—¡Oye, Areng! No te lances —bromeaba Tan—. ¡Es propiedad del pequeñín, ya lo has oído!
Los hombres reían menos Bimo, acostumbrado a las bromas pesadas y más concentrado en su comida.
—¿Me reñirá por invitarla a un traguito? —insinuó el joven.
De nuevo se echaron a reír y Tan puso los ojos en blanco.
—Ustedes aquí a donde ven a Bimo, como un fideo, cuando le entra el arrebato es lo mismo que el río Rochor. No deja nada en su sitio.
—¿Y se arrebata muchas veces? —preguntó Lian Areng.
—¿Y tú como lo sabes? —rio Chen Ajin.
—¡Ah, ya sacó de su sitio al fideo!
El grupo volvía a reunirse luego de un par de meses. Los ratos de ocio eran raros entre los swaylos, lo mismo para Tan y Bimo. Ese día casualmente en el puerto llovía y se cruzaron con sus viejos amigos refugiados en un pequeño figón del puerto. Los cuatro aprovecharon el breve instante en almorzar juntos, cuando el asunto de una muchacha chap cheng kia; una sangre mezclada de ojos claros en el puerto, fue puesto en la mesa por los swaylos. De no haber sido porque Bimo y Tan reconocieron en la historia a la amiga de Bimo, el joven hubiera creído que hablaban de una prostituta cualquiera de las que rondaban las barcazas de transporte. Bimo no podía negar su disgusto, pero una pequeña vergüenza de parecer demasiado interesado por Lucy lo obligó a disimular y escuchar en silencio.
Tan por su parte les echó a ambos swaylos una mirada acusadora.
—¡Pero no se queden callados! ¿Qué creen que hacían visitando a una chica más joven que ustedes? ¡Par de perros!
—¡Soy inocente, es Areng el que la ronda día y noche! —dijo Chen Ajin.
Bimo, que había estado absorto en su plato hasta ese momento, echó una mirada curiosa a su amigo.
—¿Por qué?
Lian esbozó una sonrisa de tiburón.
—¿Cómo que por qué? ¡Nunca desperdiciaría ver a una chica si es gratis!
Singapura era una isla en donde el número de hombres superaba ampliamente al de las mujeres, en su mayoría prostitutas. No sólo los ricos las frecuentaban. Muchos hombres eran obreros pobres de la construcción, que paleaban carbón, tiraban rickshaws
o eran simples kulis llevando una vida solitaria que, junto con el opio, buscaban consuelo en los brazos de una prostituta, dado que a muchos el sueldo nunca les alcanzaría para importar una esposa desde China.
A Bimo no le parecía del todo correcto rondar a una chica de ese modo, fuese o no una mujer de mala vida. Su amiga ciertamente no lo era y no estaba seguro de que a Lucy le gustara recibir ese tipo de atención.
—Mi insistencia ha dado sus frutos, lo crean o no—continuó Lian Areng—. No crean que no me va bien con las mujeres, si hasta ya la hice hablar en otra lengua… —Los hombres rieron—. ¡Es enserio! Bimo, tu chica habla teochew fluido, me tomó por sorpresa. ¡Y con qué boca! ¡No le di su merecido solo porque estaba de buen humor!
Bimo frunció el ceño. Lucy jamás le había dado indicios de hablar otro idioma, apenas si sabía chamullar el inglés y su propio melayu dejaba a veces que desear. En todo caso, no pudo evitar preocuparse del curioso interés de sus amigos en su amiga y se alarmó ante la violencia del hombre hacia una chica como Lucy.
—Algo no le habrás hecho…
Lian Areng resopló.
—¡Claro que no! ¡Hay chicas a las que no puedes decirles nada! Solo me le acerqué un poco y se voltea a gritarme «¡en el nombre de los espíritus del río, que tu barco te hunda en el agua! ¡Húndete en el centro del agua y ahógate!» ¡Ni que la hubiera tocado!
Bimo se crispó ante esa maldición tan violenta mientras que los demás reían.
