(Cuento interactivo)


Prólogo

Dicen las leyendas de tu pueblo natal que los bosques de la región son habitados por hadas y espíritus, para quienes la Muerte misma no es más que un juego divertido realizado costa de los simples mortales.

Aunque a veces dichos espíritus pueden ser benéficos, la mayor parte del tiempo involucrarse con ellos conlleva a la fatalidad, razón por la cual las gentes jamás se atreven a merodear cerca de sus dominios, mucho menos de noche.

Una de esas leyendas siempre llamó particularmente tu atención…La leyenda del Muro de las Hadas, un lugar situado en lo profundo del bosque, que divide al mundo de los seres humanos con el mundo de los seres sobrenaturales.

Según aquellas historias, el hombre que consiga arribar hasta dicho lugar verá realizados todos sus sueños y deseos, sin importar cuán imposibles puedan parecer. Pero al mismo tiempo, también existe la posibilidad de que recaiga sobre dicha persona las desgracias más espantosas, puesto que la impredecible naturaleza de las hadas hace de cualquiera de sus regalos una fuente tanto de maravilla como de horror absoluto.

—Hay una puerta negra al extremo de ese muro —solía contarte tu madre, cuando eras un niño pequeño—. Si acaso algún viajero llega hasta allí, debe llamar a la puerta tres veces, y las hadas le atenderán. Si es un buen momento, ellas le concederán al viajero cualquiera de sus deseos. Pero si acaso tiene la mala fortuna de llegar cuando ellas estén de mal humor, entonces ese pobre lamentará siquiera haber nacido, puesto que sufrirá un destino peor que la muerte misma…

— ¿Y cómo se sabe cuándo es buen o mal momento para las hadas?

—Nadie puede saberlo, y he allí el problema. Las hadas son como el Azar: a veces benévolo, y a veces implacable…

— ¿Quién querría pedirles un deseo, sabiendo lo peligrosas que son?

— ¡Ay, hijo mío! —Suspiró entonces tu madre, dándote luego un beso en la frente—. En este mundo hay todo tipo de gente. Algunos son capaces de arriesgarlo todo, con tal de ver realizado su más acariciado anhelo…

A

Adele, tu hija pequeña de ocho años se encuentra gravemente enferma.

En medio de su terrible fiebre, ella delira, llamando casi a gritos a su madre muerta.

Leah, tu querida mujer, fue víctima de la plaga que acabó con al menos la mitad de los habitantes de tu pueblo natal hace un par de meses.

Tal parece que la sombra de la desgracia no se ha apartado aún de tu hogar.

—No queda mucho tiempo… —te advierte Fedra, una anciana con fama de bruja a quien has acudido en tu desesperación por salvar a Adele—. Debes partir ya…

—No puedo creer que deba confiarle la vida de mi hija a unos espíritus caprichosos… —repones, sombríamente—. ¡Ni siquiera tengo la certeza de que en verdad la curarán!

—Ya he hecho uso de mis artes curativas, y estas no han tenido efecto. Sólo un milagro podrá salvar a tu hija…

— ¡Cómo si esos diablos del bosque fuesen capaz de obrar milagros!

—Es nuestra única alternativa. ¡Ve y no pierdas más el tiempo! ¡Busca el muro de las hadas mientras la luna llena brilla en lo alto! ¡Ve e implora el favor de los antiguos espíritus que habitan estas tierras!

Lee la parte B.

B

Las palabras de Fedra siguen resonando en tus oídos conforme vas adentrándote más y más en la oscura floresta aledaña al villorio donde has pasado buena parte de tu vida.

La tuya no ha sido una existencia particularmente grata, pero al menos llegaste a compartir un buen número de vivencias felices en compañía de tus seres amados.

Y ahora, después de la terrible plaga, Adele es lo único que te queda.

E incluso parece que también a ella la vas a perder…

«¡No!» te dices a ti mismo, mientras te abres paso a través de unos arbustos espinosos. «¡No permitiré que Adele muera por nada de este mundo! ¡Antes preferiría morir yo!»

Mientras estos sombríos pensamientos cruzan por tu mente, no puedes evitar herirte en el brazo izquierdo con unos espinos: Es entonces cuando algo parece despertar en aquel extraño bosque, disipándose de forma repentina las tinieblas circundantes bajo el argentado resplandor de la luna llena en lo alto del cielo, cuya luz te revela ahora un sendero totalmente despejado de obstáculos que se abre paso a través de aquella floresta.

No tarda en presentarse ante ti un anciano cojo de baja estatura, quien viene acompañado por un enorme perro de grandes ojos ambarinos, cuya expresión se te hace casi humana.

Haciéndote una reverencia, el anciano formula entonces la siguiente declaración:

—Has venido en busca del Muro de las Hadas, ¿No es así? Venga conmigo, y yo le llevaré hasta allí. Nadie conoce este bosque mejor que yo, el viejo Lisovik…

Si sigues al anciano acompañado por el perro negro, lee la parte C.

