Estaba en el recibidor del hotel donde me hospedaba por cuestiones de negocios en la ciudad, hace ya muchos años que no venía por acá, me decía a mi mismo, cuando me topé con ella. Una mujer voluptuosa, despampanante y hermosa, recuerdo que llevaba una falda muy corta, de esas que usan las estrellas de cine o cantantes modernos, con un escote que dejaba al aire más de lo que la mayoría de las mujeres que se llaman a sí mismas damas, permiten dejar a la imaginación.

Nuestro encuentro fue fortuito, efímero y fugaz, nos topamos de espaldas cuando ella preguntaba por alguien en el mostrador de la recepción del lugar.

Vi que saco un cigarrillo y el empleado del hotel sin pronunciar palabra alguna le señaló el letrerito de no fumar con desdén. Yo, aunque solo pasaron unos segundos, estaba atónito, embelesado viendo esa belleza siendo tratada tan fríamente por el dependiente. Casi entro a defenderla cuando en un instante me di cuenta, la idea me partió como un rayo la mente, era una scort, por eso lo revelador de sus vestidos y la indiferencia del empleado del hotel.

De inmediato me sudaron las manos, no soy ningún santo, pero nunca he sabido muy bien dirigirme a personas de ese oficio, me siento intimidado, pensando que las puedo ofender o algo parecido.

En ese instante la mujer de cabellera negra como la noche y cuerpo de paraíso se volteó y me mira, frunce un poco el ceño y me examina detenidamente con unos ojos marrones espectaculares, como si me reconociera, empiezo a transpirar copiosamente creyendo que ella desea iniciar algún coqueteo conmigo para llegar a una negociación de cama.

No dice ni media palabra, se dirige, contoneando esa perfecta figura y sabiendo muy bien que yo y todo hombre que estuviera dentro del lugar la viera andar a cada paso, a uno de los sofás que están en el amplio lobby del hostal de tres estrellas. Me quede congelado, babeando quizá, en un instante, el mismo muchacho que trató tan duramente a la chica, me despertó de mi letargo carraspeando su garganta y diciéndome si podía servirme en algo.

Me dirigí a mi habitación después de ese extraño pero bello encuentro, me acosté esa noche, inquieto, pensando en porque me había examinado la linda mujer de ojos cafés, haciendo memoria en el casual encuentro, recordé que al verle tan fugazmente el rostro, había notado que su edad era tal vez mayor a la que ella deseaba proyectar, sin más, tome un trago de agua y quede dormido, cansado de mis actividades de ese día y preparándome para al otro, donde debía de visitar personas que no conocía y tratar de cerrar negocios que en realidad no me importaban demasiado pero eran mi vida.

Al día siguiente, desperté y salí al restaurante de mi refugio nocturno dispuesto a desayunar, tenía un día muy atareado y debía cruzar la ciudad varias veces a todo lo ancho y largo, pensaba en tomar un desayuno cargado de energía. Estando en la ciudad de mi niñez, pensé de inmediato en tomar una avena como las que mi madre me preparaba de niño.

En la cafetería del hotel, después de disfrutar de mi avena con pasas y canela, un poco de fruta fresca, unos perfectos huevos fritos con tocino y unos wafles, me encontraba tomando mi última taza de café, acomodado leyendo el diario las ultimas noticias de la localidad cuando sin previo aviso, escuché una voz que me decía: siempre son las mismas noticias

Un poco sobresaltado, aparto las hojas que estaba leyendo con premura y con cara de asombro veo a la mujer de la noche anterior sentaba frente de mí. Nuevamente quedo como un tonto, mudo, entonces ella me pregunta: ¿No me vas a invitar, aunque sea a una taza de café?

Perdone usted señorita, dije al fin, ¿Acaso nos conocemos?…

Ella, se quedo calladita por un instante, repasando con labial sus sexys labios, su maquillaje se notaba ya un poco corrido, tal vez por la ajetreada noche que había pasado, pensé con picardía, de inmediato dijo: ¿No te acordas de mí? Realmente hace un cambio en la apariencia de una persona los frenillos de la boca, ¿no crees?…

Me he quedado con cara de tonto, como si no la hubiera tenido ya de antes, me disculpé con ella nuevamente por no recordarla; pero no sé porque le hice señas al mesero, para que llevara café a la dama de inmediato.

Al llevar el café, la misteriosa mujer, que se apropiaba de todo el salón con su personalidad y galanura, le dijo al garzón que le llevara la leche y dos cubitos de azúcar morena, yo seguía congelado, acertando solamente en asentir para que le llevarán lo que pedía.

