A Martín le volaron la cabeza con una Itaca.

La muerte lo tomó tan de sorpresa que al principio tardó en entender por qué todos lloraban tanto. “Muchachos, no se pongan así…”

De repente se quedó viendo películas en las que no pasaba nada. Delante de sus ojos, infinitas ventanas en blanco.

Sintió un estampido, un eco al que no le dio significado, distraído como estaba en probar su nueva cámara. Y en un instante, la bala tuvo un solo sentido: su cabeza. Y sobrevino el silencio.

Se le poblaron todos los dolores de luz y un estallido luminoso lo hizo cambiar de estado.

“El viernes 26 del corriente se celebrará en la Capilla del Liceo una misa de cuerpo presente, para orar por el compañero y, a pedido de su familia…”

Y unos recuerdos locos lo atemorizan, le urgen.

Su hermano que le dice: “¿Ah, si? ¿Vos querés darle el gusto a los viejos y hacer el Liceo Militar? Yo en cambio me voy a hacer rico siendo mecánico… y encima te enganchás a las mejores minas, las más refinadas. Esas que fantasean con hacerlo con uno “pobre pero musculoso”.

Y la voz de la tía intelectual, descontenta: “El entrenamiento militar es una plaga que dejará su cicatriz por generaciones”.

Y su novia Silvina: “Terminamos. Ya no me banco que le des tanta bola a lo que dice tu papá. Madurá. Tenés 18. ¿Vas a casarte con él o conmigo?”

Y Martín pasaba su vida sin animarse a dar pasos que le costaran ningún dolor. Nunca desencantar a nadie. Nunca una afirmación sobre sí mismo.

Y Juan Pablo que le propuso:”Nos podés filmar a nosotros…Vamos a la casa del abuelo de Gustavo. El tipo es general retirado y tiene una colección de armas. Ahí podemos probar tu cámara nueva ¿querés?”.

Juan Pablo fue el diablo que lo tentó a jugar con un arma cargada. El arma de creerse dueño de la propia historia. O su otra cara: la de creerse ajeno por completo al destino.

Unas imágenes le urgen. No son recuerdos locos. Sino la suma de todas las decisiones que tomó en su vida. Que se fueron cayendo como hojas para impactarlo con una única certeza emocionada: ESTUVE VIVO.

Pero Martín se distrajo. La Itaca estaba cargada y apuntaba jugando hacia la cámara encendida.

Sintió un estampido, como un eco, al que no le dio significado. Sobrevino el silencio. Se le poblaron los dolores de luz y un estallido luminoso lo hizo cambiar de estado.

De repente se quedó viendo películas en las que no pasaba nada. Delante de los ojos, infinitas ventanas en blanco. Fue el último recuerdo loco que cayó sobre su cara.

Termina la misa. La familia se va. El murmullo se va. Las campanadas se apagan.

Las lágrimas de sus amigos son como estacas que le aferran el alma. Martín se queda.

Martín ya nunca podrá irse.

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