Capítulo 1: Porque soy yo

Durante la mañana, la calidez del sol contagió los ánimos de Frida y, como siempre, se acercó a su madre con una gran sonrisa en el rostro, no obstante, ese día, los ojos oscurecidos de Martha y su ceño fruncido hicieron titubear las intenciones de Frida y, como una forma de escape, la niña empezó a retroceder.

Después de un par de pasos hacia atrás por parte de Frida, la voz de Martha tomó estabilidad y con dulzura llamó a su hija, la pequeña se detuvo.

Luego de un breve suspiro, los músculos del rostro de la mujer se relajaron y una pequeña sonrisa destruyó aquella imagen de seriedad. Las piernas de Frida, que se habían tambaleado con la seriedad de su madre, retomaron el camino y cogieron fuerza.

Martha reposó su voz en el silencio, mientras buscaba las palabras más armónicas para sobrevivir a sus sentimientos y a las acciones poco pensadas de su hija.

Antes de que Martha hablara, Frida intentó descifrar, con las pocas pistas que el comportamiento de su mamá le daba, la situación. Sin embargo, no obtuvo respuesta, eso la orilló a aperturar el diálogo. De manera temerosa y sin seguir un plan, Frida captó la atención de su madre.

—Buenos días, mamá —mencionó Frida, el titubeo estuvo cerca de comerse sus palabras.

Con un movimiento poco delicado, que Frida había confundido con enfado, Martha mostró por completo su sonrisa.

—Buenos días, mi amor —respondió con las palabras que se esperaban de una madre. Y, para reforzar su amor hacia la pequeña, acarició su cabello —. ¿Cómo has amanecido hoy? —continuó Martha para entablar confianza con su pequeña.

Sus palabras reconfortaron el perdido corazón de Frida. Más rápido que antes, Frida se acercó a ella y tomó las mangas largas de su blusa carmesí para no desfallecer en el suelo.

—Me he despertado muy bien, mamá —afirmó una alegre Frida —, podría decir que más temprano de lo normal.

Con su mirada, Frida buscó la figura de su hermana Ainslyn, no obstante, se encontró con la soledad de la cocina y, al chocar con las paredes vacías, su mirada de inmediato, huyó.

—Ains no ha terminado de alistarse, por lo que se ve, parece que hoy le gané la mañana —La chica sonrió orgullosa de sí misma.

La distancia de su madre aún provocaba su temor, por ello, Frida cuidaba sus palabras y se desenvolvía frente a ella con poco éxito.

Asimismo, Martha, que deseaba entablar una conversación seria con su hija, fallaba para hacerla entrar en confianza. Pero, al notar los movimientos ansiosos de Frida y sus inquietos pies, optó por la calidez y, con mucho amor, llamó a su hija.

Martha tomó a Frida entre sus brazos y arrulló todos sus temores, sus desconfianzas, luego, la colocó encima de una silla. Sus miradas se reencontraron en el plano de la comprensión.

Martha, como si se tratara de todo un político experimentado, con tan solo una sonrisa de confianza la bastó para calmar todas las dudas de Frida y disipó sus miedos. Así, con la suavidad de sus palabras, que se acercaban a un susurro, ella dijo:

—Frida, necesito que hablemos. Es algo importante.

Ella alejó su mano del cuerpo de la chica y adoptó un figura un poco más rústica: su espalda erguida, sus pies separados a la perfección, sus manos escondidas en los bolsillos de su pantalón, su mandíbula un poco tensa y titubeante al moverse, presagiaron algo serio para Frida.

—Bien, mami —Frida moduló el tono de su voz para dar un poco lástima a los regaños de Martha y así respondió al llamado de su madre.

Pero Martha, que ya se había percatado del intento de distracción de Frida, asumió su postura de poder y sin palabras de preaviso, planteó el problema de la conversación. Aunque su seguridad era mayor a la de otras veces, Martha todavía actuaba como una madre primeriza.

Para coger confianza, Martha tomó la mano de su hija y comenzó a frotarla con la yema de sus dedos, el calor arropó la piel de Frida, la mano de niña se enrojeció.

En ese momento, con un pequeño levantamiento de cabeza, los ojos de Frida descubrieron la enorme tolerancia en el rostro y mirada de su madre. Así la actitud de Martha la ayudó a concluir sobre qué quería hablar.

Sí, sobre Emma, aquella pequeña traviesa que había tenido la mala suerte de encontrarse son Frida en uno de sus peores días. En uno de esos días donde cordura se somete a la locura.

—Ayer, la madre de Emma me llamó —Martha hizo una pausa para esperar la reacción de su hija —, todas estamos en un grupo escolar, ¿lo sabías?

Martha buscó auxilio en su propia respiración, necesitaba reflexionar y deseaba que Frida también lo hiciera. Ella esperaba una respuesta de parte de su hija, en su lugar, Frida le otorgó una actitud despreocupada.

La pequeña, con un leve levantamiento de cabeza, le indicó que continuara. Pero como el gesto no bastó, respondió:

—¿Y? ¿Qué te dijo? Emma es una rareza, casi nunca me entiende —mencionó e hizo gestos despreocupados con sus manos.

—Ella me dijo lo que le hiciste a su hija. Emma se lo contó, le halaste el cabello, provocaste su caída en frente de los compañeros de su clase y te burlaste de su físico. Frida, si es verdad, esto es un comportamiento decepcionante. No me gusta creer en lo que dicen los demás sin antes hablar con mi familia, por esa razón, Frida, te estoy dando el beneficio de la duda. Pero no es la primera vez que una madre se queja de tu comportamiento, el año apenas inicia, y es la tercera queja, el año pasado hubo más. Lo que me preocupa es que cada vez es peor. Bien —dijo e hizo una pausa para ordenar sus palabras —, necesito saber si lo que dice Emma es verdad.

La inocencia de Frida la delató y no le permitió escapar de las acusaciones de su madre, por lo que, para aceptar la culpa, Frida no necesitó palabras, sino de un movimiento que Martha conocía a la perfección: la pequeña agachó su cabeza, y con su gran cabellera cubrió su rostro y ocultó la pena.

—Frida, temía que esto fuese verdad. No estoy contenta con tu comportamiento, pero rescato el hecho de que hayas aceptado la culpa.

La molestia de Martha la hizo reaccionar casi de inmediato, tomó distancia de Frida. Al alejarse de ella, tuvo una mejor vista del lenguaje corporal de la niña. La postura de Frida ablandó el duro discurso que su madre había mantenido desde el inicio.

