LA TREGUA: Una vida en desgracia

LA TREGUA: Una vida en desgracia

Xiomara Chipana

06/07/2024

Mario Benedetti fue uno de los escritores más importantes de la literatura uruguaya y uno de los representantes del boom latinoamericano. Fue un destacado poeta, novelista, dramaturgo, cuentista y crítico. Cursó sus estudios primarios en el colegio alemán de Montevideo, y secundaria como estudiante libre. En 1939, comenzó su vocación de poeta, leyendo a Baldomero Fernández Moreno en Buenos Aires.

Desde temprana edad, el autor uruguayo se involucró en actividades políticas y literarias. Fue un defensor apasionado de la democracia y los derechos humanos. En sus obras se diferencia los momentos más importantes de su éxito literario, como desarrollar un realismo de escasa experimentación formal, sobre el tema de la burocracia pública, a la cual él mismo pertenece, y el espíritu de clase media que la anima. Durante más de diez años, desarrolló una literatura más audaz y se hizo eco de la angustia ante una América Latina gobernada por la represión militar. Evidenció las circunstancias políticas y vivenciales del exilio, en obras como La casa y el ladrillo, Vientos del exilio, Geografías y Las soledades de Babel. Como sabemos, Benedetti es reconocido por publicar novelas, obras y poesías emblemáticas, entre las cuales se encuentra su primer libro de poemas La víspera indeleble, además de su novela Quién de nosotros y la célebre La Tregua que se publicó a mediados de 1960 y con la que alcanzó el mayor éxito del público. La Tregua es una historia amorosa de fin trágico entre dos oficinistas. Este libro abarca el tema de la lucha diaria contra el tedio, la soledad y el paso implacable del tiempo.

La novela trata sobre la vida de Martin Santomé, un hombre que se encuentra a punto de jubilarse después de una larga carrera en una oficina burócrata. La narrativa de la novela se basa en el diario de nuestro protagonista, en el cual cada capítulo corresponde a una fecha en la que transcurre la historia. Santomé presenta su vida como monótona y rutinaria, marcada por la melancolía y el cansancio. En ocasiones, Santomé escribe de manera breve; en otras, de manera más detallada sobre sus sentimientos y reflexiones cotidianas.

La personalidad de Santomé en el transcurso de los días se muestra pesimista y reservada, y tiene una mirada negativa y crítica sobre las cosas, por ejemplo, acerca de los problemas del trabajo, de sus hijos, de sus viejos amigos, de su entorno, de su cultura, de sus creencias, etc. Pero cuando conoce a Laura Avellaneda, intenta evitar su “actitud joven” cariñosa, calmada, alegre y entusiasta. Él compara sus dos personalidades con la muerte de su esposa y la reciente relación con su compañera de oficina, Avellaneda. A pesar de todo, se pregunta si un señor cincuentón como él podría experimentar nuevamente emociones juveniles.

La rutina opaca de Santomé era muy diferente cuando era joven. A la edad de veinte años, su primer objetivo fue “ser de utilidad para otros”. Luego de la muerte de Isabel, decae brutamente, convirtiéndose en una persona que sobrepone las circunstancias, creando una rutina temporal sin carácter ni definición, y seguir hasta que dure la postergación. Como solución, se propuso un segundo objetivo que es no proponer nada y “entregarse a la jubilación” que llegará por sí sola.

La relación amorosa de Santomé y Avellaneda transcurre en un proceso lento hasta llegar a un mismo acuerdo, ser libres y seguros el uno del otro. Pero Santomé, de manera negativa, ve la relación de una manera perspectiva como una persona pesimista viendo nostálgico la vida joven de su novia. Por eso evita la idea de que su relación amorosa llegue a algo serio, el matrimonio. Durante el relato, Avellaneda muestra su mentalidad reservada hacia Santomé. A pesar de reconocer la diferencia de edad, se siente atraída por la amabilidad y la empatía de Santomé, tiene el pensamiento de una joven que busca amor y aventura, pero también muestra cierta precaución debido a la brecha generacional y posibles complicaciones en la relación. A medida que avanza su relación, Laura se vuelve más comprometida y dispuesta a explorar sus sentimientos, convirtiéndose en un pilar importante en la vida emocional de Santomé.

A pesar de las adversidades y la muerte de Avellaneda. Santomé siente la culpa por desconfiar de la felicidad, que la define como un destello instantáneo, un breve segundo. El colapso es tan grave, que llega al punto de cuestionarse la realidad y la existencia en este mundo. Considera que Dios le concedió un destino oscuro y los momentos compartidos con Avellaneda no eran felicidad, sino una tregua. Santomé se siente desgraciado al empezar a vivir con el ocio hasta el día de su muerte, donde el tiempo estará a sus órdenes.

