1.-Reencarnación
Desperté en un mundo ajeno, rodeado por una penumbra que me acariciaba con una luz pálida y misteriosa. La primera sensación que tuve fue la de estar sostenido en brazos cálidos y amorosos. Una mujer con ojos verdes como esmeraldas y cabello oscuro me miraba con una mezcla de alegría y perplejidad.
—Kaion… Kaion Graves —susurró mi madre, su voz resonando suavemente en la quietud de la habitación.
Mi mente era un torbellino de pensamientos confusos. Recordaba mi vida anterior, el mundo que creía conocer, pero ahora estaba aquí, en este lugar extraño y fascinante. Moví mis pequeñas manos con curiosidad, sintiendo la textura de la tela de su vestido con una conciencia que parecía inusual para un bebé.
Mis ojos dorados y mi cabello blanco eran distintivos entre los Antiguos, una raza mágica que habitaba Profundia. Mi hermana mayor, Aria, se acercó con cautela, sus ojos verdes centelleando con fascinación y curiosidad. Era una maga experta entre los Antiguos, cuyo cabello plateado reflejaba la pureza de su linaje.
Desde mi nacimiento, mi comportamiento había desconcertado a quienes me rodeaban. No lloraba como los otros bebés ni me inquietaba sin razón. En cambio, parecía observar el mundo con una intensidad inusual, como si entendiera más de lo que debería a mi corta edad.
A medida que crecía bajo el cuidado amoroso de mi familia en Profundia, un lugar donde la magia y el misterio se entrelazaban en cada sombra, mi curiosidad solo se intensificaba. Cada día era una nueva aventura de descubrimientos y sorpresas, desde los susurros de antiguas runas hasta los destellos fugaces de poderes mágicos que apenas comprendía.
Mi madre, una hechicera respetada en el consejo del pueblo, había estado ausente del trabajo durante mis primeros años para cuidarme. Su amor y dedicación me rodeaban como un manto de protección y sabiduría. Sin embargo, ahora que mi hermana Aria tomaba el relevo mientras ella regresaba a sus responsabilidades, comenzaron las travesuras típicas de un niño de tres años.
A la edad de tres años en mi forma física de niño, me encontraba inmerso en el mundo de las letras de una manera que sorprendía a mi familia en Profundia. A medida que exploraba los libros que Aria y mi madre Lysa me proporcionaban, Me di cuenta rápidamente que aprender a leer era algo natural para mi. Cada palabra cobraba vida en mi mente, cada página abierta revelaba un nuevo mundo de conocimiento y posibilidades.
Desde temprana edad, mi comprensión de conceptos legales y estructuras lógicas, algo que había dominado en su vida anterior como abogado, se traducía en una capacidad excepcional para asimilar y procesar la información escrita. Los libros de historia, mitología y magia despertaron mi curiosidad, y cada historia se convirtió en una nueva aventura en mi mente inquisitiva.
Sentado en mi habitación, con la luz de las lámparas mágicas iluminando las páginas de un libro sobre runas antiguas reflexionaba sobre cómo mi conocimiento previo me facilitaba aprender a un ritmo acelerado. Comparaba las complejidades de los argumentos legales que había manejado en mi vida anterior con los nuevos desafíos que enfrentaba ahora en Profundia: entender los misterios de la magia, comprender los sistemas de poder y la política entre las razas subterráneas, y prepararme para el examen elemental que definiría mi futuro en el colegio de magia.
Aunque la transición de ser un abogado a un niño en un mundo de fantasía tenía sus desafíos, Kaion encontraba consuelo y satisfacción en su capacidad para absorber el conocimiento y aplicarlo de manera significativa en su nueva vida. Cada día era un paso más hacia comprender su propósito en este nuevo mundo y honrar la oportunidad de comenzar de nuevo, en una existencia donde la magia y el misterio se entrelazaban con la experiencia humana.
Una tarde, mientras Aria intentaba enseñarme a dibujar con tiza en la pizarra, mi mano torpe hizo que la tiza se deslizara fuera del tablero y explotara en una nube de polvo blanco, creando un alboroto en la habitación. Aria levantó una ceja con curiosidad, pero rápidamente adoptó una expresión seria.
—¡Kaion! —exclamó con firmeza, mientras se apresuraba a limpiar el desastre—. Tienes que tener más cuidado. La magia puede ser peligrosa si no sabes controlarla.
Me quedé mirando, con los ojos llenos de asombro y algo de miedo por lo que había causado. Aria suspiró, terminando de limpiar la tiza esparcida.
—Vamos a tener que hablar de esto con mamá cuando regrese —añadió, su voz suavizándose un poco al notar mi expresión de arrepentimiento.
