Tengo ganas de cantar, cantar muy fuerte,
pero no tengo la energía que eso implica.
Tengo ganas de salir a la calle y caminar,
caminar sin pensar en nada -o pensar en todo al mismo tiempo-,
de disfrutar un paseo sin la necesidad de estar alerta
a mi alrededor.

Caminar y caminar.
Que el sol me pegue en la cara,
que inunde mi cuerpo de calor
y me llene de toda esa energía que hoy no puedo ver ni tener.

Tengo ganas de ser la mejor en lo que me proponga,
que esa melodía que habita en mi cabeza
sea transmitida por mis dedos,
formando acordes, haciendo música.

Tengo ganas de sentir esa música,
de disfrutarla como si nadie me estuviese viendo ni escuchando.
Pero mi cabeza me juega malas pasadas,
haciendo que esa niña interior que jugaba con un micrófono,
que cantaba y armaba orquestas con y para los suyos,
nunca concrete ese deseo de hacerse escuchar,
de transmitir con su voz todas sus emociones.

Tengo ganas de tantas cosas,
pero mi cabeza es la peor enemiga.
Mi cuerpo hoy no siente ese envión en la cama elástica
que me hacía estar cada vez un poco más alto.

Hoy ya aprendí a frenar y aquí me quedé.
Como un adulto que ya no disfruta las camas elásticas
y no emite acción alguna para sentir, otra vez, la adrenalina,
la diversión y la pasión.
Se busca: libertad, emoción, diversión y pasión.
Se buscan motivos.
Se buscan momentos nuevos y rescatar aquellos que algún día me hicieron feliz.

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