebé, su rostro no era normal, su nariz era como un hocico, un hocico de cerdo. En otro de los dibujos se lo veía tendido boca abajo y podía verse una especie de cola que asomaba del niño. Lo primero en que Poppy pensó fue que alguien había empezado a escribir una novela de terror al estilo Frankenstein y que nunca la había terminado, ya que solo había páginas con datos y anotaciones, algo muy parecido a lo que ella hacía a la hora de componer una canción. Estos son los datos en la primera página.

Morton, Mississippi, octubre 10 de 1950.

Hora de nacimiento: 20: 35. Género: masculino.

Peso: 4,050 kilogramos. Longitud: 55 centímetros.

Características humanas: extremidades superiores, torso, cadera, genitales, piernas.

Características antropomorfas: cabeza, orejas, nariz, ojos, rabo prominente.

Pies híbridos: pezuñas presentes.

Signos vitales normales, temperatura normal.

No presenta dificultad para respirar, ni para alimentarse.

Doctor Cormac Murphy.

Octubre 18, 1950.

El sujeto resultante es una criatura híbrida. Se le ha otorgado el nombre de Isaías.

Durante la primera semana de vida se han observado los patrones de comportamiento en el individuo.

Se realizaron estudios físicos y neurológicos.

En lugar del llanto normal en niños Isaías recurre a un gruñido o chillido característico de los porcinos para pedir alimentos o llamar la atención.

Electroencefalografía: al momento arroja datos insuficientes sobre si el cerebro puede ser híbrido, humano o animal.

Había cientos de páginas con información detallada en distintas fechas, Poppy continuó leyendo hasta que le ganó el cansancio y se quedó dormida.

5

Soñaba que estaba sentada en las escaleras del porche, tocando la guitarra. Escuchó ladrar a Barnett y sentía que se acercaba a ella porque podía oír sus jadeos, el día era caluroso y el perro corría agitado. No podía verlo detalladamente, porque sus ojos claros estaban cegados por el sol resplandeciente. Cuando el perro estuvo frente a ella le entregó una lata con un cordón pegado en el fondo, podríamos decir que era un teléfono de lata ya que cuando lo tomó en sus manos sonaba como un teléfono real. Lo acercó a su oído y escuchó la voz de Zack pidiendo auxilio del otro lado. Ella le habló, le preguntó que sucedía, pero él no le respondía solo pedía ayuda desesperadamente. Tomó el cordón que estaba al final de la lata y comenzó a tirar de él, a enrollarlo en sus manos. Se puso de pie y recorrió todo el trayecto hasta el final del cordón. Llegó hasta la fila de árboles cerca del laboratorio, allí estaba Zack colgando de uno de los árboles con el cordón amarrado al cuello . Los conejos estaban debajo de él mordiendo sus pies. Gritó horrorizada por lo que veía y corrió para ayudarlo. Había apenas unos metros entre ellos, tropezó y los conejos se vinieron sobre ella. Los pequeños peludos le mordían las manos mientras ella se cubría el rostro y pedía por ayuda. Podía escuchar el gruñido de un cerdo muy cerca.

Se despertó sobresaltada, su corazón latía descontrolado. Se sentó en la cama y se ató el cabello, el sudor frío le corría desde la nuca hacia la espalda. Le tomó unos segundos darse cuenta de que había sido un sueño, todo se había sentido muy real, el sol sobre su piel, los sonidos, los olores, el miedo y el dolor. Decidió que ya no leería esas estúpidas anotaciones que sacó del laboratorio.

Algunos minutos después de eso estaba empezando a quedarse dormida cuando escuchó ruidos fuera de la habitación. Luego un extraño sonido que reconoció de inmediato: era el horrible y molesto cloqueo que hacían los conejos, solo que ahora no se escuchaba como un ensordecedor zumbido, era casi imperceptible. Supuso que Boris se había escapado de su jaula y que huiría lejos de la casa, lo que le pareció genial, así que no se movió de su cama. Luego escuchó reír a su hermano en el pasillo y se preocupó, ya que las escaleras estaban en penumbras y el pequeño podría lastimarse si intentaba bajar. Salió de la cama de muy mala gana, dispuesta a regañar a Liam por haberla despertado, se asomó a la puerta y observó en dirección a la escalera. Pudo ver a su pequeño hermano parado en el comienzo de la misma observando muy fijamente hacia la planta baja que estaba casi a oscuras. Boris estaba a su lado haciendo ese espantoso ruido.

—Liam ¿qué haces? —preguntó ella, el niño permaneció inmutable— ¡Liam! ¡Sal de ahí! ¡Retrocede! —dijo tratando de no levantar la voz mientras se acercaba a él caminando despacio— ¿Liam? ¿Qué sucede? — preguntó a pocos centímetros. Iba a poner su mano en el hombro de su hermano cuando Boris se giró hacia ella y le gruñó, ella retrocedió apenas unos pasos—. ¡¿Qué te sucede maldito engendro?! ¡Largo de aquí! —gritó Poppy e intentó patearlo. Liam salió de esa especie de trance en el que estaba, miró a su hermana y dio un fuerte y agudo grito que espantó aún más a Poppy y despertó a su madre, quien salió de su habitación muy asustada.

—¡Por dios! ¡¿Qué sucede?! —preguntó Eva mientras se acercaba a sus hijos. Liam comenzó a llorar mientras se restregaba los ojos una y otra vez.

—No lo sé, salí de mi habitación y él estaba parado aquí observando hacia la planta baja, pensé que intentaría bajar y quise impedírselo… pero estaba ignorándome. Me acerqué y el desgraciado de Boris intentó morderme —miró a su alrededor y el conejo no estaba.

—Liam ¿qué estabas haciendo aquí? —preguntó su madre mientras lo abrazaba —el niño lloraba adormilado y no respondía—. Liam ¿qué hacías fuera de la cama? — insistió, él no le respondió, así que Eva lo levantó—. Creo que sigue dormido… tendré que comprar un protector para la escalera —dijo y comenzó a caminar hacia la habitación del niño. Poppy la acompañó.

—Él no estaba dormido, mamá, tenía los ojos abiertos. Él y el maldito conejo estaban parados allí observando como locos hacia el final de la escalera —dijo Poppy muy segura, mientras su madre acostaba al niño.

—El conejo está allí —indicó Eva señalando la jaula, y efectivamente Boris estaba dentro de ella.

—Pues debe de haberse metido hace un instante, porque estaba allí con Liam —aseguró Poppy mientras observaba muy molesta al pequeño animal.

—Entonces asegura su jaula y vamos a seguir durmiendo —dijo la madre mientras cubría al pequeño niño con las mantas, Liam había dejado de llorar y parecía estar profundamente dormido.

Poppy se acercó a la jaula de Boris para asegurarse de que no vuelva a salir, pero estaba cerrada con el seguro.

—Está asegurada —Comprobó la muchacha asustada.

—Mejor así, no lo quiero suelto en la casa —Poppy se quedó en silencio, tratando de comprender —. Seguro te pareció verlo junto a tu hermano, pero no fue así, ellos están todo el tiempo juntos y puedes haberte confundido… estas cansada, es tarde… vamos a dormir —resolvió la madre y ambas salieron de la habitación.

Poppy estaba segura de lo que había visto, de lo que había sucedido. Sabía que no había sido un sueño ni nada parecido, pero no insistió en querer demostrarlo. Entró en su habitación y puso llave en la puerta, se recostó y pensó en eso por horas.

LA BESTIA

1

Por la mañana madre e hija preparaban el desayuno en la cocina. Era un día nublado, frío y muy ventoso.

—No sé si hicimos bien en decirle a los niños que Barnett huyó —dijo Poppy mientras observaba por la ventana.

—Pues fue lo primero que se me ocurrió… yo no sé cómo explicarles sobre la muerte. Son muy pequeños y…la manera en que el pobre de Barnett murió es tan horriblemente extraña… todo es tan extraño últimamente —dijo Eva angustiada y dejó salir un suspiro.

—¿Quieres ver cosas extrañas? Tienes que ir a ese laboratorio… no había cosméticos allí, el lugar es muy aterrador —expuso Poppy mientras se sentaba a la mesa.

—Debería ir, tengo que limpiar el lugar si voy a rentárselo a alguien.

—¿Sabes quién era Cormac Murphy? —preguntó Poppy mientras servía café en su taza.

—Era el nombre de mi abuelo ¿por qué?

—¿Sabes si él era escritor o algo así? — dijo Poppy mientras se ponía de pie para ir hasta la nevera.

—No lo creo… él trabajaba para el ejército… médico militar o algo de eso, no estoy segura mi madre no tenía trato con él. Bueno… así como yo no tenía trato con ella, creo que es algo de familia —dijo satíricamente —. Afortunadamente aún mis tres hijos me hablan, espero que sea así siempre — suspiró profundamente—. ¿Qué te hace pensar que escribía?

—Encontré un cuaderno con algunas anotaciones muy extrañas, sobre un bebé con cabeza de cerdo… había dibujos también, no lo sé, pensé que era un borrador para una novela de terror— comentó mientras volvía a sentarse.

—Pues…sí, quizás estaba incursionando en la escritura. De todos modos, suena a un argumento muy trillado ¿no lo crees? Ya hemos visto mucho de eso.

—Sí, igual no seguiré leyendo es muy aburrido… prefiero las revistas.

Noel entró en la cocina muy sonriente y se sentó a la mesa.

—Buenos días, cariño —dijo Eva.

—Buenos días, mami —respondió el niño.

—¿Cuál de los dos eres tú? —preguntó Poppy.

—Soy Noel —Aseguró el niño.

—¿Cómo sé que eso es cierto? —preguntó la muchacha.

—Porque soy tu hermano favorito —dijo el niño sonriendo.

Poppy estaba segura de que en ese momento eso era cierto, el pequeño Noel no la asustaba, en cambio Liam la inquietaba mucho.

—¿Por qué estás tan feliz el día de hoy? —preguntó Eva a su hijo.

—Porque hoy saldremos a buscar a Barnett.

—¿Eso es cierto?, no lo sabía —dijo su madre mientras sacaba la leche de la nevera.

—Poppy lo prometió —dijo el niño, miró a su hermana y esta se cubrió el rostro con las manos totalmente fastidiada.

—Pensé que lo olvidarías —confesó la muchacha molesta.

—Bueno, quizás puedan ir por la tarde —dijo Eva tratando de ayudar a su hija.

—¡No! — Exclamó el niño poniéndose serio—. Ella dijo por la mañana.

—Pues no podrá ser ahora —explicó Poppy mirando muy seriamente a su hermano. Noel estalló en llanto—. ¡Maldición! ¿Por qué siempre estás llorando? —preguntó la muchacha muy molesta.

—Tú lo prometiste —reclamó el niño entre llantos— ¡quiero ir por Barnett!

—Bien, si lo prometiste debes cumplir —dijo Eva a su hija.

—¡Mamá! Sabes que es inútil salir a buscarlo —replicó la muchacha enfadada con su madre. Noel seguía llorando.

—Pues él no va a callarse hasta que no salgan a buscar al perro —explicó Eva—. Y me vendrá bien que salgan, aprovecharé para terminar de deshacerme de algunas cosas que no nos sirven —dijo claramente refiriéndose a las cosas de Justin que aún estaban en las cajas.

—Ok, tú ganas, pequeño llorón —dijo Poppy mirando muy seria a Noel.

—No me agrada que le digas eso a tu hermano— regañó Eva a su hija mayor—. Iré a ver por qué tarda en bajar Liam.

—Debe de estar cansado luego de vagar toda la noche como un psicópata —Ironizó Poppy.

—Deja de decir esas cosas, Poppy, y por favor dale cereal a Noel —salió de la cocina.

Poppy se puso de pie y tomó la caja de cereales de la alacena. Noel había dejado de llorar satisfecho por el resultado favorable de su rabieta.

2

Liam había decidido quedarse en casa, no tenía ganas de salir en busca del perro, así que Poppy y Noel salieron a dar un paseo. Ella no quería estar fuera de la casa, Zack podría devolverle la llamada en cualquier momento, por lo que trataría de que la búsqueda fuera lo más breve posible. Después de todo no encontrarían a Barnett aunque lo buscaran todo el día.

Caminaron sin descanso. Pasaron la arboleda, el laboratorio, los establos, el edificio de los laberintos y continuaron. Cada cincuenta metros Poppy intentaba persuadir a su hermano de la búsqueda, quería hacerlo desistir y volver rápidamente a la casa. El niño se negaba y seguía llamando incansablemente al viejo Barnett.

Llegaron más allá de lo que habían llegado antes, podían ver un enorme molino no muy lejos de donde estaban. Noel quería llegar hasta ahí, Poppy accedió con la condición de que si el perro no estaba allí regresarían a la casa y retomarían la búsqueda en otro momento. El niño estuvo de acuerdo y se aventuraron a explorar esa zona.

Pocos metros antes de llegar al molino comenzaron a sentir un olor nauseabundo, como a carne en descomposición, a sangre podrida. Poppy recordó las bateas bajo los ganchos en ese extraño edificio donde vieron a la vaca. De todas formas, se acercaron aún más.

El molino estaba girando veloz por los fuertes vientos que soplaban, las aspas dobladas y oxidadas por el nulo mantenimiento en años desprendían un molesto chirrido. Había muy cerca de él un gran tanque para almacenamiento de agua, que seguramente abastecía algunas de las edificaciones cercanas y también al enorme bebedero que estaba junto a él. En una inspección más cercana al bebedero notaron que el agua estaba estancada, turbia y hedionda. Había restos de un animal allí, en gran estado de descomposición, retrocedieron unos metros, asqueados.

—¿Qué es lo que huele tan mal? —preguntó Noel.

—No lo sé y no quiero saberlo… quizás algún animal se ahogó allí.

—¿Puede ser Barnett? —indagó el niño acongojado.

—¡Oh, no! No te preocupes, es un animal pequeño… quizás sea un gato o algo así —dijo Poppy tratando de calmar la angustia de su hermano.

El niño no pudo evitar sentirse mal por el pequeño gato, así que continuó afligido.

—Pobre gatito, debimos venir antes para poder ayudarlo.

—Tienes razón… pero no hay nada que podamos hacer ahora y Barnett no está aquí, así que vamos a regresar a casa—Giraron para retomar el camino y la loca dé los gatos estaba tras ellos, traía una pala en una mano y una bolsa para residuos en la otra. Ambos hermanos se asustaron por la repentina aparición—. ¡Diablos, señora! ¿Por qué siempre hace esas cosas? –preguntó Poppy molesta —¿qué está haciendo en nuestra propiedad?

—Vine a buscar a mi gato Arnold— dijo la señora.

—¿y para qué es la pala? —indagó la muchacha.

—Para enterrarlo —dijo Alice y se abrió camino entre los niños, se acercó al bebedero y tomó el cadáver putrefacto del agua. El olor se hizo mucho más intenso.

