¿Alguna vez te has preguntado qué se siente ser capaz de ver aquello que las personas vivas usualmente no ven? Si tu respuesta es no, es comprensible. No creo que todos quieran saber cómo se siente tener el don de ver lo que está oculto en las sombras. Pero para mí desgracia, yo no tuve la elección de escoger.
Nací con un don que me permite ver y presentir lo que tú no puedes. Soy capaz de ver lo que más te atormenta sin necesidad de conocerte. Puedo identificar tus mayores miedos y tus fortalezas. Puedo ver más allá de lo que los humanos estamos acostumbrados. Donde tú ves un bosque frondoso y verde, yo veo un mundo lleno de espíritus correteando en busca de su libertad. Los veo en todas partes: en tu casa, en tu trabajo, cerca de ti.
De pequeño fue difícil, no te miento. Crecer de esta forma jamás fue un privilegio. Solo imagínate ser capaz de soñar que todos mueren un día y despertar con la noticia de que había sido real. Más que presentir y ver, puedo visualizar el futuro y, por desgracia, no puedo hacer nada para evitarlo.
Y las cosas comenzaron a empeorar a medida que iba creciendo. Aún recuerdo la primera vez que vi una pesadilla cumplirse. Tenía 17 años cuando conocí a una chica en mi vecindario, su nombre era Liliana, una chica rubia y de ojos claros que transmitía una felicidad casi inquebrantable. Teníamos la misma edad y casi siempre la veía a la misma hora.
Una noche, al dormir, mis sueños comenzaron a revelarse. Normalmente, empezaban siendo un mar de colores y texturas, casi como estar viviendo una alucinación. Pero a medida que el tiempo pasaba, las imágenes se volvían más claras. En un momento, vi una luz que viajaba de un lado a otro hasta que se detuvo al fondo, dejándome ver con claridad el rostro de Liliana. Recuerdo haber corrido con todas mis fuerzas hasta donde se encontraba ella, y justo antes de alcanzarla con mi brazo extendido, la imagen se desvaneció. Me detuve en seco, mirando en todas direcciones. ¿A dónde se había ido?, me pregunté. Y después de unos segundos, una tormenta de polvo negro cayó sobre mí. Un grito desgarrador y escalofriante se escuchó a lo lejos. Mi cuerpo comenzó a reaccionar; estaba asustado, jamás había soñado con algo que se sintiera tan real. Comencé a temblar de miedo cuando me di cuenta de que estaba en una habitación oscura y vacía. Me animé a caminar con pasos cautelosos con la esperanza de ver una luz al final, pero para mí desgracia eso era imposible. Me detuve de nuevo cuando identifiqué un rastro rojo carmín derramado en el suelo negro, y más adelante, un cuerpo en agonía. La vi, vi su rostro claramente. Su cabello rubio manchado de aquel líquido, y sus ojos claros mirándome fijamente. Era Liliana, debatiéndose entre la vida y la muerte.
Me levanté de la cama asustado, presionándome el pecho con mi mano. Odiaba ese sentimiento, esa angustia y esa frustración de no poder controlar aquello que me había sido otorgado.
Aunque a ese punto ya no estaba seguro si era un regalo o una maldición.
Durante el día seguí como si nada, ignorando la pequeña molestia por lo sucedido, tratando de pensar en otras formas de distracción para que mi mente no se agobiara con los pensamientos de la noche anterior. Al llegar la tarde, caminé hasta el lugar donde usualmente me quedaba para admirar el paisaje y donde solía ver a Liliana caminar. Solo quería comprobar que estaba bien para poder darle un descanso a mi mente. Pasaron los minutos, las horas, y ella no apareció. Preocupado, volví a casa y fruncí el ceño confundido al ver a mis padres con la mirada atenta al televisor.
—¿Qué pasó? —pregunté sin entender nada de lo que estaba viendo.
Ninguno respondió, solo se escuchaba la voz de la reportera dando la noticia, una que me paralizó por completo:
Descubren el Cuerpo de una Joven en el Bosque, Marcas de Violencia Indican Ataque Salvaje.
