La Espada Enlutada – Epílogo

La Espada Enlutada – Epílogo

Rafael Andrade

14/12/2024

Epílogo

Al recuperar la entereza, Grimthor examinó el sarcófago para asegurarse de que no albergara otro conjuro maligno. A los pies del esqueleto que había sido el legendario Khuwala Dian-Bhuttan, una urna de cerámica dejaba asomar el extremo de un rollo de papiro. Grimthor lo leyó en voz alta:

—»Enhorabuena, Pionero de Voldor. Tienes ahora en tu poder La Espada Enlutada, la primera de las cinco reliquias de El Peregrino. Usa este poder con justicia y sabiduría. Es posible que creyeras que esta espada era el final de tu camino, pero es el principio. El grupo que ostente Las Cinco Reliquias tendrá el poder de cambiar el mundo. De acercarse a Las Enseñanzas. Busca El Martillo Ahogado allí donde el agua envuelve al fuego. Solo las más sabias y justas personas podrán llegar al final del camino. Ahora, ve, y libera al mundo del caos.»

—Así que La Morada de los Dioses existe —comentó Panit Yae, atónita—. Oh, Grim, no puedo creerlo.

—Te lo dije, Yae. Las palabras de El Peregrino nunca son baladí.

—”Allí donde el agua envuelve al fuego…” —reflexionó Yae.

—¿Es una especie de enigma? —preguntó Gunarkh.

—Tal vez sea una metáfora —respondió Panit Yae—. Según Manar de Centauria, que escribió un ensayo sobre la poesía centáurida, el fuego puede referirse simplemente al calor o las emociones de alguien. Quizás el agua represente la calma. Dos emociones distintas en un solo individuo. El fuego, la pasión; el agua, la serenidad. ¿Qué pueblo de Voldor es apasionado y a la vez reflexivo?

—Tú y tus libros, querida —le criticó Kurome—. Estás dándole demasiadas vueltas. ¿No recuerdas mi disertación sobre la sabiduría y los libros que di en la posada de Lus? Las canciones, estimada maga. ¿No has oído La Leyenda Azurita, de Galka, la barda anura?

—¿Qué? —respondió Yae, indignada.

Con una voz melosa y suave, Kurome cantó una estrofa:

En la forja bajo el agua, de los humanos la envidia,

donde el buen metal se fragua: en la legendaria Anfibia.

—¡Por todos los dioses, Kurome! —se asombró Panit Yae—. Cantas mejor que muchos bardos.

La elfa disimuló el rubor.

—¿Anfibia? —preguntó Gunarkh—. ¿Dónde está eso?

—Según la canción —respondió Kurome—, la ciudad estaba sumergida cerca de las costas de Azur. Existen muchas historias sobre Anfibia. Algunos dicen que los tritones, anfibios y sirenas viven allí, pero la mayoría los tildan de locos o de charlatanes. El resto cree que no existe.

—Sea como sea, debemos ir a Azur si queremos averiguar algo —determinó Yae.

—Entonces —le siguió, Grimthor—, salgamos de aquí.

Tras el sarcófago, una brecha de luz anaranjada atravesaba la pared. Si no querían volver por donde habían venido, tendrían que seguir adelante, así que, tras un descanso en el que recuperaron la fuerza suficiente para seguir, se dispusieron a averiguar de dónde venía aquella claridad.

Grimthor clavó el filo de su hacha en la grieta de la pared y, haciendo palanca, hizo caer uno de los adobes. Más allá de aquella pared se extendía un vasto paisaje subterráneo iluminado por una luz proveniente de una ¿ciudad? situada a unos mil metros de la posición del grupo.

En medio de aquella construcción, una gargantuesca torre refulgía poderosamente, reflejando su luminiscencia sobre edificaciones creadas, sin duda, a tal fin.

—Es una torre de fulgor —se asombró Panit Yae.

—¿Qué es una torre de fulgor? —le preguntó Gunarkh.

—Es una construcción de los peregrinos. La fuente de todo su poder y la causa de su decadencia y perdición. Los mida llevamos siglos tratando de emularla, pero no disponemos de los conocimientos ni la tecnología suficiente para crearla. Algunos ingenieros y artífices han logrado emplear su energía para crear artefactos o armas, pero no sabemos de dónde procede su poder, porque no se encuentra de forma natural en Voldor. Al menos, no la hemos encontrado.