Debe estar confundiéndome con alguien, dije de repente, como haciendo mención de lo que pensaba que ella se dedicaba.

No me he confundido Raúl, dijo, sorbiendo el café…

Se me erizaron todos los pelos cuando dijo mi nombre, ella, sin ningún temor tomo un trozo del wafle que estaba aún en mi plato y le dio un mordisco.

No te acuerdas de mí porque tú no me veías como yo a ti, estábamos juntos en el jardín de infantes, yo era una pequeña niña regordeta con frenillos y colas que vivía a la vuelta de la casa de tus padres, a propósito, ¿Cómo están ellos?

Titubeante, tome un sorbo de mi café en es instante, atine a contestar: Bien, están bien; se fueron de la ciudad cuando papá se jubiló a un pequeño pueblo, para vivir más tranquilos. Mi mente estaba en blanco, no sabía como se llamaba ni quien era en realidad, todo esto podía ser solo un ardid bien hecho por parte de algún bromista o alguien que deseaba perjudicarme…

Bueno ha sido un gusto, dije levantándome de la mesa, pedí lo que quieras, diré que lo carguen a mi cuenta, no te preocupes por eso. Debo marcharme que estoy apurado, dije. Ella subió la mirada y saco una billetera llena de dinero.

No pensés que te hablé para que me des de comer, solo quería saludar a un viejo conocido, pero veo que me desconoces por completo, ándate a tus negocios, que soy yo quien te invita al desayuno… ¡Patoso!

Cuando me insultó me llego de rayo, solo había conocido a una persona en toda mi vida que cuando maltrataba a alguien le gritaba así. Me le quede viendo por un segundo incomodo… ¿Julia? Pregunté, ¿eres tú?…

Sí, soy yo, Patoso, andate ya que estabas apurado… ¿O no?

Tartamudeé cuando le ofrecí disculpas, y le dije, no sé porque, que si estaba libre podíamos cenar esa noche, invitación que ella rechazó de inmediato aduciendo que estaría muy ocupada.

Pasé todo el día tratando de cerrar contratos de la empresa para la que trabajo, algunos fueron sencillos y otros una pesadilla; pero no podía sacarme de la mente a Julia, la niña de frenillos que me lanzaba la pelota en el patio del jardín de infantes y luego echaba a correr.

Si era cierto que vivía a la vuelta de la casa de mis padres, nunca lo supe en esa época, aunque empecé a recordar cuando encontré rota mi ventana una vez y una piedrecilla dentro de mi habitación, por lo que me castigaron a mí, pensando mis papás que yo la había roto. En ocasiones se me desaparecían juguetes si los dejaba en el patio trasero, pensé en aquel entonces que mi mamá los escondía a manera de castigo por ser tan desordenado…

Cavilaba en estos y otros pensamientos, sin olvidar ese encuentro pasajero con esa mujer y como podía ser la misma niña de aquellos días, cuando estaba en los autobuses o en el metro entre una cita y otra.

Tomaba al medio día una soda fría y un sándwich de jamón en un cafetín del centro cuando me sentí terrible, recordé que había juzgado a Julia, imaginé que era una de esas mujeres que mis padres hubieran dicho que son de la “vida alegre”, cerrando los ojos me daba de golpes en mi pecho, figurativamente claro. Debí hacerla sentir de lo peor, me dije, ella debió haber pasado la noche en el hotel por alguna otra razón y quizá trabaja en el medio del espectáculo o esta casada con un hombre millonario excéntrico que le gusta hacer lucir a la mujer que tiene como un trofeo, que se yo, de cualquier forma, no soy nadie para juzgar, después de todo, sigo solo en este mundo, me he dedicado completamente a una compañía donde solo soy un código y cada tres meses un estado de resultados… Me entristecí.

Esa tarde, llegue a mi hotel muy cansado, el chico del mostrador me dio los mensajes que había recibido para mí en mi ausencia, muchos eran de mi empleo, preguntando por mis progresos. Me dirigí al teléfono del lobby para hacer unas llamadas, sabía que sin importar la hora estaría en la oficina alguna secretaria con la que podría darle mis reportes preliminares.

Después de hacer varias llamadas, entre ellas a mis padres que les conté del encuentro fortuito con Julia a lo cual noté que causo interés de parte de ellos para saber si había sido alguna antigua novia de mi niñez, a lo que negué; noté una pequeña nota entre mis cosas, arrancada de un periódico. Era de Julia, que de seguro la dejo después que yo me fui y ella termino su café en la mañana, me imaginé que era alguna majadería, pero tenía una dirección y una hora anotadas.