Un trágico suceso que ha conmocionado a la comunidad, el cuerpo de una joven de 17 años, reportada como desaparecida recientemente, fue hallado en un bosque cercano, mostrando evidentes signos de violencia. Testigos locales relataron haberla visto entrar al bosque en la madrugada y escuchar sus desgarradores gritos pidiendo auxilio. A pesar de que los vecinos corrieron en su ayuda, al llegar ya era demasiado tarde. El cuerpo de la joven fue encontrado en un estado casi irreconocible, aparentemente atacado por una criatura salvaje cuya identidad y naturaleza siguen siendo un misterio. Este lamentable incidente marca el cuarto ataque de esta índole en los últimos tres meses, aumentando el temor y la incertidumbre en la región.
Mi corazón casi se detuvo al escuchar la desastrosa noticia. En la televisión mostraron imágenes de Liliana, la mayoría tomadas en nuestra escuela. Muchas de ellas la mostraban sonriendo con sus amigas, irradiando alegría. Al final, apareció una donde su cuerpo estaba cubierto con una manta blanca, lo cual provocó que mi estómago diera un vuelco y me llenara de unas enormes ganas de vomitar. ¿Cómo era posible? ¿Cómo podía terminarse la vida de un inocente en un segundo? No podía creer que la había visto tres días antes, sana y con esa felicidad en su rostro que la diferenciaba del resto. ¿Por qué alguien tan lleno de sueños por delante y con un aire tan dulce termino teniendo un final tan lamentable y doloroso?
Mamá se giró hacia mí con la mirada triste, los ojos cristalinos y las manos temblando. Sin decir una palabra, corrió a abrazarme, pero yo estaba perdido en mis pensamientos, sumergido en un mar de voces que me culpaban. Papá miraba la pantalla con semblante serio. Él conocía a Liliana mejor que yo; ella era la hija de uno de sus mejores amigos, y la noticia evidentemente lo había afectado profundamente.
Con el paso de los años, el miedo creció hasta que decidí contarles a mis padres lo que me pasaba, y juntos buscamos ayuda profesional para encontrar respuestas. Recorrimos varios hospitales, pero ninguno pudo entender lo que sucedía en mi cabeza. Finalmente, me internaron en psiquiatría durante cuatro largos meses, esperando un milagro que nunca llegó. Los medicamentos me ayudaron a dormir profundamente, pero no eliminaron el ruido y la agonía de las experiencias ajenas. Las noches se convirtieron en una tortura mientras las visiones se volvían más reales. Ahora, no solo alucinaba en sueños, sino también estando despierto: veía sombras, escuchaba risas y lamentos de voces ajenas. Los gritos de ayuda y la presencia de seres malignos se convirtieron poco a poco en una odisea en mi vida.
Muchos dicen que debería usar este don como una forma de ayuda para todos aquellos que sienten la necesidad de conectar con el mundo espiritual. Sin embargo, me siento mal al negarme siempre a esa propuesta porque, sinceramente, ni siquiera sé cómo controlarlo y temo que tampoco seré capaz de hacerlo en el futuro.
Ahora, a mis 35 años, mi vida ha sido una batalla constante contra mis propios demonios internos. A pesar de los esfuerzos de mis padres y los médicos, sigo atrapado en un mundo donde la línea entre la realidad y la ilusión se difumina sin cesar. He intentado aceptar y controlar este don que me fue impuesto, pero cada intento termina en fracaso y desesperanza. Me pregunto si algún día encontraré paz o si seguiré siendo prisionero de estas visiones hasta el final de mis días. Por ahora, sigo perdido en un laberinto oscuro donde los susurros de lo desconocido me persiguen sin descanso.
Decidí compartir mi historia para mostrar que tener un don no siempre es algo bueno. Implica una responsabilidad que aún estoy aprendiendo a manejar. Aunque mi habilidad sigue siendo un desafío, sé que debo ser cauteloso con cómo la utilizo. Estoy en proceso de entender su alcance y cómo puede afectar a los demás. Esta experiencia me ha enseñado que la verdadera fortaleza está en aprender a usar nuestras capacidades de manera responsable y compasiva. En medio de la oscuridad, busco un camino hacia la luz, donde finalmente pueda encontrar la paz que tanto anhelo.
Escrito por: Erika Yasmin.
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