Prologo: Cara Desconocida
Letti y Julián se conocieron en un pequeño municipio, separados por sectores, pero unidos por largas conversaciones nocturnas que tejían un puente invisible entre sus almas. Julián llamaba cada noche al salir del trabajo, y las horas se desvanecían entre risas y confidencias, como si el tiempo mismo se rindiera ante la magia de su conexión. Letti se sentía segura, tranquila, enamorándose de un hombre que parecía el sueño hecho realidad, la respuesta a todas sus plegarias. Las visitas a su casa, los postres caseros que Julián preparaba con esmero, cada detalle encajaba en el ideal que ella había construido durante años, el anhelo de un amor perfecto.
Dos años de cercanía, de paseos tomados de la mano, de besos robados bajo la luz de la luna, de promesas susurradas al oído. Dos años de construir un mundo juntos, un refugio donde el amor era el idioma universal. Pero entonces, la sombra de la distancia se cernió sobre ellos. Tres meses después, la noticia que cambiaría el rumbo de sus vidas: Julián debía viajar a Estados Unidos por trabajo, una oportunidad que prometía un futuro mejor, pero que también amenazaba con separarlos.
La despedida fue agridulce, una mezcla de promesas y lágrimas que se aferraban a sus mejillas como recordatorios de un amor que no quería extinguirse. Letti le regaló una cadena, un símbolo de su amor eterno, un lazo invisible que los uniría a pesar de la distancia. En el aeropuerto, la promesa de un «te extraño» constante, cumplida con llamadas diarias, mensajes que cruzaban fronteras y sorpresas a distancia que alimentaban la ilusión de un amor indestructible. Julián enviaba comida, helados, incluso le compartió su tarjeta, gestos que llenaban el vacío de su ausencia y mantenían viva la llama de la esperanza.
Seis meses pasaron volando, o eso parecía, entre la nostalgia y la ilusión de un reencuentro cercano. Julián regresó, y el reencuentro fue como un torbellino de besos y abrazos, una explosión de emociones contenidas durante meses. La chispa seguía ahí, o eso parecía, como una brasa que se reaviva con el viento. Citas en el cine, paseos por el centro comercial, regalos que celebraban su primer aniversario, como si quisieran recuperar el tiempo perdido. Todo era perfecto, como un cuento de hadas moderno, una historia de amor que había superado la prueba de la distancia.
Pero entonces, la burbuja empezó a desinflarse lentamente, como un globo que pierde aire. Un nuevo viaje a Estados Unidos, esta vez con menos certezas, con la sombra de la incertidumbre acechando en cada despedida. Julián, preocupado por su trabajo, por la inestabilidad de su situación, empezó a distanciarse, como si la distancia física se reflejara en su alma. Las llamadas se hicieron menos frecuentes, las conversaciones más cortantes, las risas se apagaron como velas consumidas por el viento. Letti intentaba ser un apoyo, una roca en medio de la tormenta, pero sentía que algo se rompía entre ellos, que la distancia no solo separaba sus cuerpos, sino también sus corazones. Cuatro años, dos de cercanía y dos de distancia, pendían de un hilo, amenazando con desmoronarse en cualquier momento.
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