Noel se cubrió los ojos y se ocultó tras su hermana.

—¿Desde cuándo está su gato allí? ¡Está completamente podrido! —dijo Poppy, cubriéndose la nariz.

—No lo sé, acabo de descubrir su cuerpo… supongo que desde la última vez que lo vi, hace seis días — Colocó al gato en la bolsa y la cerró con un fuerte nudo—. Huyó de la casa porque lo regañé… era un buen gato.

—Nuestro perro también huyó —comentó Noel asomándose tras su hermana. La señora Monroe comenzó a reír de una manera muy desagradable.

—¿Huyó? ¿De veras? —dijo aun sonriendo— ¿eso te dijo tu mami?

—Tenemos que irnos — dijo Poppy y tomó a su hermano de la mano, quería salir de allí antes de que la anciana le dijera la verdad a Noel. Comenzaron a caminar.

—¡Espera, niña! ¡Debo preguntarte algo! —exclamó Alice. Poppy siguió caminando fingiendo que no la escuchaba — ¡¿tienes el libro?! —gritó.

Poppy se detuvo y se giró hacia la anciana.

—¿Qué libro? —preguntó Poppy, curiosa.

—El de letras doradas… estaba en el escritorio de Murphy y ya no está.

—¿Es suyo?

—No, pero… tiene que ver conmigo. ¿Lo has leído?

—Un poco, es una historia muy mala… hay muchas novelas con esa trama actualmente —comentó Poppy maliciosamente.

—¿Crees que eso es una novela? —dijo y lanzó otra horrible carcajada— Eso no es un cuento, niña —agregó recobrando la seriedad —¿Qué sabes de Cormac Murphy?

—Solo que era el abuelo de mi madre y también que era un médico militar ¿por qué? ¿Qué es lo que quiere de nosotros?

—Yo no quiero nada de ustedes, niña… pero deberían escuchar mis advertencias, deben largarse.

—¿Por qué? ¿Acaso quiere quedarse con la casa? ¡Sepa que no tenemos otro lugar a donde ir! ¡Así que deje de intimidarnos! —dijo Poppy muy seria.

—No hay un lugar tan malo como este, créeme… tú no habías nacido, apuesto que tu madre tampoco, cuando Cormac Murphy vino aquí trayendo al demonio consigo…

—¡Ya basta señora, está asustando a mi hermano! — interrumpió Poppy mientras Noel se abrazaba fuertemente a ella—. Nos iremos, tome a su gato y no vuelva por aquí.

—Deberías escuchar esta historia, puede salvarte la vida— dijo cínica la señora Monroe.

—No me interesa, guárdesela —replicó la muchacha, tomó de la mano a Noel y comenzaron a caminar a toda prisa hacia la casa.

—¡No hacían cosméticos allí, niña estúpida! —Gritó la señora Alice Monroe. Poppy y el niño ya se habían alejado varios metros.

3

Si Poppy se hubiera quedado a escuchar esa historia, hubiera sabido que fue de Isaías. La señora Alice Monroe conocía esa historia mejor que nadie, ya que fue ella quien lo trajo a este mundo.

A mediados de 1949, el señor Ronald Monroe, esposo de Alice, fue asesinado. Su cuerpo mutilado fue encontrado en los terrenos de su vecino, el doctor Cormac Murphy. El cadáver de Monroe estaba amarrado a un árbol con alambre de púas, mucho alambre de púas. Treinta y siete vueltas completas a su cuerpo junto al tronco de un viejo sauce. Le habían sacado los ojos, todos los dientes, cortado la lengua y todos los dedos en ambas manos y pies. La policía concluyó en que fue un ajuste de cuentas, ya que al señor Monroe le gustaba apostar y era sabido por todos en el pueblo que el viejo dueño del matadero tenía deudas que casi lo llevaban a la ruina. A pesar de las investigaciones llevadas a cabo por las autoridades locales, no sé supo jamás quién fue su asesino.

Alice y Ronald le alquilaban a Murphy los establos, el granero, el matadero (que era aquella edificación de azulejos blancos y bateas con sangre que Poppy y su madre visitaron la primera noche) y una pequeña zona de terreno para pastoreo cerca del molino. Habían vivido durante diez años en la casa junto a la del doctor Murphy.

Al morir su esposo, Alice supo que no podría seguir pagando el alquiler y que debería cerrar su negocio de venta de carne a nivel local. Las deudas eran muchas y ella estaba destrozada anímicamente por la pérdida de Ronald. Se había convencido de que no podría seguir adelante sin su compañero de toda la vida.

El doctor Murphy, siendo fiel a su naturaleza apática, fría y morbosa, le ofreció entonces un negocio aprovechándose de su infortunio y su vulnerabilidad durante el duelo.

El trato consistía en que la señora Monroe alquilaría su vientre para que una señora adinerada que Murphy conocía en el estado de California pudiera ser madre. Alice era por ese entonces una mujer de treinta y siete años, no muy atractiva, pero saludable. La propuesta enfermiza de Cormac le pareció en principio repulsiva y luego de que se la planteara lo echó de su casa y juró no volver a verlo nunca más, a pesar de que eso significaría perder todo aquello por lo que ella y Ronald habían trabajado durante muchos años. Pero a medida que pasaban los días y las deudas comenzaban a golpear su puerta su postura fue cambiando, hasta convertirse en la mejor opción y en la única. Cormac Murphy la había estado esperando pacientemente. Estaba completamente seguro de que Alice cedería ante sus peticiones. No había forma de que aquella indefensa mujer pudiera salir de todas esas deudas por su cuenta y sabía también que la señora Monroe era demasiado cobarde para suicidarse.

Una vez que Alice llegó rendida a tocar su puerta, Cormac Murphy supo que estaba apenas a un paso de cumplir su más anhelado deseo, ese que despertó en la profundidad de su ser el día en que Barry llego al mundo en ese establo de Kentucky. Estaba seguro de que esta vez funcionaria, no volvería a fallar como aquella vez en Fort Detrick.

Desde el primer instante en que ese ser comenzó a crecer dentro de ella, Alice Monroe, supo que algo estaba mal. Luego de esa intervención que Murphy le realizó su cuerpo comenzó a cambiar y su ánimo decayó.

A medida que la gestación avanzaba su salud se deterioraba. Estaba raquítica a pesar de que se alimentaba muy bien. Sufría de dolores corporales muy intensos, jaquecas y como si todo aquello no fuera suficiente, tenía horribles pesadillas todas las noches. Uno de esos malos sueños recurrentes era sobre que ese bebé que estaba gestando la devoraba desde adentro, que rasgaba todo en su interior. El dolor era insoportablemente real, la sensación de pánico también.

Murphy era quien llevaba a cabo los controles obstétricos, a pesar de no ser un experto en la materia, pero nadie más podía saber de este embarazo ya que lo que estaban cometiendo era un ilícito. Cormac solía engañar a Alice diciéndole que todo aquello que ella experimentaba era normal, que era típico durante un embarazo y que su bebé estaba creciendo fuerte y saludable.

A pesar de todo lo irregular que pudieran parecerle los métodos de Murphy, Alice simplemente trataba de no involucrarse, de no preguntar demasiado, de no saber demasiado. Creía que todo sería más llevadero si tomaba ese embarazo como un trabajo, que es lo que era en realidad. Sabía muy bien que de ninguna manera debía involucrarse sentimentalmente con ese niño. Y a pesar de que siempre había tenido el deseo de ser madre, las cosas habían cambiado demasiado en su vida. Sin su marido ya nada volvería a ser lo mismo.

El 10 de octubre de 1950, luego de que Alice comenzara con los dolores de parto, el doctor Cormac Murphy se apresuró a salir de su laboratorio y dirigirse a la casa de la mujer. Le había prohibido estrictamente tener compañía en la casa, tampoco podía llamar a otros doctores si tenía alguna emergencia.

Al llegar encontró a la señora Monroe tirada en el suelo retorciéndose de dolor, las contracciones eran tan intensas que la mujer gritaba desesperadamente y pedía por favor que calmaran su dolor. Murphy no tenía experiencia asistiendo partos en humanos, había trabajado durante años con hembras animales quienes pocas veces necesitan ser asistidas para parir, así que decidió tomar todo ese sufrimiento como parte de la naturaleza del parto.

Casi media hora después de su llegada, Alice seguía tendida en el suelo, no había podido levantarla así que colocó varias mantas a su lado y algunas almohadas bajo su cabeza. La sangre que salía del cuerpo de la mujer hizo pronto un enorme charco a los pies del doctor. Definitivamente algo andaba muy mal, y a pesar de su nula experiencia en el alumbramiento humano, ambos sabían que nada de aquello era normal ni estaba bajo control. Así que el doctor Murphy tomó una jeringa de su maletín para anestesiar a la señora Monroe y decidió que sería el niño el que viviría. Hurgaría en las entrañas de la pobre Alice y sacaría a ese niño con vida. Buscaría luego la manera de deshacerse del cuerpo de la viuda.

Segundos antes de que pudiera dormirla Alice dio un grito ensordecedor, y luego otro. Alarido tras alarido, el niño había comenzado a salir por sus propios medios.

Cuando Cormac lo tuvo en sus manos no podía dejar de contemplarlo extasiado; su tan esperada creación estaba viva y haría todo lo posible por que siga siendo así. Por eso luego de cortar el cordón lo envolvió en varias mantas y salió del lugar rumbo al laboratorio. Alice estaba inconsciente, recostada sobre una enorme cantidad de su sangre que teñía de rojo todas esas mantas a su alrededor. A Murphy no le importó, se fue de allí seguro de que la mujer moriría en el transcurso de la noche. Por supuesto esto no fue así.

Luego de estar inconsciente durante poco más de un día, se despertó en medio de ese charco de sangre que comenzaba a secarse. Apenas podía respirar, tenía puesto solo una camiseta húmeda y sentía el cuerpo entumecido por las bajas temperaturas de las noches de otoño. Al parecer Cormac Murphy había salido con mucha prisa, la puerta de entrada a la casa estaba abierta y el frío se colaba al interior. Intentó levantarse y un mareo la devolvió al suelo en reiteradas ocasiones. Así que su instinto de supervivencia la llevó a arrastrarse hasta la cocina y atiborrarse de comida. Sabía que toda esa sangre era suya y sabía que antes de intentar buscar al desgraciado de Murphy debería recuperar sus fuerzas.

Se apareció en el laboratorio el día 12 de octubre por la noche. Cormac no la escuchó entrar, no hubiera podido hacer ruido, aunque así lo hubiese querido, su andar era lento y su cuerpo aún estaba muy débil. Lo primero que vio fue al señor Murphy punzando al niño con una enorme jeringa… o fue lo primero que pensó, ya que no podía ver al pequeño desde su lugar. No lo escuchaba llorar, lo que le pareció muy extraño. De repente la ira se apoderó de ella y se acercó furiosa gritando el nombre de Murphy. Lo tomó del brazo, intentando apartarlo del niño. Cormac reaccionó y la arrojó al suelo para luego cubrir al pequeño con una manta, pero era tarde, Alice lo había visto.

El pequeño adefesio comenzó a chillar y a gruñir bajo las mantas. La señora Monroe estaba paralizada aún en el suelo, tratando de comprender que era aquella criatura. Comenzó a llorar y gritar desesperada, sintió náuseas al imaginar a ese ser saliendo de su cuerpo, al pensar que había estado creciendo en su vientre. Vomitó, todo lo que traía en el estómago y se desmayó.

Cormac la mantuvo sedada y encerrada por el transcurso de varias semanas para poder tomar la leche de sus pechos y así alimentar al pequeño Isaías. Durante todo ese tiempo trató de intimidarla, de extorsionarla y destruirla psicológicamente. La amenazaba constantemente con que la mataría si ella no accedía a cooperar. El sádico hombre estaba consciente de que nadie se daría cuenta de que Alice Monroe no estaba en su casa, nadie la buscaría ni lloraría su muerte. La tortura psicológica se hacía cada día más cruel. Hasta que se hizo insostenible para la mujer y finalmente accedió. Desde ese día Isaías fue su gran secreto compartido. Al principio actuaba por miedo y por vergüenza, no quería ni pensar en lo que la gente diría sobre ella, sobre la mujer que había parido a un engendro, a un monstruo. Imaginaba todas aquellas locas teorías que la gente inventaría para explicar el nacimiento de aquel fenómeno de circo. Escuchaba anticipadamente todos esos murmullos al verla pasar, esas risas burlonas y esos dedos señalándola por la calle. Definitivamente esa pequeña abominación sería un secreto.

Quizá el primer error de Murphy fue el bautizar al pequeño. Desde entonces fue Isaías, un quien, un alguien. No para el viejo Murphy, eso era imposible. Pero sí para Alice quien era en ese momento una mujer de buenos sentimientos.

Se vio obligada a pasar mucho tiempo cerca del pequeño. Al principio evitaba el contacto físico con el niño, pero las situaciones diarias hacían imposible evitar el contacto visual y muchas veces Alice se encontraba con la tierna mirada de ese pequeño ser. Él la reconocía como su madre y ella podía darse cuenta de eso tan solo con verlo a los ojos, aunque fuera de manera fugaz, aunque fuera solo un instante.

El tiempo y los momentos compartidos hicieron que inevitablemente Alice Monroe comenzara a sentir amor por su hijo. Entonces todos esos prejuicios y temores que habitaban en su mente fueron desapareciendo. Y todas esas voces que imaginó murmurando a sus espaldas fueron acalladas.

Para Cormac Murphy, el pequeño Isaías solo era un experimento, su mayor logro como científico y la compensación a sus muchos años de arduo trabajo.

Así que estudió todo sobre él, física y mentalmente. Registró todas y cada una de esas pruebas, algunas muy crueles y dolorosas. Semana tras semana sus archivos se llenaban de valiosa información. Estaba seguro que nadie en el mundo entero había logrado algo semejante y eso le hacía sentir un orgullo enorme hacia su propia persona.

Durante años Cormac Murphy sometió a ese pequeño ser y a su madre a incontables padecimientos. Disfrazaba todos aquellos experimentos tortuosos al niño como simples prácticas médicas, alegando que la salud del niño era débil y necesitaba de estudios permanentes. Alice accedía a pesar de estar consciente del dolor físico y mental que el pequeño Isaías sufría; no quería que su niño muriera y sabía que no podía buscar ayuda en otras personas. Entonces decidió confiar en la palabra de Murphy, porque ella sabía que él era un hombre despreciable que le causaba terror solo con verlo o escuchar su voz, pero también sabía que él estaba muy interesado en mantener a Isaías vivo y a salvo, por lo menos físicamente.

El 22 de noviembre de 1955, la señora Alice Monroe, llegó al laboratorio de Murphy sin avisar y escuchó sin proponérselo una conversación telefónica que el doctor Murphy mantenía con otra persona, quien aparentemente estaba en la ciudad de Nueva York. Cormac le brindaba información sobre Isaías y sobre las prácticas que estaba llevando a cabo. Lo que ella entendió en medio de sus nervios ante esa situación fue que querían exhibirlo, querían mostrarlo al mundo, querían alejarlo de ella. Y de ninguna manera iba a permitirlo.