—Las personas nos equivocamos, yo me equivoco también, pero nadie tiene el derecho de seguir en lo mismo. No puedes seguir haciendo esto, mi amor.

—Pero mamá… —intentó explicarle a Martha, no obstante, la palabra «pero» alarmó a Martha de una posible justificación y antes de caer, Martha se adelantó.

—Nada de peros, Frida.

Para demostrar su molestia y, a la vez su forma de amar, de manera dulce, Martha tomó las orejas de Frida y las haló. La pequeña respondió a ese trató con un pequeño grito de dolor y a la vez de compresión.

—Necesito y deseo que te comportes. Has tenido suerte de que Emma no haya ido a la dirección, aunque haya sido un incidente pequeño. También, hay agradecer la tolerancia de su madre —Martha suspiró —. Te quiero decir algo.

Para retomar el control, Martha tomó distancia de su hija y colocó su dedo índice en medio de ambas para mostrar una barrera.

—A la próxima no habrá regaños, las consecuencias serán más severas… —Ella hizo una pequeña pausa para crear tensión. Los pies de Frida se movían de un lado a otro. Las puntillas intentaron tener un leve roce —. Si recibo una queja más, tu cumpleaños, que está cerca de celebrarse, se cancelará. ¿Sabes? Ya hemos comprado casi todo y los invitados ya están. Pero una queja más y yo misma lo cancelaré. Te amo y hago esto por ti, eres mi tesoro y, por esa razón, no puedo dejar que te dañes.

Las palabras y explicaciones de Martha no coincidían con el pensar, no tan claro de Frida, y la pequeña, que no tenía la misma facilidad de discurso que su madre, con una explicación a medias intentó convencerla sobre sus creencias.

—Mamá, es que… Así soy yo. Yo te amo tal y como eres, tú deberías…

Martha detuvo la inspiración de Frida con un gesto de mano y lo único que habitaba en la mente de Frida era una incognita:

«¿Ella me amaba por quién yo era?»

Frida intentaba responderse a sí misma esa pregunta con respuestas básicas de lo demostrado por su madre día a día. No obstante, las dudas siguieron atacandola.

En ese momento, cuando los pensamientos de Frida la atacaban con inseguridades, la voz de su padre la salvó del cuestionamiento interno. Él ingresó a la cocina con Ains en brazos.

Cuando los dos notaron la tensión entre Martha y Frida, sus sonrisas desaparecieron. Casi de inmediato, el tono sombrío los opacó

—¿Qué sucede, mi amor? —preguntó Helmer a su esposa.

Tantos años de matrimonio, les había otorgado la habilidad de responderse sin necesidad de palabras, por lo que, con un solo toque en su hombro por parte de Martha, Helmer entendió que, más que el disturbio de palabras, su esposa ocupaba la tranquilidad del silencio.

—Entonces… Supongo que las niñas ya deben ir a la escuela, las iré a dejar. Y antes de que nos regañes —se excusó Helmer y le regaló un momento divertido a la familia —, Ains y yo nos hemos dormido unos minutos más. Por eso, hemos decidido que ellas desayunarán en el auto.

Martha ignoró todo tipo de oposición de sí misma y asintió con la cabeza. Ains mostró una pequeña lonchera y, con mucha vergüenza, se la extendíó a su madre, y a Martha, que el cansancio ya la dominaba, tomó el presente de su hija con un popcorn de desilusión.

—Hoy lo dejaré pasar —afirmó y poco a poco se unió al juego de Helmer —, solo porque me siento muy cansada y debo cuidar a Lilth.

La mujer hizo una transición entre un suspiro de alivio y un pequeño parpadeo para despedirse de su familia.

—Bueno, mis amores, creo que ya es momento de despedirme de ustedes.

Como una muestra de cariño, Martha se acercó a sus hijas y les dio dos besos en la frente. Luego se posicionó a la altura de Ains y, con una mirada suplicante, le pidió por mi cuidado.

—Mi niña, tú eres la hermana mayor, así que debes estar muy al pendiente de tu hermana, debes celebrarle todos sus momentos tus de bondad y reprender todos aquellos que atenten contra ella misma o los demás.

Ains, que era conocedora de algunos de los arranques de su hermana, entendió y guardó el mensaje de Martha, mientras que Helmer, que era poco permisivo para lidiar con ese tipo de situaciones, se desentendió del tema.

—Bueno, bueno, mis mujercitas maravillosas, es momento de partir. Martha, me llevaré a las niñas, tú descansa y cuida de Lilith.

Helmer acarició con ternura el rostro de su esposa y ella respondió al gesto con una sonrisa corta que adornaba su rostro.

Martha había recomendado el cuidado de Frida a Ains, por lo que, desde que ambas habían salido de casa, la atención de la hermana mayor se centró en cada movimiento de Frida, mientras la pequeña intentaba escapar de su mirada.

En el vocabulario de Frida solo existía admiracion y respeto hacia Ains, la consideraba una verdadera hermana y esperaba de ella aceptación y amor.

Por eso, en el momento que Helmer había perdido la atención en la carretera y en la música de la radio, y Ains la llamó para acercarse a ella, Frida aceptó su invitación.

Las manos de Ains rozaron las de Frida y sus sentimientos conectaron.

—Frida, yo ya he comido y tú no has desayunado nada. Me preocupa que llegues así a la escuela. Quiero que comas.

—Tengo hambre… —mencionó Frida con inseguridad —, pero me cuesta mucho comer cuando el auto está en movimiento, a veces dejo caer comida.

—Eso no importa —respondió Ains sin separar sus manos de las de su hermana —, yo te ayudaré, te ayudaré siempre que pueda. También, quiero decirte algo.

Ains era una pequeña muy inteligente y mientras su padre canturreaba en el auto, aprovechó ese despiste para hablar con su hermana.

—¿Sobre qué quieres hablar conmigo? —preguntó Frida con un poco de comida en la boca.

—No hables con la boca llena, sé que tienes hambre; pero así no. Mamá me ha dicho que cuide de ti, también sé lo que pasó con Emma, todos en la escuela lo saben. Quiero decirte que te quiero, Frida y que soy tu hermana, estoy para apoyarte. Pero no quiero que te metas en problemas…

Frida admiraba a Ains, admiraba su carisma, su inteligencia la sorprendía, su belleza la deslumbraba y su amor hacia ella le hacía tener esperanza.

—Frida —llamó Ains a su hermana, el cariño en sus palabras alivió el corazón de Frida —, ¿estás bien?

—Sí, estoy bien —respondió un poco conmovida.