Subí a mi cuarto, me duché para refrescarme y pensé en julia, no sabía si debía ir a esa dirección, pero en realidad no tenía nada más que hacer y estaba un poco afanoso de saber más de esta enigmática desconocida de mi niñez.

Sali del hotel en búsqueda de un taxi, le di la dirección al chofer, el cual al leerla me dirigió una mirada algo inquisitiva, pero no dijo ni media palabra.

Al cabo de unos minutos y un par de sobresaltos en las calles de la ciudad, donde creí que era el fin de mi existencia y recordé porque me encanta tomar el metro, llegamos al sector de la vida nocturna de la ciudad. Varios restaurantes y cabarés con sus aparadores de luces de neón, al estilo de las vegas, estaban a la vista; me sentí intimidado y palpé mi billetera para saber que contaba con dinero suficiente para tomarme e invitar a Julia al menos a una copa en uno de esos sitios.

El chofer paro en un antro del cual salía de sus puertas una alfombra roja, como las que se ven en las transmisiones de los premios de la academia por televisión, unos reflectores que te hacen sentir artista de cine desde que te bajas del vehículo hasta llegar a la entraba, por dentro una chica con minúsculas ropas te recibe tu sombrero y abrigo, si los llevas, un par de matones con cara de bulldog te revisan para evitar cualquier inconveniente con armas dentro del lugar.

De los techos cuelgan unas arañas de cristal gigantescas, que aderezan todo el lugar con sus destellos por todo el salón principal.

Yo, bastante disminuido en mi autoestima por todo el esplendor y oropel, me dirigí a una del as ínfimas mesas que parecían hechas de espejo, en alguno de los rincones del salón para no ser percibido.

En un instante llego un mesero a limpiar y con una cara de amabilidad a la fuerza me preguntó: ¿Qué va a ordenar el señor? Traté de contestar con propiedad y fuerza: ¿Qué me recomienda?…

El mesonero superlativo arqueo una ceja y dijo: ¿Es forastero el señor? Mejor dicho, un hijo prodigo de la ciudad en búsqueda de alguien, creo. Le contesté, Me trae un agua mineral por favor.

Cuando regreso con mi pedido el ahora más amargado mozo, le intente preguntar por Julia, a lo que él solo me dirigió una mirada de desaprobación y me señalo el show de bailarinas que estaba en el escenario, diciendo: disfrute el espectáculo, joven.

Tome a paso calmo mi bebida, intuyendo el precio, para que me durara al menos unos 45 minutos, antes de decidir irme de ese despampanante lugar. Volví a ver el trozo de papel que me habían dejado y consulté mi reloj, faltaban 10 minutos para la hora señalada.

En unos momentos salió un tipo al escenario e hizo callar a todos, las luces se apagaron y una luz de esas que se usan en los teatros enfocó al maestro de ceremonias, anunciando el nuevo número a presentar…

No podía darle crédito a mis ojos cuando vi a Julia salir al escenario, con unas ropas que no se si puedan llamar de esa manera, un vestido totalmente transparente que dejaba ver, incluso desde donde yo estaba, todo su curvilíneo cuerpo. Bailaba al compás de una música de jazz que tocaba la banda, sus movimientos parecían hipnóticos que harían pecar de pensamiento hasta a los más devotos monjes tibetanos. A media canción, como si no fuera suficiente el espectáculo, dejo caer parte de sus traslucidas vestimentas, mostrando su piel como bañada en brillo de estrellas, para quedar totalmente al descubierto al final, danzando aún en completo silencio, después que la orquesta terminara y que todos los espectadores la observaban, incluyéndome a mí.

Me sentí partido en mil emociones, entre las banales carnales y los sentimientos de culpa por haber visto el show. Apure mi agua mineral y me preparaba para pedir mi cuenta y salir de ese lugar lo antes posible, cuando llegó el mesero que ahora tenía un tono adulador y muy amable, me indicó que debía ir a un apartado reservado para mí.

Temblándome las piernas me levanté, pensando en las películas de gánsteres donde algún mafioso me habría de amenazar por estar ahí y ser parte del pasado de Julia, del cual yo ni si quiera era realmente consiente.

Al entrar a la sala VIP estaba Julia, ya vestida, ahora con un entalladísimo vestido rojo largo totalmente cubierto que no me explicaba cómo podía ponérselo, realzando cada centímetro de su sugerente cuerpo.