Si te alejas de él, lee la parte D.

C

Dejas que aquel anciano te guie a través del bosque, siendo ustedes dos seguidos muy de cerca por aquel extraño perro negro.

Sin embargo, conforme van adentrándose más y más en la tenebrosa floresta, dicho animal se pierde repentinamente de vista, sin que por ello su dueño se muestre preocupado en lo más mínimo:

— ¡Ya se aparecerá! —Te dice el viejo Lisovik, riéndose de buena gana—. ¡Ya vas a ver como pronto se aparece!

Una extraña fetidez empieza a impregnar los alrededores.

Es un aroma nauseabundo, como de un cadáver.

Lisovik sigue avanzando con paso cada vez más presuroso, pero no puedes evitar notar algo sumamente grotesco en su andar, casi como si fuese algún tipo de marioneta. Incluso la piel de su rostro parece estar a punto de desprendérsele en cualquier momento.

Entonces…

Entonces su oreja izquierda cae al suelo.

Es una oreja carcomida por larvas de mosca.

Comprendes finalmente que has caído como un niño pequeño en la trampa de uno de los espíritus perversos que moran este bosque.

«¡Lisovik era el nombre de un espectro que desorienta a los viajeros! ¿Cómo puede olvidarlo?» te dices a ti mismo, mientras presencias con horror cómo es que la piel del anciano queda completamente desgarrada, quedando en su lugar una criatura de aspecto repugnante, semejante a un hombrecillo gris con patas y cuernos de cabra, que se aleja saltando mientras canturrea:

— ¡He ido, he encontrado, he perdido!

Y es entonces cuando escuchas un amenazador gruñido a tus espaldas: El perro negro de ojos amarillos ha aparecido nuevamente, pero ahora su tamaño es comparable al de un oso: Dicha bestia está lista para atacar en cuanto realices el más mínimo movimiento, sin que haya para ti ningún tipo de escapatoria posible.

A menos que…

Lee la parte G.

D

De ninguna manera vas a caer en esta trampa.

Todavía conservas fresca en tu memoria el recuerdo de las historias que tu madre solía contarte, relacionadas con el espíritu burlón Lisovik, que gusta desorientar a los cazadores y viajeros que transitan por el bosque.

Empiezas a retroceder, primero lentamente. Luego echas a correr a toda prisa en dirección opuesta, alcanzando a oír un fuerte silbido, seguido por una serie de gruñidos feroces, los cuales se multiplican monstruosamente, como si toda una jauría de lobos hambrientos estuviese dándote caza.

Los sientes cada vez más cercanos, inundándose el ambiente de un aroma nauseabundo, como de cadáveres en avanzado estado de descomposición: Esta debe ser la forma en la cual las hadas se burlan de ti, recordándote que mientras te encuentres en sus dominios tu vida y muerte no son para estos espíritus nada más que una simple diversión.

Pero tú no tienes pensado dejarte matar así de fácil.

Corres veloz, como una flecha, procurando nunca mirar atrás.

Corres y corres, más ágil que cualquier liebre o gamuza, hasta llegar por fin hasta donde nace un sendero de piedra que se bifurca en dos direcciones opuestas.

Quizá alguno de ellos te conduzca hasta el Muro de las Hadas…

Si tomas el sendero de la derecha, lee la parte E.

Si tomas el sendero de la izquierda, lee la parte H.

Si evitas tomar cualquiera de los dos senderos, lee la parte R.

E

Huyes por el sendero de la derecha, que te lleva hasta una oscura caverna semejante a las fauces abiertas de un animal monstruoso.

De ser otras las circunstancias, ni siquiera considerarías la posibilidad de adentrarte en un lugar así.

Sin embargo, no hay a la vista ningún otro lugar en el que puedas refugiarte de tus perseguidores, cuya amenazadora presencia se siente cada vez cercana…

Si entras a la caverna, lee la parte J.

Si intentas encontrar alguna otra vía de escape lee la parte F.

F

Está claro que no puede esperarte nada bueno dentro de dicha caverna, de manera que, dándote la media vuelta, te dispones a huir en otra dirección…Lamentablemente, no transcurren más que un par de segundos para que descubras la ruta totalmente bloqueada por unos gigantescos arbustos espinosos, tan altos como árboles.

Un quejido agónico se escucha desde lo alto: Atravesados en las espinas, se encuentran centenares de cuerpos despedazados…Cabezas decapitadas a las que les han sido arrancadas los ojos y las orejas, torsos desmembrados, piernas y brazos cortadas…

A pesar de su mutilación, dichos restos todavía parecen pugnar por librarse de aquella infernal prisión, pudiendo escuchar cómo es que la cabeza de un hombre tuerto sigue suplicando débilmente por ayuda.