—Y no es solo que hable teochew, escucha. A tu chica, le apetece comer cosas fuera de lo común. Siempre la veía entrar y salir del manglar, como si caminara por su casa. Un día la seguí… ¡Te repito que no iba a hacerle nada! —se precipitó—. Comió varios brotes, hojas, flores y frutos extraños de los mangles. Los probé. Estaban realmente sabrosos. Pero una semana la encontré comiendo caracoles que sacaba del barro entre las raíces, grandes, pequeños. ¡Engulle cualquier cosa, pero nunca se intoxica con nada! ¿Qué sigue? ¿Te pedirá que le lleves carne humana?
Bimo no creía en fantasmas, pero estaba de acuerdo en que el lugar era tétrico y no sería extraño encontrarse con cocodrilos y serpientes.
—En todo caso, no sé a dónde iría—agregó Lian—. Siempre la perdía en un camino sin salida bloqueado por ramas. Desaparecía, ¡y al rato volvía a verla fuera de la selva, sin que la hubiera visto volverse por ningún lado! Y no hay más caminos tras West Street que River Valley. Miren esto.—Extrajo una pequeña fruta verde con un largo apéndice en la parte superior. Bimo se sorprendió al recordar las semillas de api-apu bulu—. Es una de las frutas de las que les hablé. No está mal, pruébenla.
Ante la negativa general de sus amigos, Lian se animó a darle un mordisco, contorsionando su rostro ante su gusto agrio.
Chen y Tan soltaron una risa sofocada, pero era cierto que Bimo no había dejado el menor asomo de duda de que la chica estaba bajo su protección.
Y aun así, la pequeña ingrata no tenía tapujos en ignorarlo con esa postura insolente de pobre víctima. Incluso los pocos días que Tan la veía, notaba como el chico la saludaba muy amablemente; ni la tocaba para no incomodarla y aun así la pequeña zorra lo pasaba de largo sin dedicarle una palabra.
El hombre confirmó sus creencias la siguiente vez que él y su ayudante fueron a cambiar el barril a la tienda. Como un verdadero fantasma, la silueta de la muchacha reposaba en la oscuridad del godown, tan callada como si su sola presencia los estorbara.
Aun así Bimo la saludó casi eufórico:
—¡Hola, Lucy! Mañana seguiremos practicando, ¿te sientes lista?
Lucy no salió de la oscuridad, guardando silencio. Pero sus ojos claros estaban fijos en el muchacho como si lo que hubiera dicho fuera una insolencia.
Volvía a dejarlo con la mano levantada y Tan, simplemente, no se iba a seguir guardando lo que pensaba, aunque fuera una mocosa huérfana.
—Olvídate de ella, pequeñín. No se va a molestar en responder nada, a los otros ni les habla. Oye tú. ¿Por qué no hablas? —Se dirigió a la mocosa con la misma hostilidad que a los swaylos del puerto—. ¿Te pegan, o tu madre era idiota?
—¿No estás hablando muy fuerte? Puedes enojarla—le advirtió Bimo sutilmente. Lucy tenía carácter bajo su aspecto frágil. Confiaba en que sabría defenderse si la importunaban.
Tan se encogió de hombros.
—¿Y? No es como si fuera a responder. ¡Habla! ¿Cuántas pijas chupabas en Amoy?
Esta vez, Bimo lo cogió de la camisa.
—¡¿No estás yendo demasiado lejos?! ¿No tienes una pizca de compasión?
Tan entornó los ojos.
—Oh, no tengo nada eso—gimió con indiferencia.
—¡En cuanto a ti Lucy, por qué al menos no dices nada! —le suplicó.
Lucy se limitó a mirarlos con la quietud de una muerta, con el mismo ánimo taciturno de la niña atada al muro de Amoy.
Sus labios por fin se separaron.
—Déjame en paz. No necesito tu compasión.
Lo dijo con tal convicción que para Bimo fue como un golpe al estómago, y sintió un temblor recorrerle todo el cuerpo. Una chispa de rabia se apagó tan rápido como se encendió en su interior y le dio la espalda a la chica.