—No creo que seas una mala niña, como algunos quieren hacerme creer, solo debes mejorar cada día. ¿Entendido?

Aunque en ese instante, Frida podía diferir un poco con la opinión de su hermana, aceptó su forma de expresar su amor hacia ella y, sin pensarlo, dejó caer su peso sobre Ains.

—Te quiero, y espero que tú lo hagas de verdad también.

Al llegar a la escuela, ambas niñas se separaron de su padre y, con un movimiento de mano, se despidieron de él. Posteriormente, mientras la charla sobre el día a día se acorrtaba, Ains, con una media vuelta separó los caminos de ambas y con palabras de ternura le prometió a Frida que se verían en el receso, así se dirigió hacia su sección, al llegar a la puerta del aula se reencontró con su grupo de amigas.

Todas las chicas, acostumbradas a la calidez de Ains, abrieron sus brazos para recibirla, Frida no pudo evitar sonreír y pensar en cómo se sentía ser recibida de esa manera.

Por el contrario, a unos cuantos pasos de distancia, se encontraba el aula de clases de Frida, al llegar a la puerta de clase, el clima hostil la anrazó y apretó todos sus sentimientos, sentía que todo dentro de ella explotaba. Las miradas de sus compañeros enfriaban sus saludos de cortesía, su distanciamiento y sus rostros de perfil demostraban desinterés en ella. De esta forma, Firda decidió ingresar al salón en silencio, mientras las miradas serias hacían ruido en su mente.

Frida realizó un rápido escaneo y buscó a Alice, su mejor amiga y la niña que aún toleraba el carácter insoportable de Frida. Alice notó la mirada confundida de su amiga y, para que se percatara de su presencia, levantó su mano derecha e hizo un gesto para que se acercara.

—Siéntate —dijo Alice y le enseñó el espacio que había apartado para ella. Frida obedeció ante su petición —. Todos están hablando de lo que hiciste ayer, lo que pasó con Emma. Por eso y otras cosas están así contigo.

Aunque la pequeña Alice intentó disimularlo, Frida notó su ceño fruncido. Sin embargo, Alice, con una sonrisa, quiso desviar la atención.

Frida también intentó ignorsr ese gesto y se centró en el pizarrón vacío. Por primera vez, Frida dudó de la amistad que mantenía con Alice. ¿Se suponía que debían tolerarse todo no?

—¿Pasa algo? —pregunta Frida de forma casi inconsciente.

—No, no pasa nada —respondió la niña con un poco de inseguridad —, solo te lo decía para advertirte.

—No importa que estén así conmigo. Debería entender que Emma es una niña llorona, nada más. Se suponía que era mi amiga y no soportó ni un poco.

Alice, que comprendía muy bien el sentir de Frida, omitió cualquier tema relacionado a Emma y, para culminar la conversación sobre ella, dijo:

—Tienes razón, ya no vale la pena seguir hablando de ella. Dime, ¿viste el programa que te dije?

Aún con desconfianza por el actuar de su amiga, Frida respondió a medias.

—Se me olvidó; te prometo que hoy lo haré. ¡Pero te tengo una buena noticia! —exclamó Frida para captar la atención de su amiga.

Alice no pudo evitar aplaudir y sonreír ante la noticia de su amiga.

—¿Qué es? ¿Qué es? Ya dilo.

—Traje esto —Frida mostró un balón —, quiero que hoy juguemos. ¿Te Parece bien? Así pondremos a prueba algunas cosas…

—¿Cómo cuáles? —preguntó emocionada Alice, su inocencia le impidió ver la astucia de Frida y el doble sentido de sus palabras.

—Pronto lo notarás y tendremos respuesta a eso.

El receso simbolizó un momento de tranquilidad para disipar todas las miradas hostiles hacia Frida, también, la sonrisa de Alice había calmado la ansiedad de la pequeña que, poco a poco, intentaba olvidar el percanse con su amiga.

Ambas pequeñas, guíadas por la emoción, se dirigieron hacia el patio. En una de las esquinas, Emma jugaba con su nuevo grupo de amigas, mientras que con unas esporádicas miradas, ella intentaba reencontrarse con Alice.

Como la presencia de Frida le impedía responderle a su otra amiga, Alice decidió mantener la mirada fija en un solo punto y así ignorar a Emma.

La pequeña interacción entre ambas causó el mal humor de Frida y, con fuertes palabras, quiso llamar la atención de mi Alice.

—Es momento de jugar —dijo Frida y aclaró su garganta para intimidar a Alice —, debemos apresurarnos, si no quieres que el recreo termine y no hagamos nada.

Frida mostró cierta habilidad con la palabra y, sin titubear, Alice aceptó la «sugerencia», casi orden de su amiga.

La ingenua Alice respondió con un débil:

—Oh, es cierto. ¿Qué quieres jugar? Aún no me los has dicho, solo me has dado pistas.

La emoción regresó a Alice y Emma dejó de ser un motivo de distracción. Frida agradeció por el comportamiento sumiso de su amiga, no obstante, su molestia aún no se marchaba y persistía en cada una de sus respuestas.

Frida notó mucha curiosidad en su respuesta, así que, para no hacerla esperar, expresó:

—¡Acabo de inventar un juego! —gritó y Alice retrocedió un poco.

Poco a poco, Frida intentaba ignorar su malestar y enfocarse en disfrutar la compañía de Alice, pero, a la vez, deseaba conocer qué tan leal era Alice con ella, que tanto la consideraba su amiga y solo existía una forma de corroborarlo: una prueba, una prueba que mostrara por completo su forma de ser.

Si ella aceptaba cualquier tipo de comportamiento de su parte, significaba que Alice quería por quién era, sin importar que, sin importar todo lo que hiciera.

—¡Dime, dime! —Alice acompañó a la emoción de Frida.

—Se trata… —Frida hizo una pequeña pausa para crear suspenso y así ganarse la total atención de Alice.

Los ojos de Alice se iluminaron y, en una postura de sumisión, se aferró al cuerpo de Frida.

—Como te mostré antes, he traído un balón y quiero que juguemos fútbol.

La propuesta de Frida desilusionó a su amiga y, con la expresividad de su rostro, Alice le transmitió su decepción. No obstante, arrepentida de mostrar su sentir, con un intento de alegres palabras, Alice quiso complacer a Frida..

—Pero… Frida, ¿ese juego ya no existe? —El jugueteo de sus manos delataba su decepción —. No compren… —intentó mencionar con su habitual tono dulce.

No obstante, Frida, que ya tenía un plan, impidió que Alice la interrumpiera y, para cuidar su imagen delante de su amiga, ella misma continuó hablando.