Salió del laboratorio muy a prisa, envuelta en rabia y desesperación.

Estuvo llorando un largo rato por la impotencia de no saber qué hacer, por la incertidumbre de no saber a dónde huir con su hijo. Estaba realmente desesperada.

Horas después observaba al pequeño Isaías quien jugaba en la sala. Sostenía un frasco lleno de hormigas en una mano y una botella con alcohol en la otra. A los pocos segundos vertió todo el líquido sobre los insectos y disfrutó de verlos arder en el fuego. Definitivamente había copiado esa actitud tan psicópata del sádico de Murphy, no podía ser de otra manera. Resolvió que debía cortar esa relación y llamó por teléfono al doctor para invitarlo a cenar.

Durante la cena en su casa, Alice decidió actuar como si nunca hubiese escuchado esa conversación telefónica. Hablaba respecto a temas superficiales y sobre cosas cotidianas, rogando internamente para que Cormac no se diera cuenta de que ocultaba algo. Murphy fingía escucharla mientras tragaba sin parar y observaba al pequeño Isaías, quien intentaba colorear tendido en el suelo frente a la chimenea. Alice notó la vista de Murphy fija en el niño y tuvo que contener la rabia y los deseos de apuñalarlo en el cuello mientras estaba distraído.

—Ha incrementado su destreza con los lápices —dijo Cormac, señalando al niño.

—Así es, quizás pueda aprender a escribir su nombre, ya es un niño grande —dijo Alice mientras llenaba su copa de vino.

—¡Podemos inscribirlo en la escuela también! —ironizó Murphy, con una sonrisa repugnante. Mientras le dirigía la mirada a Alice, haciéndola sentir una estúpida por su comentario.

—El hecho de que no pueda educarse de la manera convencional como otros niños, no implica que no pueda aprender cosas nuevas —la mujer defendió su postura.

—Sería bueno que dejes de decir tantas estupideces, Alice. El engendro está bien así como está… por ahora —dijo él en un tono poco amable.

—¿Y qué pasará luego?— preguntó ella, apretando los puños bajo la mesa —¿Qué pasará cuando nosotros estemos muertos? ¿Qué será de él? Si ni siquiera puede comunicarse con las demás personas.

—¡Eso no es una persona! —exclamó el doctor, golpeando el puño sobre la mesa. Lo que llamó la atención de Isaías y despertó la furia de Alice. Luego se puso de pie y se acercó más a la señora Monroe —Isaías no puede ser visto por nadie más ¡¿lo comprendes?! ¡Mujer estúpida! —gritó furioso, mientras sentía una sensación de debilidad en sus piernas que lo obligó a volver a sentarse.

—¿Entonces qué fue esa conversación telefónica que tuviste esta tarde? ¿Quién es esa persona en Nueva York? —lo increpó Alice, segura de que su plan estaba dando resultados.

—¡¿Estuviste espiándome, maldita bruja?! — preguntó furioso. Mientras arrojaba al suelo todo lo que estaba sobre la mesa.

Isaías huyó asustado a refugiarse detrás de un sillón.

—¡Por supuesto que escuché todo! ¡¿Qué es lo que piensas hacer con mi hijo?! ¡Maldito monstruo! —lo enfrentó ella, valientemente.

—¡Aquí el único monstruo es ese engendro!… y haré lo que me plazca, porque es mi propiedad ¡¿lo entiendes?!… ¡¡Mi propiedad!! —clamó rabioso y saco un arma de su bolsillo, apuntó a Alice directamente en el rostro —Ya no te necesito.

Antes de que pudiera disparar comenzó a sentir un malestar punzante en la boca del estómago. Se encorvó de dolor y dejó salir un quejido.

—Entonces moriremos los dos —dijo ella esbozando una leve sonrisa al verlo sufrir.

—¿Qué me has hecho? — Preguntó él y se encogió del dolor.

—No tanto daño como tú a mí —aseguró ella.

El doctor Murphy se incorporó y caminó unos pocos pasos en dirección a Isaías, Alice se interpuso. Cormac luchó con mucha dificultad, estaba demasiado débil por los efectos del veneno que la señora Monroe había puesto en su comida. Trastabilló e intentó tomarse del respaldo de una silla, cayó y comenzó a convulsionar mientras se ahogaba en su propio vómito. Alice lo observaba fijamente, satisfecha por haber acabado con ese diabólico ser, con ese hombre enfermo y sádico. El veneno había acabado con él y con todo aquel martirio que madre e hijo sufrieron durante cinco largos años.

Llevó el cuerpo del doctor hasta el laboratorio, se aseguró de no dejar rastros. Nadie sabía de Isaías ni de la relación que había entre el doctor y la viuda. Para todas las personas que los conocían solo eran vecinos, eran arrendador y arrendataria.

La señora Monroe dio aviso a la policía la mañana siguiente, asegurando que al llegar al lugar para pagar la renta de los terrenos, encontró al doctor tendido en el suelo, sin vida.

Tiempo después cuando la abuela Rose recibió las propiedades heredadas de su padre simplemente las dejó en el abandono. La señora Alice Monroe cerró su negocio y se aisló del mundo para ocuparse de su hijo. Se volvió huraña y agresiva, apartando a cualquier persona que quisiera acercarse a ella o a su propiedad. Convirtiéndose en la ermitaña del pueblo, en la loca de los gatos.

PARONIRIA

1

Eran las 02: 13 de la madrugada cuando se escuchó un estruendoso impacto sobre la casa. Eva se despertó sobresaltada y se apresuró a salir de la cama, se encontró con Poppy en el pasillo, también la había despertado aquel ruido.

—¿Qué demonios fue eso? —preguntó Poppy asustada.

—No lo sé —dijo su madre preocupada— fue como si algo se estrellara contra la casa.

El ruido volvió a escucharse. Se apresuraron a bajar las escaleras y escucharon un mugido que venía del porche.

—La vaca ha vuelto —aseguró Poppy.

—¡Lo que me faltaba! —exclamó Eva llegando al final de la escalera.

Comenzó a escucharse en ese momento un estruendoso galope fuera de la casa. Eva abrió la puerta y se asomaron al porche. El repiquetear de pezuñas se hizo mucho más fuerte. Madre e hija quedaron boquiabiertas ante lo que veían. Efectivamente, la vaca estaba fuera de la casa golpeando su cuerpo contra las barandillas de la escalera del pórtico, que ya estaban casi deshechas. Y frente a la casa comenzaba a pasar una gran estampida de vacas, cerdos y gallinas, cientos de ellos. Corrían a toda prisa, mugiendo, gruñendo y cacareando incesantemente, mientras arrasaban con todo a su paso.

—¡¿Pero qué mierda sucede?! ¡¿De dónde salieron todos estos animales?! —preguntó Poppy asustada.

—¡No lo sé! —gritó Eva —¡Dios mío, van a derrumbar la casa! —Los animales comenzaron a estrellarse contra el porche y las mujeres retrocedieron hacia el interior de la casa.

—¡¿Qué haremos, mamá?! ¡Son demasiados! —exclamó Poppy horrorizada.

Los gemelos habían despertado. Noel se apresuró a bajar las escaleras, Liam los observaba desde la planta alta, con Boris en brazos.

—¡Mami! ¡¿Qué sucede?! —preguntó Noel al borde del llanto, al llegar junto a su madre.

—Todo estará bien, cariño —aseguró Eva, cerró la puerta y abrazó a su hijo. Poppy se dirigió a la ventana y observaba a los animales que corrían sin detenerse. Eva acompañó a Noel hasta la escalera —. Ve a tu habitación, Noel, es más seguro allí.

—Tengo miedo, mami —dijo el niño y se abrazó fuertemente a su madre.

—Lo sé, solo espera al final de la escalera junto a tu hermano —el niño comenzó a subir y Eva se dirigió a la ventana junto a Poppy.

Poco tiempo después la gran estampida comenzó a hacerse más pequeña y silenciosa. Cuando apenas eran unos pocos animales y la vista hacia el horizonte se hacía más clara, vieron frente a la casa a la señora Monroe, justo en donde estaban esos arbustos y árboles por los que habían aparecido los conejos la noche en que Barnett murió. Estaba en la oscuridad observando hacia la casa.

—¡Ahí está esa maldita vieja loca! ¿Puedes verla? Preguntó Poppy a su madre, quien trataba de encontrar a la loca de los gatos entre la vegetación.

—¡Mierda! ¡¿Qué diablos hace aquí?! —diviso Eva a la loca de los gatos y enfureció por su presencia.

—¿Qué demonios trae amarrado a esa cadena? —preguntó la joven, tratando de divisar aquello que la señora Monroe sostenía con tanta fuerza —¿es un perro?… Porque si es eso, es un enorme perro.

—No lo sé, pero lo averiguaremos —dijo Eva y se dirigió hacia la puerta —. ¡Voy a sacarla de aquí a patadas! —abrió la puerta y se paró en lo que quedaba de la galería exterior, su hija la detuvo tomándola del brazo.

—¡Espera, mamá! ¡Ese perro se ve peligroso! Mejor llamemos a la policía.

—¡¿Qué está haciendo aquí, maldita vieja chiflada!? —gritó Eva furiosa desde el final del porche —¡lárguese de aquí!

La señora Monroe seguía observándolas en silencio, se aferraba muy fuerte a esa cadena. Aquello que las mujeres en la casa creían un perro, no lo era, era el mismo Isaías quien estaba furioso por la presencia de aquella familia en su territorio.

Luego de los insultos, Eva comenzó a arrojarles restos de madera, que era lo único que quedaba de aquella pequeña escalera de acceso a la casa. La señora Monroe dio media vuelta y se llevó por la fuerza a su hijo.

Poppy se quedó en silencio observando el desastre. Los animales se habían ido y solo podía escucharse el llanto de Noel dentro de la casa.

—No lo entiendo —indicó Eva muy afligida—. ¿Qué sucedió?… ¡¿Qué demonios pasa aquí?! —gritó indignada, al borde de las lágrimas.

2

Cuando despertó, Eva llamó a la policía para denunciar los destrozos en su propiedad y poder encontrar al dueño de esa enorme cantidad de animales. Apenas colgó el tubo Poppy bajaba las escaleras a paso cansado, ojerosa y bostezando.

—Buenos días, mamá.

—Buenos días, cielo. Iré a echar un vistazo a los destrozos allí afuera, la policía está en camino —comentó Eva, mientras giraba el picaporte.

—¿Para que vendrá la policía? —preguntó la muchacha llegando al recibidor.

—Alguien tiene que pagar por los daños, encontraré al dueño de esos bichos —dijo y abrió la puerta.

Quedo pasmada, mirando a su alrededor. Todo estaba allí en perfectas condiciones. Ni siquiera un rasguño en la pintura de las escaleras. Se alejó del porche y observó el suelo del lugar, no había una sola huella extraña allí, solo las hechas por su propio automóvil.

—No… no lo comprendo —susurró la mujer tomándose la cabeza entre las manos y observando su entorno—. No lo comprendo.

Su hija se acercó a ella igual de estupefacta.

—¡Esto es imposible! —aseguró Poppy —. No podemos estar tan locas ¿o sí?

—¡No estamos locas!… ¡esto no puede estar pasando! —dijo Eva tratando de mantener la calma—. Esos animales estuvieron aquí… yo los vi… tú los viste ¿no es así?

—Así es… los vi… eran cientos de ellos, pero ¿qué le diremos a la policía? —cuestionó Poppy sin dejar de buscar huellas en el suelo.

—La verdad, le diremos lo que pasó.

—Pues creerán que estamos locas, porque parece que aquí no pasó nada —resolvió Poppy muy seria.

Eva se quedó en silencio tratando de entender.

3

La policía había estado revisando el sitio y no había encontrado nada extraño ni fuera de lugar. La versión de los hechos que madre e hija le habían brindado a las autoridades sonaba más como una fábula o una burla, ya que la propiedad estaba intacta y no se habían encontrado rastros de los animales ni en esa propiedad ni en ninguna otra de los alrededores. Los oficiales se marcharon de allí obviamente desestimando la denuncia de las mujeres, aun así, dijeron que llevarían a cabo una investigación.

Eva estaba furiosa, se sentía una tonta por todo aquello que les había relatado a las autoridades. Sabía que era la verdad, pero también sabía que no le habían creído.

Definitivamente la señora Alice Monroe era una persona desequilibrada mentalmente y ellas no podían explicar de qué manera estaba involucrada en ese asunto de la estampida y en la muerte de Barnett, pero estaban seguras de que era así, la loca de los gatos, de alguna manera era la culpable.

Poppy decidió contarle a su madre sobre el arma en el laboratorio y se dirigieron allí por ella mientras los pequeños tomaban una siesta.

Apenas entraron al lugar un escalofrío recorrió el cuerpo de Eva, el lugar era tétrico y olía horrible. Lo primero en que pensó fue en que quizás no sería tan fácil rentar un lugar tan espantoso y maloliente como ese.

—No sé qué haré con toda esta basura cuando alguien lo rente —dijo Eva, un tanto asqueada por lo que la rodeaba.

—Todo se ve y huele horrible aquí —agregó Poppy—. Excepto esa oficina —dijo señalando la oficina del doctor Murphy —y es ahí donde está el arma.

Encendieron las linternas y entraron a la pequeña habitación. Poppy se dirigió rápidamente al tercer cajón, lo abrió y tomó el arma entre sus manos.

—¡No toques eso! —la regañó Eva espantada— puede estar cargada.

Poppy soltó el arma rápidamente.

—Lo siento, mamá —la niña se apartó del escritorio, Eva tomó el lugar de su hija y revisó el arma.

—No está cargada, pero pudo haber estado… esto no es un juguete —dijo mirando muy seriamente a su hija.

—Lo sé, mamá… no soy tonta —se defendió Poppy.

—Yo no dije que lo eras… la llevaremos descargada y la mantendremos así, no tengo intenciones de matar a nadie —aseguró Eva y tomó la caja de municiones —… a menos que esa vieja loca se pase de la raya.

—Hay algo más que quiero mostrarte —dijo Poppy e iluminó la foto del conejo negro que colgaba de la pared. Eva se acercó y la observó.

—Es igual que ese espantoso conejo de tu hermano.

—No solo eso, mamá, lee lo que dice allí… 《Boris, mi mejor amigo》 ¡hasta se llama igual!

—¡Oh, Dios!, esto es tan… espeluznante —afirmó Eva incómoda —… y muy extraño, pero sobre todo espeluznante ¡Una tétrica casualidad!… vamos a casa o tendré pesadillas.

