El trayecto desde la excavación finalizó.
Aun sobre unos centímetros del suelo, Enya desactivó a Nómada y continuó su recorrido a pie.
El paseo sobre el puente que conectaba el Nodo Kaleido con Thalys era amplio y deslumbrante. Acogía con cariño a todo aquel transeúnte que decidía hacer uso de él, invitándole a observar, desde una altura considerable, una espectacular ciudad que a ambos lados se dibujaba en una estampa digna de ser retratada. Bajo su arco, pasaban ríos luminosos que funcionaban como carriles en los que se deslizaban fugazmente diferentes medios de transporte. Eran flujos de energía que ordenaban el tráfico, haciéndolo fluido y respetuoso con el entorno.
Avanzaba pensativa con Niva volando a su lado y el fragmento en el bolsillo de su chaqueta, dejándose llevar entre una multitud que elegía cualquier dirección.
Llegó a una explanada que precedía a la imponente construcción en la que se respiraba vida y actividad a raudales. A su izquierda, en una zona señalizada, varias cápsulas modulares perfectamente alineadas, descendieron con un leve zumbido desde los raíles luminosos más altos. Las cápsulas, ensambladas durante el trayecto, se separaban con precisión antes de tocar el suelo, desplegándose como pétalos al abrirse. Algunas eran completamente transparentes; otras mantenían la opacidad solicitada por sus ocupantes tal vez para una mayor intimidad. Los pasajeros emergían de ellas con naturalidad: algunos en pequeños grupos de amigos, otros solos, sumándose al flujo de personas que, despreocupadas, se dirigían al Nodo Kaleido buscando ocio, distracción o simple evasión.
Enya se sumergió en un mar en aparente calma de gente y accedió al lobby del complejo.
Nodo Kaleido era una joya del ocio, un espacio vibrante, repleto de estímulos sensoriales y experiencias diseñadas para maravillar.
Estaba formado por múltiples galerías y sectores, cada uno dedicado a diferentes actividades y servicios como la zona de interacción inmersiva, en la que podían participar solo los usuarios acreditados y previamente aprobados por la red de selección: un sistema que filtraba perfiles y determinaba quién era apto y quién no, según sus patrones de conducta.
A cada paso, Enya, sin demasiada atención, miraba los mensajes emergentes que brotaban de los dispositivos personales de la gente, revelando pensamientos, emociones o estados de ánimo. Los hologramas acompañaban a las personas como un accesorio más, variando en color, forma e intensidad según lo que cada uno quisiera transmitir.
Era, en esencia, una red social vivida desde dentro.
Para Enya, eso era en parte, como desnudarse en público.
La zona de restauración se alzaba sobre un nivel superior del Nodo Kaleido, desde donde se desplegaban unas vistas espectaculares de Thalys.
Allí, cada establecimiento ofrecía experiencias únicas. Destacaban los restaurantes históricos, capaces de transportar a sus comensales a épocas perdidas como el esplendor de Roma, un rincón del Kioto ancestral o un salón parisino del siglo XIX.
Según el día o la estación del año, recreaban con precisión escenas del pasado y ofrecían platos tradicionales elaborados con ingredientes que ya no existían en los mercados convencionales… y mucho menos en el RSI.A Enya le gustaba frecuentarlos, aunque no lo hacía muy a menudo.
Mientras se dirigía a la zona este, a una de las secciones menos concurridas llamada Núcleo Alternativo 3, iba haciendo una recopilación de artículos que no necesitaba pero que le gustaba tener en casa.
En aquel sector, había locales donde podían encontrarse productos artesanales, materiales poco comunes, ingredientes naturales y raros que los propios comerciantes cultivaban en sus hogares; talleres de tejidos orgánicos y convencionales, tiendas dedicadas a los objetos antiguos y únicos, donde podían encontrarse verdaderas reliquias que habían sido olvidadas tras generaciones y donadas o empeñadas allí. En definitiva, un rincón dentro de la distopía que pocos frecuentaban, pero que quienes lo hacían consideraban un lugar donde aún se conservaba la verdadera esencia de lo humano.
