Así de fácil fue el olvido para dos amantes que un día juraron amarse.
Él nunca dijo una palabra, y ella, cada noche, esperaba, porque sabía que ya había hecho todo a su alcance y no le correspondía, por decencia a sí misma, decir algo. Pero, como todo quedó en manos de él, no pasó nada.
Ella pasó su duelo recordando sus últimos días con él, marcados por su indiferencia y frialdad. Pasó juzgándose a sí misma por cada lágrima (no fueron pocas).
Ella creía que no merecía ese trato y, mucho menos, las últimas palabras con las que él se despidió:
«Te amo, pero no para los planes que hemos hecho.»
«Hay mucho que necesito y quiero hacer solo.»
Esas dos frases se marcaron en su memoria como ninguna otra cosa lo había hecho antes. Siempre se había juzgado por tener poca capacidad de retener información, pero el dolor de leer eso fue tanto que, con una sola vez, bastó para que se convirtieran en lo primero que pensaba al dormir y al despertar.
¿Te amo, pero no para los planes que hemos hecho?
¿Eso era posible? Ella pensaba en cómo se había sentido, en cómo vivió su relación. Sentía que cada mes con él era una confirmación de que quería construir algo juntos. Más allá de los químicos del enamoramiento, veía a su amado en su completitud, con sus luces y sombras. Elegía, cada día, amarlo; le recordaba cuánto lo amaba y cuánto esperaba ese futuro que habían planeado.
Pero esas palabras la hicieron asumir que, para él, fue todo lo contrario. Mientras ella se convencía a sí misma de que ese era su lugar, él, por su parte, cada día elegía convencerse de que no quería estar ahí. Sin embargo, en vez de asumirlo, eligió mentirle, eligió engañarla; prefirió mirarla a los ojos y decirle que quería todo con ella, solo para, un día, dejarla con todo el amor en las manos.
Por otro lado, él vivió su duelo recordando esporádicamente sus últimos días con ella, lo cálida y amorosa que había sido, su genuinidad al entregarle su cariño. Pero rara vez lo hacía; no le robaba el sueño ni interrumpía sus días. Él sentía que se había quitado un peso de encima, especialmente el peso de la culpa de estar con alguien a quien no quería.
Solo le quedaba lo bueno, y cuando esos recuerdos llegaban, se recordaba a sí mismo todo lo que quería hacer solo, y se le pasaba. Él ganó, porque, a su edad, no podía permitirse perder el tiempo, y ella era eso: una pérdida de tiempo.
¿»Hay mucho que necesito y quiero hacer solo»?
Ella pasó muchos días preguntándose en qué momento encadenó a su amado para que le dijera eso, si todo el tiempo fue libre de hacer lo que quisiera. Le costaba entender por qué sentía que, estando con ella, no podría hacer cosas. Solo podía tratarse de algo: experimentar con otras personas. Era lo único para lo que alguien necesitaría estar solo.
Ella creía que, fuera la razón que fuera, nada de eso era justo. ¿Por qué justo cuando estaba con ella se dio cuenta de que quería estar solo? No lograba entender esa pregunta, porque, para ella, solo hubo seguridad. Se metió con él con la certeza de querer construir algo.
Siendo menor que él, había entendido que amar no era solo la sensación bonita de cuando conoces a alguien por primera vez. La vida le había enseñado que amar también era una elección. Tú eliges amar y ser amado. Y ella había elegido por primera vez.
Pero, lastimosamente, eligió a alguien que no sabía lo que quería.
Se quedó con las palabras de un amigo, quien en si intento de acompañarla en la ruptura, dijo algo que le ayudó a aceptar lo que pasaba:
«Él no es una persona valiente que está enfrentando sus emociones.
El amor no es alguien que te dice ‘te amo’, pero te deja con la incertidumbre de si mañana seguirá ahí. No es alguien que te llena de promesas solo para luego asustarse de cumplirlas. El amor no es esto. Y tú no deberías perder ni un segundo más sufriendo por alguien que, aunque diga lo contrario, ya te dejó hace mucho tiempo. Solo que le faltó valor para admitirlo.»
Díganme ustedes: ¿por qué sufre más una persona? ¿Por ser dejada por alguien que nunca la quiso o por dejar a alguien que la amó profundamente?
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