Hay momentos en los que no es necesario repasar toda la secuencia de eventos desde el principio, en algunas ocasiones nuestra percepción del tiempo se acelera, el mundo exterior no puede seguir tu ritmo y chocas irremediablemente contra la oscuridad.
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En una noche clareada por el brillo de nuestro satélite natural me encontré a mí mismo, atrapado en una caja metálica con cuatro puertas, encima de cuatro llantas y con sus entrañas hechas de cables y tubos que obedecían a una persona ajena a mí. Estoy en la parte de atrás de la máquina, junto a la puerta derecha, me acompañan 2 personas más sin contar a nuestro capitán, que, para tener nuestras vidas en sus manos y pies, no se le ve muy bien, pero no puedo culparlo, mis compañeros tampoco se veían muy bien y, por último, yo no me encontraba muy bien, todos estábamos gritando.
Naturalmente, el universo se sigue desordenando a mí alrededor, pero en momentos como este a nuestro cerebro sólo le importa no morir, solo importo yo. Aun así, me siento impotente, frustrado y raramente egocéntrico por no recordar los nombres de las personas que están encerradas conmigo. La sombra, el éxtasis y la constante deformación causada por el exceso de velocidad al que íbamos me saboteaban el reconocimiento de sus caras, aun así, estoy seguro de que los conozco, si no por qué estaría gritando y apretujándome yo con ellos. Sin embargo, a veces uno se encuentra junto a cuerpos formados por sombras y recuerdos robados.
El peligro se sentía inminente detrás nuestra, acechaba en cada sombra que habitaba entre los troncos de los árboles, a cada lado de la carretera. No recordaba nada de lo que había pasado, pero eso no era relevante para mi cuerpo, en algún momento del pasado se había dado la orden de escapar y sobrevivir; la causa de esta orden la sentía muy dentro de mí y por ella sabía que alguien nos perseguía. Llegados a este punto me gustaría saber qué hice yo o los demás para estar en esta situación ¿Le habremos robado algo? ¿Algo tan pequeño que cupiera en un auto? Si era así ¿Por qué nosotros lo queríamos? ¿O era acaso que nuestra simple presencia inquietó a ese ser? Como si pudiera oler en nosotros la misma carroña de hipocresía, mentira y manipulación de la que él estaba hecho, fingiendo ser humilde ante sus súbditos, prometiendo un yugo mejor del que habían escapado, que era en realidad suyo también. Así es cómo, con el sudor de su frente, la sangre de sus manos y el cansancio de sus pies habían construido el castillo que se encontraba detrás nuestra.
El castillo era casi imperceptible en contraste al cielo nocturno, estaba formado de ladrillos entre rojo – violeta muy oscuros y casi opacos, pero ciertas partes brillaban a la luz de la luna, como si fueran piedras preciosas incrustadas y quisieran dejar vislumbrar parte de su hechura; dos torres cuadradas gruesas y altas a cada lado de la carretera, unidas entre sí por un puente avallado hecho del mismo material oscuro como la sangre. Esta estructura era sólo una especie de puerta, que formaba parte de una gran muralla que se perdía en los prominentes bosques a ambos lados de la carretera.
Al mirar fugazmente hacia atrás pude identificar la figura del rey sobre el puente, con la estatura de un gigante tenía una postura imponente natural, pero al vernos incluso podía parecer indiferente. La cara, a la luz de la luna tenía un matiz blanquecino, con la piel pegada a los huesos, los ojos encerraban la oscuridad de su alma, no tenía pelo y encima de su cabeza portaba una corona brillante, que parecía hecha de huesos y oro. Su ropaje consistía en un traje oscuro y elegante, junto con una capa gruesa y pesada hecha de pieles, cuero y pelajes igualmente oscuros, pero con tonos violetas y rojos, como si tuviera incrustados rubíes y geodas. Portaba además en su mano izquierda un cetro hecho de huesos, oro y otras joyas que, al igual que su corona, despedían un humo morado que nublaba nuestra vista y nos hacía concentrarnos sólo en él.