Mientras curioseaba en una mesa que tenía expuestos ejemplares antiguos de eso que llamaban hace muchos silgo, libros, Niva voló hacia un establecimiento al que nunca solían ir.
—¡Niva, vuelve aquí!
Enya dejó sobre la mesa mal colocado un manuscrito que parecía relatar, con letras borrosas, la historia de cómo la humanidad se sumió en un largo letargo mientras esperaban pacientemente a que la tierra fuera habitable de nuevo después del gran cataclismo.
A pasos agigantados, se dirigió a “La Sala de las Memorias “ donde Niva se había colado.
Se trataba de un lugar inusual en el que los usuarios podían tener acceso a recuerdos de otras personas. Allí se almacenaban memorias desde hacía generaciones. La mayoría eran privadas, accesibles solo para descendientes de quién las dejaba almacenadas. Era algo parecido a ver un álbum de fotos familiar pero de una forma más inmersiva.
Sin embargo, también existía una sección donde algunos recuerdos se guardaban de forma anónima y pública y todo aquel que quisiera tenía acceso a verlos. No eran íntimos ni personales: la mayoría evocaban épocas pasadas, curiosidades sobre los orígenes de Thalys, acontecimientos importantes de la ciudad así como de otras ciudades y lugares de interés.
—Niva, vámonos de aquí —le cuchicheó Enya para no molestar a todos los que estaban inmersos en el pasado, pero Niva, desobediente -como era natural-, se posó sobre uno de los proyectores oculares que había libres.
—Buen día joven. ¿Qué te trae por aquí? —la voz de una señora extraña la sobresaltó repentinamente. —¿Buscas respuestas sobre algo que te inquieta? Ummm… nunca te había visto por aquí… No sabes qué buscas pero sabes que buscas algo, ¿verdad? —la voz de la mujer era profunda y extrañamente sabia. La voz dueña de palabras que vivían arraigadas a muchos de los recuerdos que se olvidaban en aquel lugar.
—No, solo vengo a por ella, se ha colado…
—Nada pasa por casualidad, ¿sabes? Es un dicho muy antiguo, como casi todo lo que se guarda aquí—. Enya reparó por primera vez en la mujer: su mirada, negra y profunda, parecía contener algo más que tiempo. Quien no supiera que eso es imposible, juraría que todos los recuerdos de aquel lugar vivían en sus ojos.
—Mi nombre es Asha. Dirijo en cierto modo este lugar.—Enya, un placer. Cómo te decía, Asha, he de irme… quizá otro día me anime a probar eso de… husmear en recuerdos ajenos…
—Enya miraba a su alrededor con desagrado.
—Oh querida, no son recuerdos ajenos… verás: mucha gente pasa cada día por este lugar. La mayoría para recordar su vida con familiares que ya no están, otros para experimentar épocas pasadas y algunos, como tú, para buscar respuestas a algo que ni siquiera saben. Pero hay otros, que son los cesadores. Personas dispuestas a ceder partes de ellos mismos para que otros lo puedan ver y recordar cuando ellos ya no estén… como comprenderás, aquí, dejan de todo un poco, yo solo filtro lo que debe quedarse y lo que no. Lo que puede “verse” y lo que debe restringirse y lo que debe permanecer y ser recordado y lo que debe olvidarse para siempre —las palabras de Asha habían captado toda la atención de Enya, que la miraba como una niña que esperaba el desenlace de un cuento apasionante.
—Aquí no solo hay recuerdos ajenos, querida Enya —continuó Asha—, aquí hay historias que nunca han sido vistas por gente que las comprenda, vivencias que puedes tener el privilegio de revivir desde una grada en la que nunca antes te has sentado a observar. Memorias de alguien que necesitaba contarte algo a ti, incluso sin saber de tu existencia.
Enya dudó un poco. Miró a su alrededor: todos estaban sumergidos en un letargo de felicidad que se reflejaba en sus rostros. Era aquella sensación de felicidad lo que le daba calor a esa sala inmensa en la que muchos escapaban hacia sus propias vidas y otros simplemente disfrutaban viendo el pasado desde los ojos de algún desconocido.