Tan los llevó después hacia el puerto, con Bimo apenas reaccionando a los clientes que los rondaban. Si la chiquilla antes lo había irritado, Tan estaba por darle un coscorrón al reconocer la misma mirada apagada en su ayudante.
No le dio tiempo. Una multitud de kulis se juntó a orillas del río, señalando un gran barco. Un twakow acababa de estrellarse contra la proa; nadie sabía si los tripulantes habían caído todos al agua.
A Bimo se le revolvió el estómago cuando reconoció el twakow rojo, verde y blanco de sus amigos flotando a duras penas contra el gran barco.
«¡En el nombre de los espíritus del río, que tu barco te hunda en el agua! ¡Húndete en el centro del agua y ahógate!»
Bimo no creía en las maldiciones, ni siquiera cuando reconoció a Lian Areng emerger del agua turbulenta, que nadara a la orilla con una determinación bestial y tuvo a su amigo a salvo en el muelle, chorreando agitado y con los ojos delirantes de un loco.
Bimo intentó no pensar en Lucy ni en ese instante ni los otros doce días que le siguieron. Si ésta quería que la dejara en paz, así lo haría. Bimo no se aproximó a la tienda ni siquiera para saludar a sus dueños, y entonces comenzó a abordarlo la culpa. Por una parte, no podía seguir faltando a su promesa a los Wood de visitarla, además se mentiría a sí mismo si dijera que no echaba de menos a Lucy a pesar de todo. A pesar del silencio de la joven, sus malos modales y sus misterios, se sentía extrañamente a gusto con ella; en especial cuando conseguían intercambiar un par de bromas al día, como si no fuera una huérfana en problemas, solo una hermanita a la que esperaba ansioso por reunirse con ella otra vez.
Y por otro lado…
—¡Bah, ¿y ella necesita que la visites con el gesto de quien visita a un perro enfermo?! —estalló Mei Ying durante la cena. Últimamente se tomaba más libertades de permitirse estos arrebatos.
Así que el muchacho no se entristeció cuando la acompañó por última vez a vender sus lilas. Mei Ying mostró los primeros signos de embarazo al tercer mes de matrimonio y Ah Beng quiso que tuviera el doble de cuidado, a lo que Bimo no dudó en mostrarse acuerdo.
E igual que Lucy, Mei Ying parecía olvidarse de todo lo bueno que hacía por ella.
—No seas vulgar—la reprendió Ah Beng sin mucho entusiasmo.
—No lo hago—replicó Bimo.
—¡Pues déjala en paz y cómete tu plato! —le respondió Mei Ying iracunda, llevándose tanto arroz a la boca como si fuera la de un cocodrilo. Ahora comía por dos.
—¿Qué dice Tan al respecto? —preguntó Ah Beng.
—Todo es culpa suya—respondió Bimo—. Comenzó a insultarla y quizás eso le hizo decir lo que dijo…—Habló como si la respuesta hubiera ido abriéndose paso por sí sola. Se sintió avergonzado por su propia torpeza, pero no lamentaba su decisión. Si Lucy simplemente no quería su ayuda, no la obligaría a aceptarla.
Mei Ying le dio un trago largo a su té.
—¿Por qué la insultó? —preguntó Ah Beng.
—Mejor así, ¿no? —dijo Mei Ying resoluta—. Si esos ang moh ya dijeron que van a cuidarla, ¿para qué le llevabas comida y le enseñabas a leer?
—Era parte del trato… ir a verla. La comida era un regalo. Pero eso no es lo que me molesta. Es solo que no quiere decirme de dónde es, y se enoja como si fuera mi culpa.
—Quizás no confía tanto en ti todavía. ¡Sus razones tendrá! Yo tampoco sentiría cariño por alguien que solo me usa para sentirse superior ayudando a otros—agregó mordaz.
—¡No es así!—respondió Bimo.
—Ya. Y si nunca te agradó, ya no te esfuerces más en querer parecer una buena persona frente a ella…
—No es eso—insistió Bimo—. Pero es que a veces hace cosas demasiado raras…
—¿Y quién eres tú para ordenarle cómo debe actuar? ¿Su esposo?
Bimo se mordió los labios.
