El tren tiene un diseño caprichoso; aunque está sometido, como todos, a las reglas del tiempo, nos las muestra de una forma extraordinaria. Obsérvese que los asientos orientados hacia la dirección en la que se dirige el tren representan el futuro, el destino, lo desconocido. Allí están depositados nuestros sueños y anhelos, nuestras responsabilidades y, ¿por qué no?, también la certeza de que la muerte nos espera. En cambio, los asientos orientados en la dirección contraria sucumben a la nostalgia, los recuerdos y los abandonos. Representan el origen, es decir, el saber de dónde venimos y entender que, mientras nos alejamos, ya no somos los mismos, sino otro polizón.

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