Me invitó a sentarme, me sirvió una copa de vino blanco que apure de inmediato, me acerco una bandeja con canapés. Te gusto el espectáculo, pregunto, sirviéndome otra copa de vino, yo, todo pazguato me atraganté con el vino y ella sonrió pícarezcamente.

Me vas a decir Raúl que acaso nunca habías frecuentado lugares como este… ¿Acaso lo que vendes son Biblias para los chicos del seminario? Hasta ellos frecuentan lugares como este en ocasiones mi amigo.

No es eso, dije tratando de recobrar la compostura, es que me he sorprendido mucho con lo que he visto…

Ah… y ¿Te ha gustado lo que has visto Raúl?…

Volví a carraspear mi garganta y tomé otro sorbo de vino, atragantándome con un bocadillo de salmón. No me refería a eso en realidad, dije titubeante, aunque eres hermosa, no puedo negarlo, me refiero a que tu hicieras el show…

¿Crees que soy una perdida verdad? Lanzo el dardo sin anestesia a la moral debilitada y ambivalente de mi ser. No creo nada, dije, en realidad no puedo pensar nada de ti, como lo dijiste en la mañana, la verdad es que no te conozco y no sé qué clase de persona eres…

Eso fue como lastimar al mítico Kraken o lanzarle a una mujer lobo una lanza de plata, se levantó fúrica y arrojo la botella de vino a la pared. ¡No seas condescendiente conmigo, Patoso!

Entró de inmediato uno de los bulldogs de la entrada, Julia le hizo una seña para que saliera del apartado y nos dejara solos, Escúchame Raúl, yo la verdad estoy bien con mi vida, y no estoy en negación, Yo soy una “Meretriz”, alguien que es admirada y deseada por los hombres más poderosos de esta ciudad, de hecho, si tú me dices quienes son tus clientes, yo podría hacer que te compran el doble mañana mismo.

De niña, cuando te admiraba, porque la verdad eras el amor de mi niñez Raúl, soñaba con que tu me vieras como yo te veía, pero era la regordeta de frenillos, boca de lata, como me decían algunos…

Lo recuerdo Julia, interrumpí, precisamente por eso de boca de lata, me llevaron con el director en una ocasión, por darle un puñetazo a un niño que te había hecho llorar al burlarse de ti de esa manera. Cuando llegaron mis padres, no dije nada y solo me castigaron… Pero Julia, éramos solos unos mocosos.

Eso precisamente me enamoro más de ti, vi que tu podías ver más allá de las apariencias, pero ahora al parecer ya no puedes… creo que es mejor que te marches Raúl, fue un gusto verte después de tantos años.

Me marché, tome un taxi y en mi hotel no podía dormir, no dejaba de pesar en Julia, en la niña que una vez defendí, pero hoy la juzgue y clasifiqué, pensando barbaridades éticas en contra de ella y siendo hipócrita, porque al mismo tiempo la desee, viéndola tan hermosa y seductora.

Pasé un par de días en la ciudad antes de regresar a mi empleo, no supe de Julia para nada, pero no la aparté de mi mente. Por las mañanas ansiaba que llegará a interrumpir mi desayuno, que me dijera algo así como: ¡Que hay de nuevo patoso!

Regresé a la oficina y no se porque, pero mi supervisor de campo me mando a llamar, me empezó a dar un sermón de ética y moral que no entendía del todo.

Al final, sin importar todos los contratos que había cerrado y las ventas que había realizado, me dijo que me vieron en un lugar de mala reputación, fraternizando con una prostituta y eso no era bien visto por la compañía. Que se me iba a hacer una auditoria exhaustiva de los gastos reportados en ese viaje y, por supuesto, todas las comisiones ganadas quedarían congeladas hasta dilucidar si aparte de frecuentar ese tipo de compañías, gastaba fondos de la empresa en esos placeres mundanos…

Me quedé azorado por un segundo, luego enrojecí, me subió una furia frenética, levantándome de la silla donde me tenía acorralado este tipejo de corta estatura y amplia labia con los jefes. Sin que se diera cuenta, lo tomé por el cuello y empecé a gritar…

¡Puede revisar cuanta finanzas quiera, que no he tomado ni un centavo para nada que no este debidamente reportado!… y ¡Si! Fui a ver una vieja amiga en la ciudad, donde crecí, ella no es una prostituta, es una “Meretriz”, pero esas son diferencias que una persona misógina e imbécil como usted no podría entender ni en un millón de años.

