Disfruto de una mente analítica y reflexiva que he desarrollado con el paso de los años la cual, en paralelo, me ha ido definiendo un sexto sentido muy marcado, una intuición que se manifiesta a través de corazonadas que, sin razón aparente, se activan en ciertas situaciones sin una explicación racional. En cada ocasión, se presenta, me invade y perturba hasta que acabo por tener que ceder a escuchar su voz.

Tanto por mis ocupaciones como por mis aficiones soy un habitual del medio aéreo. La práctica no me ha hecho acostumbrar a las largas esperas en los aeropuertos, por lo que cada vez que debo tomar un avión la permanencia en la terminal es un lapso de tiempo que se me eterniza, convirtiéndose en una verdadera condena que como viajero debo cumplir escrupulosamente dados los protocolos establecidos. Para hacerlas lo más llevaderas posible, suelo acompañarme de una buena lectura y de estudiadas listas de reproducción. La música clásica es mi elección preferida para volar, eficaz para apaciguar mis pensamientos y porque consigue abstraerme. Anoche, sin embargo, la intensidad fue mucho mayor, haciendo vano cualquier intento por apartar mi resonancia interna, prevención clamorosa que me animaba a no subir la escalinata si no quería convertirme en víctima de una segura tragedia.

Conocer que el índice de accidentabilidad en las grandes compañías es mínimo no me proporcionaba la suficiente tranquilidad como para pacificarme, ya que en caso de siniestro la posibilidad de sobrevivir es prácticamente nula, un peso que inclinaba siempre la balanza hacia el mismo lado.

Llevaba meses organizando el viaje al trópico, pues desde muy joven me sentía atraído por su exotismo. Me decanté por las Islas Maldivas por sus fondos marinos, unos paisajes espectaculares que cuentan con una variada biodiversidad y unos arrecifes de coral únicos por su extensión y estado de preservación. Aquel iba a ser mi hogar soñado, ocho días de pleno disfrute en el verdadero paraíso del buceo. Afrontarlo me había supuesto un enorme esfuerzo, había programado meticulosamente cada detalle. No permitiría que, a punto de partir, un simple impulso me hiciese renunciar a mis propios planes.

Pese a mi lógica, fui incapaz de acudir a ninguna de las llamadas de embarque vociferadas por la megafonía. La última me llevó a aumentar un punto más el volumen de mis auriculares. Así, parapetado, con mis oídos llenos de vibraciones, mi mirada fija en la pista y los pies en tierra, vi despegar la aeronave que, en pocos segundos, desapareció engullida por la oscuridad.

Me había mantenido firme en mi decisión por absurda que me pudiera parecer. Lejos de sentirme mal, me relajé. Cargado con mi equipaje, salí del edificio y tomé un taxi. Llegué a casa bien entrada la madrugada. Me duché buscando reconfortarme y me acosté sin tomar nada. El sueño me abordó de inmediato. Me desperté temprano, algo inquieto, ávido por conocer la última hora. Abrí mi portátil y accedí, una tras otra, a las últimas ediciones de los periódicos buscando una confirmación que no encontré. Nada se decía en ninguna de ellas sobre accidente aéreo alguno. Mi vuelo, por tanto, había llegado a su destino puntual y sin mayor novedad.

Me refugié en la orquestación dramática de Wagner que retumbaba en mi equipo, acallando una mente que me había jugado una mala pasada. El holandés errante se adueñó de mi apartamento, un consuelo menor que, con sus sonidos, soterraba el grito de mi percutora conciencia. No conseguía sosegarme, por lo que me dispuse a cambiar la distribución de los muebles del salón. Distraído, poco a poco fui abriendo resquicios en mi cabeza, espacio en que iba extendiendo el mapamundi en que fijaría mi próximo destino.

N.A.: Su premura al consultar la prensa le hizo no reparar en la diferencia horaria existente con Malé, razón por la cual los diarios españoles no habían podido recoger el trágico suceso que, lamentablemente, refrendaba su presentimiento. A mediodía, todas ellas publicaban la noticia de agencia siguiente: El Airbus A330/300 que cubría el vuelo entre Madrid y Malé se ha estrellado por causas desconocidas cuando ejecutaba las maniobras de aproximación al aeropuerto internacional de la capital de las Islas Maldivas. Se trata del vuelo IB423 que despegó del Aeropuerto Adolfo Suárez Barajas a las 19:45 horas de la tarde de ayer. El accidente se ha cobrado la vida de 271 personas, entre pasajeros y tripulación. Al lugar han acudido los equipos de emergencia que han iniciado las labores de rescate. Las autoridades locales han informado que no se ha localizado ningún superviviente.

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