—No la hemos encontrado porque su poder es una bendición otorgada por la gracia de El Peregrino —aseveró Grimthor.

—Sí, es que El Peregrino es muy gracioso —ironizó Kurome—. Mira qué divertido, atrapados en la inmensidad de un mundo subterráneo del que no sabemos salir, salvo por el camino que hemos dejado atrás, en el que nos esperaría un gremio de ladrones que nos ha intentado matar, dentro de una ciudad en la que nos buscan por homicidio múltiple. Sí, tu Peregrino debe profesarnos un amor especial, Grim.

El paladín lanzó a Kurome la mirada del creyente que ha oído una ofensiva blasfemia pero sabe que la razón tiene límites que la fe no te impone.

—Por suerte —comenzó Panit Yae—, sé cómo moverme en Vajra. La mayoría de estos canales desemboca en el Xerecron. Si conseguimos una embarcación y tomamos el canal hacia el norte, estaremos a la altura de Eidolon en dos o tres semanas. Desde allí, podemos seguir el Xerecron hasta El Espolón y atracar en Azur, si encontramos un barco, o podemos tomar el camino a pie o a caballo hasta Kuru, de allí a Kiro y, después, a Azur. Será más lento, pero no podemos descartar esa posibilidad.

—¿Dos o tres semanas? —preguntó Kurome.

—Depende de si encontramos una embarcación, y del tipo de embarcación que sea. No es lo mismo una galera de remos que un navío con motor de xion. O que nada. Si no encontramos un barco, podemos seguir la trayectoria del canal por la ladera. Nos tomaría tal vez una semana más. En ese caso, el problema sería la comida, aunque, de agua, tenemos más de la que podríamos beber en mil años.

—Pero Keynahari sigue cautivo —recordó Grimthor—. Debemos entregarle la espada.

—Me temo que Keynahari tendrá que esperar —respondió Kurome—. Necesitamos la espada para encontrar El Martillo Ahogado. Una vez lo consigamos, podremos devolverle La Espada Enlutada a su legítimo dueño.

A Grimthor no le gustó la idea, pero creyó que Kurome tenía razón.

—En cualquiera de los dos casos —intervino Gunarkh—, deberíamos pasar por esa ciudad. Tal vez encontremos una embarcación, si no comida, o al revés.

—En el mejor de los casos, las dos cosas —añadió Kurome.

—En el peor —declaró Panit Yae—, bandidos o forajidos morlocks.

—¿Cómo sabes tanto de Vajra? —preguntó Kurome.

—Llevo toda mi vida estudiando Vajra. La cultura mida está muy ligada al estudio de los peregrinos y Vajra es obra suya. Muchas personas mida se dedican a la exploración y cartografía del Voldor subterráneo. También se cree que la magia existe gracias al xion. Así que me dedico al estudio del xion y la magia, y las interacciones entre ambas cosas. Normalmente, la gente mida se especializa en una sola área de estudio, pero yo creo que, para comprender mejor a los peregrinos, hay que entender estas dos cosas como un todo.

—Nos serás útil aquí, entonces —determinó Kurome.

Ante ellos, una senda se abría paso entre la extraña vegetación, cuyas hojas y flores emitían una luz similar a la de la torre de fulgor. A unos quinientos metros, un robusto puente de arcos de piedra rojiza se alzaba sobre el canal, que debía medir unos trescientos metros de ancho. Algunas partes del tímpano habían sufrido los estragos del paso del tiempo, pero era una construcción sólida y férrea.

A Grimthor le fascinó la disposición de los arcos, que eran mucho más verticales que los que construían los enanos. De esta forma, se usa mucha menos piedra, y tanto la luz como el agua encuentran menos oposición, pensó.

Acamparon en un pequeño claro situado a una distancia prudencial al oeste del camino que conducía a la ciudad.

Panit Yae tomaba notas en un grueso cuaderno del que llevaba, al menos eso parecía, más de la mitad escrito, y Kurome le contaba a Gunarkh una historia de su pueblo que éste escuchaba con asombrada atención, mientras encendía una hoguera con madera que Grimthor había cortado en una espesa arboleda un poco más allá. Había cogido un guijarro y ahora lo tallaba, dándole una forma que más adelante podría ser la de un oso, según pareció a Kurome, que iba mirando de reojo cómo avanzaba el enano en esa pequeña pieza de artesanía con esas manos tan rudas y cubiertas de pelo naranja, como hierbas de distinta altura que crecen aquí y allá en un prado de piel curtida por las peripecias que habían vivido.