Eva comenzó a caminar hacia la salida restando importancia a esa imagen. Poppy no había podido dejar de pensar en ella desde el día en que la vio, era muy difícil para ella creer en semejante casualidad.

4

Por supuesto que no era casualidad, y a estas alturas se habrán dado cuenta de que hay algo más detrás de Boris.

Bien, podemos resumir su historia que no por ser breve es menos relevante. Ya que Boris está muy ligado al doctor Cormac Murphy.

En el año 1932 Cormac se encontraba trabajando en uno de sus proyectos relacionados con híbridos. Por ese entonces realizaba sus experimentos fuera del horario de trabajo. En su casa en Carolina del norte, había en ese momento doce conejos blancos ocho hembras y cuatro machos con los que realizaba experimentos a diario. En realidad su casa era una especie de granja de experimentación y torturas, ya que las inseminaciones las realizaba en el laboratorio en el que trabajaba. Siendo el responsable a cargo del lugar tenía acceso a las instalaciones en cualquier día y horario.

En cierta ocasión había metido al edificio a una pequeña coneja a la que había bautizado como Wendy. Tenía la costumbre de nombrar a las víctimas de sus crueldades, quizás era algo que lo hacía sentir mejor, algo que hacía más placenteras sus torturas o simplemente una forma de llevar un registro más detallado de sus atrocidades. Wendy sería cruzada con un macho llamado Philip, y lo llamativo de esa situación era que Philip no era un conejo, pero tampoco era un mamífero: el padre de las futuras abominaciones era una tortuga de tierra.

Todos sus intentos de híbridos anteriores habían fallado, habían muerto al nacer o a los pocos días de vida. Aun así, el seguía intentándolo.

Los bebés de Wendy fueron seis, casi todos tenían malformaciones, algunos nacieron muertos otros murieron a los pocos minutos. Excepto uno, que resaltaba entre los cuerpos rosados de sus hermanos ya que aparentaba tener un futuro pelaje oscuro y era completamente normal, físicamente hablando. Era un hermoso y gran gazapo que fue bautizado inmediatamente con el nombre de Boris.

Murphy arrojó los cuerpos de sus hermanos a la basura luego de estudiarlos y el pequeño gazapo negro permaneció junto a su madre lo que le permitió alimentarse correctamente y crecer saludable. Luego de un largo tiempo de realizarle análisis clínicos y pruebas físicas, Cormac llegó a la conclusión de que Boris era un conejo, sin rastros de genética de reptil. Lo que le pareció fascinante y extraño. Separó a Boris del resto apenas pudo alimentarse solo y pasaba mucho tiempo observando su comportamiento. Le realizaba regularmente estudios clínicos, pensaba que quizás sus características de reptil se manifestarían en algún momento. Era la primera vez que una de sus creaciones sobrevivía por tanto tiempo, lo que lo motivó a observarlo constantemente y a pasar muchas horas junto al animal.

El tiempo compartido hizo su trabajo y Murphy descubrió en Boris comportamientos típicos en los animales al relacionarse con seres humanos, pero que eran desconocidos para él. Ya que todos los animales para Cormac Murphy eran sujetos de investigación y por lo tanto víctimas de sus aberrantes tratos. Y a pesar de que en principio se negaba a aceptarlo, la sola idea de pensar en que estaba sintiendo afecto por aquel pequeño animal lo llevaba a enfurecerse contra sí mismo. No podía ser posible que aquella pequeña criatura peluda despertara en él sentimientos que ni siquiera su propia hija había despertado, aquella niña no había podido hacerlo sentir ni siquiera culpa por abandonarla junto a su madre en el estado de Virginia, hacía ya muchos años.

Pero Boris había movilizado aquellas emociones que solo la madre de Murphy había podido provocar en él, emociones que Cormac creía olvidadas por el paso del tiempo.

Luego de todo un año tenía un enorme sentimiento de amor hacia el pequeño Boris. Sentir que se fue acrecentando con los años, asemejándose a la relación de un padre con su hijo.

En el año 1942 bajo excelentes recomendaciones, Cormac Murphy fue puesto al mando de una investigación que el gobierno de Estados Unidos realizaba sobre las esporas de ántrax y su posibilidad de utilizarlas como arma bacteriológica durante la segunda guerra mundial. El lugar de trabajo para sus sondeos sería el centro de investigaciones nacional Fort Detrick, una instalación del Comando Médico del Ejército de los Estados Unidos localizada en Frederick, Maryland, Estados Unidos.

Durante su estadía como jefe del centro de investigaciones más importante del país, Cormac estuvo más preocupado en sus propios intereses personales que en los de la nación. El señor Murphy no era un patriota ni nada que se le pareciera, el solo velaba por sus propios asuntos. Así que a pesar de que hacia todo lo posible por obtener excelentes resultados en las investigaciones y de cumplir en su totalidad con su trabajo de una manera impecable, a él no le importaba en lo más mínimo aquella guerra que estaba aconteciendo, ni las consecuencias que la misma podrían traer a su patria. Después de todo, Cormac pensaba que en el medio del caos es donde surgen las oportunidades.

Entonces usó sus privilegios de accesos una vez más y por las noches se quedaba hasta muy tarde en el laboratorio, muy cerca de los primates que estaban allí para ser utilizados como sujetos de prueba con las esporas de ántrax.

Con el paso de los meses Cormac llegó a intentar la hibridación entre simio y humano. La primate a quien el había bautizado con el nombre de “Lucy” fue inseminada artificialmente, una y otra vez por el sádico de Murphy, quien utilizó su propio material genético en reiteradas ocasiones que arrojaron resultados negativos.

A principios de 1943 Lucy estaba embarazada, la inseminación había sido exitosa y Murphy estaba muy satisfecho por ello. Aunque ahora el motivo de su preocupación era el como ocultarle eso al resto de las personas que trabajaban en el recinto. Por lo que luego de idear un plan maestro que involucraba la falsa muerte de la primate en medio de la manipulación del ántrax, Lucy acabo viviendo junto a él y Boris en la pequeña casa que el ejército le había prestado cerca de Fort Detrick.

Meses después de este acontecimiento el pequeño híbrido nació. Era un pequeño lleno de deformaciones y anomalías, débil y enfermizo que no pudo sobrevivir más de tres días. Por supuesto que esto había sido para Cormac Murphy lo mas cercano a la gloria que jamás había estado. Y estaba dispuesto a repetir el experimento cuantas veces fuera necesario, no podía detenerse ahora, cuando estaba tan cerca del éxito. Y lo hubiera hecho , sin dudas. De no ser porque las autoridades de Fort Detrick descubrieron todo aquello que él había estado ocultando. Al parecer las conclusiones que Cormac había sacado sobre que él era más astuto e inteligente que los mandos gubernamentales y el ejército, no habían sido muy acertadas. Dado que las autoridades del centro de investigaciones habían descubierto sus mentiras al poco tiempo de que Murphy se llevara a Lucy de allí, solo que estaban esperando a que el doctor terminara sus ensayos e investigaciones sobre las esporas de ántrax para tomar medidas en el asunto. Después de todo, esas bombas eran de una importancia extrema frente a la insignificante vida de un animal.

En agosto de 1943, las autoridades militares del establecimiento, decidieron expulsar a Cormac Murphy tras hallarlo culpable de utilizar las instalaciones del gobierno con fines personales y de manera ilegítima.

Dado a sus enormes contribuciones científicas al pueblo de los Estados Unidos, se le concedieron excepciones ante la ley y se le permitió irse de allí bajo completa libertad. Se le ordenó mantener el secreto de confidencialidad sobre todo aquello que había visto u oído dentro de Fort Detrick. Se le prohibió hablar sobre lo acontecido con Lucy y con aquel híbrido que había resultado de sus experimentos “contra natura”. Se le negó la posibilidad de volver a trabajar en algún proyecto científico del gobierno y se le aconsejó la interrupción de todas aquellas prácticas morbosas, consideradas abominables por el resto de las personas de bien.

Por supuesto que Cormac iba a olvidarse de todo lo referido a las esporas de ántrax y a esa guerra que se libraba muy lejos de él y sus intereses. Por supuesto que no le interesaba volver a trabajar para el gobierno ni nada parecido. Pero de ninguna forma iba a dejar de buscar la manera de dar vida a su tan anhelada creación. De ninguna manera permitiría que le arrebataran todo aquello por lo que había trabajado incansablemente durante toda su vida.

Empacó sus cosas y preparó a su adorado conejo negro para el viaje, siempre se podía empezar desde cero en otro sitio.

Cuando llegaron a Misisipi, Boris tenía once años y casi había superado la expectativa de vida para su especie. Murphy lejos de estar triste por su latente partida estaba sorprendido con lo saludable que estaba aquel conejo. Su cuerpo no había envejecido ni deteriorado, los estudios siempre arrojaban resultados que no podían ser los esperados al realizarse en un conejo de su edad, era como si algo estuviera retrasando su envejecimiento, como si su cuerpo resistiera el paso del tiempo. Surgió en el doctor la teoría de que lo que Boris había heredado de su padre reptil era la longevidad que caracteriza a las tortugas. Boris no era inmortal ni nada parecido, pero podría llegar a vivir ciento cincuenta años si la suerte lo acompañara. Cormac Murphy se sintió extrañamente feliz al imaginar que su amigo conejo podría acompañarlo a lo largo de su vida, que por supuesto en ese momento el doctor Murphy pensaba sería mucho más larga de lo que fue en realidad.

Al llegar Isaías, se convirtió en la creación suprema. Después de tantos años de estudio, de prueba y error por fin había creado un híbrido entre humano y animal que había sobrevivido y crecido de manera exitosa. No amaba a Isaías, así como a Boris, y no había tratos compasivos para el humanoide. La curiosidad y el morbo de Cormac Murphy no tenían límites.

Boris había resultado un poco más amable que su creador y se permitió conocer a Isaías, después de todo, ambos eran creaciones de ese hombre despreciable y sádico. Así que Boris tomó al pequeño antropomorfo como su hermano menor. Alice no estaba contenta con aquel acercamiento, sentía en Boris un aura maligna, trataba de mantenerse alejada de él y también de alejar a su hijo.

Cuando Cormac murió, Alice Monroe ya no permitió que Isaías y Boris fueran amigos. El conejo se quedó a vivir en la casa deshabitada de Murphy, a diario Isaías huía de su madre para verlo, así que ella optó por encadenarlo y encerrarlo en la casa, a pesar de que eso era más doloroso para ella que para su hijo.

Aun cuando Isaías no estaba cerca, Boris no sufría la soledad ya que había encontrado compañía en esa casa y en otras partes de la propiedad. Habitantes silenciosos, ocultos, quienes a veces salían de las sombras para interactuar con los visitantes curiosos que llegaban a la propiedad en busca del hijo deforme de la loca de los gatos y también buscando fantasmas un poco más propios de la ciencia ficción y no tan mimetizados con el ambiente como los que allí habitaban.

La primera vez que la loca de los gatos tuvo frente a ella a uno de esos moradores fantasmas, fue la noche de Halloween de 1961 cuando salió en busca de su hijo. Los adolescentes del pueblo tenían como costumbre recorrer las propiedades de Cormac Murphy esa fecha en particular y ella estaba aterrorizada ante la idea de que alguno de esos intrusos descubriera a su hijo.

Años atrás se había corrido el rumor de que la propiedad estaba embrujada y de que Alice Monroe había engendrado un hijo con el demonio, al que ahora alimentaba con gatos a los que sacrificaba en rituales satánicos. No Todo eso era cierto, si bien Murphy era lo más parecido al demonio en la tierra, Isaías era realmente un experimento aberrante y la principal víctima de toda esa situación enfermiza. Otra realidad era que a la señora Monroe le gustaban los gatos y encontraba en ellos una gran compañía, ya que ni ella ni su hijo tenían vínculos con otras personas. Ni Alice ni Isaías habían matado ni comido jamás a un gato.

El encuentro sucedió mientras la señora Monroe recorría los establos y vio a una vaca parada varios metros lejos de ella. Le pareció algo muy extraño, ya que desde que había cerrado su negocio no había vacas ni ningún otro animal por esos terrenos. Se acercó sigilosamente y cubrió al animal con la luz de la linterna, tenía en el lomo la letra M. Reconoció de inmediato esa marca característica, ya que los animales pertenecientes a los Monroe eran marcados a fuego de esa manera. La herida era fresca, como si acabaran de apoyar el hierro caliente sobre la piel del animal. Se acercó aún más. Pensó que sus ojos la engañaban, cuando estuvo a un metro de la vaca, esta giró y quedó frente a frente con la dueña del matadero. La mitad del animal que había estado lejos de la luz de la linterna podía verse ahora claramente. Estaba despellejada y chorreando sangre, le faltaban trozos de carne en sus patas traseras y se dejaba ver el hueso. Las ubres derramaban leche sanguinolenta. La vaca comenzó a mugir y la mujer se echó a correr dando gritos de terror.

Al llegar a la arboleda pudo ver a su hijo rodeado por un gran grupo de conejos. Estaban comiendo, podía escuchar el cloqueo de los conejos y el gruñido de Isaías mientras masticaba sin parar. Cuando estuvo lo suficientemente cerca pudo darse cuenta de que aquello que masticaban era un cadáver humano, podía ver los tenis ensangrentados de la chica a un lado del grupo de comensales.

Desde ese día comprendió que su hijo jamás podría ser como ella o como las demás personas. Supo que él y Boris tenían más en común que el solo hecho de haber sido creados por el mismo hombre. Isaías, al igual que Boris, siempre supo de los moradores y ahora estaba compartiendo con su madre un poco de su realidad.

Alice Monroe siempre odió a Boris, porque él dejaba salir en su pequeño niño todo aquello que lo hacía despreciable para ella y para el resto del mundo. Había intentado matar al conejo negro en infinidad de ocasiones, su odio hacia el animal crecía con cada intento fallido. También había fallado al intentar separarlo de su hijo. Así que solo aprendió a convivir con ese odio hacia el hermano mayor de Isaías, y con todas aquellas apariciones rondando el lugar.

5

Esa noche antes de irse a la cama, Eva puso el arma y las municiones en el cajón de su mesa de noche. Estaba agotada, molesta y muy confundida por todo aquello que había pasado. Se durmió pensando en la rabia que le provocaba la loca de los gatos.

A las 03:15 am, la despertó un ruido dentro de la habitación. Supo enseguida que algo se había caído de su mesa de noche, le restó importancia y volvió a cerrar los ojos. Segundos después sintió algo moverse junto a sus pies, bajo las mantas, era algo húmedo y frío. Se quitó la manta de encima rápidamente, encendió la luz de la lámpara junto a la cama y sintió como su respiración se cortaba al observar el panorama a su alrededor. Quedó paralizada. Intentaba gritar y la voz no salía por su boca.