—Sí —dijo con voz firme —. Solo que esta vez tiene un algo más —agregó triunfante y recuperó el interés de su amiga.

Frida retomó el control y su sonrisa se adueñó de su rostro; Alice manifestaba, de nuevo su interés, y con preguntas cortas, pero alegres, elevaba su ánimo y el ego de Frida.

—¡Ya dilo! ¿El qué? ¿El qué? —la niña daba pequeños saltos y maltrataba el uniforme escolar de Frida.

La energía de Alice hizo recordar a Frida sus mejores momentos juntas, por lo que, con ternura, apartó la mano de su amigo y decidió que era momento de dejar de hacerla sufrir.

—Tranquila, tranquila —respondió frida para imitar su tono. Ella trataba de no reprimir su emoción —. Haremos penales, ¿te parece? La única diferencia que habrá es para marcar el gol.

—¿De qué hablas? —respondió aún más alucinante.

—Para que se considere un gol válido, el balón tendrá que ingresar junto con el portero. Ahora, vete a la meta —ordenó.

El comportamiento freneticó de Alice había llamado la atención de muchos niños que, por un instante, desearon ser parte del juego.

—Pero Frida… —Alice intentó excusarse, sin embargo, las manos de Frida la apretaron y la obligaron a moverse hasta el lugar que Frida le había indicado.

Pata Frida, era el momento de que Alice demostrara que era su verdadera amiga.

—Frida, es que creo que no he entendido muy bien —Alice reafirmó su idea, pero, era incapaz de contradecir a su amiga, pues no quería hacer sentir mal a Frida.

—Es simple —mencionó Frida de manera confiada —, el portero tendrá que ingresar con todo el balón para que se considere gol. ¿Alguna otra duda?

Las palabras intentaron salir de la boca de Alice, sin embargo, con un suspiro de indignación, empezó un pequeño debate con Frida.

—Es que… Frida, considero que eso puede ser peligroso para cualquiera de las dos.

—Anda, no seas llorona Alice. Yo quiero jugar y es algo que me ha parecido interesante. Se supone que eres mi mejor amiga, ¿a caso no te parecen mis gustos? ¿No te parecr mi forma de actuar?

La explicación de Frida causó la resignación de Alice, solo con la compañía de su amiga, ella caminó hacia la porte. Y los demás, que se habían unido minutos atrás, se limitaban a observar y a criticar a Frida entre su surros.

—¿Estás bien? —preguntó Frida.

—Estoy bien —cedió Alice ante su insistencia —, jugaré contigo. Eres mi amiga y te quiero, Frida, pero… Pero si me siento cansada, o algo me duele, detendremos el juego, ¿sí?

Frida no respondió a sus suplicas y, para ignorar sus palabras, tomó el balón entre sus manos y lo colocó justo en el punto de penal.

Frida sabía que la miedosa y didutatiba Alice fallaría en su intento por atrapar el balón.

—Serán tres penales, luego, hacemos cambio y te tocará patear a ti —anunció Frida. Toda la escuela se unía para presenciar el momento.

Alice cerró los ojos, Frida tomó distancia del balón, hizo un pequeño recorrido para llegar de nuevo a él y, con todas las fuerzas que su cuerpo le permitía, ella pateó el balón

Frida abrió sus ojos para ver el resultado , no obstante, la fuerza del pateo no determinó la dirección correcta de la pelota y tan sólo se encontró con una asustadiza Alice, suscuerpo temblaba y sus piernas formaban un casi perfecto triangulo.

Frida odiaba perder, Frida odiaba sentirse menos que alguien más y, aunque Alice no había atrapado el balón con sus manos, maldecía a la suerte de su amiga por haberla protegido y haberle quitado un gol.

—¡Tranquila! —gritó Frida y asustó más a su amiga —, apenas es el calentamiento. Desde ahora, sí se contarán tres tiros.

—Frida… —mencionó Alice en un tono apenas audible para Frida —, ya fallaste el primer tiro. Solo te quedan dos.

—¡Aún no! —exclamó Frida —, ya te dije que me faltan tres tiros. El primero solo fue calentamiento. Luego te daré tu turno, tranquila.

Alice decidió callar ante los gritos de Frida y, con suma concentración, pero sin despojarse del miedo, intentó enfrentar los tiros de Frida.

Por su parte, la molesta Frida adoptó una postura un tanto más hostil y, con más fuerza que antes, volvió a patear el balón. Esa vez, el poste derecho impidió que la pelota ingresara y lastimara Alice.

La impotencia golpeaba el orgullo de Frida y una sonrisa, aunque no triunfante, sino más bien de alivio, por parte de Alice provocaba a las emociones inestables de Frida.

—Ya solo falta uno… —suspiró Alice, aliviada, porque el juego estaba cerca de culminar.

Frida ignoró las palabras de su amiga y más decidida que antes, pero con menos energía, repitió los mismos movimientos y, nuevamente, Alice cerró sus ojos y esperó a que su suerte la salvara.

El tiro de Frida se desvió y Alice gritó de alegría.

—¡Ya! —dijo la pequeña y saltó al lado de Frida.

—No creas que es tu turno —expresó Frida y tomó a Alice del brazo. Después la llevó hasta la porte.

—Frida, yo ya no quiero seguir jugando —chilló Alice —, ni siquiera iba a pedir mi turno. Solo fue un empate.

—¿Empate? —preguntó Frida —, tú estás loca. Quiero ganar.

Rompiendo las reglas y volando la seguridad de su amiga, Frida se colocó mucho más adelante del punto de penal y empezó a tirar el balón, con sus propias manos, en el rostro de Alice. En un par de ocasiones, aprovechó el reboté para volver a tirar el balón hacia la cara de su amiga.

—Frida, ya basta… —suplicó Alice. La niña colocó sus brazos en forma de «x» para protegerse de los ataques de Frida.

—¡Te he ganado! —respondió Frida, muy consciente del daño que había causado en su amiga.

Frida esperó el reconocimiento de sus compañeros por el triunfo, sin embargo, la atención de ellos se centró en el bienestar de Alice.

—Frida… —Alice llamó su nombre con demasiada decepción. No podía creer lo que su amiga le había hecho vivir —, me has lastimado, me has lastimado solo, porque no has podido ganar.

—¡Todo lo que dices es mentira! Al final, yo he remontado y te he ganado.

Alice aprovechó el momento de valentía, ya que los demás la resguardaban, y expresó:

—Ganaste con trampa, ganaste rompiendo las reglas y lastimandome. Siempre te consideré mi amiga y te he querido, pero no puedo aceptar estas actitudes que tienes. Deberías cambiar, Frida.

