Es tarde. Coges el
último tren que te lleva a casa. El trayecto durará unas dos horas, así
que te lo quieres tomar con calma. No hay mucha gente en el tren, lo
cual es una suerte, te permite elegir asiento. Te sientas junto a la
ventana. Ya estás cómoda, solo pensando en lo mucho que te gusta viajar
y disfrutar de los paisajes. Pero antes de que el tren cierre su
puertas, alguien se sienta a tu lado.
No entiendes el
porqué de ello, el tren no va demasiado lleno y hay sitios de sobra
para elegir asiento. ¿Quizás quiera algo de ti? Ya no parece que vaya a
tratarse de un viaje tranquilo y placentero. Pero de momento prefieres
no estresarte. Quizás no sea más que tu imaginación.
Al
poco empiezas a sentirte incómoda. El hombre no deja de hacer cosas
extrañas: se ríe solo, gesticula con las manos, se frota la cabeza con
cierto desespero. Piensas que no es normal. Algo no está bien en su
cabeza. Dudas de si levantarte o esperar a que el revisor pase. «Igual no ha comprado billete y lo acaban echando», piensas. Pero no lo ves claro, pues es posible que tarde en pasar, si es que pasa…
Te
levantas cuando el tren para en la siguiente estación. Haces ver que
es ahí donde te bajas para disimular, pero en realidad aprovechas y te
mueves al siguiente vagón. Un vez allí, te sientas en el primer asiento
que ves. Ahora sí te sientes mucho mejor. Ya no tienes a alguien raro
sentando junto a ti.
Pasado
un rato, ves como alguien pasa de largo por tu lado. Es ese hombre
extraño. Miras para ver a donde se dirige. Parece que está buscando a
alguien. De pronto se gira y te ve sentada. Tú desvías la mirada hacia
la ventana para hacer ver que que no le has visto. Pero parece que ya
es tarde, pues se acerca hacia ti. Se vuelve a sentar a tu lado, lo
cual te pone muy nerviosa, y, sin pensárselo, se dirige a ti:
ㅡNecesito que me ayudes.
Aceptas escucharle, pero no tienes nada claro sus intenciones. Al menos escucharás lo que tiene que decirte.
Él
te explica que no puede salir del tren, que está maldito. Tú le miras
extrañada y algo asustada. Su mirada es muy desconcertante, no aprecias
vida en ella. Algo te dice que lo que viene a continuación no va a ser
bueno. Entonce él prosigue:
ㅡLa única manera de liberarme es con tu muerte.
Y
dicho eso, sus ojos se oscurecen y en su boca se dibuja una malévola
sonrisa. No te lo tienen que decir dos veces, te levantas para salir
pitando.
Continuas hacia
el siguiente vagón. Está vacío, y el siguiente también. Cierto es que
es tarde, pero al menos debería haber alguien más en el tren. Empiezas a
sospechar de que no es casualidad.
Aceleras
para alejarte de aquel hombre lo antes posible. Estás realmente
asustada y solo piensas en salir de ese tren cuanto antes. Pasas
corriendo un par de vagones alejándote tanto como puedes y, mientras lo
haces, buscas a alguien que pueda ayudarte, pero sin suerte. Parece
que el tren está vacío, y que solo tú y ese maníaco os encontráis en
él. «¿Será esto una pesadilla?», te preguntas. Pero se siente bien real.
En
la siguiente estación el tren debería parar. Crees que lo mejor será
bajarse allí y coger el siguiente por la mañana. No estaba dentro de
tus planes, pero así son las cosas.
El
tren se acerca cada vez más a la siguiente estación, y no parece que
reduzca la velocidad, más bien parece que va a pasar de largo.
Efectivamente así lo hace. El tren no paró en una parada que era
obligatoria. Empiezas a darte cuenta de que algo no va bien.
De
momento, lo único que puedes hacer es seguir hacia adelante. Crees que
lo mejor es continuar hacía la cabina del conductor para hablar con
él, quizás él pueda ayudarte, así que a ello vas.
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