Había una enorme cantidad de sapos allí, casi encima de su cuerpo. Se puso de pie sobre la cama y pudo observar que estaban también en el suelo y por toda la habitación. El corazón le palpitaba descontrolado y comenzó a sudar. Gritó el nombre de su hija tan fuerte como pudo. Los sapos parecían acercarse cada vez más a ella y sintió que trepaban por sus piernas. Las náuseas empezaron a revolver su estómago, pero siguió gritando el nombre de su hija cada vez más fuerte, mientras se tapaba el rostro con la almohada.

Poppy abrió la puerta, Eva miró en su dirección y le pareció ver a Boris escabullirse desde el interior de la habitación hacia el pasillo. Volvió a cubrirse con la almohada al observar a los sapos que la acechaban.

La muchacha encendió la luz y observó a su madre de pie sobre la cama, la espalda sobre la pared y el rostro cubierto por la almohada.

—¡Mamá! ¡¿Qué sucede?! —dijo Poppy preocupada.

—¡¡Sácalos de aquí!! ¡¡Sácalos por favor!! —gritaba desesperadamente Eva, sin descubrirse el rostro.

—¿De que estas hablando, mamá? ¿Qué debo sacar? ¡No comprendo! —dijo Poppy acercándose a su madre, mientras inspeccionaba la habitación de un vistazo.

—¡¡Los sapos, Poppy!! ¡¡Son demasiados!! —gritaba la mujer sumergida en el pánico.

—¡No hay nada aquí! —aseguró e intentó quitar la almohada del rostro de su madre, pero Eva no cedía —. ¡Quítate eso del rostro! ¡No hay nada aquí, mamá!… ¡solo dame eso! —dijo y le quitó la almohada —. ¿Lo ves? ¡No hay nada!

—¡No puede ser! ¡Estaban aquí! Sobre la cama y en el piso —dijo nerviosa la madre.

—Solo estabas soñando… siéntate, te traeré agua —explicó Poppy ayudando a su madre a sentarse.

—¡Claro que no estaba soñando! ¡Estaban aquí! ¡Y no sé qué demonios pasó! —expresó al borde de las lágrimas.

—Yo tampoco lo entiendo. Quizá debamos irnos de aquí —dijo la muchacha abrazando a su madre.

—No podemos irnos, Poppy, no tenemos a donde.

—Pues vamos a vender la casa —resolvió Poppy afligida —… Nada es normal aquí… este lugar me asusta.

—No me iré… no sé qué clase de brujería está usando esa vieja loca de Alice Monroe… pero no voy a ceder —se puso de pie —. Y… esa horrible rata estaba aquí — dijo saliendo de la habitación —… ¡estoy segura de que lo vi!

Caminó hasta el dormitorio de Liam, abrió la puerta, se dirigió a la jaula de Boris y comprobó que estaba cerrada.

—¿Qué haces? —murmuró Poppy, ya que su hermano dormía.

Eva salió furiosa de la habitación.

—El conejo estaba allí, observando todo lo que sucedió — dijo, volvió a su dormitorio y se sentó en la cama—. ¡Oh, dios! ¡Estoy volviéndome loca! —se echó a llorar, su hija se sentó a su lado.

LA MADRIGUERA

1

Un par de días después del episodio con los sapos, Eva y su hija estaban sentadas en el porche, tomaban una bebida caliente mientras conversaban. Poppy estaba decidida en convencer a su madre de vender la casa. Deseaba por supuesto volver a Nashville con sus amigas y con Zack, el imbécil que no respondía a sus llamadas, pero, aun así, el imbécil del que ella estaba enamorada. También era cierto que deseaba irse de allí porque el lugar no le permitía estar tranquila, todo había sido tétrico y desagradable desde el día en que habían llegado a esa casa.

Eva estaba dispuesta a seguir dando pelea, había muchas cosas para las que no encontraba explicaciones, pero estaba segura de que las había. Alice Monroe se había convertido en su enemiga y de ninguna manera se iría de esa propiedad, no le daría esa satisfacción.

Eran cerca de las 08:30 de la mañana, cuando escucharon los gritos de uno de los niños desde la planta alta. Ambas mujeres se levantaron de sus sillas sobresaltadas y se apresuraron a entrar a la casa en busca del origen de los gritos.

—¡¿Cuál de los dos grita?! —preguntó Poppy mientras subían las escaleras a toda prisa.

—¡No lo sé!, ve con Liam —dijo la madre.

Terminaron de subir, Poppy fue a la habitación de Liam y el pequeño seguía dormido, así que se dirigió a la habitación del otro gemelo.

Eva se encontró con Noel llorando desesperadamente, gritaba y se retorcía entre dormido. Se acercó, apenas se sentó en la cama sintió el olor penetrante de la orina, el niño aún pataleaba dormido en medio de un gran charco de pipí. Cuando su madre lo tocó, Noel abrió los ojos. Comenzó llorar más fuerte mientras se abrazaba a Eva.

—¿Qué sucede, Noel? —Preguntó su madre. El niño no respondió y siguió llorando —… ¿Por qué estás tan asustado?

—¡Boris quiere comerme!¡mis ojos me duelen! —gritaba entre llantos.

—Él no está aquí, mi cielo… ¿qué sucede con tus ojos? —dijo su madre afligida, mientras lo abrazaba.

—¡Quiere comerme! —dijo el niño y continuó llorando.

—Solo estabas soñando —explicó Poppy desde la puerta de la habitación —Boris está en su jaula, acabo de verlo.

—No te preocupes, él ya no va a estar aquí, lo prometo —dijo Eva y besó a su hijo en la frente —. Ahora tienes que salir de la cama y darte un baño, lavaremos esas sábanas.

Noel asintió y salió de la cama. Liam apareció y se paró junto a Poppy en la entrada, observaba muy serio y en silencio a su hermano gemelo.

2

Eva y Poppy estaban tendiendo las sábanas y mantas que habían lavado, Noel estaba coloreando cerca de ellas, Liam estaba un poco más apartado jugueteando con Boris sobre el césped. La madre estaba muy preocupada por la manera en que la presencia de ese conejo estaba perturbando a Noel, y en parte a todos, ya que Poppy estaba intranquila en cercanías del animal e incluso ella misma lo había visto en medio de sus pesadillas. No tendrían paz mientras el conejo siguiera en la casa. Ella creía que podría llenar la ausencia que dejaría Boris en Liam con un cachorro, así que iría por la tarde a la tienda, repartiría otra vez los volantes del alquiler y aprovecharía para decirle a Rebecca que estaban listos para adoptar un perro.

—¿Qué vas a hacer con Boris? —preguntó Poppy, mientras le entregaba las pinzas para la ropa a su madre.

—Voy a deshacerme de él, esta misma noche.

—Tendrás que llevarlo muy lejos, es un conejo viejo y quizás conozca el camino a casa —indicó Poppy, observando a Boris a lo lejos.

—No voy a abandonarlo por ahí… voy a cortarle el pescuezo, no podrá volver de entre los muertos— dijo muy segura la madre.

—No creo que sea tan fácil matarlo… ya sabes, tú no has hecho eso antes.

—Pues será la primera vez… tu hermano se olvidará de él en un par de días, le conseguiremos un cachorro.

—Espero que así sea, se ve muy feliz con el conejo —dijo Poppy y ambas miraron hacia donde Liam estaba jugando con Boris. El niño irradiaba felicidad, abrazaba al conejo mientras se recostaba en la hierba.

—Así será, no te preocupes — aseguró mamá y colocó la última pinza en la sábana—. Saldré por la tarde, trataré de no tardar demasiado… prepararé la cena temprano y cuando Liam esté dormido, me llevaré al endemoniado conejo y todos estaremos en paz.

—Está bien.

Ambas comenzaron a caminar hacia la casa.

3

En la tarde, la señora Gardner regresó a su casa luego de ir a la tienda, Rebecca estuvo más que dispuesta a conseguir ese cachorro, lo que le generó un gran alivio. Mientras tanto estaba mentalizada en su plan para acabar con Boris. Pensaba en lo complejo y a la vez ridículo que era todo aquello, sabía que estaba mal tomar partido por uno de sus hijos, ya que haciendo feliz a Noel haría infeliz á Liam, pero trataba de acallar esa culpa pensando en el cachorro al que iban a adoptar. También era duro porque ella jamás había hecho semejante cosa como matar a un animal y no era agradable pensar en que ese animal era un indefenso conejito. Ahí era donde se volvía ridículo, después de todo, pensaba «mataré al conejito que mi pequeño niño adora, porque me aterroriza, porque le temo a ese pequeño animalito», se sentía tonta, pero de todos modos intentaría hacerlo.

Estacionó el vehículo frente al porche y divisó a lo lejos a la señora Monroe alejándose, eso la hizo enfurecer y se apresuró a entrar a la casa para saber si esa mujer había estado molestando a sus hijos.

—¡Poppy, Poppy ¿dónde estás?! —exclamó preocupada al abrir la puerta.

—Aquí estoy ¿qué sucede? —preguntó Poppy saliendo de la cocina.

—¿Dónde están los niños?

—En la cocina comiendo un emparedado… ¿qué sucede? ¿Por qué estás tan nerviosa? —preguntó la muchacha.

—Acabo de ver a esa vieja chiflada afuera de la casa, pensé que había estado molestándolos.

—No la he visto el día de hoy… quizás solo estaba husmeando.

—Eso no está bien… llamaré a la policía —dijo Eva y se acercó al teléfono, tomo el tubo y marcó—. Buenas tardes, soy Eva Gardner, vivo en Close Road 77…Sí, en la casa de los conejos… ¡qué bien! No tendré que presentarme la próxima vez— dijo sarcástica— solo le diré en dónde vivo… bien, llamo porque acabo de ver a una persona peligrosa merodeando en mi propiedad… se llama Alice Monroe… sí, la loca de los gatos ¡la gente por aquí es muy ocurrente!… oh, claro que es peligrosa, estuvo aquí hace dos noches con un enorme perro tratando de intimidarnos y nos ha amenazado en otras ocasiónes… no, ella ya no está aquí, señorita… puede volver en cualquier momento, necesito que envíen una patrulla… ¿Cómo que no lo hará? ¿cuántos policías tienen aquí? —indagó levantando la voz—… por supuesto que volveré a llamar, llamaré las veces que sea necesario… no, usted está equivocada, señorita… ¡lo necesito ahora!… Bien, si vuelvo a ver a esa mujer aquí voy a dispararle y será su culpa ¿lo entiende? ¡Maldita holgazana! —colgó el teléfono bruscamente—. ¡¿Qué le sucede a la gente de este pueblo?! ¿Puedes creer que no enviarán una patrulla? Quieren que espere a que regrese ¡¿Qué clase de policías son estos?!

—Deberíamos cerrar la casa y solo estar atentas… es una anciana, no puede hacernos daño —dijo Poppy tratando de calmar a su madre.

—¡Por supuesto que no me quedaré encerrada! ¡Yo no soy la que está loca!

—¿Y qué harás? La policía no va a venir.

—Voy a ir a la casa de esa demente y voy a darle unos gritos para que se le quiten las ganas de meterse con nosotros —dijo Eva furiosa.

—No creo que sea una buena idea —advirtió Poppy.

—Sí, lo es… iré por el arma —dijo y subió las escaleras a toda prisa.

Poppy se quedó en silencio, resignada ante la impetuosa decisión de su madre.

4

Eva le dio un instructivo muy veloz a su hija sobre como disparar el arma en caso de que tuviera que defenderse en su ausencia, luego subió al auto y se dirigió a casa de la loca de los gatos, que si bien era su vecina ambas propiedades estaban a una distancia considerable una de la otra.

Al llegar atravesó una pequeña tranquera, para nada sofisticada en comparación con el hermoso portón tallado en la entrada de la casa de los conejos. Condujo unos trescientos metros hasta la casa, la cual era de buen tamaño, pero estaba en pésimas condiciones edilicias. La pintura desgastada y vegetación trepándose por la fachada. Antes de que pudiera tocar el timbre, salieron a recibirla, media docena de gatos, muy limpios y bien alimentados. Se acercaron a olerla, maullando; Eva pensó que querían atacarla y trató de espantarlos dando aplausos, mientras retrocedía espantada. Alice Monroe comenzó a reír desde la entrada de la casa, Eva no la había visto asomarse, estaba ocupada intentando alejar a los gatos.

—¡No te harán daño! ¡Son sólo lindos gatitos! —dijo Alice entre risas.

—¡Aléjalos de mí! —ordenó Eva, sin quitar la vista de los felinos.

—¡Vamos, chicos!¡Vengan aquí! —dijo la mujer y los gatos se alejaron en su dirección —. Eso es, adentro, vamos —los gatos entraron y Alice cerró la puerta y comenzó a caminar hacia Eva —¿Qué haces en mi casa? — preguntó muy seria.

—¡oh, creo que debería de preguntar lo mismo! —exclamó Eva.

—Esta no es tu casa, cariño —aclaró burlona, la señora Monroe.

—No se haga la tonta, señora —dijo Eva enfadada — la vi salir de mi propiedad hace menos de media hora… ¿qué hacía allí? ¿Está buscando que le dispare? Porque eso haré si vuelvo a verla en mi casa y no estoy bromeando.

—Vuelve a casa, cariño, no te preocupes por mí, no soy peligrosa… pero no deberías dejar a tus hijos solos.

—Deje de amenazarme y dígame ¿Qué es lo que estaba haciendo allí? —exigió Eva.

—Estaba buscando a mi hijo.

—¿Por qué estaría su hijo en mi casa? —preguntó Eva tratando de mantener la calma.

—Él lo llamó— aseguró Alice.

—¿Quién lo llamó? ¿De qué habla? ¡Maldita loca!

—¿Quieres deshacerte del conejo? Porque esa es una buena idea, siempre y cuando él no te escuche… es un conejo muy listo —dijo Alice con una mirada sombría.

—No, no lo es, señora. Solo es un estúpido animal y voy a deshacerme de él, así que ya no tendrá por qué visitarnos.

—Ya es tarde.

—¿Para qué? —preguntó Eva furiosa.

—Solo vete, ocúpate de tus hijos, yo me ocuparé del mío… porque él sí que es peligroso —dijo muy seria.

Eva dio media vuelta y se subió al auto rápidamente, se había sentido muy inquieta ante ese comentario. Pensó en que quizá, la loca sí tenía un hijo y no era solo una leyenda de pueblerinos. Pensó también en que tal vez sí era un engendro, un loco igual que su madre y que quizá en ese momento sus hijos estaban en peligro real.

—¡No quiero volver a verla cerca de mi propiedad! —gritó Eva furiosa y puso el auto en marcha.

5

Poppy estaba parada en la entrada del pórtico, ansiosa por ver llegar el automóvil de su madre. Hacía apenas unos minutos que se había ido, pero la había notado tan enojada y es que Eva era una mujer de carácter fuerte y también de poca paciencia. Su hija lo sabía, por eso necesitaba verla llegar, saber que estaba bien y que no le había hecho daño a esa anciana, que aunque se lo mereciera, lastimarla no era aceptable.