Las palabras de Alice la hicieron fallar en la prueba de Frida. Cambiar, ¿por qué le pedía cambiar si era su amiga? ¿Por qué?

Tan solo debía dejar que Frida se comportara como quisiera.

Las palabras de Alice abrieron la herida más grande de Frida: no sentirse aceptara por quien era. Así, en un susurro, mientras los demás niños alejaban a Alice de Frida, ella se preguntó:

—¿Cambiar? ¿Por qué cambiar? ¿No se supone que que las persona que te quieren deben amarte por quien eres? Si fueses mi amiga de verdad, no me pedirías eso.

Capítulo 2: Porque soy yo II

Ser el centro de atención no te convierte en la estrella. Esa era una frase que a Frida le había quedado muy en claro.

Frida se encontraba rodeada de personas y de miradas recriminatorias, sus pequeños cuerpos formaban un círculo que intentaba aplastarla poco a poco.

En medio de la multitud, la valentía de Alice crecía y sin titubear dejó escapar sus palabras:

—No te quiero cerca de mí. Nunca más —mencionó con desprecio mientras los demás se dedicaban a observar y a seguir el paso de su amiga.

Para Frida, Alice había reprobado su mayor prueba. Se sentía decepcionada y traicionada por su mejor amiga. Aún así, le costaba aceptar las palabras que Alice le dedicaba y, por un instante, creyó que era efecto del enojo. Por ello, decidió restarle importancia a las palabras de su mejor amiga y esperar a que las emociones disminuyeran.

—No importa. Estoy segura de que mañana me hablarás. Y si no lo haces… tampoco me interesa —No dio ni una explicación más.

Frida consideraba a Alice como su mejor amiga y Alice la consideraba a ella como la suya. Por tal motivo, Frida se preguntaba: 《¿por qué no podría aceptarme si supone que los seres queridos estaban para amarte y no debían cuestionarte nada?》

La seguridad que le daba el vínculo que las unía, le permitió enfrentar la situación con altiveza e ignoraba los comentarios de los otros niños y ahuyentaba a otros con su mirada y su presencia al caminar.

Y si Alice no la aceptaba, si Alice no le volvía a hablar, Frida la descartaría como un ser querido, ya que su mejor amiga estaría rechazando su forma de ser y eso significaría que no la amaba por quién era.

Frida abandonó a Alice y se marchó del lugar. Esperaba obtener la respuesta definitiva de Alice más tarde, cuando sus sentimientos encontraran tranquilidad y su cabeza serenidad.

Ese día, Frida hizo algo muy opuesto a lo que normalmente hacía: sus quejas y murmullos, que siempre guardaba en silencio, encontraron familiaridad en el vínculo de su hermana Ains y, sin miedo a hacer juzgada por su propia sangre, contó lo sucedido con Alice.

—Pero eso es algo grave, Frida —expresó Ains un poco aterrorizada por la narración de su hermana —. Alice ha sido una buena amiga y persona contigo.

Frida ignoró la preocupación de su hermana por Alice y, para reafirmar su forma de pensar, se aferró más al asiento del bus.

—Alice no me comprende, debería hacerlo. Simplemente soy así, ¿es tan difícil de entender? Es como que te diga a ti, Ainslyn, que dejes de tener ojos claros. Es algo que es tuyo y no puedes cambiar. Pero es muy probable que mañana me hable.

Los labios de Ains intentaron moverse. Sin embargo, un suspiro cansado cortó su iniciativa, y el incómodo movimiento del auto bus, les avisó a ambas de su llegada.

Ains amaba a su hermana y sentía el deber de cuidarla. Pero, en muchas ocasiones, no sabía cómo realizar ese trabajo.

Así que, con una frase a interpretaciones del oyente, la hermana mayor decidió finalizar la conversación con Frida:

—No lo sé, Frida, deberías pensarlo mejor.

Esa frase no desmoronó la seguridad de Frida y, con su típica actitud de tener la razón, dijo:

—Estoy casi segura de que mañana me hablará, tiene que… Si no…, no importa.

Frida intentó perseguir a su hermana para continuar con la conversación; pero con pasos cortos y hábiles ella marcó la distancia y puso un límite al acercamiento. De esta forma, llegó mas rapido hacia la puerta. Pero luego de tanto luchar por acortar la distancia con su hermana, Frida lo logró, pues la puerta detuvo el avance de Ains; pero la llegada de Martha significó la salvación para la hermana mayor, ya que no deseaba hablar más sobre el mismo tema.

—¡Hola, niñas! —saludó la madre muy alegre y las acogió a ambas con sus brazos.

Como de costumbre, Martha preguntó a ambas niña sobre las actividades de su día. De forma cronológica, solo omitiendo la conversación con Frida, Ains le contó todo a su madre. Frida aprendió, casi al instante, de la forma de hablar de su hermana y mencionó todo, menos el altercado con Alice. Y para no permitir cuestionamientos, la pequeña contratacó al interés de su madre con un par de preguntas:

—¿Dónde está papá? ¿Por qué no pasó por nosotras hoy?

Martha, que siempre trataba de dar lo mejor de sí misma, se rascó la cabeza y, para la defensa de su esposo, confesó:

—Él está con Lilith. Lamento mucho no poder haber ido a recogerlas, pero no se siente muy bien. Creo que le ha dado gripa.

Sin importarle la respuesta de Martha, Frida, con pisadas suaves, se adentró más en su casa. Sintió que Ainslyn la seguía, pero con mucho silencio, su hermana mayor buscaba pasar desapercibida.

A la mañana siguiente, el sol se ocultó en medio del gris de las nubes. No obstante, la suave luz del cielo fue capaz de avisar sobre la llegada de un nuevo día, así que, como un grupo de actores que repetían la escena una y otra vez, todos en la casa King tomaron su rol matutino y cumplieron con sus que haceres.

Esa mañana, el distanciamiento de Ains y su hermana disminuyó y durante el viaje hacia la escuela, la pequeña solicitó la compañía de su hermana Frida. Frida fue incapaz de negarse a la petición de Ains y le entregó un gran momento de seguridad, donde ambas pudieron hablar con confianza, momento que su hermana aprovechó para darle consejos y estudiar cada información que salía de la boca de Frida.

Al llegar a la escuela, Ains, con la cordialidad y diplomacia de todo un político, se despidió de Frida y de nuevo, las dos recorrieron caminos diferentes. Frida consideraba que, desde la niñez, los caminos de su hermana mayor y ella solo tenían un punto de encuentro, y luego, tenían que separarse.

