Calles de tiempo (provisional) Cap 1

Calles de tiempo (provisional) Cap 1

Victor Arroyo

02/11/2024

Hoy era el día favorito de Manya y en su día favorito no podía haber pasos en falso: odiaba esa sensación. Es como si una parte de ella la abandonara y mermara físicamente su cuerpo de un plumazo. Pero ella solo había dado veinte pasos en falso y ninguno en su día favorito. Hoy no. No era un día para pensar en envejecer, sino un día dedicado a su hermana y a los niños del pueblo, el festival del Sellado donde los que empezaban a contar sus pasos en falso se enfrentaban a juegos para descubrir su poder.

A Manya le encantaba el festival, no por los juegos ni la comida sino porque le fascinaba ver qué nuevos poderes traían consigo los niños. Ella pensaba que debía haber alguna conexión entre el tipo de poder que despertaba una persona y su destino pues la gente solía tener un poder que facilitaba su trabajo, como era el caso de su padre Monte, el médico del pueblo, un Retornador que podía rejuvenece la piel y cerrar heridas pequeñas haciendo que esa parte de la piel volviera a un estado del pasado en el que no estaba dañada. También estaba Casya, su madre y una campesina importante, una Aceleradora del crecimiento de las plantas. O igual la gente se adapta al poder con que nacen, pensó, pero eso resultaba menos místico para ella.

Manya caminó con cuidado por la amplia calle de piedra a través de los caminos constantes de tiempo que no la hacían envejecer. Estos caminos invisibles solían ser estables y moverse despacio, todos los animales y personas podían sentir cuándo estaban dentro de uno y hacia dónde se dirigían, pero había veces que se movían de forma brusca y no daba tiempo a reaccionar, provocando que se salieran del camino y que se diera un paso en falso. Para ayudar, dejaban hierba en las calles, de forma que la hierba más vieja o seca indicaba por dónde no había que pisar, pues ahí se hallaba la Zona Muerta que aseguraba envejecer si se tocaba. De igual forma, las casas sólo tenían una planta muy amplia para adaptarse a los cambios repentinos de los caminos constantes. Pisar una Zona Muerta horrorizaba a Manya, era lo que más miedo en el mundo le daba, pero a veces era inevitable.

La chica bajó por las familiares cuestas de Godan, su pueblo, camino al lugar donde se celebraría el festival. Los monótonos colores grises de las casas hacían que la resistente hierba del suelo destacara aún más en contraste, identificando el camino verde y serpenteante que indicaba por dónde era seguro transitar. Mi día favorito y en mi color favorito, hoy seguro que descubrimos algún poder increíble, pensó Manya alegre mirando su típico vestido verde que llamaba a la buena suerte, el verde siempre indica el camino.

El pequeño pueblo se encontraba a unas horas de viaje de la capital, con lo que eran muchos los carruajes pasaban por allí desde la ciudad para descansar antes de seguir hacia los pueblos costeros. Al margen de esto, Godan destacaba en poco, aunque a sus gentes les encantaba la tranquilidad que allí se respiraba.

Manya acabó llegando a la plaza de Pactta, llamada así por el primer marido de la reina-diosa, donde se celebraría el festival del que tantas ganas tenía. La gente iba llegando despacio pues, como decían en el pueblo, más vale paso en constante que carrera en falso. Aunque Manya era más lenta aún si cabía. También muchos viajeros se acercaban curiosos para ver cómo se celebraba allí el festival y de paso comer gratis pensó Manya divertida. Sin embargo, había una persona que siempre tardaba más que nadie: la baronesa Erssa. La gente pensaba que lo hacía para parecer más importante de lo que era en realidad. Sus tierras solo abarcaban Godan y los alrededores, y a penas podía permitirse el sencillo carruaje en el que la llevaban. Estaba segura de que la baronesa nunca había visto a la reina aunque se pavoneara como si la conociera de toda la vida. Siempre recordaba su mirada llena de ego, le debía de doler el cuello de mirar tanto por encima a los demás. No. Erssa no iba a estropearle el día, al menos no ese.

Cuando la baronesa llegó, todo el mundo estaba preparado desde hacía ya un buen rato. Incluso hizo esperar a los tutores que llevarían a cabo las pruebas. Con la boca curvada siempre hacia abajo como era su costumbre, hizo un ademán para llamar a los niños que esperaban alrededor de la plaza y empezar con sus juegos y pruebas. La fuente coronaba el lugar y aunque estuviera sin agua, seguía teniendo los intrincados dibujos dorados del rey Pactta y una figura parecida a un gusano gigante que representaban el Sellado y la hacían resaltar.