Una sola lágrima infectada de pus brota del ojo que aún le queda, recorriendo su rostro semiputrefacto.

Lleno de asco y horror, retrocedes, decidido esta vez a tomar refugio en la cueva tenebrosa.

Sin embargo, al darte media vuelta, descubres ya que tus horribles perseguidores han conseguido darte alcance por fin: Estos monstruos son como centauros grotescos, asemejándose la parte inferior de su cuerpo a un inmenso lobo desollado, mientras que la parte superior se compone de partes humanas cercenadas, espantosamente unidas entre sí por medio de unos infernales hilos color escarlata, que de alguna manera mueven esos cadáveres como si estos fuesen simples marionetas.

Uno de esos monstruos te dirige una espeluznante sonrisa mientras señala un espacio entre su hombro izquierdo y su cuello: Ese es el lugar que tiene destinado para tu cabeza, una vez te la haya arrancado.

Dando un veloz salto, cae sobre ti, empezando a descuartizarte salvajemente.

El resto de sus repugnantes congéneres no tardan en unírsele en su carnicería.

Todavía conservas cierto grado de conciencia al momento en el cual tu corazón es arrancado de tu pecho, empezando a disputárselo aquellos monstruos como si no fuesen nada más que un montón de perros rabiosos…

FIN

G

En menos de una fracción de segundo, recuerdas el punto débil de las hadas y espíritus según las historias que tu madre solía contar: El hierro, el único material capaz de retener e incluso dañar a esas criaturas, a pesar de toda su terrible magia.

Pero el único objeto de ese tipo con el que cuentas en estos momentos es una diminuta llave rota, oxidada por el tiempo. Siendo niño la encontraste tirada entre unos desperdicios, conservándola siempre contigo a manera de amuleto.

¿De verdad algo tan pequeño podrá protegerte del temible demonio que tienes frente a ti?

Lanza una moneda al aire. Si sale cara, lee la parte L. Si sale cruz, lee la parte LL.

H

Tomas el sendero de la izquierda, el cual te lleva hasta donde se erigen unas enormes piedras, cubiertas de musgo: En este lugar ya no se escucha el amenazador gruñido de tus perseguidores, reinando un silencio absoluto en los alrededores.

No se oye aquí el ulular de las lechuzas, ni el canto de los grillos, ni siquiera el silbido burlón del viento nocturno…Únicamente el eco sordo que producen tus pasos conforme avanzas a través del camino de piedra que se abre paso a través de ese misterioso territorio.

Unas pequeñas luces comienzan a encenderse en medio de la hierba: En un principio piensas que se trata de luciérnaga, pero son en realidad flores que despliegan sus pétalos fosforescentes a fin de recibir el brillo de la luna llena.

Es un espectáculo verdaderamente maravilloso de contemplar, el cual te deja extasiado en su contemplación por varios minutos, pero te obligas a ti mismo a salir de dicho trance recordando la razón que te ha llevado hasta ese lugar.

“Debo encontrar el Muro de las Hadas y salvar a Adele…” te repites mentalmente, al tiempo que apartas tu vista de aquellas hermosas flores refulgentes.

Basta sin embargo que des un simple parpadeo para que descubras frente a ti un inmenso paredón cubierto de hiedra y setas de aspecto monstruoso, semejantes a pequeños rostros humanos de agónica expresión.

Lee la parte K.

I

Espiando a través de aquel diminuto agujero en la puerta del Muro de las Hadas, descubres así una habitación magníficamente adornada con finas telas multicolores: Allí, mirándose frente a un gran espejo de cristal negro, se encuentra una bellísima mujer que peina su larga caballera rojiza con un peine dorado.

Tan prendado quedas de su sobrenatural hermosura, que no te percatas de cómo es que el reflejo de su figura proyectado en el espejo negro ha comenzado a cambiar, empezando a avejentarse al tiempo que te dirige una mirada cargada de odio profundo.

Por su parte, la mujer deja de peinarse, y al darse cuenta que está siendo espiada, no puede sino pegar un grito de espanto, mientras que su reflejo, ahora convertido en un cadáver putrefacto de cuya piel brotan gusanos señala hacia tu dirección.

Mátenlo—ordena con voz escalofriante aquel ser de pesadilla, antes de que el muro de las Hadas broten numerosas manos esqueléticas, que te atrapan de las piernas en cuanto intentas escapar, clavándose luego sus garras en tu cuerpo con brutal sadismo.

La agonía que experimentas a continuación es de un horror indescriptible, más allá de cualquier tortura que pueda ser concebida por la limitada imaginación del hombre. Acaso solamente el infierno podría comparársele, pero lo cierto es que aún en medio de tu espantosa agonía, tu mayor dolor es el de haberle fallado a tu pobre hija Adele, quien acaba de perder la última esperanza de sobrevivir a su enfermedad debido al estúpido error que cometiste.