Al ingresar al salón de clase, las cuatros paredes, debido al clima, la recibieron con poca comodidad. Las miradas de sus compañeros, que solo se atrevían a mirar su espalda, al ver el rostro de Frida se refugiaban en la cobardía y se disipaban en segundos.

No obstante, Alice, que tenía un amplio conocimiento de Frida, sí pudo sostener la interacción de miradas con ella.

De esta manera, Frida tomó la mirada de Alice como una bandera blanca y, sin entender las señales no verbales, la pequeña corrió hacia su amiga. Con una gran sonrisa, Frida la saludó; pero Alice respondió a ese saludo con palabras hostiles.

—¿Qué quieres, Frida? —preguntó severamente e intentó recoger sus cuadernos para huir de ella.

Mientras la mirada del maestro no estaba encima de las chicas, la interacción entre ambas no se limitaba a sólo miradas. Así que, sin ningún tipo de vergüenza ni nada que temer, Frida hizo una petición atrevida que despertó aún más el enojo de Alice.

—Hoy quiero sentarme contigo, Alice.

Alice, casi de inmediato, sin darse un tiempo prudente para pensar con claridad, respondió con severidad.

—No, yo no quiero tenerte cerca. Ya te lo dije ayer.

Emma, que era la niña menos discreta del salón de clase había observado todo entre Frida y Alice, así que, aprovechando el momento de disturbio de sus dos compañeras, levantó sus manos para llamar la atención de Alice y dejar a Frida sola.

—¡Alice!

Frida consideraba que la voz de Emma era chillona y no tardó en irritarla.

—Ya que has rechazado a Frida —dijo con un tono de voz alto para dejar en vergüenza a la niña.

Todos empezaron a reír, incluida Alice. Eso molestó todavía más a Frida, y para no perder los estribos, acarició su cuello y, en ese instante, Emma temió por su seguridad

Emma conocía a Frida y sabía que, en cualquier momento, podía lastimarla si su tranquilidad se veía afectada.

Por compromiso y no por placer, ya que Frida, con su gesto, había anunciado su malestar, terminó su frase:

—Puedes sentarte conmigo…

Por un momento, la mirada suplicante, que Frida le dedicaba a su amiga, hizo tambalear a la niña en sus propias decisiones. Mientras sus pies intentaban alejarse, sus ojos conectaron. Pero, al final, la presión de sus compañeros y su enojo le dieron la determinación para alejarse de Frida.

Ella dio media vuelta y se dirigió hacia donde Emma. Ignoró cualquier tipo de deseo o lástima que la hiciera retroceder.

—¿Por qué te alejas? —preguntó Frida. Ella habíado estado casi segura de que Alice la comprendería, ya que era su mejor amiga. En cambio, obtuvo su rechazo.

—Por tu comportamiento de ayer. Debes cambiar eso. No puedo aceptarlo.

Cambiar…
Cambiar…
Rechazo…
Rechazo…

Alice había reprobado la prueba… Alice nunca la quiso ni la amó.

Durante el recreo, Frida no encontró la valentía ni las palabras adecuadas para volver a dirigirse a su amiga, así que, aferrada a un columpio, decidió guardar sus palabras en su garganta, mientras servía como la primer admiradora del juego de los demás.

Alice lo había dejado muy claro: no se quería acercar a ella por su forma de ser. Así que Frida tampoco rogaría su amor.

Frida notó que Alice sonreía más de lo normal, más que cuando compartía esos mismos momentos con ella, de esa manera, Frida se percató que cuando su sonrisa se encendía la de Alice se apagaba.

A lo lejos, en un rincón, un poco alejado del resto de los compañeros de grado, los ojos de Frida reconocieron la figura de su hermana mayor, pensó en correr hacia ella y unirse a su grupo de amigas. No obstante, Ainslyn fue más rápida y, a lo lejos, captó el desanimo de Frida.

Con un poco de preocupación y seriedad, porque tenía algunas dudas para su hermana, pero sabía que no era el momento para hablar, Ains se dirigió a Frida de una forma un tanto casual.

—¿Pasa algo? —preguntó antes de entrar a un terreno desconocido.

Frida notó la inseguridad en su hermana, así que, para descartar cualquier momento negativo o desagradable, ella relajó la postura de su cuerpo, y un poco más despreocupada, contestó:

—No pasa nada, solo que… —hizo una pequeña pausa que pudo delatar sus verdaderos sentimientos. Pero no permitió que el rechazo de los demás estropeara la invitación de su hermanama. De esa forma, con fingido desinterés respondió —: es solo que no quiero jugar con mis compañeros hoy.

Ains, aunque sospechaba el motivo de la respuesta de Frida, tomó el camino del silencio y de la ignorancia, de esa forma, con un simple gesto, le indicó que podía entrar a una pequeña parte de su intimidad: su grupo de amigas.

El corto recorrido le dio el tiempo necesario a Frida para memorizar los rostros descontentos de las amigas de su hermana y el rechazo de su adhesión al grupo.

Pero Frida, que quería demostrarles que no podían vencerla con su hostilidad, tomó el brazo de su hermana y lo apretó con posesión. Con miradas host tenaces, aprovechaba las distracciones de Ains, para dirigirles su hostilidad.

—Hola —mencionó en un tono moderado y ellas, que estaban al pendiente de cada uno de los movimientos de la invitada, capturaron su sonido y respondieron con un escueto «hola».

Apenas parecía que habían pronunciado la última vocal.

—¿Cómo estás? —preguntó otra para disimular el desplante.

A pesar de que las chicas sabían el parentesco entre Ains y Frida, no les daban el mismo trato. Por eso, solo esperaban que Frida respondiera y ellas intentaban abstenerse de una conversación y solo le ofrecían un incómodo silencio.

Ains observó a detalle la situación y se percató del pequeño desplante hacia su herma y, con una serie de cuestionamientos, intentaba detener el mal comportamiento de sus amigas.

Mientras sostenian un pequeño encuentro, las voces de las chicas hicieron que Frida respetara su espacio. Se movió hacia un lado para no intervenir.

Ante las explicaciones de las chicas, las palabras de Ains perdían poder, no les agradaba la idea de integrar a Frida al grupo. Con una voz firme y demandante, las tres, al unísono, apagaron los susurros a medio terminar de Ainslyn.

Segundos después del dominio de las chicas, con un buen discurso por parte de Ainslyn, y una buena diligencia, ella recuperó el control. Ahora la voluntad de las chicas tambaleaba.

