Un llamado a los padres

Jaime despertó en medio de la noche al oír gritos desgarradores. No fue un sueño. Corrió hacia el comedor y vio lo que nunca habría imaginado: sus padres, tendidos en el suelo, rodeados de sangre. Sus cuerpos estaban desfigurados, y sobre ellos, los cuchillos de la cocina, esparcidos con una brutalidad salvaje.

En la esquina, una figura pequeña lo observaba. Era su hermano menor, cubierto hasta los codos de sangre, con los ojos vacíos de todo sentimiento. Vio como sonrió, pero no era una sonrisa inocente.

No quería que te quedaras tú solo con ellos…”, dijo con voz fría y vacía, acercándose lentamente.

Jaime retrocedió, el horror se apoderó de él. Recordó las discusiones, las veces que sus padres lo habían ignorado, dejándolo siempre a un lado. Pero nunca imaginó que eso lo llevaría a este final.

El niño levantó un cuchillo con manos temblorosas, y con una frialdad inexplicable, se lanzó hacia él. Jaime intentó defenderse, pero el niño, ya irreconocible, no era el hermano que conoció. En el último suspiro de Jaime, entendió la terrible lección: cuando el amor se convierte en indiferencia, el odio se alimenta de él. 

Un escrito de Ramón Sánchez Mandujano. Diciembre de 2024.

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