Este humo se precipitaba al pie de las murallas y allí se condensaba, esqueletos de humanos y animales salían de la tierra y se vestían de este humo obscuro para adquirir la apariencia de figuras feroces, mezcla de diversas especies humanas y animales con su propia naturaleza. Las producciones del rey avanzaban a gran velocidad, fundiéndose con las sombras del bosque, mirándonos desde ambos lados de la carretera con unos difusos ojos rojos. Su furia se nos hizo presente cuando emergieron del bosque embistiendo nuestro vehículo, rompiendo las ventanas y causando abolladuras para luego regresar rápidamente a su seguridad en las tinieblas. El viento entraba ahora con furia por las ventanas, rodeando nuestro cuerpo de ráfagas de aire frío, dulce y puro, de las profundidades del bosque se escuchaban los chillidos de tan espantosas criaturas, a veces parecía que los dejábamos atrás, pero en cada curva parecían volver a tomar ventaja sobre nosotros y mientras, la luna seguía despidiendo su luz, permitiendo dar contraste a la escena, vislumbrando y enfocando a los espectros que nos seguían, saltando de árbol, en árbol, de sombra en sombra.
La carretera por la que escapábamos dejaba por un momento el denso bosque y se abría a la ladera de una montaña. Al lado izquierdo: tierra, pero de mi lado derecho, la imagen más bella que jamás haya visto, capaz de desviar mi atención del peligro inminente, como el capricho de una diosa vanidosa. Veía ante mí la Luna, más brillante y grande que nunca, en medio de la negra inmensidad del espacio, que contenía diminutos destellos de colores maravillosos, sobre ella, pinceladas de suaves nubes que opacaban la luz y formaban faroles que se dispersaban a todas partes, por debajo, un valle infinito con espolvoreadas colinas y entre ellas una cristalina corriente de agua que reflejaba la luz de la luna haciéndola parecer que contenía diamantes.
Pudo haber sido un segundo, pero fue suficiente para llenarme de la paz que estaba anhelando y que, aunque fue interrumpida, puedo estar seguro de que ya no la tendré que buscar más.
Las bestias hechas de humo y hueso continuaban su cacería hacia nosotros, sus chillidos sonaban cada vez más cerca y atrevidos por el lado izquierdo de nuestro vehículo, donde se alzaba una gruesa pared de tierra, en el filo de la ladera las bestias trataban de lanzarnos piedras, troncos y pedazos de tierra mientras que por detrás los mismos espectros se abalanzaban feroces, buscando invadir nuestro único lugar seguro.
Fueron muchas las oportunidades que tuvieron aquellos seres, las mismas que nuestra suerte pudo burlar, pero tal vez estábamos tentando demasiado al universo, que cuando se da cuenta que algo en él no sigue sus reglas, inevitablemente fija su atención en ello, así es como nuestro fin habría de llegar. Una de las piedras golpeó el parabrisas del auto dejando herido al conductor con el que nunca pude empatizar, el auto perdió el control y con la velocidad que teníamos ejercimos suficiente fuerza a la valla de contención, cediendo su control a la ineludible experiencia de la muerte dentro del acantilado.
Pero dentro de nuestras mentes sucede algo diferente. Es maravilloso analizar después lo que pasa, algunos se dejan llevar y ven pasar toda su vida frente a sus ojos en esos pocos segundos que aún quedan o entran en un profundo sentimiento de aceptación. Las deformaciones en la percepción hacen diferentes a cada uno de los seres vivos, evolucionan junto con sus almas, compartiendo un mismo lugar, aunque no por mucho tiempo.
Aún en los últimos segundos pude ver de nuevo el hermoso paisaje, que ahora, frente a esta nueva perspectiva me parecía incluso más bello, pues algo había cambiado en él, encima del infinito valle se alzaba una máquina tan bella como la luna e igual de brillante, danzaba como un pez hacia el cielo como si quisiera alcanzar y tocar a la diosa que se mostraba en el firmamento, la nave estaba acompañada de fibras que nacían de su cuerpo, algunas tan finas como hilos, otras tan delgadas como telas, como un bello vestido naranja en la mujer más hermosa. Aquella fiera máquina naranja dejaba relucir sus pequeños engranes en lugares seguramente importantes. Su gran ojo que nunca descansa poseía una inmensidad y profundidad hipnotizante; por sus branquias respiraba la inmensa bestia, alimentándose para seguir su viaje por el espacio interestelar y en sus escamas, diminutas personas que se perdían el espectáculo que yo veía, pero que iban a aventuras prohibidas para mí.
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