Caminé con las manos en los bolsillos, mirándome las zapatillas. Distraído por las hojas amarillas que crujían en el suelo. Las veredas parecían no tener ni principio ni final. Frené, miré al frente e hice una pausa dudando, pero seguí y me senté en el banco a esperarla, como había hecho tantas veces antes de las últimas cien lunas. Saqué el celular del bolsillo, elegí la canción y me puse los auriculares sintiendo unos rayos de sol en la cara.

De repente se sentó al lado mío, me sacó el auricular izquierdo y se lo puso en el oído apoyando su cabeza en mi hombro. La miré abriendo solo un ojo y sonreí.

– Hotel California!! Sos tan predecible… – me dijo – como me gusta esa canción! ¿Te acordás cuando te la hacía poner cada vez que me pasabas a buscar?

– Ajá.

– Siempre me malcriaste, porque yo sabía que a vos, Eagles, no te gustaba, que preferías ese rock berreta moderno, sin embargo me dejabas ponerte a Clapton, Pink Floyd, Foo Fighters…

– Eehhh… los Foo me gustaban!

– Pss…. Lo único decente que escuchaste en tu vida – y largó una carcajada que ahogaba rápido poniéndose la mano en la boca. – la gente siempre me termina mirando por escandalosa.

– Ya no tenés que preocuparte por eso.

– Es cierto… ¿te acordás la vez que apareció una cucaracha voladora y yo grité tan fuerte que vino un cana a pedirte los documentos? Jajajaja estuvimos como veinte minutos para convencerlo de que estaba todo bien! Creo que me reí como dos meses seguidos cada vez que me acordaba! Me muero… no puedo más de la risa, como me había olvidado de eso!!

Y empecé a reírme yo también.

– Me había olvidado de eso.

– Na na na na na… fue muy gracioso, no podés olvidarte de esas cosas…. Una cucaracha voladora! Casi vas preso por una cucaracha voladora!!! ¿Entendés?? – dijo en un discurso ahogado por la risa.

– Soy una pobre víctima.

– Siempre me hacés reir tanto…

– No te hago reir, te reis de mí…

– También – y largó otra carcajada que me hizo reir a mí también.

– Te extraño.

– No empieces, me lo prometiste.

– Pero es la verdad.

– Las cosas son lo que son, ¿qué te puedo decir? No cambia nada extrañar. Pero sabés que igual te quiero…

– Ya sé… 

El silencio corrió durante unos minutos. Abrí los ojos y su cabeza ya no estaba en mi hombro, hacía más de cien lunas que no se apoyaba en mi hombro y no lo iba a hacer más. Me levanté y sonreí cuando empezó a sonar uno de esos rock berretas que me hubiera criticado y me fui antes que me dijera que “un miércoles no es día para visitar un cementerio”.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS