No dijiste nada,
pero ya sentía la cuerda
rodeándome el cuerpo.
Tus manos eran promesa y prisión;
el deseo, un lazo tibio
que primero acaricia
y después aprieta.
Me dejé atar,
porque creí que atarme a vos
era sostenerme a mí.
Pero cada nudo tuyo
se cerraba sobre una mentira,
y cada nudo mío
intentaba sostener tu ausencia.
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