Estoy donde todo comenzó,
sentado en la sombra, un mate, un libro y
un mensaje tuyo que cambió mi estado,
un mensaje que iba a significar mucho,
el comienzo hacia una hermosa y disruptiva forma de sentir.
Después de eso, siguieron otros mensajes correspondidos
que nos acercaron, de a poco.
Mates y charlas, una cena y un beso en tu balcón,
bajo el foco y de testigos unos chismosos.
Las risas nos arrancó el ingenio del vecino.
Después, lo que siguieron fueron momentos de vaivenes,
momentos hermosos donde el cielo chocaba en mi cabeza.
Recorrer tu piel es una sensación infinita;
cierro los ojos y vuelvo a sentir que estás ahí junto a mí.
Tu perfume no me abandona y puedo detectar tu presencia.
Tus ojos siempre me fueron una incógnita;
tu sonrisa, tan hermosa pero mezquina,
como si la administraras tan amarrete que poder presenciarla es un premio.
Verte levantar con tu cara de dormida
y tu piel despojada de máscaras es lo más sexy que he visto en mi vida.
La pena de no poder llegar a un camino es muy grande.
No puedo olvidarte y sigo extrañando.
Fito tenía razón: «no buscaba nada y te vi».
Pero ahora, ¿qué, Rodolfo? Porque ahora sí busco cada instante y no te veo.
Tu indiferencia son puñales de hielo que no me habían dado.
Y ahora, ¿qué? Aprendo; es eso, tan sencillo: solo aprender…
Yo quiero estar cerca.
Y si bien no puedo viajar en el tiempo,
salgo a caminar, freno en la sombra, me siento,
armo el mate y abro un libro.
Pero tu mensaje nunca llega.
Aunque ahora,
estoy donde todo comenzó.
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