– Vaya día, hija. – Casya llegó con una caja llena de frutas para el postre. Era una mujer fornida con la nariz y boca anchas propias de la zona. – Siempre acabo trabajando más que cualquier otra jornada. Espero que tu hermana consiga por fin averiguar su poder, lleva ya cuatro pasos en falso y aún nada. – Protestó mientras se giraba en dirección a la fuente con los brazos en jarra insinuando preocupación.

– Tranquila mamá, igual es que tiene un poder tan increíble que solo se puede revelar luchando contra el Anciano. – Respondió Manya.

Casya bufó.

– Sí, la van a nombrar la próxima reina diosa cuando consiga sellar al pesado de tu padre.

Manya miró en dirección a su padre y el alboroto que estaba formando entre risas con sus amigos. Él era lo contrario a ella y a su madre: de piel clara, nariz menuda y pelo rubio y largo, descendiente de pueblos del norte.

– Parece que le cuesta comportarse incluso en un día como hoy. – Dijo Casya con expresión afligida.

– ¡Hoy es mi día favorito, mamá! – Regañó Manya – Llévate la negatividad a otro lado si puede ser.

– Vale, bueno, sé que te gusta el festival así que intentaré no dar mucho la lata. – Respondió Casya con una sonrisa.

A pesar de ser tan perezosa e importarle tanto lo que pensaran los demás, Casya se dejaba la piel por sus hijas y eso Manya lo apreciaba mucho.

La plaza estaba llena de girasoles y la fuente se rodeó con puestos donde los niños se pondrían a prueba. Los puestos siempre eran ligeros y con ruedas por si tenían que moverse para quedar fuera del alcance de la Zona Muerta. Aquello se estaba convirtiendo en un hervidero de gente moviéndose lentamente junto a puestos que también se movían al unísono. Pero eso era lo natural en el mundo de Manya. También llegó un apuntador real que tomaría nota e informaría a la reina de los poderes descubiertos: el registro que llevaban era muy estricto.

– ¡Que comiencen las pruebas! – Anunció Erssa con su típico tono de ser superior, aunque desganado por tener que hacer eso varias veces al año.

Entre el pequeño círculo de niños se encontraba Lanya, la hermana de Manya, que ya sacaba casi una cabeza a los otros tres.

Los juegos eran sencillos y muy generales para aumentar las probabilidades de descubrir el poder de algún niño. Todos los años se cambiaban para que jóvenes como Lanya acabaran descubriendo su poder tarde o temprano. Y más vale que fuera temprano. Manya sintió una punzada de desilusión cuando a Lanya la llevaron directamente al puesto del juego más difícil, para ver si (por fin) hacía el descubrimiento. “¿Y si no consigue su poder?” era un pensamiento recurrente en la cabeza de Manya. A los niños que no conseguían su poder pasada cierta edad se los llevaban a la capital, donde se les pondrían pruebas cada vez más estrictas y pasarían por todo un entrenamiento militar si no conseguían descubrir pronto su poder. Manya no quería que le pasara eso a Lanya, se sentía muy unida a su hermana. A pesar de ello, le veía el sentido a esa ley: conocer sus poderes llevó a los reyes a salvar el mundo en el pasado, y la población debía estar preparada por si se repetía un evento como el del Anciano.

Los tutores solían ser Tejedores, pues era la clase más versátil de las que había e ideales para crear ese tipo de pruebas. Parecía que, como pensaba Manya, estaba ya todo escrito desde tu nacimiento. Lanya se plantó delante de ese primer “juego”. Ante sus ojos, ya más maduros que los de los otros niños, significaba más una prueba que un evento divertido. Además había oído a sus padres hablar de cómo se la llevarían si no encontraba su poder pronto. Esta prueba era de las complejas: el Tejedor que la organizaba tenía el poder de crear hilos temporales con los que luego podía coser objetos para modificar el tiempo en ellos. Sólo podía generar un número limitado de hilos y coser varios objetos pequeños pero venía muy bien para el festival del Sellado. Estos hilos siempre le habían gustado a Manya, el brillo amarillo que desprendían no iluminaba su alrededor, era como si brillaran sólo para ellos, indicando que estaban cargados de poder.

– Hola pequeña. ¿Cuál es tu nombre? – Preguntó el tutor al verla acercarse a la mesa de madera improvisada.

