Estaba en casa tranquila, en silencio. Ella aún no llegaba del trabajo, así que yo disfrutaba de mi soledad. Me puse a pensar, hace cuanto tiempo no tenía un momento así, conmigo a solas, sin ocupaciones o personas que atender. Hacía tiempo que venía con una sensación de extrañeza, una nostalgia de caminar por las calles escuchando música sin sentir que estaba sola, que simplemente estaba en mi propia compañía.
Me decidí por prepararme un café en la prensa francesa, tenía un café nuevo que no había probado. Puse música en el celular y bailé en la cocina mientras esperaba que estuviera listo el café. Me serví y me senté en la mesa del comedor. Mientras revolvía y la cuchara chocaba contra la taza, miraba el paisaje de esa casa. Hasta entonces, era un refugio, un sueño de pareja; miraba fotos y cuadros y pensé ¿dónde habían ido a parar mis propios sueños? ¿Por qué los había reemplazado por las metas comunes con ella? Metas de tener cosas materiales y un par de experiencias. Mientras tomaba mi café, me pregunté dónde había quedado esa chica que se tatuó un caballo en el brazo para recordar siempre que su espíritu era libre e indomable. Muchas veces que miraba ese caballo, me decía que faltó agregarle una frase al tatuaje: “Libre de todo, incluso de mí misma” Porque conocía mis malos hábitos y tendencias a evadirme cuando enfrentaba algo importante y doloroso, o a relegarme a segundo plano al estar en pareja. En esta oportunidad, con ese café reflexionaba que había modificado toda mi visión de la vida para que encajara con mi relación. Porque estaba aterrada de perderla, de perder ese amor que tanto me ayudó a ponerme de pie, a confiar lo suficiente en mí y en mi proyecto.
Pero me estaba equivocando, me estaba apresando en una caja para mantener la relación y mantener ese amor, pensando que mi amor propio no era suficiente para vivir conmigo misma. Lamentablemente, el velo de la ilusión ya había caído y de a poco, me sentía más capaz, más querida, más entera. Liberarme de mí misma significaba dejar atrás versiones antiguas que me hacían lastre y no me dejaba emerger, que no me permitían salir a la luz. Por fin estaba reconectándome con mis sueños, alimentándolos con mi imaginación, con mis reflexiones y priorizándome por sobre esa relación que ya hacía agua por todos lados.
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