Y no se da cuenta, pequeño hombrecillo, que, si alguien me vio en ese lugar, es porque esa persona estaba ahí también… es tan torcida y doble su moral que viene a castigarme a mí por visitar a una amiga, pero premia la habladuría y solapa la lujuria de otro.

Mis gritos fueron escuchados por todo el piso lleno de cubículos donde nos encontrábamos, lo cual fue merito suficiente para mi despido inmediato por agresión a mi supervisor…

Pero no todo estuvo perdido, mis gritos y amenazas de llevar a mi representante legal causó que mi caso llegara a la gerencia general. Verificaron mis gastos y me dieron todas mis comisiones de ventas, mi indemnización competa, hasta el último centavo. A las semanas supe que ese pequeño hombrecillo fue despedido por malos manejos de gastos discrecionales y la persona que me acusó fue un vendedor de la competencia con el cual hacia tratos turbios el mismo supervisor.

Estando desempleado tomé unos merecidos días de descanso, fui a visitar a mis padres a la provincia.

En una tarde soleada, estábamos con mis ya ancianos papá y mamá tomando limonada y unas galletas de avena, como en los veranos de ya hace muchos años atrás, cuando mamá me preguntó por Julia. No se nada de ella en realidad mamá, dije, tratando de ocultar la verdad, papá que sabía por dónde empezaría la conversación, se levantó de su silla en el jardín y dijo que iría al baño.

Mi mamá lanzó la pedrada como David derribando al gigante, Pero dime hijo, ¿Julia aún es bailarina y Meretriz?…

Quede helado, totalmente petrificado solo logre voltear a ver a esa mujer que me dio la vida y yo la considero casi una santa. Titubeando, dije: ¡De que hablas mamá!… Julia, ¿Meretriz? Como sería posible…

Pensé que le había engañado cuando mamá saco una de esas paletas de madera que se usan en la cocina, con voz recia dijo: Sabes que no me gustan las mentiras muchacho y nunca serás demasiado grande para un par de paletazos en las posaderas si me estas mintiendo. Soy tu madre y no importa lo bueno que seas vendiendo, yo sé cuando no me dices la verdad…

Me desinflé como un globo, languidecí y parecía un muñeco de trapo en esa silla… Solo atine a contestar: Si mamá, Julia es una Meretriz.

Es una bella niña, dijo, y desde niña sabía bailar muy bien. No es una forma conservadora de vivir, pero hijo, nosotros no somos los indicados para aprobar o desaprobar las acciones de nadie, al final del día, es un trabajo y no lastima a nadie. Espero que no la eches de tu vida solo porque se dedica a ello, creo que te hemos educado mejor que eso…

Con esas palabras, llegó mi padre al jardín donde estábamos y preguntó: ¿De que hablaban? A lo que mi madre dijo: cosas sin importancia…

A los días regresé a mi apartamento y empecé a hacer algunos negocios por mi cuenta, como había trabajado tanto tiempo, conocía a algunos proveedores y otros clientes que, por ser muy pequeños, nunca le interesaron a la empresa donde laboraba antes.

En uno de mis trajes encontré el trozo de periódico que meses atrás me había dejado Julia para verla en su show, iba a destruirlo, pero no lo hice recordando las palabras de mi madre. Lo guardé en mi escritorio improvisado y seguí haciendo negocios que era lo que sabía hacer mejor.

Una noche, redactando algunas cotizaciones me volví a encontrar con el trozo de papel, pensé un poco y decidí escribirle a Julia. Fueron solo unas cuantas líneas, saludándola y preguntando como se encontraba, me disculpé por haber sido un tonto y poner estúpidas reglas moralistas a la amistad que quizá nunca tuvimos de niños pero que podíamos tener ahora…

Después de unos días tuve contestación, la carta estaba dirigida a “Patoso”, sabía entonces que era ella.

Me contó que después de vernos se fue a su habitación en el club y no salió de ahí por dos o tres días, que estaba muy enojada, triste y estaba segura de que nunca sabría más de mí, pero que el recibir mi carta le había levantado mucho el ánimo.