La puerta de la casa se abrió y los gemelos asomaron al porche, Liam fue el primero en salir, llevaba a Boris en brazos y se acercaba su hermana con cara de pocos amigos. Noel lo siguió no de tan cerca, ya que el conejo no dejaba de mirarlo o era lo que el pequeño niño podía percibir.

—¿Qué hacen aquí? Deben permanecer dentro de la casa —dijo Poppy.

—¿A qué hora vamos a cenar? Tengo hambre —interrogó Liam fastidioso.

—Acabo de darte un emparedado —dijo la muchacha molesta.

—No me gusta, no voy a comerlo —respondió el niño.

—¿Por qué? —preguntó su hermana.

—No me gusta la carne… no voy a comerla.

—Siempre la comes ¿cuál es el problema ahora? —cuestionó Poppy.

—¡No comeré carne! —exclamó Liam.

—Bien entonces esperarás a que mamá llegue —resolvió Poppy y volvió a concentrarse en el camino de entrada a la propiedad. Estaba cayendo el sol y la temperatura descendía rápidamente.

—¡Quiero galletas! —exigió Liam.

—No, no te daré galletas —dijo muy firme la hermana mayor. El niño comenzó a llorar y a pedir las galletas a los gritos. Trató de ignorarlo por unos minutos, pero la rabieta del pequeño se hacía insoportable —… ¡Silencio!… ¡Bien, te daré las malditas galletas, pero no le digas a mamá!… quédense quietos aquí —ordenó y se dirigió a la cocina. Abrió la alacena y tomo la caja de galletas, dio media vuelta y escuchó fuertes ladridos fuera de la casa. Se apresuró a volver con sus hermanos pensando que pertenecían al gran perro de la señora Monroe. Obviamente la joven no sabía que eso que ella suponía un perro, en realidad era Isaías. Apenas se asomó hacia el recibidor pudo ver a Liam y a Boris, cuando pasó la puerta se percató de que Noel no estaba allí —¿Dónde está Noel?

—Se fue tras Barnett —dijo el pequeño Liam, mientras tomaba la caja de manos de su hermana.

—¿Qué dices? ¡Eso es imposible! —dijo ella incrédula, mientras comenzaba a ponerse nerviosa. Observaba a su alrededor en busca de su hermano.

—Es cierto, él estuvo aquí… ladró muy fuerte —dijo Liam tomando una galleta de la caja.

—¡A ver, Liam, deja de comer! —Exigió ella tomándolo de los hombros y mirándolo fijamente —. ¿En qué dirección corrió?

—Por allí —dijo Liam fastidioso, y quitó las manos de su hermana de sus hombros.

—¡¿Dónde es por allí?! —gritó Poppy nerviosa. Su hermano la miró asustado —. Dejemos a ese conejo en la jaula y vamos por Noel —dijo tomando a Boris de los brazos de su hermanito. Caminó hasta la cocina, encerró a el conejo negro en su jaula y tomó una linterna del cajón. Luego tomó a Liam de la mano y salieron a toda prisa tras el rastro de Noel.

6

Poppy caminaba sin parar y parecía arrastrar al pequeño Liam a quien llevaba de la mano, gritaba sin cesar el nombre de su hermano perdido, una y otra vez. Liam estaba muy molesto con la situación, no quería correr, estaba cansado, hambriento y a punto de iniciar otra pataleta.

La muchacha encendió la linterna, aún había luz natural, pero estaba yéndose más rápido de lo que debería. Le pareció escuchar ladridos a lo lejos, corrieron varios metros, hasta la hilera de árboles, Liam soltó bruscamente la mano de su hermana y ambos se detuvieron.

—¡¿Qué sucede, Liam?!¡Sigue corriendo! —regañó Poppy a su hermano.

—Estoy muy cansado —dijo el niño al borde de las lágrimas.

—Solo un poco más, lo prometo —tomó nuevamente la mano del niño y justo cuando iban a empezar a correr, pasaron casi entre sus pies, tres enormes conejos blancos, quienes también corrían hacia la arboleda. Se apresuraron a seguir su camino luego de esos segundos de sorpresa. Faltando apenas unos veinte metros la muchacha vio a su pequeño hermano Noel, tenía una gran y tierna sonrisa en el rostro mientras acariciaba la cabeza del viejo Barnett. Poppy quedó atónita ante aquello que veía, de ninguna manera podía ser real ya que ella misma había visto al viejo Setter irlandés desaparecer en pequeños trozos de carne dentro de esa enorme trituradora de leña. Se detuvo perpleja varios segundos, estaba aturdida. Liam tiraba ahora de su mano intentando hacerla reaccionar, el pequeño no entendía por qué su hermana estaba paralizada.

—¡Vamos, allí está Noel! ¡Aprisa, vamos! —Insistió Liam, halando a su hermana del brazo. Ella no respondió ni se movió, así que la soltó —. Bien, yo iré por él — cuando dio el primer paso, Poppy lo detuvo tomándolo del brazo.

—¡Aguarda! Algo no está bien aquí — dijo Poppy muy nerviosa e impactada —. No lo comprendo… no puede ser — murmuró mientras observaba al perro.

Una gran cantidad de conejos comenzó a acercarse a Noel y a Barnett, el pequeño no los veía ya que estaba tan a gusto reencontrándose con el perro y también porque la luz comenzaba a extinguirse en el cielo. Estaban formando un gran círculo alrededor de ellos. El perro se alejó corriendo, moviendo su cola en plan juguetón, cuando vio que Noel lo seguía se metió en un enorme agujero que estaba en el suelo y no volvió a salir. Antes de que el pequeño llegara junto al perro, los conejos cerraron el círculo y Noel quedó inmóvil, paralizado por el susto, se había percatado de los animales a su alrededor. El cloqueo comenzó a sonar muy fuerte, Poppy supo que debía sacar a Noel de ahí y comenzó a correr tan rápido como pudo mientras le advertía a su hermano que se alejara de los animales. Sintió mientras corría que esos veinte metros se habían convertido en un océano de distancia entre ella y su hermano. Estaba casi en el círculo cuando sintió que algo la empujó con mucha fuerza y cayó al suelo golpeando su frente contra una roca. Mareada y tendida en el suelo, pudo ver que aquello que la había embestido era el caballo huesudo que había visto la primera noche. Trotaba en círculos a su alrededor y daba relinchos y resoplidos. Vio a Liam a lo lejos, observando inmutable con Boris en sus brazos, del otro lado vio a Noel llorando y lo escuchó gritar desesperado. Había estado en el suelo por tres segundos, pero parecía que todo transcurría en cámara lenta. Se puso de pie y aún mareada comenzó a correr. Los conejos estaban sobre el niño, le mordieron las manos, el rostro, las orejas. El pequeño sangraba sin parar y sus gritos de dolor resonaban en los oídos de su hermana como si fueran dentro de su propia cabeza. Cuando Noel cayó, los conejos lo arrastraron como si fueran un enjambre de hormigas cargando una diminuta hoja. El niño pedía por ayuda, pedía por su madre mientras los enfurecidos animales lo ingresaban en aquella madriguera en la que Barnett había entrado moviendo su cola. El trayecto no había sido largo desde que se puso de pie, en apenas unos segundos Poppy estaba en la entrada de la madriguera gritando el nombre de su pequeño hermano. Deshecha y temblando, introdujo la mitad de su cuerpo en el agujero, no era profundo. Noel no estaba allí, tampoco los conejos. Gritó abrumada y comenzó a escarbar con sus manos en la tierra dentro del hoyo, su hermano había desaparecido delante de sus ojos y no encontraba lógica en todo eso. Solo se echó en el suelo y lloró desconsolada.

7

Eva salía de su casa, no había encontrado a los niños al llegar así que tomó la linterna y corrió en su búsqueda. Sentía que las piernas le temblaban, tanto que le costaba coordinar los pasos, su marcha veloz la hacía trastabillar. Gritaba el nombre de sus hijos mientras recorría el lugar con la luz de la linterna, la noche había caído y la bruma asomaba en los alrededores.

Vio a lo lejos la luz de la linterna que Liam sostenía, se acercó a toda prisa. Su hijo no la escuchó llegar a pesar de que ella le hablaba.

—¡Liam! — Gritó Eva parándose frente a su hijo, el niño la observaba en silencio —¿Estás bien? —dijo mientras ponía su mano en el rostro del pequeño, él asintió con la cabeza — ¿dónde están tus hermanos?

—Ahí —dijo señalando en dirección a la madriguera.

Eva iluminó la zona y pudo ver la parte trasera del cuerpo de su hija que sobresalía del agujero. Tomó a Liam de la mano y corrieron los pocos metros que había entre ellos y la muchacha.

—¡¿Poppy?! ¡¿Qué haces allí?! ¡¿Qué sucede?! —exclamó Eva mientras halaba el cuerpo de su hija hacia afuera del hoyo. La muchacha estaba en shock, lloraba asustada —¡por dios, hija! ¿Qué sucede? —Preguntó Eva angustiada y abrazó a su hija — ¿dónde está Noel? —La muchacha no dijo palabra, tampoco Liam—. ¿Dónde está Noel? ¡Por favor dime dónde está tu hermano! —exigió Eva consternada.

—Ellos se lo llevaron —dijo Poppy ahogada por el llanto.

—¡¿Quiénes?! ¡¿De qué hablas?!

—Los conejos… lo atacaron igual que a Barnett, se lo llevaron por ese agujero… pero ahora no está allí —explicó Poppy y continuó llorando.

—¡Eso no puede ser cierto! ¡No tiene sentido! —exclamó la madre nerviosa.

Sus hijos le contaron lo sucedido, no había una pizca de cordura en aquel relato. Ella había visto morir a Barnett, y también había visto actuar a aquellos conejos de esa forma tan extraña. No sabía bien que pensar, estaba agobiada y aturdida, solamente quería encontrar a su pequeño hijo. Así que lo buscaron por al menos media hora, dentro de esa cueva y en los alrededores, no había rastros del niño, ni de la sangre que salió de su cuerpo. Decidieron llamar a la policía, se apresuraron a emprender el camino de vuelta a la casa.

8

Eva abrió la puerta de la casa y se dirigió corriendo hacia el teléfono que estaba en la sala, sus hijos entraron después. Poppy continuaba llorando, casi en silencio, mientras repetía una y otra vez en su mente la imagen de su hermano siendo atacado por los conejos. Liam se sentó en el sillón, agotado por el peso de Boris, observó a las mujeres en silencio mientras acariciaba el lomo del conejo negro.

Eva levantó el tubo y no había tono. Colgó y descolgó el teléfono varias veces seguidas, no tenía sentido, no funcionaba.

—¡¡Maldita porquería!! —Gritó mientras golpeaba el tubo contra la mesa reiteradas veces —¡No funciona! ¡No hay tono! —Colgó el tubo y se puso de pie —. Quiero que vayas por la policía, Poppy, yo seguiré buscando en los alrededores —tomó las llaves del auto de sobre la mesa y se las entregó a su hija—. Llévate a Liam, y maneja con cuidado.

—Está bien, mamá, lo haré — dijo y tomó las llaves con las manos temblorosas.

—¡Escúchame bien! Debes calmarte — dijo Eva, la tomó por los hombros y la miró fijamente —Se responsable y no menciones a los conejos ni al perro muerto o no vendrán — Poppy asintió en silencio —. Solo diles que desapareció y que puede estar herido… ¿está bien?

Poppy asintió nuevamente y los tres salieron de la casa. El auto no estaba estacionado frente a la casa, ni cerca de ella.

—¿Dónde estacionaste? —preguntó Poppy.

—¡Aquí! —aseguró Eva, señalando el espacio frente al pórtico —¡aquí mismo! ¡¿Qué diablos está pasando?! —Exclamó la mujer al borde de las lágrimas — ¡alguien se lo llevó!… juro que lo dejé aquí.

—Debemos encontrar a Noel y largarnos de aquí —dijo Poppy muy seria.

—Tienes razón… el pueblo está muy lejos, vamos por tu hermano. Pero primero iremos por el arma, estoy segura de que esa vieja loca está involucrada en esto.

El arma estaba en el recibidor, Poppy la había dejado a su alcance mientras hacía vigilia en el porche una hora atrás. Así que rápidamente estaban encaminados a casa de la loca de los gatos, tomarían un atajo cruzando los límites cerca del molino.

RASTROS DE SANGRE

1

Caminaban a toda prisa, gritaban sin parar el nombre de Noel. Eva tomaba la mano de Liam quien luchaba con el peso de Boris, estaba cansado y fastidioso. Gimoteaba mientras trataba de hacer pausas en la marcha, su madre lo hacía volver al trote halándolo de la mano. Poppy caminaba nerviosa, iluminando todo a su alrededor con la linterna.

Llegando al establo escucharon ladridos no muy lejos de ellos. Se detuvieron inmediatamente para saber de dónde provenían. Las mujeres recorrieron los alrededores con las linternas y la luz que salía de la de Eva se posó sobre Barnett. Estaba parado junto a un árbol, quizás a unos quince metros. Eva sintió un escalofrío en la espalda, el corazón se le aceleró por la impresión que le provocó ver a ese fantasma, titubeó unos segundos y decidió que encontrar a su hijo era mucho más importante que encontrar una explicación a eso que veía.

—¡Barnett! ¡Ven aquí, Barnett! —dijo la mujer adelantándose apenas unos pasos, lentamente— ¡Barnett! ¡¿Dónde está Noel?!… ven aquí.

—¿Qué haces, mamá? —preguntó casi en susurros Poppy.

—Él va a llevarme donde está Noel… necesito saber dónde está mi hijo —explicó Eva a su hija y continuó dando pasos muy lentos.

—Pero, mamá… sea lo que sea eso, tú sabes que no es Barnett, no puede serlo —dijo la muchacha a punto de llorar.

—No me importa lo que sea, iré tras él… ahora, quiero que tomes esto —dijo y le entregó el arma, sin quitar los ojos del perro—… toma la mano de tu hermano y si alguien más aparece, sea quien sea… apuntas a la cabeza o al pecho y le disparas ¿entendiste?

—Yo no quiero matar a nadie —dijo Poppy soltando las lágrimas.

—Solo es por protección, para ti, para Liam y para mí ¿puedes hacerlo?

—Sí —aseguró la muchacha.

—Ahora voy a adelantarme despacio y llegaremos hasta Barnett, tú me cubrirás —dijo y comenzó a caminar, sus hijos iban pocos pasos detrás. El perro seguía parado junto al árbol, moviendo la cola —¡Ven, Barnett! ¡Ven con mami! —dijo la mujer dejando salir unas lágrimas—¡ven, mi lindo Barnett!

