La pequeña, Marisa, siempre tuvo más picardía, o mala leche, como lo quieras llamar. Le gusta chinchar a su hermana, especialmente desde que Lucía llegó a la adolescencia y todo lo que hace y dice, a Marisa le suena cursi. Hay que reconocer que Lucía siempre ha sido un poco cursi, ¿pero acaso no lo son todas las niñas de quince años? Puede que no… el caso es que Lucía sí. Tiene toda su habitación bañada en rosa, con cuadernos forrados de papeles de Hello kitty, purpurina y corazones. Te juro que si un día veo, saliendo del armario, a un unicornio cagando polvos de hada, no me sorprenderá.
La habitación de Marisa es diferente, tal vez por querer diferenciarse de su hermana, o simplemente porque es así, pero le gustan los zombies. Está obsesionada con todo lo de terror. Se pinta los labios y las uñas de negro, se pone vestidos que podrían haber sido de mis hermanas cuando eran niñas, pero ella les da un toque perverso. Tiene trece años y parece gótica, así que un día le pregunté si lo era. Por lo visto no debería haberle preguntado, empezó con el “¿qué dices, papá?” en ese tono que sí que tienen en común las dos, mientras se encerraba en su cuarto de los horrores. Pero luego lo pensé, y el caso es que no lo negó.
Es duro, siempre lo ha sido, pero ahora más. La paternidad en solitario, sin un referente femenino, sin saber qué límites poner o qué preguntar… Las niñas solían adorarme cuando eran pequeñas, y ahora de pronto me dan miedo. Las dos, ¿eh? Porque Lucía es más sensible que la pequeña y tiene unos cambios de humor totalmente impredecibles. Marisa a veces me advierte; cuando estoy haciendo “demasiadas” preguntas a su hermana, me susurra “no despiertes al dragón”.
Lo que más me acojonaba era el primer periodo. Leí mucho al respecto, les hablé de lo que les pasaría, compré todo tipo de productos de higiene femenina con los que llené el mueble del baño. También puse algunas revistas con consejos, por si acaso. Ahora lo pienso y eso fue pan comido. Lo peor, lo peor es lo que no te esperas.
Como por ejemplo, Marisa leyendo el diario de Lucía por la casa a voz en grito, mientras Lucía corre gritando detrás de ella. Luego me he enterado, no que sea muy relevante, que se trataba de una venganza por haber estropeado un top, que creo que es una camiseta, con una mancha que no se podía quitar. Joder con las niñas y sus venganzas. Te lo juro, que me dan miedo. Lo peor de todo, es que no pude evitar escuchar lo que la insensata había dejado por escrito. Te digo las frases que recuerdo y que lamentablemente recordaré siempre.
“Jaime está súper guapo. Me han dicho que está por mi, pero no me lo creo porque mi amiga Teresa es mucho más guapa que yo y les vi hablando, así que seguro que le gusta ella.”
“El otro día los chicos de la clase nos dieron a probar un licor muy fuerte que se llamaba orujo. Luego vomité. Jaime me cogió de la cintura, o un poco más abajo, y me dijo que si no hubiera vomitado le gustaría enrollarse conmigo”
No me pongas esa cara, porque esto va a peor. Las últimas frases hablaban de más tocamientos, de porros e incluso de… ejem, de… ya sabes, copulación. ¡Estamos hablando de niñas de quince años! Tuve que escuchar, en boca de mi hija, la descripción que hacía, mi otra hija, del pene del primer chico al que había visto desnudo. Spoiler, no llegaron a hacer nada, pero lo describió todo con todo lujo de detalle.
Que, ¿qué hice después? Pues me fui echando leches, aquí, a verte, para que me digas qué hago. En mi profesión siempre he tenido claro lo que había que hacer, para eso me pagan. Evaluó la situación, analizo los riesgos de cada opción, tomo una decisión. Pero en esto no tengo ni pajolera idea…
Si, ya sé que eres la veterinaria de nuestro Rufo, pero más que yo sí que sabes de todo esto, además las otras veces me ayudaste mucho. Dime, ¿Mato al chaval que le enseñó el pene a mi hija? ¿A Teresa? ¿A Jaime? Vale vale, nada de matar. ¿Encierro a mis hijas? ¿Les prohíbo tener diarios?
Vale sí, vamos a por un café, invito yo.
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