Mentalmente, le pides perdón tanto a ella como al alma de tu mujer, mientras tu cabeza cercenada y desollada es mudo testigo de cómo es que unas extrañas criaturas con patas de cabra se dedican a jugar con tu corazón e intestinos, lanzándoselos unos a los otros, como si se tratase de una simple pelota.

Aquella escena de pesadilla será lo último que alguna vez verán tus ojos, mientras tu alma desafortunada parte hacia el Otro Mundo, a fin de reunirse con tu esposa e hija…

FIN

J

Te apresuras en refugiarte dentro de la caverna, guiado por una inexplicable intuición.

Tan densa es la oscuridad allí reinante, que te resulta imposible ver más allá de tus narices, viéndote obligado a avanzar a tientas a través de un pasaje en apariencia interminable…Hasta que finalmente divisas una pálida luz en la distancia, semejante al resplandor de la luna llena.

Caminando hacia la luz, se presenta ante ti un descubrimiento tan absurdo que apenas si puedes dar crédito a tus ojos: Allí, en una de las galerías subterráneas de aquella caverna, se encuentra erigida un suntuoso palacete de exquisita arquitectura, rodeado asimismo por un hermoso jardín de flores y árboles iridiscentes.

Temes estar delirando, viéndote obligado a pellizcarte una mejilla a fin de comprobar si acaso esto no se trata de algún tipo de ensoñación…El leve dolor que sientes en esos momentos logra convencerte por fin de que esto realmente está ocurriendo.

«Debe ser la morada de alguno de los espíritus que pueblan este bosque…» te dices a ti mismo entonces. «De ser así, quizá pueda brindarme alguna ayuda, sin que tenga que ir hasta el Muro de las Hadas.»

Es una esperanza un tanto improbable, pero vale la pena intentar probar suerte aquí.

Después de todo, ya es demasiado tarde para volver atrás…

Lee la parte N.

K

¡El Muro de las Hadas!

Contra todo pronóstico, fuiste capaz de dar por fin con dicho lugar.

Lleno de esperanzas renovadas, te apresuras entonces en buscar la puerta a la que debes llamar a fin de ver realizado tu deseo.

Es tanto el entusiasmo que experimentas en estos momentos, que ni siquiera reparas en que los hongos grotescos que crecen en aquel muro han empezado a derramar una savia extraña de color escarlata, semejante a lágrimas de sangre.

¿Estarán acaso intentado intentando advertirte los espíritus que moran este lugar de algún tipo de peligro inminente? Sea como fuere, tú haces caso omiso de tales advertencias, de manera que una vez consigues dar con la pequeña puerta de madera situada al extremo oeste de aquel paredón, le das tres golpes leves sin el más mínimo recelo.

Pasan los minutos. Nada ocurre aún.

¿Será que acaso has llegado en un mal momento?

«¡Si esta no es una noche propicia, me tocará sufrir una suerte peor que la muerte misma, y mi Adele no podrá salvarse!» piensas, presa de un creciente temor.

Gotas de frío sudor perlan tu frente conforme pasan los segundos.

Casi tienes la impresión de que el tiempo se ha detenido por completo.

¿Qué debes hacer?

Si llamas nuevamente a la puerta, lee la parte M.

Si esperas un poco más, lee la parte O.

L

La bestia es mucho más rápida que tú, y antes que atines a nada, se abalanza sobre ti, dejándote convertido en un guiñapo irreconocible de carne desgarrada en apenas cuestión de segundos.

De nada te valió llevar contigo aquella diminuta llave rota.

Tal parece que las viejas historias de tu madre sobre hadas y espíritus no siempre eran acertadas…

FIN

LL

La bestia se abalanza sobre ti.

Sin embargo, tú te apresuras en lanzarle la llavecita de hierro que guardas en tus bolsillos, logrando que caiga justo dentro de sus terribles fauces.

Se produce a continuación el espectáculo más grotesco que hayas podido imaginar, presenciando en apenas cuestión de segundos cómo es que dicho monstruo empieza a retorcerse y temblar, al tiempo que un líquido negro y burbujeante brota de sus ojos, nariz, boca y oídos, contrayéndose su figura repugnantemente…

Puedes oír claramente cómo los huesos de su cuerpo van quebrándosele uno por uno, con espantosa velocidad, vomitando luego buena parte de sus órganos.

— ¡Tú…! ¡Maldito cerdo humano…! ¡Vas a tener la peor de las muertes…! ¡Peor que el infierno mismo! ¡Pagarás por esto! ¡LO PAGARÁS…! —proclama horriblemente, con una voz muy semejante a la del viejo Lisovik, inmediatamente después de lo cual exhala su último suspiro, quedando reducido a nada más que un montón de materia viscosa y humeante.