– Lanya. – Respondió secamente, pues ella estaba ya concentrada en la prueba que tenía ante ella. La única muestra de nerviosismo que daba era arreglar su pelo amarillo y ondulado detrás de la oreja una y otra vez.

– Muy bien Lanya, veo que vienes preparada. Te voy a explicar en qué consiste la prueba. Mi poder me permite adelantar o atrasar el tiempo en los objetos que he cosido con mis hilos. Debes intentar averiguar cuál de estos objetos es al que le estoy adelantando el tiempo. Te daré 30 segundos y no puedes mirar. – Al decir esto, sacó una venda con la que Lanya se taparía los ojos.

– He hecho ya varias pruebas de Detección temporal y ninguna me ha servido.

– Te creo, pero ten en cuenta que nuestros poderes son únicos y muy específicos a pesar de que caen dentro de ciertas categorías. Bien podrías tener el poder de detección temporal solo para el caso en el que se adelanta o atrasa el tiempo de un objeto. ¡Incluso dentro de los que podemos crear hilos temporales diferimos en su aplicación! Yo por ejemplo solo puedo aplicarlos a objetos pequeños, y otros a ciertos materiales.

Tras decir esto, Lanya aceptó la venda con resignación y se concentró para ver si percibía algo. Pasaron los 30 segundos y lo único que Lanya percibió fue el viento agitando el nudo de sobre su nuca.

– Lástima, parece que no tiene que ver con esto. – Dijo el tutor. – Vamos a ver si atrasando el tiempo…

Tampoco.

Desgraciadamente, este mes tampoco parecía ser el de Lanya. Intentaba detener el tiempo de plantas, animales y objetos cayendo. Ponía todo su empeño en acelerar o ralentizar el tiempo en distintas situaciones y lugares, pero nada parecía funcionar. Desesperada, Lanya se fue con su padre a buscar consuelo.

Para distraer los pensamientos ansiosos sobre el futuro de su hermana, Manya observó a los demás chicos para ver si alguno descubría un poder inusual. Uno de ellos consiguió ralentizar su caída al saltar, Manya no vio nada impresionante en ello, aunque sí útil. Otro de ellos se fue llorando con sus padres cuando no consiguió descubrir su poder y el último aceleraba el tiempo de cocción de un huevo. Vaya. Otro Ralentizador y un Acelerador más, como si no hubiera pocos. Este año no habría nada emocionante. Pues vaya día favorito pensó Manya. Aún ante esa situación consiguió darse ánimos y pensar en la comida y la música que esperaba después.

Un paso en falso.

Los labios se le agrietaron al instante y la piel se le erizó en la ya familiar condena que era la pisar en zona muerta. Manya acababa de dar un paso en falso en su día favorito. Esto no puede estar pasando pensó mientras sentía cómo se le escapaba parte de su juventud y sentía cómo arrancaban parte de su alma. Algo malo iba a pasar, una catástrofe, el resurgir del Anciano. Al ver a su hija pálida, Casya fue a hablar con ella.

– Por todos los pasados, ¿estás bien Manya?

– Si. – Respondió tras recuperar la compostura. – Es solo que acabo de dar un paso en falso, y nunca me había ocurrido durante el festival.

– Manya, eso no se puede controlar a no ser que tengas algún poder relacionado con los caminos temporales, y el tuyo desde luego que no lo está. No te preocupes, solo ha sido mala suerte. – Intentó calmar Casya sin éxito.

Tras un momento recuperando la compostura decidió.

– Creo que mejor vuelvo a casa, hoy definitivamente no es mi dia.

– Como quieras, Manya. Pero antes despídete de tu hermana. Quién sabe cuánto más tardarán en llevársela a la capital. – Dijo Casya con tristeza.

Manya se dirigió hacia allá esquivando gente y sin salirse de los caminos constantes: ya era suficiente dar un paso en falso en su día favorito, estaba como para dar dos. Cuando llegó intentó animar a su hermana.

– ¡Debes de tener un poder increíble si se resiste tanto a ser descubierto!

– Creo que no tengo poderes, ese es el problema. Mi poder es no tener poder. – Respondió Lanya amargamente. – Me gustaría tener alguno aunque fuera tan aburrido como el tuyo, hermana. – Esto último le pinchó a Manya en el pecho. Su padre empezó a reír.

– ¡JA! ¡Así se habla, Lanya! ¡Como se nota que eres mi hija!

Tras recomponerse del golpe, Manya encontró las palabras.

– Es normal que estés dolida pero no deberías desviarlo hacia los demás – dijo con tacto – aunque admito que la broma ha sido buena. – Manya le sonrió. – Ya verás que acabas encontrando ese increíble poder y seguro que te haces una gran luchadora como siempre quisiste.

