Doce campanadas de un mediodía. Lluvioso. De agosto. Erizados los pelos del gato un minuto antes de. Estremecido, intuyendo que en el silencio de la iglesia. Un monje pálido sube. Escalera caracol, mientras el frío poco a poco. Una mano huesuda sobre la baranda. En la otra, la cuerda que le servirá. La extremaunción siete horas después cuando el sacristán horrorizado. Descuelgan el cuerpo rígido, como un péndulo entre escalones eternos. Cada mediodía palpita la escalera, sediento su hueco de otra hora maldita. Un monaguillo con los pies apurados ignorando que entre la madera crujiente, el destino ensombrecido. Se va a derramar el incienso que con una mano. Un chasquido y la pálida cabeza que se romperá. Doce campanadas y la muerte. Como si el cuerpo, otra vez, violentamente de la soga. Erizados los pelos del gato.

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