
Quizá solo sea el comienzo de una vida. Si es el final, será mostrado. Una fractura otorga lo suficiente para cambiar a largo plazo. Nunca busqué el dolor; sin embargo, ese era mi dulce compañero. Día tras día, circunstancias fuera de mi comprensión aparecían.
Mi nombre no tiene importancia. Joven de 30 años, soltero y nunca egresado de alguna escuela de renombre. No necesitaba estudiar lo que me imponían; empero, mi camino busqué labrar en mi propia decisión. No es que tenga algo contra el mundo o con la gente que lo habita. El problema era que nada de lo que miraba parecía coherente. ¿Quién quiere estudiar por años para terminar siendo «empleado» de alguna empresa en particular y, al final, terminar olvidado por la vida misma? Por mi cuenta, no lo deseaba. Sabía que había algo más que ser peón laboral de un sistema dictador de futuros. Cuando llegas a la jubilación: «Gracias, que mueras bien». Solo eso pueden decir. Estudiar, trabajar, jubilarte y morir. Es duro si lo piensas. Yo lo pienso. En serio. Me rehúso a ser un empleaducho moribundo de cuarta y pasajero a los valores empresariales dados bajo la premisa de «misión de vida» y «ponerse la camisa». ¡Ja! No, gracias. Prefiero ser un canto libre al viento y seguir mi propio camino creado en decisiones erróneas y otras correctas. Seamos claros: trabajar para otros no te deja pensar y, menos, caminar bajo tus propios términos. Quizás lo único que vale la alegría de ser empleado es la parte donde te entregan una supuesta «utilidad» o un obsequio de fin de año para atarte y seguir esclavizado de 8 a 5 por treinta años. ¿Y qué hay de la vida perdida de esos 8 a 5 por 30 años? ¿Dónde queda ese tiempo? Ni siquiera en la memoria del hombre. En ningún caso en las alegorías o epopeyas de la historia de los valientes que han muerto por causa mayor. Ya me veo leyendo una epopeya del héroe que salvó a una empresa por trabajar treinta años bajo un sueldo mínimo: «El héroe del mercado laboral», llevaría por título. No, gracias de nueva cuenta. Ya he perdido momentos en pensar sobre ello como para leer una historia vacía, perdida y sin fundamentos ni valores. Trabajar bajo órdenes estrictas no trae nada bueno. Lo digo claro. Bueno, es lo que creo. Nunca lo hice; así que no me hagan caso. Tal vez soy un idiota sin sentido de la verdadera vida que intenta sofocar un poco el dolor de no pertenecer a ese sector sin gracia para ser un cuerpo cansado y aburrido de los chismes del día siguiente de la fiesta de los sábados por la noche; ser el amante escondido mientras mi esposa se queda en casa cuidando a mis hijos; faltar al trabajo un día por salir de fiesta con los amigos y perder el bono de asistencia —perdiendo parte de tu sueldo—. Bueno, no me crean. Solo digo estupideces. Ni siquiera sé qué estoy haciendo de mi vida. Aunque he escuchado una frase que dice que «del odio nace el amor»; quizás quiero ser empleado de alguna manera y ser sumiso a esas reglas llamadas contrato laboral. En fin, no me crean. Solo tengo escasos treinta años y no he vivido nada importante y mucho menos he trabajado en esas empresas que son el futuro del país. Tal vez no tenga futuro. ¡Eso puede ser! Y si no, no importa. Soy lo que soy, que parezca que soy. ¿Por qué debería ser lo que otros son si soy lo que yo soy? No lo sé. No tiene sentido lo absurdo de ser otro. Aunque mis padres me dieron un nombre con apellidos. No me dejaron escoger. Así que no soy ese que digo ser. Soy lo que ellos dijeron que soy. Una forma bípeda, parlante y contenedor de nombre y apellidos raros. ¿Qué clase de nombre tengo? Nunca lo sabré, ni me interesa. Solo recordé que tengo uno para ajustarme a eso que llaman «sociedad». Que de sociedad no tiene nada. Hay más peleas y fraudes electorales que sociedad organizada. No me extrañaría que este sistema lleve al comunismo —gradualmente aceptado—, de manera inconsciente. Un sistema democrático se torna en el mal: democracia, socialismo y, al final, comunismo. No me engañan. El proceso actual del país se asemeja a las dictaduras de los anteriores regímenes. Pero no es de mi incumbencia. Si la presidente quiere hacerlo, que lo haga. Tarde o temprano, el país pagará las consecuencias. Pero no me crean. Solo soy un idiota sin educación. Vago todo el día para mirar a la gente en su actuar y, conforme a mis