Para ayudar a su hermana, Frida se acercó al grupo. Pero la sentencia de una de ellas, la dejó estática.

—Ains… —dijo con un suspiro para recuperar el aliento y la paciencia —, lo único que no queremos son problemas. Sabemos que es tu hermana, pero otros niños se han quejado de su comportamiento agresivo. Hace unos días le pegó a Emma y ayer nos dimos cuenta del juego que se tenía con su compañera. No queremos problemas con nuestros padres ni con los maestros. Pero podemos hacer un esfuerzo.

Ainslyn se responsabilizó de los actos de su hermana e intervino en su defensa y rechazó la tranquilidad que tenía con sus amigas solo para integrar a Frida al grupo.

—Prometo que no pasará nada. Y, si sucede, yo me haré responsable.

Prometió como toda una adulta, pero el orgullo de Frida, que ya había sido lastimado por las confesiones de sus amigas, de inmediato, quebrantó el compromiso de su hermana.

—¿Puedo hablar? —preguntó a espaldas de las chicas.

Las niñas, ante la presencia de Frida, se asustaron. No obstante, después de unos segundos relajaron su postura.

Violet, la mejor amiga de Ains, que normalmente tomaba el liderazgo del grupo, le permitió hablar.

—Hola, Frida, claro que puedes hablar —expresó en un tono afable, pero sus constantes intervenciones no le permitían a Frida hablar con fluídez —. Pero antes quiero decirte algo: lamentamos habernos alejado hace un rato, es solo que… —El temor y el suspenso no le permitían seguir —, hemos escuchado cosas malas de ti y no queremos que esto repita. Lo que sucedió con Emma, lo que pasó ayer con tu amiga Alice. Nosotros no podemos aceptar eso.

Incapaces de expresarse con soltura, el resto del grupo asintió y aprobó la sugerencia de su líder y con un cruce de brazos, demostraron la severidad, mientras que Ains, que ya conocía la opinión de su hermana, se alejó y tomó una posición neutral.

—¿Cambiar? ¿Rechazar? —dijo Frida con tono irónico que fue confundido con falta de comprensión.

—Sí —mencionó Violet con amabilidad —, me refiero a que debes dejar de hacer ciertas cosas que están…

La menor de las hermana interrumpió su discurso con palabras que, para ella, formaban parte del camino de su vida.

—No necesito que me digas nada, porque conozco esas palabras; pero nunca las comprenderé. Solo te diré algo —Ains intentó callar a su hermana. No obstante, la velocidad de la explicación de Frida aplastó toda su determinación —, las personas que son tus amigos, tus papás, hermanos o familiares, deben aceptarte tal y como eres. Ese es el verdadero y único amor.

La explicación de Frida molestó a Violet y dirigió una mirada a su mejor amiga. Ainslyn estaba cerca de intervenir y explicar la situación. Sin embargo, el comportamiento y palabras imprudentes traicionaron a Violet. Sin medir la fuerza de sus palabras, la niña gritó:

—¿Te das cuenta! Tu hermana… —Ella hizo una pausa para recuperar el aire y para ordenar sus pensamientos. Pero, en su lugar, encontró más reproches y todo estalló —: Tú hermana es una maldita demente y loca. Para ella es normal comportarse como un animal agresivo y…

Frida no le permitió culminar y ante su arrebatado desacuerdo, ella aprovechó y tomó su libreta entres sus manos.

—¡Maldita! —gritó Violet en contra de Frida y provocó aún más las ganas de venganza de la chica —. Dame eso, no te pertenece. Es mío.

—No te lo daré —sentenció Frida. Con mucha ira, destrozó cada una de las hojas de la libreta de Violet.

El grito de Ains ensordeció los oídos de todos los presentes y ante el miedo de su hermana, Frida continuó con acciones severas.

—Frida, por eso nadie te acepta en su grupo de amigas; por eso nadie te quiere.

—No me importan las personas que lo único que desean es cambiarme. Solo aprecio a aquellas que me quieren y aceptan tal y como soy

Frida sustituyó las palabras sinceras de Violet con gritos de dolor y, sin pensar en las consecuencias ni en la relación que Violet tenía con su hermana, enterró la punta del lápiz en la piel de la otra niña, una y otra vez, sin cansancio, hasta formar una larga línea de agujeros en su brazo.

La sangre de Violet manchó el color blanco de los zapatos de Frida, sus lágrimas limpiaron las gotas de sangre en la manos de Frida y sus gritos llamaron la atención de todos.

Esperaba el consuelo de Ains, después de todo, ella era su hermana, su querida hermana, sin embargo, en su lugar, Frida obtuvo el repudio de su mirada y sus sentimientos auxiliaron a los de Violet y reprendieron los de ella.

Para buscar fuerza, donde solo había dolor y rechazo, Frida enterró sus uñas en su propia piel. Las manos de la niña contuvieron la sangre.

Frida controló sus pensamientos y silenció sus palabras. Los reproches de Ains golpeaban sus oídos y Frida buscaba un desconecte de la realidad. Sin embargo, el encaramiento de su hermana lo impidió y, para corroborar que Frida escuchaba todo lo que ella decía, Ains se posicionó frente a ella:

—¿Por qué has hecho esto?

La mirada de Frida debilitaba la voz de Ains, sus ojos parpadeaban; su dolor intentaba esconderse.

Frida respondió con silencio, pero no conforme con su necesidad de información, Ains demandó aún más fuerte —lo único que su carácter prudente le permitió —, así Ains tomó los hombros de su hermana para que la viera a los ojos.

—¿Por qué has hecho esto? ¿Por qué me obligas a hacerte esto?

Los gritos de dolor de Violet le impedían concentrarse y, por un instante, Frida perdió el orden de su propia cabeza.

—¿Hacerte qué? —respondió Frida con frialdad.

—A sentir repudio hacia ti…

Ains bajó la cabeza. Todo ese tiempo, había sido incapaz de expresar sus verdaderos pensamientos sobre el comportamiento de su hermana, por eso, recurrió a la hipocresía como un medio para mantener la relación.

Sin parpadear, Frida levantó el rostro de su hermana y la obligó a que la viera. Con decepción y sin titubear, le dijo:

—¿Te has sentido obligada a quererme? ¿Por qué no solo lo haces?

—Yo… —Ains respiró profundamente para recuperar aire —, yo te quiero; pero no puedo tolerar lo que haces.

Luego de eso, Ains no le tomó importancia a la confesión de su hermana y al notar que muchos de sus compañeros estaban ayudando a Violet, tomó a Frida de las manos, como la voluntad de la chica ya se había debilitado, se dejó guiar por el camino de su hermana.