—¿Te animas? —Asha le preguntaba mientras le ofrecía asiento en un extraño sillón. Sin saber rechazar la propuesta de Asha, se sentó sin decir nada. Miró a Niva que seguía justo donde se había posado al llegar.
Parecía que era ella quien la había invitado a esa ronda de recuerdos. Dejó caer el cuerpo hacia atrás y notó un leve escalofrío en la espalda que le terminó en la nuca y de la parte superior del sillón, emergieron unos cables que parecían tener vida propia.
Tocaron su cabeza y todo de repente en su mente se volvió blanco.
Los pies descalzos de un niño avanzan por el suelo húmedo de un bosque denso…
Huele a humedad, a tierra mojada, a hojas podridas.
La noche arropa aquel extraño bosque y una luna llena alumbra de manera inquietante el estrecho sendero.
Una voz… masculina… le ruega casi con desesperación que corra más deprisa.
Que huya.
En unos ojos verdes, con pinceladas de ámbar, se desbordan lágrimas que los hacen aún más bellos…El símbolo de la UEG, fugaz, pero claro, aparece el hombro de un informe. No está definido el rostro de quien lo porta, se distorsiona…
—¡Zairen… huye…!
—¡Enya, responde! Enya, vamos, vuelve… —la voz de Asha la trajo de vuelta de aquel angustioso instante. Un instante de apenas cinco minutos, aunque a ella le parecieron muchos más.
Sus ojos buscaban a alguien que no conocía. Un niño, tal vez… ¿De qué época era aquel recuerdo?
—Estabas bien aferrada a esa historia, querida, te ha costado dejarla ir… —Asha le hablaba de una historia lejana, pero ella sentía que durante ese tiempo había vivido allí. Sintió la humedad del suelo del bosque, la angustia de quien trataba de salvar a ese niño, la inquebrantable frialdad de quien porta el símbolo de la UEG en el uniforme… el aliento entrecortado de Zairen corriendo sin saber a dónde le llevaban sus pequeños pies…
—Zairen… —susurró Enya.
Asha entorno los ojos. La miró sabiendo que había despertado a alguien diferente de quien se había sentado un rato antes en aquel sillón.
Enya, confusa, se incorporó sudorosa y lentamente se puso en pie. Miró a Asha que le devolvía la mirada de forma cautelosa. Tragó saliva e instintivamente introdujo la mano en el bolsillo de su chaqueta donde reposaba el fragmento. Estaba caliente, como una batería sobrecargada.
No dijo nada, miró hacia Niva que ya había alzado el vuelo hacia la puerta de salida. La visita había terminado. Andaba por las calles inmaculadas de Thalys todavía un poco aturdida.
La noche caía lentamente y las primeras estrellas se encendían en un cielo perfecto que arropaba la ciudad. Las luces cálidas de las columnas luminosas, intensificaban su resplandor a medida que ella avanzaba y volvían a atenuarse cuando pasaba de largo, como si le dedicasen un leve y silencioso saludo al pasar. Thalys contaba con un sistema de iluminación bioluminiscente que parecía latir con la ciudad misma, en una armonía viva, hermosa y funcional.
Enya continuaba dándole vueltas a todo lo que había sucedido en tan poco tiempo. Niva la seguía a una distancia prudente, como si supiera que necesitaba espacio. Vagos rastros de aquel nombre la acompañaban de camino a casa.
Zairen.
¿Quién era ese niño? ¿Por qué sentía que tenía que salvarlo? Se suponía que había pasado mucho tiempo desde que alguien dejó allí aquel recuerdo… ¿Qué habría sido de él entonces? Y la persona que lo cedió … ¿por qué lo haría? Enya se cargaba la mente de preguntas que -aún- no tenían respuestas para ella. Y además, no deberían ni siquiera importarle. Bastantes cosas tenía ya como para, encima, tener ese presentimiento ahora por culpa de un estúpido fragmento de a saber qué… y de un niño que, posiblemente, ya ni siquiera estuviera en este mundo. O, si lo estuviese, sería lo suficientemente mayor como para enfrentarse por sí mismo a sus propios problemas.
