Sonaba “La Original” de Tini y Emilia en medio de la fiesta. Los pies empezaban a dolerme; Aún faltaba mucho para que terminara el evento, así que decidí que lo mejor era tomar un pequeño descanso.
Las tres de la mañana. La hora perfecta, el momento exacto para los más jóvenes, donde recién empieza lo mejor; la excusa perfecta, para quienes son padres, de irse a casa. Para mí, el horario perfecto para quitarme los zapatos y sentarme a observar un poco. Al igual que en la época en que nosotros éramos chicos, en los pasillos había algunos niños acostados en filas de sillas que simulaban una cama. La estadística, según mis amigos —y yo, por supuesto—, es que quienes han dormido en estas camas improvisadas cuando eran niños mantienen su espíritu festivo durante mucho tiempo. A veces siento que soy la excepción a la regla… como ahora.
Esquivé a los pequeños que dormían plácidamente y me senté en mi mesa. Estaba vacía; Se notaba que habían elegido un buen grupo porque todos estaban bailando desde que sonó el primer tema. Me senté, crucé las piernas y me quité uno de los zapatos rojos de taco aguja que me había puesto. Es cierto que sabía que no los iba a aguantar mucho tiempo, pero de vez en cuando me gusta verme increíble en el espejo, y que desde afuera también vean lo mismo.
Me masajeé un poco los costados del empeine que me dolía de tanto caminar y bailar. Me quité el segundo zapato, los coloqué debajo de mí para no molestar a nadie, y subí los pies a la silla de Nacho, que seguía bailando con algunos amigos de los novios. Es experto en hacer buenas relaciones sociales, porque en todo lugar se queda hablando con la gente. Me quedé viéndolo, entre enamorada y apasionada; Debo admitir que, después de tantos años, Nacho me sigue calentando tanto como las primeras veces.
Una chica vino a consultarme por un saco que había perdido el despistado de su novio, y mi atención se desvió hacia ella. Llevaba puesto un vestido color salmón con detalles plateados, el pelo castaño con un balayage delicado, muy al estilo hippie playero, como me gusta decir a mí. Su piel bronceada y sus ojos claros habían captado toda mi atención; me parecía hermosa. Era de esas mujeres que me quedaría apreciando un largo rato. Después de buscar sin éxito el saco de su pareja, concluimos que posiblemente se lo había puesto a uno de los nenes de su mesa. Como no quería despertarlos, eran los únicos que quedaban sin revisar. Me agradeció con una sonrisa enorme y, al darse vuelta para volver a su mesa, dejó una estela de un perfume dulce riquísimo. Quise preguntarle cuál era, pero ya estaba lejos. Además, no me olvidaba de que había sido la culpable de sacarme del estado que me provocaba ver bailar a mi marido.
Acomodé de vuelta los pies en la silla de Nacho y observaba todo el escenario. Luces de colores que iban y venían, humo, la pista de baile que emanaba fuego del calor que salía de la gente bailando. Yo, aunque no estaba entre la multitud, emanaba fuego por él.
Con Nacho llevamos casi quince años juntos, entre idas y vueltas, pero mis sentimientos por él no solo siguen intactos, sino que incrementan. Me encanta verlo reír, divertirse, escucharlo cantar y, sobre todo, verlo bien vestido. Es algo contra lo que la cabeza y el cuerpo no pueden batallar cuando lo tengo enfrente. Puede que sea un pensamiento un tanto banal, pero cada vez que lo veo arreglado reafirmo mis sentimientos hacia él. Algo se enciende, y no puedo evitar clavarle la mirada de deseo, como en ese preciso momento, en que lo veía de lejos, vestido elegante y después de haber bailado una seguidilla de cumbias. En ese preciso instante, lo único que quería era decirle al oído unas cuantas cosas sucias y llevármelo al lugar más recóndito; al fin y al cabo, no suele haber tanto movimiento de gente en las afueras de los salones de fiesta, por lo que una visita casual en medio del evento no vendría mal.
