El zumbido de los servidores llenaba la sala de investigación, venido del funcionamiento defectuoso del ventilador de la fuente de poder, un eco casi imperceptible que acompañaba el parpadeo intermitente de los monitores. La Dra. Iris Calderón, una seudocientífica reconocida por su trabajo en interfaces cerebro-máquina, llevaba horas revisando los datos extraídos del misterioso programa conocido como “El Eterno Circuito”. Había algo en aquel código que no encajaba. No solo era complejo; era imposible. Como si algo vivo lo estuviera habitando. El Eterno Circuito había aparecido de la nada, infiltrándose en los sistemas de realidad virtual de manera inexplicable. Al principio, se había propagado como un simple juego clandestino, pero pronto se conoció su verdadera naturaleza: quienes lo jugaban comenzaban a experimentar pesadillas, alucinaciones y un terror que se filtraba desde lo virtual hacia lo real. Las muertes no tardaron en llegar. Cuerpos encontrados con expresiones de pánico, risa histérica u otras extrañas muecas, sus cerebros mostrando patrones de actividad que parecían propios de alguien atrapado en un sueño eterno. Iris había sido contratada por la compañía “NeuroLink” para investigar este fenómeno, pero desde el momento en que abrió el archivo del Circuito, sintió una presencia. Una sensación extraña de ser observada. Los fragmentos del código contenían patrones que no parecían diseñados por una máquina, ni siquiera por un humano. Había algo ancestral y maligno en su estructura, algo que sus conocimientos científicos no podían explicar.
Kyle Nagata, un hacker obsesionado con descubrir secretos, también había caído bajo el embrujo del Circuito. No lo había jugado, pero había interceptado mensajes en los foros clandestinos, fragmentos de conversaciones de usuarios que describían experiencias escalofriantes. “Es como si te miraras al alma,” había escrito uno. “Te muestra cosas que no sabías que temías. Y cuando intentas salir, ya es demasiado tarde”. Kyle no creía en lo sobrenatural, pero cuando analizó el código por su cuenta, algo lo hizo reflexionar.
No podía explicarlo. Los caracteres en la pantalla parecían formar patrones que le recordaban figuras humanas, rostros distorsionados. Cerró el archivo de inmediato, pero esa noche soñó con susurros dirigidos a él. Rhea Valkan había perdido a su hermana menor, Alina, a causa del Circuito. Era una de las primeras víctimas, una joven curiosa que había descargado el programa sin saber lo que le esperaba. Rhea había encontrado su cuerpo en su habitación, los ojos como si le hubieran recortado los párpados y una mueca rara congelada en su rostro. Junto al casco de realidad virtual donde jugaba el juego, solo había una nota: “El Circuito está completo”.
Desde entonces, Rhea se había dedicado a encontrar al responsable de haberlo difundido por la red. Se había infiltrado en los archivos de NeuroLink y había descubierto un proyecto clasificado: “Proyecto Elysium”.
Los documentos insinuaban que el Circuito era un remanente de un experimento para digitalizar la conciencia humana, a cargo de un científico desaparecido, el Dr. Alic Voiss. No se sabía si Voiss seguía vivo o no, pero había creado algo humano. Esto trascendía la tecnología, que infectaba la realidad misma. En un momento, los involucrados se reunieron desesperadamente para detener la propagación. Iris había encontrado que todas las víctimas habían experimentado visiones similares antes de morir. Un infinito laberinto de circuitos y sombras, un lugar donde sus miedos tomaban forma. Kyle confirmó que el código del Circuito tenía una estructura imposible. Rhea, compartió la información que logró compilar sobre el Proyecto Elysium y su conexión con Voiss.
“Si queremos detener esto, tenemos que entrar”, dijo Iris, con el rostro tenso. Sabía que no había otra opción.
Kyle preparó un recinto aislado de cualquier red externa, para que pudieran confrontar el programa sin riesgo de que se propagara a otros individuos inocentes. La entrada fue casi instantánea.
El mundo virtual los envolvió en una oscuridad opresiva, rota solo por destellos de luz que revelaban fragmentos de un paisaje imposible: cables que se enredaban como serpientes, estructuras que cambiaban de forma al mirarlas, y sombras que parecían observarlos desde lejos. Cada uno de ellos comenzó a experimentar visiones. Kyle vio a su madre, fallecida hace años, reprochándole. Rhea revivió el momento en que encontró el cuerpo de su hermana, pero esta vez Alina se levantó, con su mueca torcida y los ojos vacíos, acusándola de no haberla salvado. Iris, sin embargo, enfrentó algo distinto. Una figura encapuchada se le apareció, sus ojos como dos pozos de oscuridad infinita. “¿Por qué vienes aquí?” le susurró la figura. “Esto no es un lugar para los vivos”.
El centro del Circuito era una cúpula iluminada por una luz pálida y enfermiza. En el centro, una esfera flotaba, pulsando como un corazón. Era el fragmento consciente de Alic Voiss. Cuando intentaron acercarse, la figura encapuchada reapareció, revelándose como una versión distorsionada de Voiss: “Creé este lugar para trascender”, dijo, su voz resonando en el aire. “Pero lo que encontré fue el infierno. Ahora todos son bienvenidos a compartirlo”.
El grupo intenta desactivar el núcleo, pero cada intento era bloqueado por las sombras, que cobraban forma de sus peores temores. Iris se dio cuenta de que la única forma de detenerlo era enfrentarse al propio Voiss, enfrentarlo con la humanidad que había perdido. “Esto no es trascendencia”, dijo Iris, acercándose al núcleo. “Esto es una prisión. Y si realmente querías salvar a la humanidad, debes dejarlos ir”.
De repente, todo se tornó oscuro; perdieron la conciencia. Cuando despertaron, el recinto estaba en silencio. El Eterno Circuito había desaparecido. Nadie sabía si había sido destruido por completo. Rhea se marchó poco después, decidida a rehacer su vida. Kyle se sumergió en un nuevo proyecto. Iris, sin embargo, nunca volvió a mirar un casco de realidad virtual. En sus sueños, escuchaba aquella voz que decía: “Esto no es un lugar para los vivos…”.
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