Decidió parar su marcha y tomarse un respiro, como si al detenerse también lo hicieran sus pensamientos. Se sentó en un banco que parecía reconocerla gracias al dispositivo que llevaba en la muñeca, ese pequeño lector sensorial, que además de portar a Nómada, la reconocía al instante y la conectaba con el entorno adaptándolo a sus preferencias personales. Temperatura, datos, iluminación, incluso música… todo se ajustaba con una suavidad casi invisible.
La superficie del banco pareció reconocerla. Se adaptó a su cuerpo sin oponer resistencia, sin arder como el suelo aún cálido tras el día. Era como si también él supiera que necesitaba un respiro. Al sentarse, una melodía ambiental asociada a sus propias emociones y al ciclo en el que se encontraba el día, comenzó a sonar levemente.
Se despojó bruscamente del brazalete casi arrancándolo de su brazo para no oír nada. No le apetecía escuchar una música absurda. ¿A quién le importaba eso ahora? Niva la observaba desde la rama de un árbol cercano. Apoyó los codos en sus rodillas y se llevó las manos a los ojos intentando encontrar un poco de lógica en la oscuridad bajo sus párpados. Pero no logró ver nada más que los ojos verdes con pinceladas ámbar de aquel niño que corría.
Buscó en el bolsillo de su chaqueta de lino, sacó una funda con el logo de la UEG y el nombre de laboratorio con su lema escrito debajo: Eclipta “ Revelar el pasado, preservar el futuro “ esbozó una leve risa irónica, sacó el trozo de metal de la funda y lo observó un momento. No sabía exactamente por qué pero estaba casi segura de que el recuerdo que había visto en la sala de las memorias y aquel fragmento, tenían alguna conexión.
Miró hacia Niva que seguía tranquila en la rama de aquel árbol.—¿Tú qué opinas? —le preguntó a la pequeña colibrí como si fuese a responderle. Niva ladeó la cabeza y voló hasta su hombro.
—Sí, tienes razón, será mejor que volvamos a casa, hoy el día ha sido bastante intenso…
Guardó de nuevo el metal en la funda de Eclipta, se colocó el brazalete y mientras Nómada se activaba bajo sus pies, no podía evitar pensar que todo acababa de comenzar.
Al llegar a casa, dejó sus cosas encima de una superficie que había en la entrada, entre ellas la funda con la muestra. Justo encima de esa especie de mesa en el recibidor, había un panel de control perfectamente integrado en la pared, que regulaba absolutamente todas las funcionalidades de la vivienda. Siempre estaba conectado, recibiendo información constante y procesando datos para hacer la vida del huésped infinitamente mas fácil. Enya apenas cambiaba la selección que tenia configurada, solo hacía uso de lo imprescindible y, además vivía sola, bueno, con Niva, pero ella no contaba. Sus padres vivan en Caltrys, la capital, una ciudad inmensa, absolutamente funcional y rica. Orión, su padre, trabajaba en el departamento de registro y memoria colectiva de la UEG -Unidad de Equilibrio Global- organismo que velaba por el orden, la seguridad y la eficiencia de un territorio que una vez, hace siglos, antes del gran cataclismo, llamaban Europa.
Hacía días que no hablaba con ellos, tenía pensado ir a visitarlos próximamente y quizá, comentarle a su padre lo del fragmento… Una luz inusual comenzó a parpadear en el panel de la entrada, como si el sistema reaccionara a algún estímulo o conexión, pero Enya no reparó en ello. Estaba cansada, así que no quiso pensar más. Ni en su visita a casa de sus padres, ni en el recuerdo de la sala de las memorias, ni en el fragmento. Todo pesaba, todo parecía más denso de lo que podía sostener.
Se quitó la chaqueta despacio, como si soltara parte de aquella presión acumulada, y la dejó caer sobre el respaldo del asiento más cercano. Luego, caminó en silencio hasta el módulo de descanso.