Asentí con seriedad, comprendiendo la gravedad de mi error. Aria era mi guía en este mundo desconocido, y cada lección era crucial para mi aprendizaje.
A medida que los años transcurrieron en Profundia bajo el cuidado amoroso de mi madre y la guía firme de mi hermana Aria, empecé a reflexionar sobre todo lo que me habían enseñado. Aria no era solo mi hermana mayor; era mi mentora en el mundo de la magia y los misterios de nuestro hogar subterráneo.
Sus lecciones no solo abarcaban habilidades mágicas y el conocimiento de los Antiguos, sino también valores de paciencia, responsabilidad y respeto por las antiguas tradiciones. Cada regaño por mis travesuras o cada consejo sobre cómo manejar mis habilidades mágicas resonaban profundamente en mí.
Recuerdo la vez que intenté manifestar una pequeña esfera de energía para impresionar a los otros niños del pueblo, solo para derramar accidentalmente un frasco de tinta ancestral sobre un pergamino antiguo. Aria, con su mirada seria pero comprensiva, me recordó la importancia de la concentración y el respeto por los objetos que albergaban el conocimiento de nuestra historia.
Otro momento crucial fue cuando quise explorar los túneles más profundos del continente por mi cuenta, creyendo que podría descubrir respuestas sobre mi origen en las cavernas antiguas. Aria me detuvo con firmeza, explicándome que mi seguridad y comprensión de nuestros caminos subterráneos eran más importantes que cualquier búsqueda personal.
Sus enseñanzas no solo me prepararon para enfrentar los desafíos de Profundia, sino que también me ayudaron a entender mi lugar en este mundo de magia y secretos. A través de sus palabras y ejemplos, aprendí a apreciar la rica historia de los Antiguos y a valorar cada conexión mágica que nos unía como familia y comunidad.
Ahora, mientras me preparaba para cumplir cuatro años, me sentía agradecido por tener a Aria como guía. Su papel como hermana estricta pero comprensiva no solo había moldeado mi carácter, sino que también había fortalecido nuestro vínculo en este mundo subterráneo donde cada sombra ocultaba una nueva lección por aprender.
Así continuaba mi vida en Profundia, donde cada día me acercaba más a desentrañar los secretos de mi pasado y el destino que me aguardaba en este reino mágico y misterioso.
Un día, mientras Aria y yo explorábamos la biblioteca ancestral de nuestra casa en Profundia, encontramos a nuestra madre sumida en un antiguo tomo de pergaminos, con los ojos brillantes de conocimiento ancestral.
—Kaion, Aria —nos llamó, su voz resonando con autoridad y sabiduría—. Venid aquí, quiero enseñaros algo importante.
Nos sentamos a su lado, expectantes. Mi madre abrió el pergamino y comenzó a explicar con voz suave pero firme:
—En Profundia, y en muchos otros lugares del mundo, existen tres Energías Fundamentales que gobiernan la vida y la magia. La primera es el Maná, que fluye en nuestra sangre y nos permite canalizar y utilizar la magia. Es una energía que heredamos de nuestros antepasados y que debemos aprender a controlar.
Señaló el símbolo del mana en el pergamino, una espiral entrelazada que brillaba con una luz suave.
—El segundo es el Qi o Ki, una energía que se obtiene en el momento del nacimiento de un individuo en un lugar donde una vena de Qi bajo tierra se encuentra cerca de la superficie. Es una energía vital que influye en nuestras habilidades físicas y en cómo interactuamos con el entorno.
Con cuidado, trazó las líneas del Qi en el pergamino, que se entrelazaban en patrones complejos.
—Y por último, el Aura de Batalla, que se manifiesta cuando un ser humano alcanza los límites de su entrenamiento físico y mental. Es una energía que surge en momentos de gran concentración y esfuerzo, fortaleciendo nuestro cuerpo y espíritu en tiempos de necesidad.
Miré fascinado el pergamino, asimilando las palabras de mi madre y tratando de comprender la profundidad de las energías que regían nuestro mundo subterráneo.
—Recordad, mis hijos —concluyó mi madre con una sonrisa amorosa—, estas energías son parte de nuestra herencia y responsabilidad. Aprender a conocerlas con sabiduría es fundamental para vuestro crecimiento y protección en Profundia.
Asentimos con seriedad, conscientes de la importancia de estas enseñanzas mientras continuábamos nuestra educación en este mundo mágico y lleno de secretos.