—Estoy preocupado. Eso es todo.
Mei Ying se encogió de hombros.
—Bueno: nunca te hiciste el mojigato visitándola por pena, pero ella sigue desconfiada de ti; lo normal si te subastaron en un mercado de esclavos—resumió pragmática.
A Bimo le dolió la cara como si se le cayese por partes. No justificaba el mal temperamento de Lucy, pero en algún momento había llegado a olvidar cómo la conoció.
Mei Ying suspiró.
—Así como es la gente, no sabes ni a quién estás confiándole tu cuello—filosofó con pesar.
—Y aun así confiaste en mí la primera vez—agregó Ah Beng.
—Pero a mí me pidió matrimonio un secretario y me dio una casa—rio Mei Ying coqueta—. Esta chica en cambio tiene que confiar en un mocoso doble cara que no tiene ni en dónde caerse muerto. —Dirigió una mirada sutil a Bimo, pero este se terminó su cena en silencio.
Los días fueron pasando y así como aplazaba más volver a la tienda, el malestar de Bimo iba empeorando. Lo peor sería darle la razón a Mei Ying acerca de que solo era un presuntuoso al brindarle su ayuda a una chica como Lucy, para luego dejarla botada así como así solo por una disputa… En todo caso, lo que Tan le había gritado no fueron cosas menores y merecía una disculpa.
O quizás lo peor fue que el día que al fin se decidió a volver a la tienda coincidió con uno de los días que Tan volvía a llenar el barril de agua de Wood. Como fuera, Bimo rezó por solo un instante para hablarle a Lucy, pero no se le ocurría cómo la abordaría. ¿Con una disculpa o un saludo?
Al reaparecer por la tienda, Helmer Wood obvió su ausencia al relacionarla al trabajo. Se había ausentado de la tienda no más de dos semanas, pero algo en el lugar había cambiado. Mirándolo fijamente desde atrás del mostrador, la cara de la Mem estaba tan pálida que parecía verde y, al saludarlo, Bimo vio que su lengua estaba blanca. Se parecía tanto al aspecto recurrente de su esposo que, por primera vez, sintió miedo de contagiarse de lo que fuera que padecían.
—Oh, déjala, son simples malestares femeninos—le dijo Helmer al comentarle su preocupación, casi del mismo mal color de su esposa—. De lo que quería hablarte era de Lucy.
Bimo sintió cómo tragaba y se le humedecieron las palmas de las manos.
—No te preocupes, ella está bien. O bueno, casi… Hemos tenido algunos inconvenientes con un par de obreros chinos rondando la tienda, casi todos los días antes de la hora de cierre. Lucy ya ni siquiera puede salir sola por culpa de estos sujetos que dicen conocerte… «¡Bimo’s friend!», y no conozco a otro «Bimo» además de ti. ¿Tendrás realmente algo que ver con esa gentuza, Bimo? No me lo esperaba de ti…
Bimo se hubiera pegado en la frente por la torpeza de sus amigos.
Helmer le advirtió a Bimo que día a día que aparecían por la tienda. La joven a veces se ganaba una pequeña golosina que aparecía misteriosamente frente a la puerta del godown. A veces era común para los hombres saludarla o buscarle conversación, sin embargo Lucy apenas les hablaba y los vigilaba desde la puerta si se aproximaban demasiado. La joven perdonaba más fácil el atrevimiento del kuli más viejo porque sus palabras eran amables y no la arrinconaba, aunque sus intenciones fuesen obvias. El peor era el más joven de ellos.
—¿Trabajas solo aquí? —solía preguntarle.
Siempre se pegaba a su hombro por detrás, como si quisiera verse más grande, por más que ella lo esquivara, pero entonces la arrinconaba casi aplastándola contra la pared o al borde de la puerta. Lucy sufría como si una araña venenosa trepara su cuello. Murmuraba roncamente:
—Sí.
—¿Y vienes todos los días?
—Sí.
—¿Y a pie?
—A pie.
—¡Lo cansada que estarás!
—De hablar.
—¿De hablar?
—De hablar.