Un aspecto importante de la novela es la ambivalencia entre el ocio y la rutina de trabajo en la vida de Santomé. El ocio es interpretado de manera negativa como una inactividad. Pero en vez de enfrentar la posibilidad del ocio con la planificación de metas y objetivos de vida, se detiene en reflexiones que ahondan su preocupación por el futuro:

Para rendir pasablemente en la oficina, tengo que obligarme a no pensar que el ocio está relativamente cerca. De lo contrario, los dedos se me crispan y la letra redonda con que debo escribir los rubros primarios me salen quebrada y sin elegancia. (Benedetti, 2002, p. 10)

Como se puede apreciar, Santomé no busca adecuarse a los cambios y explorar otras alternativas para solucionar las situaciones que enfrentará la vida, y se deja llevar por el tedio que parece esperarlo: “Cuando me jubile, creo que no escribiré más este diario, porque entonces me pasarán sin duda muchas menos cosas que ahora, y me va a resultar insoportable sentirme tan vacío y además dejar de ello una constancia escrita”. (Benedetti, 2002, p. 14)

En la novela también podemos observar la presencia de una brecha generacional entre Santomé y sus hijos, debido a que Santomé es un padre ausente emocionalmente y además en un hogar donde falta una madre. Se puede apreciar que sus propios hijos lo ven como un hombre tedioso y sin ganas de vivir, por ende, nunca lo toman en serio, lo perciben como un ejemplo de lo que ellos no quieren llegar a ser. En la novela esta situación la vemos dramáticamente expresada en la hija de Santomé:

A veces (no te enojes, papá) también te miro a vos y pienso que no quisiera llegar a los cincuenta años y tener tu temple, tu equilibrio, sencillamente porque los encuentro chatos, gastados. Me siento con una gran disponibilidad de energía, y no sé en qué emplearla, no sé qué hacer con ella. Creo que vos te resignaste a ser opaco, y eso me parece horrible, porque yo sé que no sos opaco. Por lo menos, que no lo eras. (Benedetti, 2005, p. 19)

Por eso, Santomé suele reflexionar sobre la pérdida de su esposa, y atribuye a ello que sus hijos carezcan de una figura materna que los complemente, en consecuencia, es esa situación la que abre aquella brecha generacional, donde la dificultad de la comunicación entre las diferentes edades y los diversos puntos de vista se encuentran en cada uno de ellos. El siguiente pasaje nos habla de esto:

El conflicto del abismo generacional se abre también como un profundo abanico en la medida en que Martín Santomé está muy lejos de comprender los problemas de sus hijos, y cuando lo intenta, falla de forma radical, choca con una pared donde los jóvenes de alrededor de 20 años ven -en su padre cincuentón- un modelo fracasado e inoperante de hombre. (Quintana, 2005, p. 188)

Al final de la novela, después de la muerte de Avellaneda, Santomé queda devastado y la recuerda con amor, comprendiendo mejor el amor que le tenía a su difunta esposa; y recuerda también sus otras relaciones pasajeras, pero para comprender que ahora se encuentra más solo que antes: “Ella me daba la mano y no hacía falta más. Me alcanzaba para sentir que era bien acogido. Más que besarla, más que acostarnos juntos, más que ninguna otra cosa, ella me daba la mano y eso era amor”. (Benedetti, 2002, p. 141)

Avellaneda fue la razón de vivir y de que Santomé volviera a creer en la felicidad. Pero esto, en palabras de Santomé, solo fue una tregua, luego de la cual se siente desgraciado. Santomé es consciente de haber desperdiciado momentos de felicidad por su actitud de desconfianza ante la vida, algo que, paradójicamente, no le ha permitido disfrutar a plenitud de su existencia. Al respecto, Quintana (2005) señala: “Será posible esperar que este hombre infeliz sobreviva a su propia desgracia; pero lo que no es factible es augurarle algo mejor para ese futuro gris, solitario y sin Avellaneda”. (p. 192)

Reconocida por diversos críticos literarios como una obra que destaca al narrar la vida dura de Martin Santomé, esta novela nos ofrece una profunda y emotiva exploración de la existencia cotidiana. A medida que se narra la historia, nos muestran ideas de interés que abarcan temas como el ocio, la rutina, la brecha generacional y el amor desde una perspectiva muy personal, donde se puede apreciar que el autor explora el concepto de la desgracia presente de manera evidente en la vida de Santomé. Aunque la novela no tenga un final feliz, es profundamente reflexiva. El personaje de Martín Santomé, a pesar de sus experiencias, finalmente se rinde y acepta el ocio y no sabe cómo ocupar su tiempo libre. Esta parte de la novela puede dejar un sabor amargo, pero refleja fielmente la vida del protagonista. Además, esta autenticidad es una de las razones por las que la obra de Mario Benedetti es tan conocida. Por lo tanto, esta novela emblemática presenta una historia que invita a reflexionar detenidamente sobre los procesos imprevistos que la vida nos puede llevar a enfrentar. Para finalizar, no estaría de más lo que dijo Williams Shakespeare: “Cuando llega la desgracia nunca viene sola, sino a batallones”.


Benedetti, M. (2002). La Tregua. Editorial Sudamericana S.A..

Quintana Tejera, L. (2005). La tregua de Mario Benedetti. Ciencia Ergo Sum, 2, 186–192.  http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=10412211

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