El edificio principal de la
organización secreta “Synapse” se alzaba como una sombra imponente contra el
cielo gris de la metrópolis, una estructura de cristal negro que absorbía la
luz en lugar de reflejarla, algo completamente anormal. Dentro, Cero se
preparaba. Su pulso permanecía constante mientras ajustaba el microprocesador
en la base de su cráneo. La rutina era la misma: una descarga de datos, una
misión precisa, una eliminación limpia. Sin preguntas. Sin errores. Era un
instrumento perfecto, tal como lo habían diseñado los ingenieros de Synapse.
—“Tu objetivo es la Dra. Elyse
Karmann” —anunció la voz neutral del sistema central. La imagen de una mujer
con cabello castaño rizado y ojos penetrantes llenó la pantalla. —“Elimínala
antes de que publique sus hallazgos sobre el Proyecto Inhibidor”.
Sin pestañear, Cero descargó el
plano del laboratorio donde se encontraba Elyse. No necesitaba saber más. La
información personal era irrelevante. La Dra. Karmann estaba rodeada de
monitores parpadeantes, con gráficas y códigos llenando las pantallas. Su
expresión era una mezcla de determinación y cansancio. Sabía que estaban tras
ella; ya había cinco intentos de asesinatos fallidos. El descubrimiento del
Proyecto Inhibidor, una tecnología que Synapse había desarrollado para
manipular los impulsos neuronales de las masas, la había colocado en la lista
negra de la organización. Sin embargo, también había descubierto algo más
oscuro: los agentes como Cero eran pruebas vivientes de cómo el sistema podía
borrar identidades y construir herramientas humanas desechables.
Elyse había codificado un
algoritmo oculto que revelaba toda la verdad, pero le faltaba tiempo para
distribuirlo. Cuando Cero entró silenciosamente al laboratorio, ella estaba
cargando los últimos datos en el servidor externo.
—“Sabía que vendrías” —dijo sin
voltearse, sin sentir miedo, solo su presencia como una sombra sobre sus
hombros. Cero no respondió, aunque en unos segundos estaba extrañado de la
extraña reacción de la científica. Levantó el arma, listo para disparar. Pero
algo en su voz detuvo su dedo en el gatillo.
—“¿Quieres saber quién eres?”
—preguntó Elyse, girándose lentamente. Sostenía un dispositivo pequeño con una
luz parpadeante.
—“Soy Cero” —respondió, con voz
monótona.
—“Eres uno de muchos” —replicó
ella. Con un clic, proyectó unas imágenes en su cerebro que las vio pasar como
si fueran una película en una sala de cine donde él era el único espectador;
mostraba expedientes de agentes anteriores: Cero-1, Cero-2, Cero-3. Todos
idénticos a él, todos desaparecidos o eliminados cuando se volvieron inútiles
para la organización.
Por primera vez, Cero sintió algo
similar a la duda. Bajó el arma ligeramente, suficiente para que Elyse supiera
que había ganado un momento precioso.
La alarma del laboratorio sonó.
Habían sido localizados. Elyse lo llevó a una salida oculta, pero los agentes
de Synapse ya estaban cerrando el cerco. En las calles llenas, Cero y Elyse
corrieron entre las multitudes indiferentes. Synapse controlaba no solo la
información, sino también las mentes. La mayoría de las personas caminaban con
implantes que regulaban sus emociones y pensamientos, manteniéndose en un
estado de apatía funcional.
Mientras huían, Elyse habló
rápidamente:
—“Tu memoria fue borrada. Tus pensamientos
son programados. Pero hay una manera de liberarte. Si destruyes el núcleo de
Synapse, no solo recuperarás tu identidad, sino que también liberarás a todos
los demás”.
—“¿Por qué debería confiar en ti?”
—preguntó Cero, aunque las palabras sonaron más como un eco de una duda
enterrada que como un verdadero cuestionamiento.
—“No tienes que hacerlo, si así lo
deseas. Pero si no lo haces, seguirás siendo una herramienta. Un arma. ¿Es eso
lo que quieres ser toda tu vida?”.
Cero no respondió, pero sus pasos
no se detuvieron.
El núcleo de Synapse estaba
ubicado en un búnker subterráneo. Para llegar allí, debían pasar por un
enjambre de defensas automáticas y agentes. Elyse hackeó los sistemas de
seguridad desde una terminal en un café virtual, mientras Cero eliminaba
silenciosamente a los guardias. La eficiencia de él era aterradora, pero
también revelaba la magnitud de su programación. Cada movimiento era mecánico,
perfecto, pero desprovisto de verdadero sentido.
Cuando lograron llegar al núcleo,
Elyse conectó su dispositivo móvil al sistema principal. Las luces de la sala
parpadearon mientras ella cargaba un virus diseñado para destruir la base de
datos central. Sin embargo, Synapse estaba preparada. Una voz resonó en los
altavoces:
—“Cero, detén esto. Es una orden”.
Cero sintió un dolor agudo en su
cabeza. La programación intentaba tomar el control. Cayó de rodillas mientras
luchaba contra las órdenes. Elyse lo miró con desesperación.
—“Tienes que elegir”. —Le dijo.
Con un esfuerzo titánico, Cero se
levantó y disparó contra el panel de control, desactivando el sistema de
defensa. Elyse aprovecha para cargar el virus, pero algo salió mal. El sistema
principal comenzó a sobrecargarse, amenazando con una explosión que destruiría
todo el complejo.
—“No hay tiempo” —dijo la
científica. —“Tienes que salir de aquí”.
Cero la miró, por primera vez
sintiendo algo cercano. Pero no se movió.
Cuando el complejo estalla en
pedazos, las ondas electromagnéticas destruyen los implantes neuronales de los
habitantes en toda la ciudad. Las personas comenzaron a despertar, confundidas
y aterrorizadas, ante sensaciones jamás experimentadas o que no habían sentido
en mucho tiempo. Sin embargo, la destrucción del núcleo también significó el
colapso del sistema que mantenía a Cero como un ente funcional. Elyse
sobrevivía en las memorias de los datos liberados; su espíritu se convirtió en
una inteligencia artificial, un fantasma en la red, pero Cero no era más que un
cadáver entre los escombros. Había elegido destruirse a sí mismo para dar a
otros la posibilidad de elegir, un acto que nunca podría comprender del todo.
En un mundo recién liberado, las
preguntas sobre el libre albedrío y la manipulación seguían sin respuesta.
Pero, por primera vez, mucha gente tenía la oportunidad de enfrentarlas por su
cuenta, aunque fuera desde las ruinas de lo que una vez los esclavizó.
OPINIONES Y COMENTARIOS