Desde mi mesa, lo miraba intensamente, perdiéndome en cada detalle: la manera en que su camisa negra, a medio abrir, dejaba entrever sus pocos pelos en el pecho y su piel ligeramente humedecida por el baile; cómo su sonrisa aparecía y desaparecía entre la luz tenue de la pista, y cómo cada movimiento suyo parecía hecho a propósito, como si supiera que estaba devorándolo con los ojos. La forma en que Nacho se reía, un poco despreocupado, y su presencia, tan cómoda en ese espacio, me hacían imposible apartar la mirada. El calor que crecía en mi pecho se iba extendiendo; se volvía denso, intenso, bajando hasta mis piernas, y el cosquilleo me hacía ajustar mi postura en la silla.
Él parecía sentir mi mirada y, como si lo intuyera, dio la vuelta, levantó su cabeza y me encontró entre la oscuridad del salón. Su sonrisa se ampliaba de un modo que siempre me desconcierta, mezclando esa confianza que sólo él tiene con algo un poco pícaro. Le sonreí también, nos tiramos un beso, y mantuve mi mirada, dejando que él sintiera exactamente lo que me estaba haciendo sentir a mí: Deseo.
Nacho, sin perder el ritmo de la música, me lanzó una mirada un tanto traviesa, y se acercó lentamente a la mesa, bailando, moviendo su cabeza de un lado al otro un tanto divertido, pero con su mirada penetrante. No pude evitar dejar que mis labios se abrieran levemente, atrapada en sus ojos que me miraban, profundos, entre el humo del lugar. A medio camino, hizo una pausa y me guiñó un ojo, como si acabara de tener una idea. Me miraba de arriba abajo y, acercándose a mi oído, lo escuché decir en un tono bajo y grave que hizo temblar todo mi cuerpo.
—¿Qué hace una mujer tan hermosa y sola acá sentada?
Sus palabras me arrancaron una sonrisa y, sin decir nada, le seguí el juego. Sentí mis mejillas enrojecerse, como si realmente fuera una desconocida sorprendida por la atención de un extraño al que venía siguiéndole los pasos. Me incliné hacia él, con la mirada aún puesta en la pista de baile, y le contesté, imitando una inocencia que ambos sabíamos que no existía.
—Esperaba a alguien, pero…
Lo fulminé con la mirada. El brillo en sus ojos me decía que iba en serio, y yo no pensaba parar. Con calma, tomé mis zapatos y dejé que se adelantara, mientras me los ponía de nuevo. Caminé detrás de él, mientras me conducía hacia el pasillo donde estaban los baños. La música y las luces quedaban atrás mientras me acercaba, hipnotizada por la forma en que caminaba y sin apartar la vista de su todo su cuerpo que me volvía loca.
Entramos a un pequeño pasillo que dividía el salón principal de los baños. Una cortina negra y pesada separaba ambos sectores, y el sonido de la fiesta disminuía mientras nos alejábamos más y más. De repente, y sin previo aviso, me acorraló suavemente contra la pared, y su mirada se volvió más oscura, más intensa. Pude escuchar mi propia respiración, pesada, y sentí sus labios cerca de mi oído.
—¿Jugamos a algo más… privado? —susurraba con su aliento cálido recorriéndome.
Olía un poco a alcohol, pero lo justo para saber lo que hacía. El deseo tomó por completo el control; cada parte de mí se encendía al tenerlo cerca, y lo único que quería era que el tiempo se detuviera en ese preciso momento. Sin decir una palabra, tomé su cara con una sola mano, lo miré fijo a los ojos y luego a su boca, sin hacer ni decir nada. Un gesto desafiante, sabía exactamente lo que quería. De repente me sorprendió la fuerza con la que me tomó de la cintura y me acercó a él, tan pegados que sentía su respiración entrecortada, mezclada con la mía. Sus labios rozaban el lóbulo de mi oreja, y cerraba los ojos mientras su boca seguía su recorrido lento y paciente, haciéndome perder cualquier noción de dónde estábamos. El pasillo estaba bastante oscuro, y aunque se escuchaba la música a lo lejos, parecía que estuviéramos solos.