En una noche tranquila, en el hogar acogedor de Profundia, mi madre, Lysa Graves, nos reunió a mí y a mi hermana Aria frente a la cálida luz de la chimenea. Lysa, con su mirada serena pero llena de conocimiento, comenzó a revelar secretos profundos sobre los Antiguos y su conexión con el mana.
—Mis queridos hijos, los Antiguos somos usuarios del mana desde tiempos inmemoriales. Esta energía fluye en nuestra sangre, es parte de nuestra herencia y nos permite canalizar la magia de manera única —explicó, mientras sus manos hábiles trazaban símbolos en el aire que parecían brillar con una luz tenue.
Señaló los Elementos Naturales que gobiernan el Maná y el Qi: Agua, Fuego, Viento y Tierra, así como sus variantes como el Agua que se transforma en Hielo.
—Además de estos elementos, existen los Elementos Primordiales: Luz y Oscuridad, fuerzas opuestas pero equilibradas que coexisten en nuestro mundo y en nuestros corazones —añadió, mientras su voz resonaba con reverencia por estas fuerzas fundamentales.
Lysa continuó con solemnidad:
—Y luego están los Edictos, leyes mágicas que rigen poderes más allá de nuestra comprensión humana. El Edicto del Espacio, que controla la dimensión y la distancia; el Edicto de la Vida, que regula el ciclo de nacimiento y muerte; el Edicto de la Muerte, que guía a los espíritus hacia su descanso final; y el más temido de todos, el Edicto de la Destrucción.
Su expresión se volvió grave al mencionar este último:
—El Edicto de la Destrucción es capaz de desatar poderes devastadores, pero también puede corromper la mente y el alma del usuario de manera irreversible. No todos pueden controlar este poder sin sucumbir a su influencia destructiva.
Aria y yo escuchábamos con atención, absorbidos por las enseñanzas de nuestra madre sobre la complejidad y los peligros del mundo mágico que nos rodeaba.
—Recordad siempre, hijos míos —concluyó Lysa con ternura—, que la magia es un regalo y una responsabilidad. Debéis aprender a respetar y controlar estas energías para protegeros a vosotros mismos y a los demás en Profundia.
Nos quedamos en silencio, conscientes de que nuestras vidas estaban impregnadas de sabiduría ancestral que nos preparaba para el futuro en este reino de maravillas y misterios.
Después de sus clases con Aria, regrese a mi habitación en nuestra casa en Profundia, donde la luz de las antorchas danzaba en las paredes de piedra. La calidez del hogar contrastaba con la solemnidad de sus pensamientos mientras hojeaba los libros de magia permitidos por Aria. Sumido en mi concentración, fui interrumpido por la llamada de Aria y mi madre desde la sala.
Me levante con curiosidad y se dirigí hacia ellas, encontrándolas en un rincón iluminado por cristales de luz fosforescente. Aria, con una expresión seria y materna, me miró con afecto antes de explicarme la importancia del examen que enfrentaría cuando cumpliera cinco años.
“Kaion, escucha atentamente,” comenzó Aria con voz suave pero firme. “Cuando cumplas cinco años, tendrás que presentar un examen de compatibilidad elemental ante los ancianos del pueblo. Ellos evaluarán tu conexión con el mana y determinarán con qué elemento naciste.”
Asentí, comprendiendo la gravedad de la situación. Sabía que este examen decidiría su futuro en el colegio de magia ubicado en la ciudad de los elfos oscuros, donde esperaba aprender más sobre el mundo mágico bajo tierra.
“A través de este examen, descubrirás tu afinidad elemental y el nivel de tu mana,” continuó Aria, su voz resonando en la sala cavernosa. “Estoy segura de que te irá muy bien, Kaion. Eres inteligente y tienes un corazón fuerte. Los ancianos verán tu potencial.”
Respiré profundamente, sintiendo la responsabilidad que se avecinaba. La idea de demostrar mi valía ante los ancianos y asegurar su lugar en el colegio de magia me llenaba de emoción y determinación.
“Lo sé, Aria,” respondí con determinación. “Haré todo lo posible para estar preparado.”
Aria sonrió con cariño y me abrazó con afecto.
“Lo sé, Kaion. Estoy orgullosa de ti. Juntos, nos aseguraremos de que estés listo para este próximo desafío.”
Sentí una mezcla de nerviosismo y confianza. Sabía que, con el apoyo de Aria y mi madre Lysa, podría enfrentar cualquier prueba que Profundia y el mundo subterráneo le presentaran.
Decidí explorar la biblioteca ancestral de nuestra casa desde que era muy pequeño. A medida que crecía, mi fascinación por los libros se intensificaba. Mi madre, Lysa, me había explicado sobre los monstruos que acechaban en este mundo subterráneo de Profundia. Me encontré con un viejo bestiario entre los estantes polvorientos. Sus páginas amarillentas mostraban dibujos detallados de criaturas con garras y colmillos afilados, algunas que apenas podía imaginar.
