Primera Parte;
La luz suave de la tarde se filtraba por las altas ventanas de la biblioteca, dibujando figuras tenues en los pasillos entre las estanterías, donde el polvo flotaba como un eco silencioso de las palabras que esos libros escondían. Melody encontraba fascinante la idea de perderse entre los pasillos, tomar libro tras libro y terminar con una pila de autores desconocidos entre sus manos para poder conocerlos entre sus páginas.
Esa tarde, sin embargo, la tranquilidad fue interrumpida. Melody levantó la vista de su libro y vio a dos figuras acercarse. Los pasos de uno eran seguros, como si el suelo se moldeara bajo su andar; el otro avanzaba con calma, pero con un aire de reserva. Melody sintió que el corazón le latía un poco más rápido, no tanto por nerviosismo, sino por una inexplicable sensación de anticipación. Algo en su interior le decía que esos dos no estaban allí por pura casualidad. Pero no pudo evitar sentirse intimidada y la invasión a su espacio personal en ese momento que ella creía era muy suyo, ahora lo estaba compartiendo con dos perfectos extraños.
—Hola —dijo el primero de ellos, rompiendo el silencio de manera casi ceremoniosa. Tenía una sonrisa abierta y amigable, y su estatura, algo más baja que su acompañante, le daba una apariencia un tanto juvenil. Extendió su mano y ella, dudando por un instante, se la estrechó.
— Richard —dijo con naturalidad, su voz era cálida.
Melody le devolvió una sonrisa tímida, bajando la mirada. Luego de un breve silencio, su mirada se dirigió al otro chico, quien parecía menos interesado en las formalidades. Damián, como supo luego que se llamaba, tenía una expresión serena y distante, y una altura que lo hacía destacar, incluso entre los altos estantes que los rodeaban. Su mirada se encontró con la de Melody, y por un instante ella sintió como si sus pensamientos hubieran quedado expuestos. Se apresuró a bajar la vista, con las mejillas un poco sonrojadas.
— Melody —murmuró en voz baja, apretando los bordes del libro que llevaba entre sus manos.
Los tres permanecieron en un silencio incómodo, cada uno tratando de encontrar su lugar en aquella
escena inusual. Melody sentía una mezcla de curiosidad y desconcierto. ¿Por qué se habrían acercado a ella? ¿Qué podía haber en común entre ellos?
Richard, al notar la tensión, decidió retomar la conversación.
—¿Física? Vaya, interesante. — Richard sonrió de nuevo y eso hizo que su estómago se revolcara de sensaciones inconcebibles para ella en ese momento.
Melody asintió suavemente. Los chicos, desde luego no parecían ser malas personas, pero no le agradaba estar un tanto sola en esa situación, sentía un hormigueo de incomodidad a la vez en el estómago, no le gustaba ser el centro de atención.
—Sí… bueno, necesito estudiar un poco para mi clase. —respondió, con una voz tan suave que casi se perdió en el aire
Damián observaba en silencio, sus ojos oscuros fijos en ella. Melody sentía el peso de su mirada, y aunque la intimidaba un poco, no quería hacerlo presente.
Richard sonrió con esa confianza natural que parecía iluminarlo, y cuando habló, su voz acarició el silencio.
— Parece que tenemos una mente brillante escondida entre estanterías polvorientas.
Su tono tenía algo de travieso, como si ya supiera algo de ella que Melody no había revelado. Melody sintió un escalofrío recorrer su columna. Bajó la vista, concentrándose en el libro entre sus manos, pero no pudo evitar notar cómo Richard se inclinaba ligeramente hacia ella, claro, manteniendo una distancia considerable, pero apenas lo suficiente para que su perfume —amaderado y especiado— la rodeara.
Damián seguía en silencio. Melody podía sentir sus ojos sobre ella, pesados y penetrantes, como si estuviera leyendo más allá de sus palabras. Cuando finalmente levantó la vista, sus miradas se encontraron de nuevo, y esta vez, fue imposible apartarla. En sus pupilas había algo inquebrantable, algo que la hacía sentir como si todo lo demás desapareciera.
Richard rompió la conexión con una carcajada baja.
—Damián, no la asustes. ¿Ves? Apenas la conocemos y ya te estás poniendo intenso con esas miradas tuyas.
Melody notó cómo Richard parecía decidido a romper cualquier barrera entre ellos, como si supiera hasta dónde podía llegar sin invadir del todo. Sus ojos brillaban con una chispa divertida mientras le hablaba. Eso la cautivaba. Había algo extraño en él que le parecía simplemente fascinante. Quizá, era su facilidad para comenzar una conversación y crear un ambiente, que, hasta el momento parecía haberse tornado cómodo, como si hace meses se hubiesen convertido en buenos amigos que hacen llamadas todos los días para hablar de todo y nada.
—¿Sabías que la física no solo trata de leyes universales? También puede explicar pequeñas cosas, como el por qué estás aquí justo ahora, en este lugar.
La sonrisa de Richard era casi hipnótica, Melody pensó por un segundo en lo que Richard dijo, y su vista viajó hasta Damián, quien estaba recargado en una de las estanterías con los brazos cruzados y un aire descuidado. Tenía la leve sospecha de que el rubio no quería estar ahí.
—¿Y tú? —se atrevió a preguntar Melody, sorprendida por el valor que había encontrado de repente—. ¿La física, también te gusta?
Damián esbozó una ligera sonrisa, apenas perceptible. Su voz, cuando llegó, fue baja y grave, resonando como una nota sostenida.
—No. Yo solo… observo.
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