Ante ella se alzaba el peor de los terrores: la muerte. No se manifestaba como un esqueleto raquítico con una guadaña enorme como ella siempre se había imaginado. Tampoco como un ser cósmico del que tantos libros hablaban, ni siquiera como unas puertas doradas hacia el paraíso que tanto ansiaban muchos religiosos. Allí no había nada. Ni siquiera se podía describir como “allí”. Solo se encontraba su consciencia: no había nada que pudiera ver, ni vivo ni muerto, ni orgánico ni inorgánico, ni siquiera la rodeaba el color negro, pues eso sería un mundo comparado con aquel vacío. Notaba cómo sus dedos desaparecían y dejaban paso a una extraña sensación de miembro fantasma que, poco a poco, envolvió su cuerpo entero. Al cabo de un rato que podrían ser desde segundos hasta horas, notaba su cuerpo como un eco, un mero recuerdo sensorial. Se agarró a aquello, pues era lo único que tenía y podía sentir en medio de aquella nada. No era tonta: sabía que estaba muriendo, víctima de la agonizante muerte que conllevaba su enfermedad contra la que tantos años había estado luchando. Por ese duro camino perdió amigos y familiares, distanciados por las dificultades que acarreaban estar cerca de ella y sus dolores crónicos. Pero lo que más le dolía es que ella, en parte, se sentía responsable de esas pérdidas, pues en sus últimos momentos, sus ganas de salir de casa o socializar eran más bien nulas pero, ¿quién podía culparla? A los moribundos se les exime de cualquier cosa, al fin y al cabo estaban pasando por lo peor que tiene la vida para ofrecer y tú no quieres ser quien le amargue aún más la existencia. No por pura moral, sino porque quedaría muy feo a ojos de los demás. Eso, y que en tu lecho de muerte no querrías que te trataran mal. O quizás eso era simple proyección… ella siempre había pensado que la gente nunca tiene intenciones completamente puras y que siempre había algo de egoísmo tras cada acción, persiguiéndola como una sombra que solo es posible borrar cuando la oscuridad se cierne al completo sobre una misma. Si, definitivamente ella tenía algo de culpa en la ruptura de esas relaciones, pero quizás no tanta como pensaba en vida. Pensar en su vida evocó miles de recuerdos y demasiados arrepentimientos. Siempre había sido una persona extremadamente indecisa, maleable a pesar de tener ciertas ideas fundamentales claras y muy temerosa al cambio. Temerosa y perezosa ante él. Le resultaba curioso que incluso en ese estado su jueza interior siguiera martirizandola, ¿ni siquiera iba a ser feliz en sus últimos momentos? Igual no lo merecía, igual su infierno personal era estar rumiando los errores de su vida, sus preocupaciones y sus propios juicios para siempre. Pero eso era demasiado bueno para ser real, más teniendo en cuenta la nada que le rodeaba y cómo gran parte de su cuerpo ya había pasado a aquel estado sin vida. Si de verdad esto era su infierno, lo que seguía ahora era el fin: el cese de su consciencia para los restos. Tampoco pensaba que se mereciera un infierno como ese. Vale, sí, había hecho daño a gente a lo largo de su vida, pero siempre había intentado portarse lo mejor posible con todo el mundo, aunque fuera para evitar una confrontación o una regañina. Lo que más le había incomodado es que la gente estuviera enfadada con ella o que no cayera bien a alguien. Pero aún con esas intenciones corruptas, no había habido día en el que no fuera respetuosa cuando se requería y cercana cuando la necesitaban, aunque esto último lo podría haber pulido más, eso es cierto. Como aquellas veces en las que su odioso compañero de oficina se quejaba de lo mal que se encontraba en casa por el divorcio con su mujer. ¿Debería haberle consolado para evitar aquel destino en el que se encontraba? Supuso que jamás lo sabría… Eso, y que ya no tenía importancia. Así era: ya nada tiene importancia, porque la nada la estaba reclamando. Por fin no tendría que preocuparse por ninguna decisión más, no tendría que poner ninguna lavadora más, ni siquiera seguir trabajando las más de cuarenta horas semanales que le exigían en su empresa. Aquel sistema sí que era un infierno. Ah… ya notaba cómo su cuerpo había desaparecido de sus sentidos, vaporizado y convertido en vacío, como cuando se limpiaba por fin el barro de las zapatillas después de un día de senderismo. Toda su vida había estado aterrorizada de aquel momento y ahora lo abrazaba. Sólo un poco más y todo acabaría. Para siempre. Un terror primordial sucumbió todos los pensamientos: aquello era el final de TODO, lo que seguía solo era meramente palpable si se pensaba en lo que había antes de nacer: nada. Ya había experimentado aquello, o mejor dicho, ya había experimentado lo que significaba no experimentar nada y ahora iba a volver allí pero esta vez sin una fecha en la que nacer. El cese de la existencia, el fin de todas las cosas. Las palabras quedaban cortas para describir aquello. Entre gritos y llantos dentro de su cabeza, pues le era imposible expresarlo con su cuerpo, algo de nuevo se activó dentro suya que la llevó de vuelta a la cordura. Exhausta pero ya más tranquila se puso a reflexionar y dedujo que aquello debía ser algún mecanismo evolutivo para no sentir aquel miedo incapacitante constantemente y convertirse en presa fácil. Daba igual, ya no podía hacer nada por evitar la muerte. Y a pesar de que daba igual, su cabeza seguía a mil con los pensamientos, tal y como había hecho siempre, casi ajena a lo que estaba ocurriendo. Era solo su capacidad consciente la que podía comprender aquello. Realmente eso era una bendición y una maldición al mismo tiempo. Por un lado, se podían comprender cosas hermosas como el arte y la ciencia y por el otro, se estaba expuesta de forma constante a los horrores de la muerte, la ansiedad, la pérdida y el fracaso, algo que abundaba en la sociedad que habían heredado y que pocas opciones tenían de cambiar. Pero eso ya… daba igual… sus pensamientos se empezaban a desvanecer, como entrando en un sueño, sus recuerdos a perderse y su consciencia a apagarse. Se sentía como aquella vez que tuvieron que ponerle anestesia y dormirle, tan fuera de su control y a la vez tan sencillo ceder que intentó evocar ese recuerdo antes de que se evaporara junto al resto y al menos no desaparecer fundida en miedo. Sin embargo, pronto este pensamiento también se le deslizó entre los dedos y quedó expuesta al completo, generando en ella el peor sentimiento de ansiedad que había experimentado nunca. Iba a morir agonizando físicamente y ahora mentalmente. Algo se impuso entonces: unos vagos recuerdos de momentos felices, amigos, infancia y familiares cercanos que le sonreían, que se mostraban puramente orgullosos de ella y que tantas veces le habían ayudado a seguir. Incluso recordó a su psicólogo, que le había guiado en la vida y le había salvado más de una vez. “A pesar de todo, no ha sido una vida tan horrible” y con este último pensamiento, desapareció fundiéndose con aquella nada, un sueño eterno del que jamás nadie despertaría.
OPINIONES Y COMENTARIOS