Me sumergí en la lectura del bestiario, maravillado por las ilustraciones detalladas y las historias de héroes enfrentándose a criaturas temibles. Mis dedos pasaban por las páginas desgastadas mientras intentaba absorber cada detalle.
De repente, Aria irrumpió en mi habitación con su típica expresión seria, pero esta vez parecía un poco exasperada.
—Kaion, ¿otra vez con los libros? Debes salir a jugar con los otros niños. No es normal que un niño de tu edad se la pase encerrado estudiando monstruos —dijo con un tono mezcla de preocupación y diversión.
Levanté la vista del bestiario y la miré con una sonrisa sarcástica.
—¿Y por qué no? No veo nada de malo en ser un futuro experto en monstruos. Además, ¿Quién va a proteger este lugar de las temibles criaturas si no estoy bien preparado? —respondí con un tono juguetón, disfrutando un poco de la broma.
Aria suspiró con resignación, pero no pudo evitar sonreír ante mi respuesta. Ella sabía que mi amor por el conocimiento era genuino, pero también quería asegurarse de que tuviera una infancia equilibrada y feliz.
—Kaion, prométeme que pasaras un rato con los niños, luego puedes volver a tus libros. Pero también necesitas aprender a jugar y divertirte, ¿de acuerdo? —dijo, suavizando su tono.
Asentí con resignación, sabiendo que Aria tenía razón. Aunque me costaba dejar atrás los mundos de fantasía y conocimiento que habitaban en esos libros, entendí que equilibrar el aprendizaje con la interacción social sería crucial para mi desarrollo en Profundia.
Prometí a Aria que tomaría un descanso y me uniría a los otros niños en sus juegos, pero en secreto, decidí seguir explorando los libros por las noches, cuando todos dormían. Era un mundo nuevo y fascinante, y sentía que cada página que leía me acercaba más a entender mi lugar en este extraño continente subterráneo.
Salí de la casa con una mezcla de curiosidad y resignación. El pueblo de Draconia, hogar de los Antiguos, era un lugar fascinante y lleno de misterios, pero hoy tenía que explorar una faceta diferente de mi entorno: los niños del pueblo. Caminé hacia la colina donde solían jugar, un lugar en las afueras de la ciudad, rodeado de grandes formaciones rocosas y vegetación escasa.
Al acercarme, los gritos y risas de los niños llenaron el aire. Algunos de ellos notaron mi presencia y, como de costumbre, comenzaron a susurrar y reírse entre ellos. Podía escuchar los murmullos a pesar de la distancia.
—¡Miren, es el fantasma! —dijo uno de los niños, señalándome con descaro.
—¡Espectro de cabello blanco! —gritó otro, provocando una ola de risas.
Ignoré sus comentarios, acostumbrado ya a ese tipo de burlas. Mi cabello blanco y mis ojos dorados siempre habían sido motivo de chismes y risas entre los niños del pueblo. Sin embargo, noté a una niña que se mantenía al margen del grupo. Usaba una máscara de hueso que ocultaba su rostro y no parecía participar en las burlas.
Decidí acercarme a ella. A diferencia de los otros niños, no emitió ningún sonido ni hizo comentario alguno. Simplemente me observó a través de los huecos de su máscara, sus ojos oscuros y profundos eran lo único visible.
—Hola —dije, intentando parecer amigable—. ¿Cómo te llamas?
Ella me miró en silencio durante unos segundos antes de responder con una voz suave y casi inaudible.
—Nara.
—Soy Kaion —dije, sonriendo levemente—. ¿Por qué llevas esa máscara?
Nara se encogió de hombros y miró hacia los otros niños que seguían riéndose y jugando sin prestarnos mucha atención.
—Prefiero mantenerme al margen —dijo—. Además, no todos los monstruos están en los libros, Kaion.
Su respuesta me sorprendió, pero al mismo tiempo me hizo sentir una conexión con ella. Ambos éramos diferentes, y en ese momento supe que había encontrado a alguien que no me juzgaba por mi apariencia.
Decidí pasar el rato con Nara, alejados un poco del bullicio de los demás. Nos sentamos en una roca y comenzamos a hablar, compartiendo historias y observando a los otros niños desde la distancia. Aunque no participaba activamente en sus juegos, Nara tenía una forma única de ver el mundo, y me encontré disfrutando de su compañía.
