Incluso la muerte me falló
El gatillo me susurró que no,
cuando yo rogaba un sí.
¿Acaso fui yo el que temió?
Me quise pegar un tiro,
pero me faltó la bala.
Y decidí escribir.
Y en cuanto la existencia me falló,
temí al no ser,
a mi ser.
Y recurrí a creer en un amor:
mentira de piel tersa, blanca,
ojos de luz que me cegaron de mentiras.
Me dejó
buscándome en espejos ajenos.
Volví a fallar.
Fui sembrando trozos de mí
en tierras ajenas,
y la cosecha fue polvo,
uno terroso y asqueroso.
No me quedó de otra:
refugiarme en mi intelecto,
en luces y matriz.
Pero una vez más fallé:
en creer en la carne,
en el mundo,
en la llama.
Pero sobre todo,
fallé al creer en mí.
Entonces recurrí al odio,
a mí mismo y al mundo.
Me consumí en cenizas
de talento y pasión,
pero todo se consumió.
Solo quedaron brasas,
y algo más:
un humo de lo que fui
(o creí ser).
Ahora recurro a la poesía.
Entre letras y dolores ajenos
encuentro paz prestada.
Mis versos son mis cenizas,
las embarco en mediocridad.
Así me autoproclamo poeta.
La muerte me falló.
La vida me falló.
El amor me destruyó.
La creación me fracasó.
(tal vez yo fui
quien les falló)
No sé qué haré
cuando la poesía me falle.

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