Mis dedos jugaban con el borde de su camisa entreabierta, y no pude evitar deslizar una mano por su pecho, sintiendo el calor de su piel que se mezclaba con el mío. Nos quedamos así un instante, mirándonos, como si ese fuera nuestro secreto en medio del caos de la fiesta. La sonrisa cómplice de Nacho me hacía temblar, y él se tomaba su tiempo, disfrutando del efecto que, sabe, provoca en mí. Con un tirón breve en la cintura, me trajo más cerca y murmuró:
— ¿Y si la seguimos en otro lado? —preguntó con su voz grave y ronca, apenas un susurro que se mezclaba con el latido acelerado en mi pecho—. Imagino que una mujer tan hermosa no se molestaría en escaparse un rato conmigo, ¿no?
Asentí, dejándome sorprender por lo que viniera y, en un instante, el calor subía aún más.
Nos encerramos en uno de los cubículos del baño de mujeres que, afortunadamente, eran amplios para que ambos entremos cómodos. Nacho es corpulento, yo más bien pequeña.
Afuera, la música seguía y todos se divertían sin sospechar nada, pero ahí, en ese rincón apartado, éramos sólo nosotros dos, redescubriéndonos como si cada caricia fuera la de nuestra primera vez. En ese momento, me di cuenta de cuánto significaba todo eso, de que, después de tantos años, mi corazón siguiera acelerándose por él como ese día en que me arrinconó en la barra de un boliche y entre susurros al oído, tragos y risas, decidimos concretar el deseo que ya no podíamos disimular.
Nos miramos en silencio, atrapados en esa tensión que sólo nosotros entendemos, en ese espacio diminuto donde el aire parecía más denso. Nacho no decía nada; simplemente se acercó, apoyó sus manos firmes en mi cadera y decidió acorralarme ligeramente contra la pared con su boca encontrando la mía en un beso que me hacía fantasear aún más.
Mi mente volaba.
Su aliento caliente rozaba mi piel mientras sus labios bajaban por mi cuello, y no pude evitar dejar escapar un leve gemido, consciente de que debíamos mantenernos en silencio, aunque todo de mí lo deseaba en ese preciso momento. Sus manos me recorrían , y cada caricia suya parecía encenderme más, haciéndome olvidar dónde estábamos, quiénes éramos y todo lo que no fuera él. Lo sentía tan cerca, pero no lo suficiente como me me hubiese gustado. Lo quería tan dentro como fuera posible y él lo sabía. Sabía lo que provocaba en mí y me tiró del pelo con fuerza, como si de golpe ese desconocido pícaro se convirtiera en un hombre dominante que entendía a la perfección mis fantasías. Sentía como si miles de agujas diminutas recorrieran todos los nervios de mi piel, haciendo que mis pezones se endurecieran y dejaran en evidencia mi vulnerabilidad ante ese hombre. Uno de los breteles del vestido de satén cayó sobre mi hombro dejando al descubierto uno de mis pechos y al notarlo, Nacho se ocupó de observar y lamer. A mí me encantaba verlo en acción y una de mis manos rebeldes se escapó a su pantalón para tantear la erección que crecía cada vez más.
Me aparté un poco, y ambos nos reímos suavemente al escuchar a una mujer entrando al baño mientras se quejaba de sus zapatos. Sin decir una palabra, nos acomodamos, arreglando nuestra ropa y mirándonos con cierta complicidad. Nacho pasó un dedo por mi mejilla, y me dio un último beso rápido, uno de esos que me recuerdan cuánto lo amo.
—Seguro nos estén buscando ya —Susurró, sin poder ocultar la sonrisa traviesa en su cara.
Salimos del baño, uno después del otro, y regresamos a la fiesta con nuestras manos entrelazadas, como si todo lo que acababa de pasar fuera un simple secreto entre ambos. La música seguía sonando, los invitados bailaban y se reían, totalmente ajenos a nuestro momento en el pequeño rectángulo. Volvimos a mezclarnos con la multitud, mirándonos de reojo, y sonriendo con la misma complicidad que hacía un rato, cuando queríamos fundirnos el uno con el otro.
De nuevo en la pista, Nacho me atrajo hacia él, y nos unimos al resto, sin decir una palabra, sólo disfrutando entre la gente y la música, sabiendo que, aunque la fiesta continuaba, nosotros ya habíamos tenido nuestro propio baile.
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