Aunque ya no estés, sigues aquí,
en cada pensamiento que aparece cuando el mundo se queda en silencio.
No es que te haya perdido, es que te has vuelto parte de mí,
como si en lugar de irte, hubieras encontrado un refugio en mi piel.
Ya no tengo que buscarte en los lugares donde solíamos ir,
porque te siento en cada respiro, en cada paso que doy.
Es extraño, pero también perfecto:
pasaste de estar a mi lado a habitar en mi interior.
Te quedaste en las palabras que nunca dijimos,
en las miradas que hablaban más que las voces.
Y aunque no te vuelva a ver nunca,
sé que no necesito hacerlo para sentirte cerca.
Tu ausencia no es un vacío; es una presencia distinta.
No es menos dolorosa, pero es más silenciosa, más íntima.
Formas parte de mis días, de mis noches,
de cada instante en el que me detengo a recordar cómo era el mundo contigo en él.
No es que ya no estés conmigo; ahora estás en mí,
en los rincones de mi mente donde guardo lo más importante.
Pasaste de ser alguien a quien puedo ver,
a ser alguien que vive en cada latido, en cada susurro de mi conciencia.
Y aunque el tiempo pase, y las heridas cambien de forma,
seguirás aquí, en mis pensamientos, en mis gestos,
como un susurro constante que nunca se desvanece.
Ya no es necesario verte para saber que nunca te irás del todo
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