Entre el Alba y el Ocaso

Entre el Alba y el Ocaso

Magdalen Serret

03/10/2024

criaturas de la noche

Sábado 5 de marzo, 3:30 A.M.

 La Avenida Broadway, aunque algo desolada, seguía siendo transitada por unos que otros jóvenes alcoholizados que necesitaban regresar a casa. En el cruce con la 95th se encontraba la entrada a la estación de trenes, donde dos amantes parecían disfrutar de un momento de pasión ardiente que llamaba la atención de aquellos que lograban llegar y descendían las anchas escaleras, llevando en sus rostros la desvergüenza que mostraban sus pensamientos. Lo lógico era molestarse, pero a ellos les servía de aliento para dar rienda suelta a sus morbosos pensamientos.

   Cualquier criatura íntegra que se encontrase por allí en ese momento podía convertirse en la noticia de primera plana de uno de los más famosos periódicos del lugar: «Joven violada y asesina», «Chico ultrajado en la estación de trenes», pero la ingenuidad de la edad no mide el peligro. Dicha inocencia es aprovechada por los depredadores que salen todas las noches para cazar a sus fáciles presas.

   La noche era fría, pero parecía no importar. Al parecer, aquello era algo normal en esta ciudad adornada por luces de neón, ruido, basuras en las aceras que a veces no son solo inorgánicas. Las orgánicas parecían seres vacíos, sin almas. Muchos de ellos tirados en las aceras con las miradas perdidas en una especie de trance por alguna droga fumada, inyectada o tomada, y dentro de aquel sombrío paisaje caminaba una tenue luz que atraía las miradas maliciosas. Advirtiéndolo ella, Amy apresuró su paso hacia la entrada de la estación.

   ¿Qué hacía una joven de dicho aspecto en un área como esta?

   Amy vestía con una camisa de manga larga blanca con delicados tejidos que hablaban de su personalidad, bufanda con degradados colores rosa que cubría su cuello, además de una larga chaqueta con capucha afelpada que la hacía parecer una niñita.

   Sus pasos fueron disminuyendo la velocidad a medida que más se acercaba a la entrada de la estación. La intimidó la agresividad mostrada en las caricias que disfrutaban aquellos dos. Asustada por demás, bajó la mirada y apretó sus manos una contra la otra, intentando esconder su presencia, pero su inocencia reflejaba una luz desbordante que jamás podría pasar desapercibida.

   La protagonista de lo que parecía una película porno gemía de emoción con los ojos cerrados y tenía las manos metidas entre la chaqueta de cuero de quien parecía ser alguien amado. Ella lo atraía con fuerzas hacia su cuerpo, como si intentara fundirse al suyo. Contrario a él, que con los ojos muy abiertos la miraba como un águila que iba por su presa.

   No conociendo otra ruta para llegar a su morada, Amy se envalentó y decidió pasar rápidamente frente a ellos sin siquiera mirarlos, pero justo en el momento en que cruzaba, un grito de desesperación frisó sus pasos y aunque deseaba salir corriendo, no podía. La curiosidad la hizo mirar de soslayo y, en un fragmento de segundo donde con el corazón en la boca miró hacia aquel par, su mirada recogió el momento en que la lengua del hombre lamía la sangre que descendía del cuello de quien había gritado.

   Instintivamente detuvo la respiración por una milésima de segundo, cambio que captó aquel ser que en ese momento subió la cabeza, encontrándose con su mirada. Un repentino frío corrió por su cuerpo, dejándola perpleja. Momento en que dejó salir el aire que sostenían sus pulmones y, con el acelerado latido de un corazón que parecía querer salirse de su pecho, agilizó sus pasos para intentar dejar atrás aquello que por desgracia había visto. No bien había logrado llegar al quinto escalón que bajaba hacia la parada de ferrocarril, cuando la detuvo el pálido joven de hermoso aspecto, alta estatura y pelo dorado, que cruzó mirada con ella segundos atrás.

   Amy bajó la mirada y la mantuvo hacia el suelo.

   —No he visto nada, por favor… No he visto nada.

   Las frías manos de aquella criatura la bordearon y, en menos de un abrir y cerrar de ojos, ambos se encontraban en una solitaria esquina de la desolada estación. Confundida por demás, su cuerpo no pudo resistir aquello que vivía y se desmayó.

   Al cabo de una hora, abrió los ojos y, desorientada, miró a su alrededor intentando poner en orden sus ideas para tratar de comprender qué había sucedido y donde se encontraba.

   —Hola, preciosa.

   Escuchó una voz apacible que tomaba su tiempo para hablar, haciéndola gritar e instintivamente tapar sus ojos.

   —¿Do-do-donde estoy? —preguntó apretando sus mejillas con los puños. Sabía que una vez viera el rostro de su captor, jamás saldría de allí con vida— Te juro que no he visto nada. Se lo ruego, déjeme ir…

   —¿Ir a dónde? Estás mejor aquí con nosotros.

   —¿No-nosotros? —preguntó, instante en que se detuvo su respiración.

   A seguidas, unas manos frías se posaron en sus antebrazos e intentaron quitar sus manos de su rostro.

   —Mírame —ella negaba con el rostro—, mírame, no va a ocurrir nada.