Nara y yo estábamos hablando tranquilamente, compartiendo historias y risas silenciosas, cuando de repente los gritos de los otros niños se hicieron más fuertes, llenos de pánico. Miramos hacia donde provenían los gritos y vimos una figura oscura emerger de una de las cavernas cercanas a la colina.
Un monstruo, una criatura enorme y grotesca, salió tambaleándose de la oscuridad. Tenía piel escamosa, ojos rojos brillantes y garras afiladas que destellaban a la luz tenue de la caverna. El terror se apoderó de los niños, que corrían en todas direcciones, gritando y buscando refugio.
—¡Kaion! —gritó Nara, tirando de mi brazo—. ¡Tenemos que ayudarles!
Intenté pensar rápido, pero me sentía indefenso. Aunque había leído mucho sobre monstruos y magia, mi habilidad práctica era prácticamente nula. Nara y yo nos levantamos y comenzamos a correr hacia el grupo de niños, pero la criatura ya estaba demasiado cerca.
Uno de los niños tropezó y cayó al suelo, su cara llena de terror. El monstruo se dirigió hacia él, levantando una garra para atacar. Sin pensarlo, corrí hacia el niño, con la esperanza de hacer algo, cualquier cosa para distraer a la bestia.
—¡Oye! ¡Por aquí! —grité, agitando los brazos. Mi corazón latía con fuerza, y el miedo casi me paralizaba, pero sabía que no podía quedarme de brazos cruzados.
El monstruo se volvió hacia mí, su mirada fija en mis ojos dorados. Sentí un escalofrío recorrerme la espalda, pero no me detuve. Nara, a mi lado, también gritaba, tratando de desviar la atención de la criatura. En ese momento, algo extraño sucedió. Mis ojos comenzaron a brillar con un poder desconocido, y de repente pude ver los movimientos del monstruo con claridad asombrosa, como si pudiera predecir dónde se movería a continuación.
—¡Vamos, debemos alejarlos de aquí! —dijo Nara, su voz temblando pero decidida.
Nos movimos hacia un lado, esperando que la bestia nos siguiera y se alejara de los niños. Sin embargo, éramos demasiado lentos y poco equipados para enfrentarla. El monstruo rugió y comenzó a avanzar hacia nosotros, sus pasos retumbando en el suelo.
—¡No tenemos ninguna oportunidad! —dije, desesperado—. ¡Necesitamos ayuda!
Justo cuando pensaba que todo estaba perdido, vi una figura familiar corriendo hacia nosotros desde la distancia. Era Aria, su rostro una mezcla de preocupación y determinación. Llevaba en la mano un bastón que brillaba con un tenue resplandor azul.
—¡Kaion, Nara, retrocedan! —gritó Aria, colocándose entre nosotros y el monstruo.
Nara y yo nos detuvimos y retrocedimos lentamente, observando cómo Aria se enfrentaba a la criatura. Con un movimiento rápido, levantó el bastón y una onda de energía mágica salió disparada, impactando al monstruo y empujándolo hacia atrás.
Pero esto no fue suficiente para Aria. Sus ojos se endurecieron y con una furia protectora, levantó su bastón una vez más, invocando un hechizo de truenos. Rayos azules comenzaron a bailar alrededor de su figura antes de concentrarse en la punta del bastón.
—¡Keraunos! —gritó Aria, y un rayo de energía pura atravesó el aire, golpeando al monstruo con una fuerza devastadora. La criatura emitió un alarido ensordecedor antes de caer, carbonizad y sin vida.
Aria se volvió hacia nosotros, su respiración agitada pero sus ojos llenos de alivio.
—¿Están bien? —preguntó, corriendo hacia nosotros y abrazándonos fuertemente.
—Sí —respondimos al unísono, todavía temblando por la adrenalina.
—No pueden enfrentar cosas así solos —dijo Aria, su voz ahora suave pero firme—. Pero estoy orgullosa de ustedes por intentar ayudar. Recuerden siempre que, aunque sean valientes, también deben ser prudentes.
Asentí, agradecido por su intervención y consciente de que todavía tenía mucho que aprender sobre este peligroso y fascinante mundo. Sentí la calidez del abrazo de Aria, pero mi mente seguía en el momento en que mis ojos habían brillado. ¿Qué era ese poder? ¿Por qué podía ver los movimientos del monstruo antes de que sucedieran?
Mientras Aria nos llevaba de regreso al pueblo, no pude evitar reflexionar sobre ese poder desconocido dentro de mí. Tenía mucho por descubrir y mucho por aprender, y ahora más que nunca, estaba decidido a entender quién era realmente y cuál era mi lugar en este mundo lleno de magia y peligros.
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