Mañana sería otro día. Ahora, tocaba darse un pequeño homenaje. Gunarkh resultó ser un cocinero estupendo. Preparó un puchero con tocino, judías blancas y pies de cerdo, que llevaba en su hatillo. Había probado un par de plantas que había ido encontrando y decidió echar al puchero las que mejor aroma tenían, que también habían sido las que había podido digerir mejor. Grimthor compartió cerveza y Yae tuvo una amena conversación con Kurome, que tenía una habilidad excelente para acentuar los más irrelevantes detalles cualquier nimiedad y exagerarlos hasta que una actividad como ir a comprar el pan pareciera la épica conquista de Vindusan.

Charlaron, rieron, bebieron y cantaron hasta quedarse dormidos.

—¿Qué hacéis tan tranquilos, idiotas? Levantad —una voz agradable y joven pero severa les despertó cuando el alba comenzaba a asomar. Dio un puntapié a Gunarkh, que parecía más reacio a levantarse—. Deprisa, recogerlo todo y seguirme, antes de que salgan.

Sin tiempo para evaluar la situación, e impelidos por la apremiante advertencia del desconocido, recogieron todo con rapidez y siguieron al hombre hasta la arboleda donde Grimthor había estado cortando leña la tarde anterior. Era un hombre joven, con bigote y perilla desaliñados, el pelo castaño hasta los hombros, enmarañado y con restos de campo aquí y allá, pero curiosamente sedoso, y ondulado. Estaba ataviado con pieles y protecciones de madera de los mismos colores que la arboleda. Grimthor pensó que, si hubiera estado en la arboleda mientras él reunía madera, no lo habría visto.

Les condujo hasta un enorme árbol cuyo tronco presentaba una brecha por la que descendieron, bajando unas escaleras de caracol hasta una especie de cavidad bastante amplia, iluminada por las enormes raíces de árboles que debían absorber la luz de la torre de fulgor, y que atravesaban el suelo sobre sus cabezas, asomando como estalactitas luminosas. Hacían que aquel habitáculo pareciese salido de un extraño sueño entre druídico y feérico.

Algunos muebles de madera, barro y pieles daban cuenta de que aquél hombre llevaba viviendo ahí al menos unos meses. A Grimthor le pareció que no estaba mal para sobrevivir un tiempo, pero una persona que pasara ahí el tiempo suficiente acabaría irremediablemente loca.

—¿De dónde demonios habéis salido? ¿Queréis morir o qué?

—¿De dónde sales tú, medio elfo? —le inquirió Panit Yae, entre estupefacta e indignada—. ¿Quién eres?

—Ah, perdón, soy Taurë.

—Bien, Taurë, yo soy Kurome. Es un placer. Bien, mis amigos y yo queremos volver a la superficie. ¿Nos dirías cómo hacerlo?

Taurë iba de acá para allá de la habitación, recogiendo distintas hierbas y mezclándolas en un mortero.

—Creo que se puede salir por Eidolon.

—Eso pensamos nosotros —añadió Gunarkh.

—¿Sabes cómo llegar hasta ahí? —preguntó Panit Yae.

—Lo más rápido sería ir en barco —seguía triturando hierbas en el mortero, con el trasero apoyado sobre una mesa de madera improvisada.

—¿Sabes dónde hay un barco? —se impacientó la maga.

—No.

—Bueno, pues nosotros nos vamos —sentenció Grimthor, haciendo el ademán de irse.

—Por favor —le pidió Taurë—, tened paciencia. Ahora es peligroso salir, pero si me ayudáis a resolver el problema de esta ciudad, os llevaré hasta el Xerecron, os lo prometo.

—Eso dependerá de la magnitud de ese problema.

—En esta ciudad hay una guerra en ciernes y uno de los bandos tiene un arma de xion. Si no intervenimos, el rey podría destruir toda esta región de tierra. No sé si lo sabéis, pero estamos directamente bajo Nakuro. Sería el fin del Imperio Mida.

Aquel día, desde luego, iba a ser otro día.

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