Por fin, su poción estaba lista. Había encontrado los ingredientes necesarios en el bosque, y la remota cabaña que heredó fue el lugar perfecto para mezclar todo sin levantar sospechas.
Un trago del burbujeante caldero fue suficiente para comenzar la transformación. Sentía cómo cada nervio de su cuerpo le gritaba por el intenso dolor. Sus huesos y músculos se rompían y volvían a unirse una y otra vez. Su piel se estiraba hasta desgarrarse, cediendo por la presión del cuerpo que se expandía como si fuera a explotar, revelando una nueva piel cubierta de un espeso pelaje castaño rojizo. Las bellas facciones de su rostro se deformaban a medida que su mandíbula crecía y filosos colmillos reemplazaban a las preciosas perlas que antaño adornaban su sonrisa.
Cuando el proceso terminó, sintió su corazón como un lago en calma y su mente estaba tan despejada como un cielo sin nubes. La imponente criatura se sacudió los últimos retazos de tela roja que quedaban de la caperuza que llevaba. Después de la muerte de la abuelita, nada le impedía salir en búsqueda de su amado, y esta vez, no dejaría que ningún leñador se interpusiera.
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