   —Aún… —aseguró una voz con sarcasmo— no va a ocurrir nada aún.

   Amy empezó a llorar y fue cuando comprendió su situación. No había ya nada que hacer.

   —Qué más da —frustrada dejó salir de sus labios—. Estoy muerta como quiera, ¿no?

   Sus palabras de abandono inquietaron a aquel extraño que reaccionó soltando su antebrazo. Aquella hermosa y frágil joven que estaba frente a él se había dado por vencida tan fácilmente que algo en su interior despertó el deseo de conocerla.

   Ella quitó sus manos de su rostro, abrió los ojos y, despacio, subió su cabeza. Quedó en shock al ver que estaba frente a otra extraña criatura de la noche que no era quien la había tomado en la estación. Atónita, contemplándolo, su corazón empezó a latir como loco y el esfuerzo de respirar secó sus labios, impidiéndole hablar. Ambos se quedaron mirándose a los ojos. Su captor se movió a una velocidad no humana, quitando del medio a su amigo al llegar a ellos.

   —Mira, niña —como si el mundo desapareciera a su alrededor, ella ni se inmutó; mantuvo la mirada fija en quien primero le habló—. Creo que no debiste haberme visto hoy —dijo apretándole las mejillas.

   Amy quedó hecha un desastre mientras miraba a uno y luego al otro.

   —Brandon, creo que le gustas a la niñita —la empujó hacia atrás e intentó intimidarla—. Vas a morir, ¿lo sabias?

   —Hunt, déjala, no vez que muere de miedo.

   —Claro que muere de miedo, es que sabe lo que le espera. ¿No es así chiquita?

   Amy asintió sin aparente temor, dejándolo desconcertado. La niñita que llegó muerta de miedo, de un momento a otro, se veía diferente; su mirada proyectaba coraje.

   —¿Es que no tienes miedo? —burlonamente preguntó Hunt.

   —Sí, pero eso no va a cambiar el hecho de que voy a morir o ¿sí? Además, no me llames niñita. Mi nombre es Amy.

   Su voz dejó de escucharse temblorosa y dejó de tartamudear.

   —Tienes razón, niña. Vas a morir.

   A todo esto, Brando, seguía parado frente a ellos con los brazos cruzados y una sonrisa maliciosa que escondía su verdadero sentir. Estaba intrigado.

   —¿Algunas últimas palabras, niña?

   —Amy, te dije que me llamo Amy y sí, tengo unas últimas palabras.

   En ese momento el corazón de Brando empezó a latir con rapidez. Pensó:

   «¿Qué querrá? No quiero que Hunt la mate. La quiero para mí».

   No bien lo había pensado, cuando escuchó a su amigo decir:

   —Qué interesante… —con un movimiento de mano le ordenó hablar.

   —Por favor, si voy a morir, ¿puedo pedir un último deseo? —Hunt afirmó sonriente— Que me mate él —apuntó ella a Brando.

   No había terminado de decirlo cuando Hunt se alejó para darle paso a su amigo, quien, algo extrañado, había dejado caer sus brazos.

   «Habrá leído mis pensamientos«, pensaba él.

   —Es toda tuya, yo ya comí lo suficiente. Es mi regalo, amigo.

   Lentamente Brando se encaminó hacia ella sin despegar su mirada de la suya. Perecía, que intentaba descifrar el motivo de este pedido. Ya a centímetros de su presa, tomó con suavidad su mentón y ladeó un poco su cuello, preparándola para lo que parecía una muerte lenta y placentera. Placentera, porque para la víctima, este instante se convertía en un momento de alucinación, como una droga que, aunque te destruía, te hacía sentir fuera de este mundo. Amy cerró los ojos en espera del final.

   Confundido y al ver que ni por un instante ella hesitó, sino que posó ambas manos con delicadeza sobre su cintura, abrazándolo con ternura, Brando se detuvo y, a milímetro de su cuello, le pegó un suave beso que la dejó perpleja, instante en que con sus colmillos le produjo un corte tan minino que apenas la rasgó y lamió la gota de sangre que salió de él. Desconcertada, ella abrió los ojos y se encontró con la mirada fría de aquel chico.

   —¡Acaba con esto de una vez por todas!

   —¿Por qué?

   —¿No entiendo? ¿Cómo que por qué? —confusa preguntó.

   —¿Por qué voy a acabar tan rápido algo que me parece divertido? Además, ahora tengo más curiosidad que hambre.

   —¿Curiosidad de qué? —preguntó ella.

   —¿Por qué yo?

   —¿Por qué no?

   —Contéstame de inmediato y te prometo que esto va a terminar más rápido de lo que puedes imaginar.

   —¡Mátame ya! —gritó frustrada. Brando se alejó dándole la espalda, momento en que ella corrió hacia él y, halándolo por un brazo, le gritó: ¡que me mates!

   Brando empujó el brazo que lo sostenía sin siquiera mirarla.

   —¡Acaba con esto!

   Giró despacio para mirarla; nada lo sobresaltaba.

   —Cuando reciba una respuesta satisfactoria lo pensaré.

   Amy arremetió contra él, buscando claramente que terminara con su vida. Estaba cansada de vivir y él necesitaba saber por qué.

   —¡Eres un tonto, maldito asesino!


Continuará…

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