Liang Areng no le arrancó una palabra más. No era el primer hombre en preguntarle de dónde era, cómo se llamaba, en qué se divertía cuando no trabajaba… Lucy sellaba su boca y se entornaba a la puerta esperando a que alguno de sus amos la salvara.
La amabilidad de los kulis perduró un tiempo, hasta que comenzaron a atosigarla de elogios más atrevidos: le decían que era hermosa, que si estaba casada, le decían que eran maridos muy jóvenes para ella.
Bimo estaba ciertamente apenado por dicha actitud, pero miraba la situación desde el lado de la balanza de sus amigos; sabía cómo eran con las mujeres, pero no eran malas personas. Lucy ya tendría que saberlo con los pequeños gestos, como las golosinas. Bimo tampoco alcanzaba a entender la preocupación de Helmer por las bromas de sus amigos. No eran peligrosos. A veces a él también le incomodaban sus comentarios, pero no eran más que palabras. Además, no creía que Lucy se quedara sin reaccionar si algo llegaba a ofenderla; él lo sabía mejor que cualquiera. No podía entenderlo.
—¡Todo listo, pequeñín! Nos vamos de aquí—llamó Tan desde el godown.
Bimo se encogió ante ese mote recurrente. Sabía que era bajo y no creía que Tan necesitara recordárselo.
Se dio cuenta de que apenas había cruzado palabra con la Mem y se aproximó a despedirse frente a frente.
Al tenerlo delante, lo primero que hizo la mujer fue echarse a llorar en su alta silla como si hubiese acontecido una tragedia:
—¡Bimo, que alto estás! ¡Y qué quemado! ¿Qué ha sido de ti? —No llevaba la complicada falda de jaula. Parecía más cómoda sin ella, tanto para caminar como para permanecer sentada.
—¿Disculpe? —De nuevo volvía a hablar en ese inglés extraño, atropellando cada una de sus palabras. Pero la mujer apenas lo escuchó, tan desecha como estaba.
—¿Por qué no venías? ¿Acaso te has olvidado de nosotros? Creíamos que te había pasado algo…
Su voz se quebró trágicamente entre sus manos y se dejó caer sobre sus rodillas. Bimo retrocedió incómodo. La gente estaba viéndolos y Helmer los miraba de reojo. Tan seguía en lo suyo. Se le encendieron las mejillas, compadecido de esa mujer oronda sollozando en su silla.
Se atrevió a palmar suavemente su hombro, cuidando de no tocar su cabello.
—Lo siento, Mem…
—¡Es broma, chico! —rio atrapándolo entre sus rodillas y enredándole el pelo. Cuando sintió el calor de sus muslos en sus piernas, lo invadió una rabia repentina y se apartó golpeándola en los hombros:
—¡No me haga eso! ¡Por favor!
Hubo un momento de turbación y vio la expresión en la cara de los clientes y de Tan. Comprendió que él tenía la suya muy encendida y, de pronto, se sintió muy avergonzado de su grosería cuando oyó que Helmer decía:
—Está representando el papel de persona mayor, querida. Tú sabes cómo somos los hombres cuando nos ponemos los primeros pantalones largos.
—¡Desde luego! Lo he visto muy bien. —Pero sus ojos miraron de un modo raro, como si sus pupilas se contrajeran, al estilo del gato ante una fuerte luz.
Aquella ira repentina y cegadora lo abandonó y se sintió muy deprimido. Lucy entró en ese momento a la tienda y a Bimo el corazón se le saltó un latido. Pero ella no lo miró. Bimo por su parte se sentía incapaz de pronunciar una palabra. Asumió que tenía miedo de Lucy, que nunca se mirarían a menos que uno hablara primero, y eso era lo peor.
Volvió a oír a Mei Ying en su cabeza. No era que quisiera gratitud a cambio de ayudarla. Lucy se había vuelto una amiga, y le hería ser ignorado por ella. Y él, le hizo algo peor al faltar a su deber de cada semana. En realidad, ¿quién era él para juzgarla? Lucy era una niña separada de sus padres, de su hogar, e incluso de su inocencia. ¿Y solo se le ocurría castigarla por sentir miedo?