Metió el resto de la ropa en la compuerta de devolución para enviarla a la central de esterilización y desechos textiles para su limpieza y en el caso de que la prenda lo requiriese, su restauración. Era un sistema limpio, eficaz y respetuoso con el consumo y el medio ambiente. Programó un ciclo de ducha con niebla templada, y se quedó quieta un instante bajo el agua, sin moverse, dejando que el vapor envolviera su cuerpo y le robara por un momento la sensación de realidad.
Era extraño cómo algunas cosas parecían tener más vida que otras.
Y otras, como ese fragmento… más memoria que materia.
Cuando salió, la vivienda estaba en calma.
Casi parecía dormida.
Se deslizó bajo la capa suave de su lecho térmico, con Niva ya recogida en su pequeño nido junto a la luz ambiental.
Pero, justo antes de que el sistema domótico redujera por completo la actividad nocturna, una última cosa quedó encendida.
Sobre la superficie de entrada, el panel aún emitía un resplandor tenue, como si aguardara una orden que nadie había dado.
Un parpadeo azul, apenas perceptible, persistente.
Como si algo hubiese comenzado a respirar por primera vez en siglos.
Esa noche, mientras la ciudad dormía y Niva descansaba en su nido, Enya intentó apartar todas las preguntas que le rondaban la mente, pero no lo consiguió del todo.
A la mañana siguiente, el sol, como siempre, puntual y deslumbrante, despertó a Enya de un sueño dulce en el que no había ni muestras raras ni recuerdos ajenos. Abrió los ojos y sintió una subida de adrenalina en el pecho al recordar todo lo sucedido el día anterior.
Se levantó más rápido que nunca. Necesitaba ponerse en marcha y comenzar a resolver dudas.
—Sistema, ¿tengo alguna notificación de Isel?
Enya había caído en que se marchó de las instalaciones de Eclipta casi escapando y sin dar explicaciones ni decir adiós.
—¿Sistema?
Nadie respondió. Comprobó la conexión, todo parecía en orden…—¿Y ahora qué pasa? —murmuró de mal humor mientras se dirigía al panel de control de la entrada.
“Error. Conexión incompatible.
Protocolo no reconocido “
—¿Cómo que conexión incompatible? Si no te he conectado con nada… —murmuró, molesta —¿Qué…?Frunció el ceño y volvió a intentar acceder al panel, pero el mensaje permanecía estático, como grabado a fuego en la pantalla:
“Conexión incompatible. Protocolo no reconocido.”
Parpadeó, como si al hacerlo pudiera cambiar lo que estaba viendo.
Entonces bajó la mirada, y el corazón comenzó a latirle cada vez más deprisa…La funda seguía allí, justo donde la había dejado la noche anterior. Pero la superficie parecía ahora más densa, más viva.
Una luz muy tenue -casi imperceptible en condiciones normales- palpitaba en el interior del fragmento. Un destello azul, sincronizado con el panel.
Enya se acercó despacio. Necesitaba respirar más profundo, pero contenía el aliento. Su corazón iba a un ritmo frenético.
—No puede ser…Extendió la mano, dudó un segundo, y luego la apoyó sobre la funda.
El panel reaccionó al instante.
Un leve zumbido recorrió las paredes. No era una vibración real… era otra cosa.
Como una respiración.
Como si algo hubiese conectado por primera vez en siglos.
El panel cambió de nuevo. Ya no mostraba un error.
Un nuevo mensaje, en una tipografía que no pertenecía a ningún sistema que ella conociera:
“BIOS-VEIL: Señal de herencia detectada. Acceso autorizado.
Iniciando reconstrucción”
Enya miraba la pantalla con los ojos muy abiertos, parecía querer tatuarse ese mensaje a fuego. De repente todo se apagó.
El sistema parecía haber sufrido un colapso. Unos segundos después, la pantalla volvió a encenderse con la normalidad de siempre. El mensaje se había esfumado, el fragmento volvía a ser una pieza inerte, desconocida e inútil.
