Almas del mar

Almas del mar

Luci Medez

09/01/2025

A nadie le gustaba cuando se juntaban. El amor, la pasión y la dicha que emanaban al danzar juntos era intimidante. Moviéndose al ritmo de la música de los juglares, arrasaban con todo a su paso, parecía que se volvían uno al dar vueltas. Era un espectáculo y una pesadilla cada que valsaban. Tal era la destrucción, que su pueblo les suplicaba que pararan, ellos, hundidos en la emoción, no escuchaban.

–¡Ya te dije que no lo hicieras, Aine! Tú y ese muchacho tienen a todos hartos.

–Mamá, es que tú no entiendes. Cuando escuchamos el primer acorde de las guitarras algo tiembla dentro de nosotros. Es como una fuerza que nos une y nos incita a bailar y disfrutar del momento.

–Algún día se van a arrepentir de atormentar tanto al pueblo con sus danzas, mija.

La joven no quiso escuchar a su madre. Cada día, en punto de las 12:00 de la tarde, cuando los juglares comenzaban sus historias, ella y Moseh salían a bailar, sin importar lo que los demás pudieran decir.

Las profecías de la madre se cumplieron, pues, cansados de la constante desolación, los pueblerinos fueron dejando sus casas para buscar otro lugar con paz y tranquilidad. Sin tener a quien contar sus historias, los juglares se alejaron también.

El pueblo de Chuspa quedó casi deshabitado, solo el par de gitanos danzantes y uno que otro local que no tenía con qué irse.

Deshecha por la nostalgia de los días en los que bailaban sin parar, Aine se desvaneció en el aire, sus polvos volaron como lo hace la tierra en un remolino; y Moseh, afligido por la pérdida de su amada, lloró y sollozó hasta que no quedó rastro de él, fueron tan amargas sus lágrimas de dolor que se hicieron parte del mar.

Los científicos de hoy los llaman trombas marinas, pero los remolinos que se hacen cerca de las costas, son las almas de Aine y Moseh, después de aprender su lección, bailan en un solo lugar, sin música ni disturbios; con mucho amor y emoción.

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