Empiezas a preguntarte si en verdad has conseguido matar a uno de los espíritus del bosque, cuando repentinamente surge de aquella masa hirviente todo tipo de alimañas: Caracoles, babosas, ratas, serpientes y arañas…

Basta apenas un par de segundos para que dichas sabandijas adquieran una dimensión colosal, obligándote a salir huyendo nuevamente antes de que estos nuevos enemigos salgan en tu persecución.

Corres y corres desesperadamente, hasta que finalmente se presenta ante ti la entrada a una caverna situada al pie de una tenebrosa montaña negra, carente de toda vegetación.

Lee la parte J.

M

Es tanto el miedo que experimentas en estos momentos que por poco sientes que el corazón va saltarte del pecho, huyendo como un animal espantado a través del bosque.

Pero aun así, sientes que este es un riesgo que debes atreverte a correr a fin de poder salvar la vida de tu hija.

Así que llamas nuevamente a la puerta, totalmente decidido a conseguir el favor de las hadas, sea este un buen o mal momento.

Entonces, la puerta se abre por fin.

Lanza una moneda al aire. Si sale cara, lee la parte S. Si en cambio sale cruz, lee la parte P.

N

Irrumpes dentro de aquel palacete, sorprendiéndote de descubrir que la puerta de dicho lugar se encontraba abierta.

Más desconcertante aún es para ti el hecho de que dicha morada parece tratarse de una vivienda ordinaria, sin que nada allí parezca delatar la presencia de algún habitante sobrenatural.

— ¿Hola? ¿Hay alguien aquí? —preguntas, mientras vas recorriendo las diferentes estancias de dicha morada, hasta que finalmente llegas hasta un pasadizo oscuro que culmina en dos puertas diferentes: Una es de color azul oscuro, mientras que la otra posee una tonalidad bermellón.

Si entras a la habitación con la puerta azul, lee la parte T.

Si entras a la habitación con la puerta bermellón, lee la parte U.

O

Pese a la creciente ansiedad que experimentas en estos momentos, optas por no llamar nuevamente a la puerta en el muro.

Sin embargo, no puedes evitar notar que hay un diminuto agujero en la superficie de la madera…Un agujero a través del cual podrías intentar echar una mirada, a fin de comprobar si efectivamente las Hadas se encuentran presentes en este lugar…

Si espías a través del agujero en la puerta, lee la parte I.

Si evitas hacer tal cosa, lee la parte Q.

P

Ante tus ojos se presenta entonces una abominable aparición, semejante a una especie de árbol antropomórfico que sin embargo presenta una infinidad de rostros sufrientes sobresaliendo de su corteza, cuyo desesperado clamor es casi comparable al lamento infinito de los condenados en el infierno.

En vano intentas escapar, bastando apenas una fracción de segundo para que el monstruoso hombre árbol te atrape entre sus grotescas zarpas, descuartizándote miembro por miembro, para luego beberse gustosamente toda la sangre de tu cuerpo.

Terminado aquel macabro banquete, arranca de cuajo la piel de tu rostro, añadiéndote así a su diabólica colección de almas torturadas.

Tal parece que la suerte no estuvo de tu lado esta noche. Ahora te tocará sufrir un destino peor que la muerte misma…

FIN

Q

«Hay cosas que es mejor no saber…» te dices a ti mismo, apenas un segundo antes de que la puerta del Muro de las Hadas se abra repentinamente.

Lee la parte S.

R

Pensando que podría tratarse de alguna otra trampa de los espíritus del bosque, optas por no tomar ninguno de aquellos dos senderos, continuando más bien con tu presurosa carrera a través del bosque.

Y justo cuando crees finalmente haber conseguido burlar a tus perseguidores, se presenta ante ti la más desconcertante de las visiones: Se trata de una niñita rubia de ojos grises, quien solloza desconsoladamente al pie de un árbol tenebroso.

«¡No puedes ser…! ¡Pero si es Adele!» dices para tus adentros, totalmente sobrecogido de encontrar a tu hija en aquel lugar terrible.

—¡Adele! ¿Cómo es que has llegado aquí, pequeña? —inquieres, al tiempo que la cargas en tus brazos.

Basta sin embargo un simple parpadeo para que la pequeña Adele se transforme nuevamente en una monstruosa criatura de piel arrugada y piernas como raíces, que se aleja dando grandes saltos mientras exclama:

— ¡He ido, he encontrado, he perdido!

Y sin que tengas tiempo siquiera de salir de tu asombro, experimentas entonces el contacto de una masa viscosa enroscándose alrededor de tu cuerpo…Se trata de una enormísima lengua que brota del árbol monstruoso junto al cual estaba llorando la falsa Adele.

En menos de un santiamén, terminas siendo devorado por el espíritu inmundo que mora dentro de dicho árbol, culminando así la triste historia de tu vida, víctima de terribles fuerzas más allá de tu comprensión.