Enya intentó desesperadamente acceder a los últimos movimientos que el sistema había registrado.Nada.Su mirada se vació.
¿Nada?
Estaba muy segura de lo que acababa de ver y necesitaba buscar respuestas. Y no iba a parar hasta encontrarlas.
* * *
Nómada se desplazaba veloz, como sólo había volado aquel día en que imprudentemente decidió intentar llegar al horizonte… las calles se hacían pequeñas a medida que ascendía. La zona norte nunca le había parecido estar tan lejana.
Los demás vehículos y dispositivos de transporte parecían estáticos cuando Enya los adelantaba. Uno, otro y otro más. Varios módulos de adhesión formaban una fila como vagones de tren. Los pasajeros solo vieron una ráfaga fugaz desde su interior cuando ella pasó por su lado.
La ciudad quedaba atrás, con su vida, su perfecta armonía en la que ella ya no sentía que encajaba. En realidad, nunca lo había sentido del todo. Volaba con una sensación que jamás había sentido tan verdadera. Una sensación de libertad preciosa y rebosante de rebeldía.
Amainó la velocidad de Nómada a medida que se acercaban al perímetro de la excavación. No quería que Royh la viera, ni tampoco ninguno de los científicos que trabajaban allí.
Avanzó bordeando la zona y descendió hasta el límite de un bosque denso. No sabía exactamente qué iba a encontrar allí, pero, no se le ocurría un lugar mejor para empezar a encontrar respuestas.
Al fin y al cabo, esa cosa había aparecido cerca de ese bosque y en la excavación no había aparecido nada semejante. Estaban muy cerca del límite del velo.
¿Y si…?
Sacó el fragmento ya sin funda y lo observó unos segundos deseando que reaccionara de alguna manera. Como una brújula que le indicara el camino que debía seguir.
Niva la seguía revoloteando de acá para allá ajena a todo lo que sucedía. O al menos eso parecía.
Guardó de nuevo el fragmento cuidadosamente en el bolsillo de su chaqueta y continuó a pie por una zona de difícil acceso aunque podía distinguirse un pequeño y estrecho camino.
A medida que avanzaba el sendero del bosque comenzaba a no difuminarse, los arbustos y árboles ya no respetaban en este lugar el paso de nadie. Ellos vivían ahí y crecían donde querían, si alguien necesitaba avanzar, que les rodeara. La naturaleza era quien decidía allí.
Los sonidos de las aves decoraban el ambiente de aquel lugar. El suelo, repleto de hojas de colores verdosos, aún estaba cubierto del rocío de la mañana, porque aunque ya no era temprano, a los rayos de sol les costaban atravesar la maleza.
De repente, ahí estaba, el límite de todo.
El velo.
Protegía a los suyos desde hacía siglos. Decían que nació tras el gran cataclismo, cuando todo bajo la atmósfera dejó de ser un lugar seguro. La capa de ozono se extinguió, y el cielo, antes un refugio, se convirtió en una amenaza.
Lo que quedaba del mundo tuvo que replegarse.
Entonces, los primeros fundadores de la UEG diseñaron un sistema de protección de magnitud global.Un escudo invisible.
Una frontera entre lo que era habitable… y lo que no debía pisarse nunca más.
Un límite respetado que protegía.
Pero Enya ya no sabía si proteger era lo mismo que ocultar.
Contuvo la respiración. No podía verlo, pero sabía que lo tenía delante.
Introdujo la mano en su bolsillo y avanzó dudosa un par de pasos más y se detuvo a unos pocos metros de la frontera invisible, aferrándose al pequeño metal y esperando que sucediera algo.
Lo sacó de nuevo, no brillaba, ni parpadeaba, pero al sostenerlo, su brazalete proyectó un mensaje en el aire: “Señal de acceso reconocida. Barrera suspendida temporalmente.”
Miró hacia atrás, buscando sin saber por qué, la aprobación de Niva. La pequeña criatura alzó el vuelo y se adelantó a Enya, como una guía que deseaba enormemente mostrarle un nuevo mundo.

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