El silencio era mi templo, el calor un efecto pasajero, y la calma una necesidad de supervivencia. Fueron los minutos más sufridos que jamás he experimentado, y todo aquello llegó a mi para enseñarme el poder de la naturaleza y el valor de la vida.

Siempre lo recordaré: 4 cantos rocosos, 8 pinzas afiladas, una rama de árbol sobresaliente, unas 6 cintas exprés sin chapar y un precioso Lithop surgido de la piedra como metáfora de mi árida situación. Aquel fue el recorrido que mi tembloroso y exhausto cuerpo tuvo que recorrer verticalmente antes de llegar a zona segura. Acababa de escalar los últimos 7 metros de la vía hasta arriba sin cuerda; aún sigo sin explicarme cómo pude sacar fuerzas para seguir hasta el final, y aún menos, cómo pudo cortarse la cuerda mientras escalaba. Esa vía tenía muchos nombres, pero entre los escaladores más veteranos era conocida como la arrebatadora. ¿Por qué? Porque aquello que más te definia, aquello con lo que más seguro te sentías acerca de tus cualidades como escalador, la via te lo arrebataba mentalmente.

Fue entonces mi primera vez en Montserrat, aquella misteriosa y a la par majestuosa montaña que dividía el terreno en 3, la cara sur, la cara norte y la cara este. Yo decidí encaminarme en pleno agosto, probablemente la peor época para escalar en una zona tan calurosa como la cara norte de Montserrat. Aún así, este no era el principal problema que detenía a la gran mayoría de escaladores expertos a recorrerla, sinó su historia detrás de ella.

Se dice que la Moreneta, aquella Virgen del monasterio que fue santificada, fue en realidad un verdadero demonio. Solo són malas lenguas – decía siempre mi abuela – que no saben respetar la cultura de la zona.

En aquella fecha, entre el 3 y el 10 de agosto de 1564, Santa Eugenia de Montserrat, conocida posteriormente como la Moreneta debido a su procedencia africana, fue encontrada muerta a 3 km del monasterio. Posteriormente fue enterrada y, según un informe forense del año 1664, fue hallado su cuerpo fuera del ataúd, a unos 5 km del monasterio. Su cuerpo fue incinerado allí mismo debido a la dificultad del terreno para devolverla a su pueblo natal. Según cuenta el rumor, nunca fue realmente de descendencia africana, su verdadera identidad era un secreto que nunca se reveló.

Aquel aspecto extranjero era debido a maquillaje y brebajes de bruja – dice mi hermano – mientras recorro con la mirada Els Gorros de Montserrat en el camino de vuelta en coche.

—Nunca creí nada de lo que el tío Arnau nos contaba, siempre pensé que se lo tomaba como un juego.

—No es así Javi, te lo digo yo, que conocí más tiempo que tú al tío Arnau, hablaba tan en serio que a veces prefería no dar detalles sobre el tema, sobre todo cuando íbamos a veranear a Montserrat.

—¡Ha ha ha ha! Siempre estás con lo mismo Marcos, tu papel como hermano mayor valiente e intrépido se ha esfumado con los años, ¿qué te ha pasado?

    —No es un papel, Javi. Es solo que algunas cosas no deberían tomarse a la ligera.

    Mi hermano soltó un suspiro y miró por la ventanilla, su expresión reflejaba algo más que simple nostalgia. Había algo de miedo en su mirada, aunque intentara disimularlo con su tono burlón.

    —¿Y qué dices de la cuerda? —pregunté de repente, rompiendo el incómodo silencio.

    —¿Qué cuerda? —respondió él, volviendo a mirarme.

    —La que se cortó mientras escalaba. Aún no entiendo cómo pudo romperse de la nada. Revisé el material antes de subir, estaba en perfectas condiciones.

    Marcos se quedó en silencio unos instantes, como si meditara su respuesta. Luego se aclaró la garganta.

    —¿Recuerdas lo que decía el tío Arnau sobre la Moreneta? Que la gente que no debía estar allí… ella misma se encargaba de hacerlos irse.

    —No empieces con eso —bufé, sin ganas de seguir la conversación.

    —Solo digo que… no siempre hace falta una explicación lógica para todo. A veces las cosas simplemente pasan. A veces… alguien quiere que pasen.

    Su voz había bajado hasta volverse casi un susurro. Me estremecí involuntariamente. La carretera serpenteaba a través de las montañas y, por un instante, creí ver una sombra entre los riscos. Un reflejo, quizás. O tal vez, la silueta de alguien que nos observaba desde lo alto.

    No dije nada. El camino de vuelta continuó en silencio, pero dentro de mí, una sensación de inquietud se había instalado, y supe que jamás podría deshacerme de ella por completo. Montserrat había tomado algo de mí, y aunque había logrado salir con vida, una parte de mi mente, de mi confianza, de mi seguridad… se había quedado allá arriba, en aquella vía maldita.

    Y lo peor de todo… es que sentía que algo más también me había seguido de vuelta.

                                                                    FIN

    Etiquetas: ficción relato terror

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