— ¡He ido, he encontrado, he perdido! —sigue exclamando aquel duende burlón, dando volteretas en medio del aire, echando chispas de colores, ajeno a cualquier tipo de sufrimiento que podría aquejar a las tristes y frágiles criaturas mortales…

FIN

S

Quien sale a recibirte es una niña pequeña, vestida con un hábito blanco.

Parece tener la misma edad que tu hija Adele.

—No te preocupes. Has llegado en un buen momento… —te dice, con voz gentil, al tiempo que te extiende una extraña flor de pétalos violáceos—. En cuanto vuelvas a casa, verás cumplido tu deseo.

— ¿Mi hija se sanará con esto? —inquieres confundido, pero la niña ha desaparecido de tu vista. También el Muro de las Hadas ha desaparecido sin dejar el menor rastro, quedando en su lugar un montón de arbustos espinosos.

Mirando sorprendido a tu alrededor, descubres que has sido enviado fuera del bosque.

Tal parece que las hadas han permitido que salgas ileso de sus dominios.

No cualquiera puede jactarse de semejante buena fortuna, pero será mejor que no abuses de tu buena suerte y te apresures en volver lo antes posible a tu hogar…

Lee la parte V.

T

Detrás de la puerta azul, se encuentra una habitación llena de juguetes.

Sentada en el suelo, con un blanquísimo armiño durmiendo sobre su regazo como si fuese un simple gatito, se encuentra una niña casi de la misma edad que Adele, vestida de azul.

—¡Hola! ¿Quién eres tú? —te pregunta, con la mayor naturalidad del mundo.

—Yo…Estoy buscando a las hadas… —repones un tanto nerviosamente, narrándole a grandes rasgos las circunstancias que te llevaron hasta ese lugar.

—Tu eres un hada, ¿Verdad?

—Sí lo soy —responde ella—. Soy una hija del rey de las hadas y espíritus que pueblan este bosque, el dios Cernunnos…Él me dejó viviendo en esta casa encantada a fin de que pudiera desarrollar mejor mis dones mágicos, pero eso me aburre muchísimo. La verdad es que yo prefiero venir aquí a jugar… ¡Pero también es muy aburrido tener que jugar yo sola1

—Tengo una idea —dice la chiquilla, dejando sus juguetes tirados—. ¿Qué tal si tú también te quedas a vivir aquí? Si aceptas quedarte, yo prometo curar la enfermedad de tu hija…

—¿Puedes hacer eso?

—¡Es algo muy fácil para mí! Pero si lo hago, debes prometerme que serás mi amigo por siempre jamás, y nunca te marcharás de mi lado…

Tras estas últimas palabras, el armiño sobre el regazo de la niña se despierta repentinamente, fijando en ti sus grandes ojos dorados.

No puedes evitar notar entonces que las dos muñecas con las que esta joven hada había estado jugando casi parecen ser réplicas en miniatura de ti y de Adele.

Si aceptas quedarte a vivir allí, lee la parte X.

Si no confías en la niña hada y decides marcharte, lee la parte W.

U

En cuanto abres la puerta de color bermellón, te encuentras con una habitación completamente sumida en sombras.

— ¿Hola…? —preguntas, al tiempo que irrumpes dentro de dicha pieza, únicamente para sentir el movimiento de una infinidad de pequeñas patas bajo tus pies.

La luz de una lámpara se enciende de forma repentina, pudiendo tú descubrir así que tanto el suelo como las paredes se encuentran cubiertas de infinidad de ciempiés, cucarachas y escorpiones.

Con una velocidad monstruosa, dichos insectos se suben a ti, pudiendo sentir sus pequeños y repugnantes cuerpos recorriendo cada fibra de tu ser tanto por dentro como por fuera.

Infinidad de escolopendras te salen de la boca y oídos antes de que puedas salir de tan repugnante estancia.

Para cuando dichos insectos terminan con su terrible asedio, no queda prácticamente nada de ti. Nada, salvo un par de insignificantes gotas de sangre manchando el pasillo…

FIN

V

—Así que has podido volver pese a todo… —comenta lúgubremente Fedra, al momento de recibirte—. ¡Pobre hombre! ¡Haber corrido un riesgo tan terrible para nada…!

— ¿Qué quieres decir? ¿Acaso…?

No te atreves a completar la interrogante que pugna por brotar de tu garganta.

Presa de la más honda desesperación que un padre puede sufrir, corres hasta la habitación de Adele, quien ahora yace inerte sobre su lecho, como si tan solamente durmiera.

Estrechando su pequeño cuerpo sin vida entre tus brazos, no puedes sino romper en una serie de inconsolables sollozos.

Ni siquiera tienes fuerzas siquiera para maldecir al destino, a los cielos, a las crueles hadas del bosque que te han permitido sobrevivir únicamente para asistir a la muerte del último de tus seres queridos…

— ¡Adele! ¡Por favor, hija mía…! ¡Vuelve a mí! —vociferas patéticamente entre sollozos.