—Ven… Ahora mismo te llevaré a la dirección y les diré todo lo que sucedió.

—¿Por qué me haces esto? —sollozó Frida.

Frida suplicó por la comprensión de su hermana, al contrario, obtuvo una respuesta del porqué la consideraba un ser despreciable, un ser que no merecía ser amado.

Las lágrimas de Frida marcaron el camino, así como el ritmo de sus preguntas, por un momento, Ains tambaleó ante los cuestionamientos de Frida y sus propias respuestas la derrumbaban emocionalmente.

—Se supone que eres mi hermana, se supone que debes amarme sin importar que; pero te posicionas a favor de ella, de una desconocida. ¿Por qué? ¿Por qué ella sí tiene ese derecho? ¿Por qué? ¡Responde!

—Tú no entiendes —dijo como escudo y haló aún más fuerte a Frida —, todos en la familia te amamos, eres mi hermanita y para papá y mamá, eres su tesoro; pero no podemos aceptar esto.

Antes que ella se explayara en el tema, Frida la silenció con su respuesta:

—Esos comportamientos son parte de mí, entonces si no los aceptan, significa que no me quieren.

—¡Cállate! —explotó la perfecta Ains.

Ambas niñas llegaron a la dirección. La directora y los consejeros encargados, como todos unos jueces, ya las esperaban en la entrada de la dirección. Frida, al ver el rostro de sus maestros, predijo cuál sería el veredicto.

Una sola miraba bastaba para notar la decepción que ellos tenían de ella.

《¿Hasta cuándo dejaré de ver los mismos ojos?》 Pensó Frida.

—No hace falta que expliques algo, ya su maestra guía nos ha informado lo ocurrido. Así que, por favor, pasen.

Ains, la persona a la que Frida tanto admiraba y consideraba su cómplice, se entregó por completo al mismo patrón de pensamientos que tenían los demás sobre Frida. Frida consideraba que su hermana la había entregado a la realidad, la había entregado a los prejuicios.

Frida se sentía rodeada de enemigos. Sin posibilidad de defensa, tomó una postura sumisa.

—Tus padres ya vienen en camino —dijo la consejera.

La directora y los consejeros ordenaron a las niñas a ingresar al salón y Ains, cmo si fuera un policía, con la mayor seguridad y severidad, escoltó a Frida hasta el escritorio. Frida sentía que su forma de ser era consideraba un delito y que sus seres queridos estaban listos para sentenciarla solo porque era ella.

—Esperen aquí. No daremos inicio a la conversación hasta que sus padres estén presentes —avisó la directora.

En ese momento, ella recibió una llamada, la directora no dudó en aceptarla e incluso, antes de responder, anunció quienes eran.

—Son tus padres. Al parecer están cerca de llegar a la escuela.

Para evitar que Frida escuchara la conversación, ella tomó distancia y se llevó la conversación a otro lado.

Mientras tanto, Ains, para evitar el contacto visual con su hermana, se posicionó atrás de Frida. Ainslyn sabía que Frida tenía que lidiar con la presencia de los maestros, por lo que, no tenía permitido darse la vuelta.

La directora, que ya estaba cansada del comportamiento de Frida, por un momento le falló a sus principios y, con un simple aviso, intentó infundir miedo en Frida:

—Tus padres llegarán en cinco minutos, lo que quiere decir que, entre ellos y yo arreglaremos esto.

La consejera, opacada por la personalidad atrevidad de la directora, mantuvo sus quejas en susurros y movimientos.

El correr de los segundos alteró el malestar de Frida y, como sabía expresarse poco, empezó a arrancar la cutícula de sus uñas y cuando ella quitó la última, sus padres hicieron acto de presencia.

Los señores King, al notar la presencia de Ains, su sonrisa se iluminó. Sin embargo, al ver a Frida, su malestar regresó y su atención se centró en el problema.

Sin esperar las palabras de la directora y, dirigiéndose por el silencio, Martha se ubicó frente a Frida y su sombra terminó por cubrir el cuerpo de su hija. Sus brazos formaban dos perfectos arcos que simbolizaba una cárcel y su padre, que normalmente era la llave para escapar, desapareció del rango de visión de Frida.

—No puedo creer que hayas hecho todo esto —mencionó furiosa y decepcionada —, justo hace dos días lo habíamos hablado y creí que lo entendías; pero ya veo que tus expresiones son vacías.

Martha no le dejó margen de reacción a Frida y, cada vez que su hija intentaba interrumpirla, sus palabras alcanzaban a las de Frida.

Gobernada por un poco más de tranquilidad, Martha se dirigió hacia la directora y para no perder la costumbre, ella pidió disculpas al grupo de maestros.

—Desde ahora lamento lo que verán, pero no puedo permitir esto

La directora no detuvo las intenciones de la madre y con acciones desatadas y desmedidas, Martha, sin esperar que la maestra culminara su permiso, bofeteó el rostro de su hija.

Debido a la nula costumbre a recibir golpes físicos, el cuerpo de la niña tambaleó y, para no vaer al piso, las manos de Frida se aferraron al cuerpo de su madre y aunque ella tambaleó con su hija, su firmeza las ayudó a mantenerse de pie.

Sin decir nada, el silencio de Frida esperó el siguiente momento de papá y mamá.

La directora, que tenía ele deber de impedir ese tipo de acciones, intervino y obligó a Martha a tomar asiento.

—Entiendame —se excusó Martha —, es muy difícil para mí tener una hija que se comporte así. He hecho todo para entenderla y aceptarla —contestó Martha y antes de tener una reacción de Helmer, ella sentenció —: No tendrás tu fiesta de cumpleaños, te lo advertí hace mucho. Tu papá y yo lo hemos decidido así, no merece celebrase ese día.

Las lágrimas de Frida le impedía tener una visión clara, aún así, con esfuerzo, ella logró encontrar la expresión de su padre y con ojos suplicantes le pedía ayuda. No obstante, con un ligero moviendo de cabeza hacia un lado, él se deshizo de la carga que su hija quería imponerle.

—¿Por qué? —preguntó sin sentido y los demás se encogieron de hombros —, ¿por qué? ¿Por qué mi día de cumpleaños ? ¿Por qué no otro día? ¿Es solo porque soy yo? —exigió Frida entre lágrimas.

Los docentes ignoraron los reclamos de Frida. Pero la voz de Helmer le dio una respuesta a su hija:

—Una fiesta de cumpleaños es lo que todos los niños desean. Es por eso.

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