El perro se adelantó unos pasos hacia ellos, Eva se apresuró al notarlo. Poppy estaba asustada y caminaba un poco más lento y Liam luchaba para detenerse, no quería seguir caminando, lo que hizo que la distancia entre madre e hijos se hiciera un poco más grande. El perro se detuvo y ladró, luego repentinamente dio media vuelta y comenzó a correr. Eva se sintió desesperada y no reparó en dejar atrás a sus dos hijos, solo corrió tras el perro gritándole que se detenga.

Liam se soltó de la mano de su hermana y se detuvo. Poppy volvió a sujetarlo rápidamente e intentó correr tras su madre, pero esta ya estaba muy lejos y solo veían la luz de su linterna alejarse.

—¿Por qué hiciste eso? ¡Mamá se ha alejado demasiado! —regaño la muchacha a su hermano.

—¡Ya no quiero caminar! —dijo el niño gimoteando.

—Tendrás que hacerlo, vamos o la perderemos de vista —intentó caminar y forzar al niño a seguir, pero el volvió a soltarse.

—¡No quiero! Boris es muy pesado —exclamó Liam.

Poppy se quedó absorta por un segundo observando al conejo. Recordaba haberlo dejado en la jaula, en la cocina. Se preguntaba ¿cómo es posible que esté aquí? Al volver a la casa para usar el teléfono, no habían ido a la cocina ¿cómo había podido su hermano sacarlo de la jaula tan rápido?, recordó entonces esa imagen panorámica que tuvo desde el suelo, aún mareada cuando el caballo trotaba a su alrededor: había visto claramente a Boris en brazos de Liam. Arrancó al conejo de brazos de su hermano, sin mediar palabras, lo lanzó al suelo y lo pateó para que se alejara.

—¡¿Qué haces?! —Gritó Liam sorprendido —¡no le hagas daño! —El conejo se alejó corriendo —¡¡Boris, no te vayas!! —gritó desesperado y corrió tras él.

—¡¡Detente, Liam, por favor!! —Exclamó la muchacha y corrió tras su hermano —¡ven aquí, Liam! ¡déjalo ir!

La linterna de Poppy comenzaba a quedarse sin baterías y la luz titilaba, aun así no dejaba de correr tras el niño. Llegando a la zona de árboles la linterna se apagó por unos segundos y cuando volvió a encender el pequeño no estaba, aunque lo escuchaba gritar el nombre de Boris entre los árboles.

—¡¿Liam, donde estás?!… ¡Liam, ven aquí ahora mismo! —dijo buscando entre los árboles, como si fueran un laberinto —¡Liam, por favor no me hagas esto!… ¡Liam! —clamó desesperada y rompió en llanto. La luz de la linterna volvió a titilar y la voz de su hermano dejó de escucharse.

2

El perro dejó de correr y se paró frente a un campo de cultivo que estaba cerca del molino, había algunas plantas de maíz en gran cantidad estaban secas. La mayoría del terreno estaba cubierto de maleza demasiado alta como para cubrir al perro, así que Eva dejó de correr algunos metros antes, no quería espantarlo y que él se metiera en la hierba.

—¡Barnett! ¡Ven aquí, lindo Barnett! —dijo Eva acercándose sigilosamente —. Sí que tienes ganas de correr ¿no es así? — El perro la observaba jadeando, ella daba pasos lentos mientras le hablaba para distraerlo —. Ven, Barnett… soy yo, soy mami… ven aquí déjame darte un abrazo —. El perro se sentó y ella pudo acercarse hasta tocarlo. Le acarició la cabeza y para su sorpresa, la sensación no era desagradable como ella lo había pensado, el pelo suave y pelirrojo del viejo setter irlandés se sentía como de costumbre y su cuerpo estaba tibio. Nada típico en un muerto, según pensó ella —. Te he extrañado tanto, mi amigo —dijo Eva entre lágrimas— ¿dónde está Noel? ¡Por favor dime dónde está mi bebé! —suplicó mirando fijamente al perro.

El animal se puso de pie y comenzó a sollozar, luego se apresuró a perderse entre la maleza del maizal. Entonces la mujer lo siguió, las plantas allí no eran tan altas para ella, apenas le llegaban a la cintura, pero se le dificultaba seguir al perro que marchaba con la cabeza baja, oliendo el suelo como siguiendo un rastro.

3

Poppy se alejó de los árboles y se sentó en el suelo. No había encontrado a su hermano. Estaba agobiada, desconsolada y llorando a los gritos. Se sobresaltó al escuchar un ladrido, Barnett estaba a su lado observándola.

—¿Qué haces aquí? ¿Qué hiciste con mi madre? —lo miró temerosa, no podía comprender aún cómo era posible que el perro estuviera allí frente a ella —¿qué es lo que quieres? ¿Qué han hecho con Noel? ¡¿Qué es lo que quieres?! —gritó harta de todo aquello.

El perro comenzó a gimotear ante los regaños. Ella se puso de pie y el perro comenzó a alejarse, la muchacha lo siguió esperando obtener respuestas. Por momentos caminaban muy rápido y luego corrían. El setter irlandés ladraba en dirección a Poppy cada vez que ella se detenía a descansar.

Luego de unos minutos Barnett se detuvo frente a la cosecha, la luz de la linterna de Eva se veía a lo lejos, Poppy se percató de eso y se adentró en el maizal corriendo en dirección a su madre. El perro desapareció.

—¡¡Mamá, mamá!! —Gritaba Poppy mientras corría hacia Eva, intentando hacer señales de luces con la linterna que ahora parecía funcionar correctamente —¡Mamá! ¡Aquí estoy! — Su madre la vio correr y también se apresuró a su encuentro —¡No sé dónde está Liam!, ¡lo siento… él se fue —gritó llorando.

—¡No te escucho, cariño! —explicó corriendo hacia su hija, trastabillando entre la maleza.

—No sé dónde está Liam, no lo sé —susurró, mientras corría sentía que iba a desmayarse.

Cuando las dos se reunieron estaban casi sin aliento, no tanto por el cansancio que implica correr, sino también por el pánico y la desesperación que sentían ante la situación que estaban viviendo.

—¿Qué sucede? ¡¿Dónde está tu hermano?! –preguntó Eva, nerviosa. Tomando a su hija de los hombros.

—No lo sé… él corrió detrás de Boris, no pude alcanzarlo… yo no sé dónde está —explicó la joven y rompió en llanto.

—¿Dónde? ¿Dónde lo perdiste de vista? —investigó la madre angustiada.

—No lo sé… nunca he estado por ese lugar, estoy confundida, lo lamento, no es lejos de los establos… Barnett me trajo aquí. No sé dónde está Liam —dijo la muchacha deshecha.

Escucharon un ruido entre la maleza, ambas esperaban que fuera el perro y que las llevara hacia los niños. Apuntaron sus linternas en dirección del sonido y pudieron ver a un gran cerdo que parecía estar comiendo una mazorca, unos metros alejados de ellas. Le restaron importancia ya que había animales en toda la propiedad.

—He estado siguiendo a Barnett, él se metió aquí… he estado llamándolo ¡ya no sé qué hacer! ¡Por favor, estoy volviéndome loca! —Exclamó Eva y se tomó la cabeza entre las manos.

El ruido se escuchó entonces más cerca y la muchacha que era un poco más temerosa que su madre volvió a apuntar su linterna hacia el animal.

Isaías estaba parado muy cerca de ellas. El cerdo que habían visto a la distancia, era el hijo de Alice Monroe que había estado observándolas agazapado en el maizal. Ambas mujeres quedaron perplejas, mirando a aquel hombre encorvado, de aspecto sucio que vestía una especie de overol blanco, o que alguna vez lo había sido, ya que ahora estaba cubierto por suciedad y manchas de sangre seca. Dejó ver un gran cuchillo en sus manos, madre e hija sintieron terror al notarlo.

Lo primero en que Eva pensó fue en que era un hombre utilizando una máscara, creyó que el hijo de la señora Monroe estaba tan loco como su madre y ahora estaba allí aterrorizándolos con ese grotesco disfraz y ese enorme cuchillo.

—¡¿Quién es usted?! —Gritó Eva —el hombre comenzó a caminar hacia ellas —¡Dame el arma! —le exigió a su hija, mientras Isaías se acercaba velozmente, gruñendo. Poppy seguía paralizada por el miedo, no podía creer que ese engendro sobre el que había leído en las notas del doctor Murphy era real y estaba ahora corriendo furioso hacia ellas —, ¡¡Poppy!!

Poppy sacó el arma del bolsillo y la extendió hacia su madre. Isaías llegó corriendo a toda prisa y embistió a la muchacha, esta cayó y soltó el arma, la cual fue a parar entre la maleza. El hombre cerdo quien también había caído, se puso rápidamente de pie e intentó llegar a Poppy, pero Eva le lanzó una gran roca en la cabeza, luego otra y otra. Isaías se molestó y lanzó un gran bramido, giró y observó a Eva con furia. Decidió ir por la madre primero. Mientras caminaba hacia Eva, Poppy supo que debería buscar el arma y encontrarla lo más rápido posible, así que se puso a escarbar entre la maleza y las mazorcas secas en el suelo. No podía pensar con claridad, buscaba y a la vez no podía quitar los ojos de sobre su madre. La bestia se acercaba a paso firme empuñando el cuchillo, Eva retrocedía sin dejar de mirar a ese monstruo frente a ella. Cuando el comenzó a correr no tuvo más opción que huir y asegurarse de que el engendro la siguiera.

Por fin la muchacha encontró el arma, pero ya era demasiado tarde, cuando levantó la vista su madre corría lejos e Isaías iba detrás de ella. Se puso de pie y trató de correr tras ellos, sentía todo el cuerpo adolorido desde que el caballo la había hecho caer y la embestida de Isaías había empeorado todo aquello.

De pronto la maleza comenzó a moverse como si hubiera sido mecida por el viento, parecía dibujar senderos con el movimiento. Luego el sonido que invadió el lugar. Los conejos estaban allí, toda la gran manada. Correteaban alrededor de Poppy haciendo ese sonido para ella insoportable, supo de inmediato que debía salir de allí. Ya no podía ver a su madre a lo lejos, tampoco a la bestia.

4

Eva corría sin detenerse, estaba exhausta y asustada. Las piernas le dolían, el aire frío de la noche le secaba la garganta cada vez más, estaba sedienta. Pudo ver entre la bruma una de las edificaciones muy cerca, corrió más a prisa pensando en encontrar allí dentro algo para utilizar de arma y poder defenderse, ya que inevitablemente su cuerpo cedería ante el cansancio. Isaías por su parte corría a paso constante, mientras chillaba y gruñía enfurecido.

Cuando la mujer llegó al matadero, pudo ver a la vaca atorada en el laberinto detrás de la tranquera que había sido derribada la primera noche, pero que ahora estaba perfectamente colocada en su sitio original. Había dos pequeños terneros formados tras ella, los tres comenzaron a mugir cuando la vieron. Eva ingresó por la puerta pequeña que llevaba a la oficina, inspeccionó el lugar con la luz de la linterna. Revisó todo lo que estaba sobre el escritorio y dentro de los cajones. Encontró un pequeño abre cartas y supo que no sería suficiente, entonces recordó el enorme afilador que habían usado para intentar abrir la puerta la primera noche en ese lugar, así que siguió camino hacia el pasillo y pudo ver claridad al final de él.

La habitación de los azulejos blancos y las bateas ensangrentadas, estaba escasamente iluminada por una lámpara que centelleaba intermitente. Las paredes parecían estar limpias y hacía mucho más frío allí dentro que en el resto del lugar y los alrededores. Escuchó el gruñir de Isaías acercándose y se apresuró a buscar en la habitación. El ir y venir de la luz le dificultaba la tarea. Comenzó a tantear casi a ciegas sobre las cosas a su alrededor, cuando posó sus manos sobre la camilla de metal, notó que estaba mojada, había algunos trapos allí, impregnados de ese líquido, al encenderse la luz se dio cuenta de que era sangre. Retrocedió asustada y cayó sentada dentro de una batea, para su mala suerte había mucha más sangre dentro, su ropa y sus manos estaban ahora teñidas de rojo. El borde de la pileta había golpeado fuertemente su columna, quería gritar y salir corriendo de allí, pero sabía que esa bestia estaba cerca, así que rompió en un llanto silencioso. Intentaba levantarse y un dolor punzante se lo impedía, observaba hacia la entrada del pasillo esperando a que él llegara. Una gota de sangre cayó sobre su cabeza, luego otra y otra, cuando levantó la vista, pudo ver algo que colgaba del gancho que estaba sobre la batea en la que estaba sumergida. Se puso de pie con mucha dificultad, asqueada por toda esa sangre. No pudo evitar mirar eso que colgaba del gancho, y seguramente deseo en ese momento nunca haberlo hecho. Se encontró cara a cara con la cabeza mutilada de su pequeño Noel, lo reconoció al instante. A pesar de que su nariz estaba deshecha, los conejos la habían masticado hasta arrancarla de su rostro. Sus orejas ya no estaban, tampoco su ojo izquierdo. Sintió un dolor punzante atravesándole el pecho, fue como si su corazón se detuviera. Dejó salir un grito desgarrador mientras observaba lo que quedaba de su hijo colgando de ese gancho. Se acercó a él e intentó sacar la cabeza de allí, las manos le temblaban, el corazón le dolía con cada latido. Gritaba con todas sus fuerzas mientras se esforzaba por quitar los restos del niño de allí. Cuando por fin tuvo la cabeza en sus manos y sintió que el rostro de su pequeño estaba helado y rígido, se dejó caer al piso. Abrazó lo que quedaba de Noel con todas sus fuerzas, solo podía llorar y gritar desesperadamente. Isaías estaba parado en la entrada del pasillo, Eva se había olvidado completamente de él y del peligro que corría.

Isaías se acercó a ella que lloraba desconsolada tendida en el suelo. La levantó del cabello y la cabeza del niño se resbaló de entre las manos de la mujer, ella gritó mucho más fuerte luchando por volver a tomarla del suelo. La bestia arrojó a la mujer fuertemente contra una pared, levantó la cabeza y volvió a colgarla del gancho, la sangre aún se escurría de ella.

El impacto había dislocado el hombro derecho de Eva y la había dejado muy aturdida. Trató de ponerse de pie, pero Isaías la tomó nuevamente del cabello y le golpeó la cabeza contra la pared. La arrastró hasta la camilla de metal, ella casi no luchaba estaba atontada por los golpes. La recostó sobre la camilla, Eva tenía la vista perdida en el foco que titilaba intermitente, podía escuchar la respiración agitada de Isaías, acompañada por gruñidos. Podía sentir el olor repugnante de la bestia que se mezclaba con el olor a la sangre de su hijo. Luego sintió un ardor profundo en el antebrazo izquierdo, luego en el derecho, sentía la sangre caliente saliendo de su cuerpo. La bestia había hincado el enorme filo del cuchillo. Luego rasgó los pantalones de Eva a la altura de las pantorrillas y le propinó dos cortes más, la sangre se escurría a las bateas bajo la camilla. Cuando él puso el filo sobre su cuello, ella ya no sentía dolor, solo podía pensar en la cabeza de su hijo colgando del gancho.