– ¡Sí! ¡Tendré el poder de parar el tiempo y acabar con el Anciano! – Anunció ahora más alegremente su hermana.

Manya dedicó otra sonrisa y se dio la vuelta para irse.

Desilusionada y con un paso en falso más sobre sus hombros, Manya andaba pesadamente de vuelta a su casa, ese día había sido fatídico y los dos únicos poderes que se revelaron hoy eran mucho menos interesantes que el suyo. Además tenía esa sensación… la sensación de que algo se empezaba a mover en las sombras, casi podía notarlo en otras dimensiones. El verde hoy no la acompañaba.

Ella llevaba una pequeña tienda del pueblo que también servía a los carruajes y carretas que pasaban por allí. A cambio de unas monedas, guardaría a buen recaudo cualquier cosa por grande que fuera: la gente la veía como una caja fuerte personificada. Como Guardadora, podía almacenar cosas en distintas dimensiones. Al tocar un objeto con la intención de guardarlo, lo convertía en una esfera del tamaño de la palma de su mano que luego, al arroparla con ambas manos, desaparecería para almacenarse en otra dimensión. Podía rescatarlo y devolverlo a la normalidad en cualquier momento, pero hoy no se atrevía a usar su poder debido a la sensación que le perseguía.

Ese mal augurio la llevó a mirar al cielo. El sol brillaba alto indicando ya la llegada del mediodía y ninguna nube estaba a la vista. Divisó movimiento de lo que creía que era un pájaro, pero se preocupó al ver que no dejaba de caer hacia su dirección. Lo que parecía un pájaro, empezó a parecerse a una persona dando vueltas descontroladamente. Se quedó petrificada y apenas tuvo tiempo de agacharse antes de que el cuerpo chocara en una casa cercana. El impactó provocó que se rompiera el tejado y levantara humo por toda la calle. Manya se tapó la cara con los brazos para protegerse de las astillas que fueron volando hacia ella debido a la pequeña explosión que causó. Cuando se calmó el repentino estruendo, se acercó con cautela para ver qué lo había provocado exactamente. Consiguió entrar a través de una pared rota tras el impacto, por donde la luz se colaba e iluminaba lo que había caído en la estancia rocosa. En medio del humo levantado que brillaba como pequeños insectos luminosos marcando el foco de luz, lo que encontró allí moribundo la dejó helada: era la reina.

Manya se acercó al pequeño cráter que rodeaba a la reina Mastta. Aunque nunca la había visto en persona sabía cómo lucía pues sus representaciones en el arte eran lo más común desde hacía siglos. Indecisa y sin saber qué hacer vaciló un instante en ir a pedir ayuda, pues parecía que la reina quería decirle algo.

– Acércate, Manya, Confinadora. – dijo la reina con un hilo de voz. Llevaba una armadura dorada rota por varios sitios y una espada partida por la mitad. La sangre salía por los huecos de la armadura y chorreaba sobre el suelo como serpientes negras alrededor de la reina. Todo el mundo había oído hablar de ese equipo reforzado por hilo temporal, lo llevaban los soldados más curtidos e importantes, pues era demasiado complicado producirlo en masa. – Tengo una petición que hacerte. – continuó con sangre cayéndole de los labios.

– Pero… he de pedir… ayuda. – Respondió Manya en medio del shock. – Tienes muchas heridas.

– Esto es más importante que mi vida. Además, las heridas son fatales. – Tras decir eso, Mastta empezó a toser haciendo un sonido desagradable. Le quedaba poco.

Manya se agachó junto a ella y la reina alzó con una mano temblorosa un artilugio redondo hecho de cristal con un sinfín de engranajes en su interior y una luz lapislázuli refulgiendo en el interior.

– Debes guardar esto con tu poder y dirigirte a Manan donde mis agentes te darán más instrucciones. No tienes elección, lo siento niña, el destino de este mundo depende de este objeto.

A Manya no le hacía falta ninguna justificación, si la reina te ordena algo en su lecho de muerte, lo haces y punto así que casi instintivamente, tomó el objeto en su mano y lo guardó. Tras guardarlo, la reina musitó lo que podía interpretarse como una risa.

– En verdad eres especial, Confinadora, ni siquiera te has inmutado sosteniendo el Tempos. Quizás no esté todo perdido. – Y desvaneciendo esa leve sonrisa, los ojos de la reina diosa Mastta, apodada la Atemporal, se apagaron y murió.

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