Intercambiamos correspondencia por varios meses, le conté lo que había ocurrido en mi oficina y ella simplemente dijo: nuevamente me defendiste, aun a costa de ti mismo, no cambias patoso…

En otra carta ella me conto que en ocasiones iba a la iglesia porque le daban arrebatos de culpa por la clase de vida que llevaba, pero al ver a la mitad de sus clientes en esos sitios golpeándose el pecho y haciéndose los muy virtuosos se asqueaba y prefería ir a los arrabales a compartir parte de lo que tenía con niños de escasos recursos, sin preguntar nada, solo dándoles ánimos, les llevaba alimentos y ropa cuando podía. Yo le relaté una vez aquella conversación que aún me parecía tan extraña con mi madre acerca de ella, Julia me dijo que lo que ocurría es que mi madre le hizo varios vestidos cuando ella empezó a bailar en otros clubes, yo nunca me di cuenta porque me fui a estudiar a la universidad, pero mi madre sabía desde un inicio su oficio, nunca la juzgó ni rechazó, siempre la apoyo y elevaba alguna oración para su protección.

En un verano, le invité a que nos reuniéramos en algún sitio, ella propuso que pasáramos unos días en la playa, yo había logrado ahorrar algo de dinero y le dije que era una estupenda idea, pero con la condición de que yo pagaba esta vez…

Alquilé un pequeño búngalo a la orilla de la playa, esta era una un poco alejada, para evitar curiosos indeseados. No por alguna vergüenza que me vieran con Julia, más bien para evitar que ella se encontrara con algún admirador indiscreto que la pudiera hacer sentir incomoda.

La casita tenia dos habitaciones para mantener nuestra amistad impoluta, aunque dormimos un par de noches en la alfombra del lobby a causa del calor. Julia me veía y parecía que deseaba decirme algo. Ella realmente me gustaba, pero más por miedo que por falta de deseo y atracción, quería mantener una amistad con ella, aunque con el tiempo y las cartas había encontrado a una persona con el alma tan bella como hermoso podía ser su cuerpo.

Raúl, me dijo un atardecer donde apreciábamos como el astro rey era tragado por el mar, lanzando como parte de su agonía ráfagas de luz naranja y púrpura que parecía una acuarela pintada por el mismísimo Miguel Ángel.

Que pasa Julia, ¿Porque Raúl y no patoso, como de costumbre? Sonreí tontamente.

Porque lo que quiero decirte es serio y tal vez haga que esta maravilla que vivimos termine, nunca he estado tan cerca de alguien, aunque no puedas creerlo Raúl, contigo sin tocar nuestros cuerpos he alcanzado el cielo del éxtasis, siento que soy parte de tu alma y tú de la mía, pero me siento tan manchada y mancillada que no puedo continuar con esto. Tu eres un muy buen hombre y yo una simple puta, que ha tenido que hacer cosas indecibles para satisfacer la lujuria y la lascivia de personas que creen que con el dinero y el poder pueden poseerlo todo…

Callé a Julia con mi dedo en su boca, mi mano estaba temblando.

No digas más Julia, si tú quieres que esto se termine así será, pero quiero que sepas que, si bien al principio torpemente te juzgué y condené, me sentí el peor ser humano cuando entendí que nadie en la faz de la tierra tiene en realidad la potestad de aprobar o desaprobar la vida de ninguno, tú no eres una puta, Julia, eres una Meretriz, una maravillosa bailarina que transporta a los mortales a fantasías y éxtasis que pensábamos estaban reservadas solo para los dioses, tienes una gracia y un carisma espectacular, por eso contagias a tantas personas de la euforia sin límites.

Julia, eres mucho más que tu trabajo, mucho más que un cuerpo que se puede tomar y disfrutar. Eres un alma generosa, eres sincera y más honorable que muchas personas que conozco de traje y corbata, supuestas damas de sociedad o incluso de seres vestidos con hábitos religiosos. Solo necesitas saberlo y creerlo Julia.

Esa bellísima mujer rompió a llorar como la niña de los frenillos y cola que recodaba de la escuela, pero esta vez no era de tristeza, en cada lagrima salía amargura retenida por años de pensar que no merecía algo mejor, de inmediato me tendió la mano, dándome un pañuelo de seda rosa, toma dijo, he guardado esto por mucho tiempo esperando poder devolvértelo algún día.

Tomé el pañuelo y desenvolví un pequeño camión de metal, era uno de mis juguetes de niño. Estaba todo pintado con marcadores, y en uno de los lados un corazón con una flecha atrasándolo y dos iniciales, J y R.

Siempre te he querido patoso, dijo Julia, sorbiendo sus lágrimas como una niña.

Al final solo le di un beso y luego llegamos juntos a la puerta del cielo porque hoy la meretriz, al final de todo este tiempo, hizo el amor.

FIN

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