Repentinamente, y para tu completo asombro, tienes la impresión de que Adele acaba de moverse.

Fedra también ha quedado desconcertada, oyendo como es que la niña ha empezado a toser ligeramente, para luego ir recobrando el color de sus mejillas.

Sus rígidas manecitas vuelven a sentirse cálidas, abriéndose de par en par sus hermosos ojos color avellana, al tiempo en que ella te pregunta:

— ¿Papi…? ¿Qué ha ocurrido…?

Como única respuesta, simplemente procedes a abrazarla, abrazándose también ella de ti.

— ¡Tuve un sueño terrible papi…! ¡Soñé que venía hasta la casa una sombra horrible, que quería llevarme con ella…!

—Está bien, pequeña. ¡Todo está bien, ahora! —respondes, recostándola nuevamente sobre su lecho, dándole un gentil beso en la frente.

Es recién en ese momento que descubres que la flor violácea que te había entregado esa niña misteriosa ahora luce completamente marchita, habiéndose secado enteramente sus hojas y pétalos.

Las Hadas cumplieron tu deseo, después de todo.

Sólo su impredecible magia fue capaz de obrar un milagro semejante, burlando a la Muerte misma…

FIN

W

—Lo siento, pero no puedo quedarme a vivir aquí. Mi hija me necesita…Aceptaría darte cualquier cosa a cambio de que la curases, pero no puedo abandonarla…

—¿Cualquier cosa? —pregunta la niña hada, dirigiéndote una misteriosa sonrisa.

—Sí. Cualquier cosa… ¡Inclusive mi propia vida!

—¡No hace falta que me des tu vida! —repone ella, con gesto divertido.

Ella se quita entonces el zarcillo turqués que trae puesto en la oreja izquierda, entregándotelo al tiempo que dice:

—Con esto tu hija quedará completamente sana. Pero en cuanto se haya realizado tu deseo, tendrás que darme algo a cambio, ¿De acuerdo?

A pesar de tu desconfianza, terminas por aceptar su regalo, siendo luego conducido a través de un pasaje subterráneo, el cual te lleva fuera del bosque.

Agradeces a la niña hada por su ayuda, preguntándole que es lo que ella desea a cambio del favor que acaba de realizarte:

—¡Ya lo sabrás a su debido momento! ¡Ahora vuelve a casa, que Adele está esperando por ti!

Lee la parte Z.

X

—De acuerdo…Me quedaré a vivir aquí. Pero tienes que prometerme que vas a curar a mi hija Adele…

—¡No te preocupes por eso! ¡Las hadas siempre cumplimos nuestras promesas! ¡Ahora vamos a jugar!

En seguida ella te muestra una gran mesa blanca repleta de todo tipo de juguetes, pero por muy hermosos que sean, lo cierto es que no tienes precisamente muchas ganas de jugar en estos momentos, inquieto como estás con respecto a la suerte de Adele.

«Tiene que haber una forma en la que pueda escapar de este sitio tan extraño…» te dices a ti mismo, pese a lo cual no puedes evitar notar con gran asombro que uno de los juguetes dispuestos en la mesa es muy parecido al caballito de madera que tu padre talló una vez para ti cuando eras niño.

«Qué extraño…Podría jurar que se trata del mismo caballo…» te dices a ti mismo, a pesar de que recuerdas claramente haber tenido que echarlo al fuego durante un invierno particularmente frío.

En cuanto empiezas a jugar con el caballo, no puedes evitar sentirte invadido por una gran alegría, casi como si hubieses vuelto a ser un chiquillo nuevamente…Incluso podrías jurar que estás volviéndote mucho más joven, mientras que el caballo crece más y más, hasta dejar de ser un simple juguete…

—¡Ven! ¡Vamos a hacerle una visita a Adele! —te dice la niña hada, montando a lomos del magnifico rocín en el cual tu caballo de juguete se ha transformado, viajando así los dos en medio de la noche, galopando por montañas y nubes.

Nunca antes en tu vida te has sentido tan feliz como ahora…

Lee la parte Y.

Y

Para total desconcierto de la vieja curandera Fedra, la pequeña Adele ha recobrado repentinamente el sentido, no pareciendo haber ya rastro alguno de la terrible enfermedad que estaba a punto de acabar con su vida.

«¿Qué es lo que ha sucedido? ¿Será acaso obra de las hadas del bosque?» preguntó para sus adentros la vieja mujer, al tiempo que presencia llena de desconcierto cómo es que la chiquilla corre hasta la ventana más cercana, riendo alegremente:

—¡He visto a mi papá en mi sueño! ¡Se ha convertido en un niño como yo, y las hadas del bosque son sus amigas ahora! ¡Me dijo que no esté triste, porque siempre va a estar cuidando de mí, aunque no pueda verlo todo el tiempo! ¡Dice que seré muy feliz y lograré todas las cosas que quiero de la vida! ¡Oh, muchísimas gracias, papá!

