Otro día monótono. El amanecer ya no puede generarme satisfacción, porque el tiempo es escaso para esta alma, el atardecer solo es el prólogo de la obscuridad porvenir. Respiro un aire fúnebre que denota mi descenso, incluso un inhalador me haría sentir más vivo.
La televisión está encendida, se reportan los fallecidos de la guerra, hablan de extranjeros como enemigos, en este punto, mi único refractario soy yo. Mi cuerpo me ha traicionado, supongo, soy el culpable de mi propia desdicha. He apagado la televisión, mi deceso no influirá en las guerras, hambrunas y desigualdades, todo eso seguirá vigente hasta el día que dejemos de ser humanos.
Temó por Carolina, ¿Acaso ella estará preparada para la vida? Realmente es incierto, estamos hablando de la combinación de madurez y de inexperiencia. Está a la deriva de un mundo amplío en posibilidades, donde las responsabilidades la agobiarán y le propiciarán el mayor de los cansancios. De algún modo tratará de buscar el éxito, pero la meritocracia la defraudará y cuando ese momento llegue, habrá perdido su juventud. Mi ausencia la hará comprender que debe encender de nuevo la televisión y seguir escuchando las novedades de este caótico lugar.
Mi mente se deteriora con el pasar de los días, ¿Cuántas veces más escucharé las mismas voces? He disfrutado mis últimos 3 meses de estadía aquí, pero el peso de mi decisión me castiga, cada vez duermo más y recuerdo menos. Me gustaría seguir sintiéndome joven, pero mi cuerpo me lo impide.
Un último “buenas noches”, para luego apagar las luces de esta habitación que implicaría apagar la motivación en mi vida, sin embargo, ya no me carcome la incertidumbre de mi final, me he resignado a irme, he decidido no prolongarlo más. No hay razón, quizás aceptar la muerte te hace afianzarte más a la vida.
Desde esta cama, rodeado de hombres vestidos de blanco, solo anhelo poder ver a Carolina de nuevo, es la única esperanza que reside en mí después de haberle dicho no a las farmacéuticas.
He pactado mi final.
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