Se le cruzó por la mente un instante el rostro enfermizo de los Wood y pensó en si ella también no estaría enferma acaso. Ahora Lucy estaba pasando un trapo al mostrador. Sus brazos seguían delgados. Bimo pudo sentir el esfuerzo que ponía en un trabajo que ella jamás escogió.
En la calle, Tan volteó hacia el corredor con el ceño fruncido.
—Vieja rara—gruñó desdeñoso.
Lucy se dirigió en ese momento al callejón con la escoba en la mano. Bimo se apoyó en la parte posterior de la carreta con el estómago revuelto. Inspiró tres veces y la siguió, siendo golpeado por un hedor extraño. No era el olor de los perros. Le recordaba a los mercados en donde destripaba pescado, a los desperdicios acumulados pudriéndose en fosas de sangre bajo el sol hasta ser barridos por la lluvia, pero no así desapareciendo el olor a inmundicia.
Un leve mareo lo transportó a la calle de ataúdes frente a la Colina Pearl, pero consiguió hacer de tripas corazón y abordó a su amiga antes de que entrara al godown.
En el momento que por fin le salió la voz preguntándole si estaba enferma, Lucy reaccionó lanzándole una bola de lodo a la cara. La arrojó tan fuerte que se sintió como una bofetada. Bimo no se defendió, solo la miró con su ojo limpio entrar al godown, sin respirar para no sorber el lodo por sus orificios. Quizás fuera el sobreesfuerzo que ponía en su ojo limpio, pero al verla, le pareció que la cara de Lucy estaba roja como la de un borracho furioso, y más delgada. Al final cerró la puerta de un golpe y Bimo pensó si en llamarla. Pero solo apoyó los dedos en la puerta.
—Lo siento. —Al no haber respuesta, volvió a la carreta abatido.
La Mem
los contemplaba parada bajo el arco de la tienda con su propina en la mano, y se echó a reír:
—No creo que nuestro Bimo siga queriendo que lo trate como a un niño, ¿no lo crees?
Bimo necesitó de una semana para que Lucy volviera a bajar su guardia con él. Debió ir a la tienda todos los días apenas terminaba su turno con Tan… solo para ver a Lucy, incluso si los primeros días no se presentaba cuando éste llegaba. A los cuatro días le llevó un almuerzo y ella le sonrió, pero no había vida en aquella sonrisa. La tostada piel lucía pálida y tenía unas profundas ojeras bajo los ojos grises, como si la otra mitad de su sangre hubiera tomado control de su aspecto.
A los ocho días retomaron el estudio, ahora dos veces por semana. A sabiendas ya de que no podía salir sola sin que la importunaran, una vez listos con las lecciones ambos caminaban por el Padang y bajaban a la playa; les gustaba más que el enclave, más vacía pese a los botes encallados y había más aire fresco.
—Si vuelves a tener problemas con un hombre, no tardes en decírmelo—le pidió Bimo cuando se atrevió a tocar el tema. Aunque no creía que Lian Areng quisiera volver a acercarse a la chica luego de su desventura en el río.
Una suave lluvia los cubría ante el mar. Salían incluso así, porque no se verían hasta dentro de varios días y era mejor que solo quedarse en el callejón de la tienda.
De pronto la lluvia se disparó y corrieron de vuelta a la tienda bajo una hoja de plátano que recogieron al borde del camino.
—¡Mira! —señaló Lucy hacia el cielo. El sol se había asomado entre las nubes y, ante la oscuridad de nubarrones de tormenta, apareció un arcoíris.
Terminando el día, ambos sintieron que no dejarían de ser como hermanos de nuevo.
La vio dirigirse a la entrada. Cuando llegó adentro se volvió y su sonrisa había vuelto, con la mirada franca que tenía la primera vez, cuando se paró a su lado ante el manglar.
—Goodbye, Bimo.
—Sama-sama, Lucy.
Allah, pensó. Gracias. Iba a verla continuamente.
Esa fue la primera vez que pensó algo semejante.
OPINIONES Y COMENTARIOS