—Pero… ¿Qué cosas sin sentido estás diciendo, niña? —inquiere Fedra, confundida ante las extrañas palabras de la niña, quien proclama luego entre risas, mientras se asoma por la ventana:

—¡Mira! ¡Allí está mi papá! ¡Adiós, querido papá!

Asomándose también por la ventana, Fedra descubre un corcel alejándose…Un corcel sobre el cual montan dos niños riéndose a carcajadas, perdiéndose ambos de vista en medio de las tinieblas de la noche…

FIN

Z

Conforme vas acercándote al pueblo, te sorprende divisar desde la distancia un buen número de luces encendidas en las casas.

«¿Quién podría estar despierto a estas horas?» no puedes evitar preguntarte, quedándote atónito al descubrir que el mísero villorio donde has pasado tu vida ahora luce totalmente transformado, presentándose ante tu vista muchas casas grandes y modernas donde hasta hace poco no solía haber más que unas pobres chozas de madera.

Por un momento crees haber errado la ruta. Sin embargo, no tardas en reconocer la vieja iglesia situada la plaza, cuya pétrea constitución casi parece totalmente ajena al paso de los siglos.

Y precisamente, un gran número de personas se encuentra reunida fuera de aquel templo, sumamente atentas a la ceremonia que se lleva a cabo a su interior.

La verdad es que a ti eso no te interesaría en lo más mínimo, de no ser porque tú escuchas pronunciar el nombre de tu hija a uno de los transeúntes:

—¿Es cierto que su padre desapareció un día en el Bosque Maldito cuando era una niña muy pequeña?

—¡Eso dicen! Yo sé que una vieja con fama de bruja llamada Fedra cuidó de ella hasta que fue adolescente…Después de que Fedra muriese, ella fue a trabajar en casa de unas gentes ricas, aunque bondadosas, que no tenían hijos. Ellos la acogieron como un miembro más de su familia, volviéndose su única heredera…

—¡Y pensar que ahora va a casarse con el hijo mayor del alcalde del pueblo! ¡Qué suerte tiene!

—¡Debo admitir que me da mucha envidia! ¡La suerte parece sonreírle en todo momento! —oyes cuchichear a algunas mujeres.

—¡Yo pienso que la señora Adele merece ser feliz, después de todo lo que ha hecho por este pueblo!

—¡Y pensar que hasta hace muy poco esta no era más que una aldea miserable!

Tú has escuchas lo que esas personas dicen sin atreverte a intervenir en su discusión, experimentando un hondo escalofrío mientras sentías la lengua pegada al paladar.

Nadie, absolutamente nadie parece percatarse de tu presencia allí. Es como si fueras un fantasma.

—¡Miren! ¡Allí está Adele! —dicen unas niñas, quienes comienzan a echar al aire las numerosas flores que traen reunidas en sus cestos.

—¡De huérfana, a la persona más importante de este pueblo! ¡Quién lo hubiese creído!

—¡Casi hasta parece cosa de magia!

Entonces la ves: Ha cambiado mucho, efectivamente.

Pero sus ojos…El gesto dulce de sus ojos grises sigue siendo el mismo de siempre.

Es ella, tu querida hija Adele, tan hermosa que casi parece un ángel.

—¡Adele! ¡Querida Adele! —lloras, conmovido corriendo a abrazarla. Pero ella pasa a través de ti, mientras sonríe y saluda a las personas reunidas en la plaza, que corean vivas y entonan cánticos en su honor.

Es en ese momento que tú notas que ella trae puesto en la oreja izquierda aquel mismo zarcillo color turquesa que te había dado la niña hada, el mismo que te apresuraste en guardar en uno de tus bolsillos, y que ahora ya no puedes encontrar.

—Tu deseo fue concedido —dice una voz a tus espaldas—. Es tiempo ya de que vuelvas con nosotros.

Al volverte, descubres frente a ti a un hombre alto, vestido con hábito, cuyos cabellos son blancos como la nieve. La áurea tonalidad de sus ojos te hace recordar al armiño que descansaba en el regazo de la misteriosa niña hada.

—Tu hija sanó, y ha vivido y vivirá una existencia feliz, libre de desdichas. Pero tú has prometido que le darías a mi mama cualquier cosa a cambio de que tu deseo fuese cumplido. Y ella quiere que vivas con nosotros.

Basta una mirada para que comprendas finalmente que no tiene sentido presentar ningún tipo de objeción al respecto, percatándote de que ya no proyectas ninguna sombra.

Te despides en silencio de Adele, marchándote para siempre del pueblo en donde solías vivir.

Te has convertido en uno más de Ellos. Tu lugar ya no está más con los humanos, sino con los espíritus que habitan en el Bosque tenebroso donde se erige el Muro de las Hadas, desde hoy tu nueva morada eterna…

FIN

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