interpretaciones, hacer deducciones e intentar comprender lo que pasa en el mundo. Cada persona es el reflejo directo de lo que pasa en la sociedad. ¡Bendiciones para esos sociólogos! ¡Bendito Zygmunt Bauman! Grandes ojos deben tener para penetrar esas máscaras de hierro y observar el dolor de soportarse cada día. Bueno, no me crean. Ya me siento un niño hablando de tantas cosas sin sentido. Vuelvo a ser lo que era en mi pasado: un niño tonto que, de alguna manera, salió ileso ante el caos del mundo. Bueno, eso creo. Si fuera así, no diría tantas cosas sin sentido. Parece que mis pensamientos son raros por ser parte de los sin trabajo e inútiles a la patria. Pero, ¿qué puedo hacer? ¿Qué puede hacer alguien como yo para cambiar el estado de las cosas? Aportar un grano de arena al cambio —como dicen algunos que viven con la esperanza—; no es que no tenga esperanza, sino que la esperanza sin acción no sirve. Sería ficción; no quiero ficción. Quiero reacción. Eso pudiera ser algo para aportar un saco de arena y no un estúpido grano sin valor ni forma. Pero no me crean. Solo hablo idioteces que no sé qué sentido pueden tener. ¿Un saco? ¡Ja! ¿De dónde voy a sacar un saco de acción si ni siquiera he comenzado a trabajar para lograrlo? ¿Ven? Por eso digo que no me hagan caso. Me siento ese crío de 5 años que solo miraba el mundo para pensar cosas sin sentido mientras esos adultos construyen el mundo mismo como reflejo de sus pensamientos. Son dioses creando a su imagen y semejanza. Quizás por eso el mundo está como está: perdido. Usan el poder superior sin saber usarlo. Qué tristeza que así sea. Pero no me crean. Solo tengo cinco años y una visión aburrida y limitada de las cosas. ¿Qué va a saber un niño de esta edad? Creo que mucho menos que nada. No he vivido lo suficiente para saber un poco de la vida y su antagónico: la muerte. Solo sé que después de algunos años de dolor, mueres. ¿Tiene sentido sufrir toda una vida y al final morir? Para mí, no. ¿Por qué no eligen ser felices? ¿Por qué se rehúsan a ser mejores personas? ¿Por qué prefieren las fiestas nocturnas para olvidarse de la vida y el cambio hacia el bien? No lo sé, en serio. Quizás son demonios que aman el hedonismo y cualquier clase de perversión que opaque los sentidos y los vuelva idiotas como yo. Si soy idiota, pero no como ellos. ¿Qué pudiera ser un niño de cinco años que nunca ha vivido lo que la vida en sociedad es? Nada. Nada parece ser válido para ese niño. Primeramente, debe tener 18 años para ser adulto y solo tengo 5. Antes tenía 30 y todo apestaba; ahora con cinco puedo dejar de intentar entrometerme en asuntos ajenos a mi razón infantil. Saben, es bueno ser niño. Seré por siempre ese niño que no se preocupa por qué partido votar o a qué trabajo debo entregar mi tiempo de vida para lograr una jubilación sana y segura que pague mi funeral y que el suelo y las plantas puedan nutrirse con mi cuerpo. Bueno, no me crean. No sé lo que digo. Apenas tengo cinco años y no sé ni qué haré más tarde. Tal vez estoy muerto y puedo cambiar de edad libremente, a como lo requiera. Tendría sentido. ¡Por fin algo con sentido! Ser libre de cuerpo y forma para elegir qué pensar y sentir. Parece bonito ser así. La muerte da sentido a todo. No volvería a preocuparme de renacer o de pagar impuestos. El mundo de los adultos es una farsa autoritaria. Si quieres hacer las cosas por tu cuenta, el sistema constitucional aparece para doblegarte y pagar por ser lo que quieres ser. Hagas lo que hagas, te pedirán dinero. Te quitan dinero para vivir y para morir. Sin ti, no pueden vivir esas alimañas. Yo no quiero alimentar ese tipo de insectos venenosos y roñosos. No me gustan las larvas. Me dan miedo. Te succionan la sangre y la vida. Bueno, nunca he sido mordido por una de ellas; no me crean. Solo digo lo que pensaba. Un vacío te deja ser y pensar libremente. Así que, por eso digo tantas idioteces.
Puedo escuchar algunos sollozos resonar en la oscuridad. El entierro ha comenzado y no distingo lo que dicen esas voces. El sol ha muerto y la luna deja mirar un vasto mar de estrellas. ¡Qué bonita imagen! Me gustaría dormir para siempre contemplarla. No quiero volver a nacer. Bueno, no me crean. Solo tengo cinco años. ¿Qué puedo saber? Me gusta este lugar tranquilo y lleno de oscuridad sin forma para ser.
OPINIONES Y COMENTARIOS