“Hay
un puente, el Puente del Alma, en un camino que nadie toma. La gente prefiere
rodear todo el río para evitarlo. Ahí puedes sentirte mejor», me dijo el
anciano del pueblo pocos días después del funeral. También habló del poder del
puente sobre las personas, de cómo quienes lo visitan encuentran lo que
necesitan.
Pero
el anciano también cree que las lechuzas son brujas. Los mitos como ese abundan
en mi pueblo, y yo no creo en ellos. Aun así, aquí estoy, caminando por un
sendero apenas visible bajo la maleza, prueba de su desuso. A mi alrededor,
árboles tan anchos que sus ramas y hojas cubren el cielo. Aunque tampoco había
mucho cielo para ver: esa mañana, una densa niebla se había asentado sobre el
pueblo, tiñéndolo de gris.
Habré
caminado quince o veinte minutos, siguiendo lo que creía era el camino.
Finalmente, me topé con un grupo de ramas y enredaderas formando una especie de
pared, que bloqueaba él camino. Ya debía estar cerca del supuesto «puente
mágico», así que no valía la pena regresar. Me cubrí la cabeza con los
brazos y avancé, apartando las ramas. Las espinas de las enredaderas rozaron mi
piel, dejando líneas rojas en mis brazos. Cuando ya no sentí las espinas
rozándome, levanté la mirada. Fue como quitarse una venda; La luz me golpeó de
lleno, cegándome por un instante.
creando
un escenario donde parecía que lo único que existía en el mundo era el puente,
y debajo de él un río con agua tan cristalina que no parece estar ahí,
corriendo de manera suave pero continua. Y así, con estas vistas dignas de
fotografía, supe que este era el puente.
Aun
con aquel paisaje, el puente no era mágico. No cambió nada en mí. Seguía
sintiéndome igual de deshecho que todos los días desde que mamá partió. Pero no
quería aceptar que todo este viaje fue en vano. Exhausto, me acerqué al
barandal, repose mis brazos y sobre ellos mi mentón. El barandal no era muy
alto, así que tenía que estar de rodillas y ligeramente inclinado.
Observé
el río, pero más que el agua, veía mi reflejo distorsionado por las leves olas
y oscurecido por la falta de iluminación hacia mí cara. Aunque no creía en el
poder del puente, en el fondo esperaba encontrar algo, lo que fuera, aunque ni
yo sabía qué. Perdí la noción del tiempo. En mucho tiempo no había tenido tanto
espacio para mis pensamientos. Siempre había buscado evitarlos, por miedo a
volver a sentir las lágrimas. Pero ahora no tenía cómo huir y el vacío en mi
pecho no hacía más que doler más y más.
Al
voltear ligeramente la cabeza en un intento de concentrar mi mente en otra
cosa, vi una frase tallada en la piedra, a escasos centímetros de mi brazo:
«El duelo es el precio que pagamos por el amor«. Todos los
sentimientos que tenía reprimidos de pronto salieron y fueron convertidos en
ira. «¿Quién fue el imbécil que escribió esto?», pensé. Pero ni yo
entendía el motivo de mi enojo. Intenté irme, pero la poca energía que me
quedaba se desvanecía con cada emoción liberada. Pronto no lo pude aguantar y
las lágrimas, que tanto tiempo luché por mantener dentro, empezaron a salir sin
control, dejando una sensación horrible en mis ojos, Me desplomé en el suelo,
dándome la vuelta y apoyando mi espalda en el barandal. Pensé en mamá, en todas
las veces que le fallé, en todas las veces que debí haber actuado mejor. Pero
ya nunca podré hacerlo. Ahora estoy solo, sin familia cercana en este pueblo.
Ese pensamiento solo aumentó mi desesperación, acelerando mi respiración, pero
al mismo tiempo sintiendo como me faltaba el aire.
Mientras
mi garganta se llenaba de una sensación extraña, como si quisiera hablar o
emitir un sonido, pero estaba bloqueada. Y aunque pudiera decir una sola
palabra, ¿a quién le importaría? Nadie se detendría a escucharme. Me sentía
como el único ser humano en el mundo, condenado a escuchar mis sentimientos yo
solo.