5

Liam entró corriendo en la casa, Boris subía las escaleras a toda prisa. Había estado siguiéndolo durante mucho tiempo y aún en la oscuridad de la noche lograron llegar a resguardo. Cuando Boris entró en la habitación de Liam, se detuvo. El niño entró tras él, agitado por tanto correr. Levantó al conejo en brazos y se sentó en la cama.

—Lo siento, Boris… Poppy es una tonta, no va a volver a golpearte, lo juro — dijo mientras abrazaba al conejo, el cual estaba muy inquieto, gruñendo y rechinando los dientes.

Se escuchó abrir con mucha violencia la puerta de entrada a la casa, el niño se asustó y se puso de pie. Caminó hasta el comienzo de la escalera y desde allí observó a la planta baja, escondido junto a Boris. Creía que su hermana aún lo seguía y que querría lastimar al conejo, así que se preparó para enfrentarla.

Isaías Monroe asomó su cabeza antropomorfa y puso su pezuña en el primer escalón, Liam sintió terror al verlo. Para el inocente pequeño aquella abominación era un verdadero monstruo. El niño abrazó fuertemente al conejo y corrió a su habitación, se metió bajo las sábanas y se cubrió por completo. Boris se retorcía en brazos de Liam este lo abrazó tratando de que se calmara y cerró los ojos fuertemente esperando que aquella bestia no lo encontrara.

Las pisadas de Isaías sobre cada escalón retumbaban en el silencio de la casa, una tras otra, hasta llegar al final. Cuando la puerta en la habitación de Liam se abrió, el niño comenzó a llorar casi en silencio, se aferraba al conejo fuertemente con una mano y a la manta que lo cubría con la otra, rogando por no ser descubierto. Aun así, no fue difícil para Isaías saber que el estaba allí. El pequeño abrió los ojos al instante en el que la bestia lo despojó de la manta. Se mantuvo acurrucado observando fijamente, lleno de terror.

Boris se soltó de las manos del niño y se paró sobre él, comenzó a emitir ese insoportable cloqueo acompañado de fuertes gruñidos. El hombre cerdo estiró la mano hacia Boris y acarició su cabeza, luego dio media vuelta y salió de la habitación de manera calmada.

Poppy entraba en la casa cuando Isaías bajaba las escaleras empuñando un enorme cuchillo.

—¡¡Quédate quieto!! —gritó la muchacha, apuntándole con el arma. Las manos le temblaban al igual que las piernas. El latir apresurado de su corazón le hacia pensar que se desmayaría en cualquier instante —¡¿Qué has hecho con mi madre?! ¡¿Qué es lo que hacías ahí arriba?! —gritó furiosa intentando parecer intimidante. Isaías lejos de detenerse apresuró la marcha hacia ella, sus gruñidos eran más fuertes y su respiración agitada —¡¡No te acerques!! —exclamó y estaba dispuesta a gatillar cuando sintió un fuerte golpe en la cabeza. Cayó al suelo inconsciente.

Alice Monroe la había golpeado con una enorme barra de metal.

6

Poppy abrió los ojos, su visión era aún borrosa y sentía un insoportable dolor de cabeza. Reconoció el lugar, a pesar de la confusión tras el golpe, estaba en el matadero, escuchaba mugir a la vaca del otro lado del portón de madera. Trataba de centrar su vista en lo que se movía frente a ella. La iluminación era escasa, pero pudo distinguir a la bestia, estaba de espaldas a ella parado junto a esa mesa de aluminio. Había mucha sangre cubriendo la ropa sucia y maloliente que llevaba el hombre cerdo y parecía que él cortaba algo sobre la mesa. Levantó la vista, su visión era ahora un poco más nítida. Lo primero que pudo ver con claridad fue la cabeza de su hermano colgando del gancho. Dio un alarido de terror mientras intentaba ponerse de pie. Isaías se apartó de la mesa y pudo ver el cuerpo de su madre despedazado sobre ella. Se levantó en pánico e intentó correr, la bestia la detuvo. Ella se defendió arañándole los ojos, él la soltó y lanzó una estocada con el cuchillo a ciegas. Ella corrió fuera de la habitación, pero estaba herida, Isaías había acertado aquel improvisado movimiento y la joven muchacha tenía ahora una herida muy profunda en el abdomen. A pesar de eso siguió corriendo, pero solo logró llegar al final del pasillo, llegando a la oficina, luego cayó. Se arrastró con todas sus fuerzas intentando huir. La sangre comenzaba a salir por su boca, sentía un fuego insoportable devorándole el estómago, sus fuerzas se desvanecían y el aire ya no entraba en sus pulmones. Isaías Monroe caminaba lentamente tras ella, empuñando su cuchillo. Cuando la muchacha no pudo seguir moviéndose la tomó de las piernas y la arrastró hacia la habitación de los azulejos blancos. Su largo cabello naranja barría la sangre del asqueroso pasillo.

La bestia colgó los restos de Eva en ganchos junto a la cabeza del pequeño Noel, luego subió a Poppy en la camilla, la tomó por el cabello y le hizo un corte tan profundo en la garganta que casi desprendió la cabeza de una sola vez, haciendo que la sangre de la joven brotara como una cascada hacía las bateas bajo la camilla. Lo último que la muchacha escuchó en su mente fue el timbre del teléfono sonando una y otra vez.

SANGRE SECA

1

Alice Monroe y su hijo despedazaron los cuerpos de Eva y sus dos hijos, limpiaron hasta el último de los huesos. Quemaron la ropa, los zapatos y el cabello. La combustión de todo aquello emanaba un olor repulsivo que se mantuvo en el aire por una hora o un poco más.

Los conejos comenzaron a llegar al matadero de a cientos y cientos. Las gallinas, las ratas, vacas, los cerdos, los caballos, los gatos de Alice y hasta el viejo Barnett se reunieron a devorar la carne de las mujeres y el niño.

El sonido del clucking de los conejos al comer se escuchaba en toda la propiedad, como el croar de los sapos en las noches de verano. Isaías se dispuso a compartir el alimento con sus pares, su madre lo observaba mientras terminaba de limpiar la carne de los huesos de la muchacha.

Horas antes del amanecer la señora Monroe tomó el gran montón de huesos y encendió la enorme trituradora de leña. Trituró hasta el último hueso de las dos mujeres y la cabeza del pequeño Noel, que era lo único que los conejos habían dejado para Isaías. Colocó todas esas trazas en un saco y las subió en la carretilla de mano. Recorrió toda la propiedad esparciendo el polvo. Aquellos vestigios de esa familia se disipaban con el viento. En la tierra de cultivo, por los establos, en las afueras del laboratorio, cerca del molino, el matadero y por ese hermoso prado de flores blancas y amarillas por el que Poppy caminó junto a sus hermanos. En cada uno de esos lugares permanecerían sus rastros invisibles para siempre.

2

Por la mañana, alrededor de las 08:30, el teléfono sonó en la casa. Liam estaba durmiendo en el sofá, abrazado al conejo, así que se despertó sobresaltado. Tardó en espabilarse y finalmente levantó el tubo.

—Hola —dijo el niño, tímidamente.

—Hola, soy Rebecca ¿está Poppy por ahí? —dijo la voz al otro lado del teléfono.

—Ella no está aquí.

—¿Está durmiendo? …lamento haber llamado tan temprano, es que conseguí el cachorro que le prometí ¿puedes despertarla, por favor?

—No está en la casa —aseguró el niño.

—¿Y tu mami?

—Ella tampoco está, creo que el hombre malo les hizo daño —dijo muy serio el niño.

—¿De qué hablas? ¿Cómo es tu nombre? —preguntó la mujer, preocupada.

—Soy Liam Blake.

—Bien, Liam, ¿necesitas ayuda? ¿Quién está contigo en la casa?

—Solo Boris.

—¿Puedo hablar con él? —preguntó Rebecca intranquila —¿Él es un adulto?

—No lo sé, solo es un conejito.

—¿Quién es el hombre malo? ¿Te ha hecho daño?

—No, pero se llevó a Poppy… lo vi en la casa.

—¡¿Dices que un hombre se llevó a tu hermana?! —preguntó asombrada la mujer.

—Sí… pero… él es un monstruo muy feo.

—¿Sabes su nombre? ¿Lo conoces de algún lado?

—No y me asusta… tiene una nariz grande.

—Bien, Liam. Quiero que te quedes justo donde estas, no salgas de la casa y mantente a salvo. Llamaré a la policía y pronto estaremos allí para ayudarte a encontrar a tu hermana ¿está bien? —dijo Rebeca nerviosa por todo aquel relato del pequeño.

—Sí, está bien.

—Quédate justo donde estás, ya vamos en camino.

—¿Puedo comer galletas? —preguntó Liam, inocentemente.

—Sí, puedes… pero quédate en la casa.

—Adiós —dijo el niño y colgó el teléfono.

3

La policía llego a la casa y encontró a Liam sentado en la sala, Boris estaba a su lado comiendo galletas. El pequeño le contó a la policía su versión de los hechos, que era la realidad sobre lo que había pasado, pero los oficiales no creyeron ni una sola palabra de lo que el niño les dijo. Lo llevaron a la oficina de policía y trataron de contactar a su padre, ya que era el único familiar que el niño podía recordar. Rebecca se quedaría con él hasta que Justin llegara de California, que era el lugar en donde estaba viviendo desde que había abandonado a Eva y a sus hijos.

Los oficiales comenzaron una investigación, inspeccionaron la casa y los alrededores, a simple vista no encontraron nada sospechoso. Tampoco lo encontrarían con una inspección más exhaustiva, la señora Monroe y los moradores del lugar no habían dejado rastro alguno. El automóvil de Eva estaba estacionado frente a la casa, en perfecto estado y con las llaves puestas.

Indagaron a la loca de los gatos y revisaron su casa a causa de las llamadas a la policía que Eva había realizado para advertir sobre el incesante acoso de la señora Monroe. No encontraron nada que pudiera incriminarla, era su palabra contra la de Eva. La señora Gardner estaba desaparecida junto a dos de sus hijos y no había evidencias suficientes para hablar de un crimen.

4

Días después de lo sucedido, Justin y su hijo llegaron a la casa luego de que la policía terminara con una nueva inspección que no daría ningún resultado. Padre e hijo recogerían las pertenencias del niño, él y Boris se mudarían a California hasta que su madre apareciera.

El pequeño Liam había contado tres veces la historia sobre lo sucedido a la policía y dos veces a su padre, siempre había sido exactamente igual. No había contradicciones ni incongruencias en su relato, más allá de lo increíble que pudiera sonar el hecho de que un montón de conejos se habían comido a su hermano y de que un hombre con cabeza de cerdo hubiera golpeado y secuestrado a su hermana. Su relato sonaba coherente, dentro de lo que el niño consideraba cierto y posible. Por supuesto que el pequeño ignoraba el hecho de que Barnett estaba muerto y de que ese que habían visto esa noche solo era su fantasma, porque eso hubiera sonado aún más increíble para su padre y las autoridades del lugar, quienes decidieron que el niño debería recibir atención psicológica.

En la recorrida que Justin Blake y su hijo dieron a la casa recogieron todo lo que podía ser de valor, monetario y sentimental. El niño decidió llevar algunas fotografías que estaban en las paredes de la casa. Llevaron los lápices de colores de Noel y sus libros para colorear, Liam quería guardarlos como un recuerdo de su hermano, ya que estaba convencido de que el pequeño estaba muerto. De la habitación de su madre tomó un vestido de flores y el cepillo para el cabello. Por su parte Justin había encontrado un par de cajas llenas de sus pertenencias, Eva no había podido destruirlas todas. Al llegar a la habitación de Poppy, Liam tomó su guitarra y su walkman, su hermana jamás le había permitido poner sus pequeñas manos sobre ellos. Finalmente posó su vista sobre ese cuaderno que contenía la historia del origen de Isaías Monroe y la tomó, él no sabía leer, pero tuvo el impulso de llevarla consigo. La tomó junto al reloj y el anillo de ónix.

Salieron de allí cuando el sol comenzaba a caer, subieron al vehículo y emprendieron el viaje hacia la costa oeste.

Boris observaba por la ventana del automóvil hacia el exterior mientras Liam peinaba su cabello con el cepillo de su madre. La luz del día extinguiéndose era la señal para los moradores, la noche era un refugio seguro para ellos y una trampa para todo aquel ser humano que visitara el lugar.

El largo trayecto de salida por el sendero desde la casa hasta el portón de los conejos, se había convertido en el punto de reunión de todas aquellas almas que observaban al enorme conejo negro alejarse en brazos de ese niño, que era sangre de aquel hombre que les había causado tanto daño, pero al que Boris había amado como a nadie más. La vaca estaba pastando junto a sus pequeños terneros. Los pequeños roedores blancos entre la maleza. Los cerdos, el caballo que pasó al galope frente al vehículo dándole a Justin el mayor susto de su vida. Las gallinas, e incluso el mismísimo Barnett quien estaba parado junto a Isaías Monroe, observándolo partir desde la oscuridad entre los árboles. Boris se despedía de ellos y también de aquel que consideraba su hermano, quizás solo por un tiempo, quizás para siempre.

El automóvil salió de la propiedad y el portón de la casa de los conejos volvió a cerrarse. El ahora único dueño de esas tierras era apenas un niño, y tal vez pasarían muchos años hasta que volviera a abrirse.

Los conejos llegaban en procesión a la casa y se colaban por la ventana del sótano, esa que Eva no había reparado. Se apropiaron del lugar como lo habían hecho antes, la tranquilidad y el silencio que ahora se adueñaban del ambiente, así se lo permitieron. La noche los reunía en una enorme manada. No se diferenciaban las almas en pena de los que aún respiraban. La enorme familia de Boris esperaría cada noche su regreso.

Horas después de que el sol bajara, el teléfono sonó en la sala, cinco timbrazos y automáticamente se escuchó la voz de un muchacho en el contestador:

«Hola Poppy, soy Zack… lamento no haber estado en casa para responder a tus llamadas, he estado muy ocupado haciendo entrevistas para la universidad, creo que iré a la estatal en Tennessee… te lo contaré todo cuando nos veamos, oh, sí… a propósito de eso, te llamaba para invitarte a la fiesta de Halloween en la casa de July, sé que estás un poco lejos, pero puedo ir por ti en el auto y quizás tu madre te permita pasar el fin de semana en la casa de Nicky… realmente no quiero perder el vínculo y creo que podemos hacer que funcione… lamento haber sido un cretino… ¿estás por ahí?… podrías devolverme la llamada, por favor… estaré esperándola y si es que quieres ir a la fiesta de July, iré disfrazado de Cazafantasmas … sabes que me gustó mucho la película… bien, espero que quieras venir y realmente lo siento si te hice sentir mal… llámame, por favor… te quiero. »

Fin

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