No
sé por qué no lo hice, pero de alguna manera siento que lo que le pasó fue mi
culpa. Todos los días, sin excepción, cuando mamá salía, yo siempre le decía:
«Que te vaya bien». Pero el día del accidente no se lo dije. No sé
por qué. tal vez estaba muy concentrado en la estupidez que estaba haciendo.
Pero el único día que no se lo deseé, fue el día que no volvió. Pienso que, si
se lo hubiera dicho, nada de esto estaría pasando.
«El
duelo es el precio que pagamos por el amor.» La frase en la piedra retumbó
en mi mente. Tal vez buscaba consuelo en ella, pero no me transmitía nada. Y
estar en este puente no me había ayudado como dijo el viejo, al contrario.
Aun
con los ojos ardiendo, pero ya sin derramar lágrimas, levanté la mirada y
observé el paisaje. Escuchaba el agua fluyendo como una melodía. tan natural,
tan hermoso. Sentí una extraña sensación de calma, como una cobija que cubrió
mis malestares, y comencé a disfrutar el paisaje de una manera diferente. Pensé
en lo mucho que a mamá le gustaba tomar fotografías y cómo le hubiera encantado
estar aquí. Ella solía decir que la fotografía es una puerta para abrir los
recuerdos. Al recordar todos los momentos que pasé junto a ella y su cámara,
que parecía cuidar más que a mí, no derramé ni una sola lágrima. En su lugar,
una ligera sonrisa se trazó en mi rostro, y el nudo de mi garganta se convirtió
en uno de alegría.
Entonces,
noté otro mensaje tallado en la piedra: «Hay un tiempo para llorar y un
tiempo para sanar». Tal vez quien sea que haya escrito estos mensajes
posiblemente haya pasado por lo mismo. Viéndolo así, posiblemente no sean
consejos vacíos.
«La
fotografía es una puerta para abrir los recuerdos.» Nunca había pensado en
esa frase ni en lo que realmente quería decir, pero creo que se refería que lo importante
no eran las fotografías como tal, sino el recuerdo que guardábamos con nosotros
y cómo estos nos hacen sentir. Pues una foto es solo un pedazo de papel, y lo
que importa es el sentir.
Puse
una mano en mi pecho, sintiendo el vacío en él. Hubiera dado lo que fuera por
sentir una mano en mi hombro, pero nadie estaba ahí. Sentía que debía cargar
con el peso del mundo yo solo, y me estaba ganando.
Sentado
en el puente, rodeado por el silencio del bosque y el murmullo del río, me
sumergí en mis pensamientos. La soledad, esa compañera constante, se sentía más
presente que nunca. Me pregunté por qué el destino había decidido que
enfrentara este camino en solitario. ¿Pero de no haber estado solo habría
recordado esa frase de mamá? Durante estas últimas semanas evité escuchar mis
pensamientos, pero al estar completamente solo en este puente, pude sentirme un
poco mejor y tener ese hermoso recuerdo de mamá. Al ver ese paisaje, un
recuerdo llegó a mí. Tal vez ese sea el más puro significado de la frase de
mamá: los recuerdos en sí son una puerta al alma. Es la única manera en la que
podía expresarlo.
Tuve
miedo por mucho tiempo de estar solo conmigo mismo, de enfrentar mis
sentimientos, miedo a sentir el dolor de la pérdida otra vez. Pero después de
este tiempo en soledad, me sentía diferente. Tal vez mamá se haya ido, pero no
mis recuerdos de ella. Y aunque seguía doliendo, hay un tiempo para llorar y un
tiempo para sanar. Tal vez no solo conocí a mamá un poco mejor, sino también a mí
mismo.
Después
de apreciar un poco más el puente y su río, que seguía fluyendo tan sereno y
constante, sin detenerse, decidí que era hora de volver. No sin antes, con la
ayuda de un pedazo de hierro que estaba en el barandal, y con un poco de
paciencia, en el mismo lugar en el que estuve sentado, escribí:
«La
memoria es la puerta al alma.»
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