La última misión

La última misión

MarinaMartin2

13/06/2024

Iría al parque y se sentaría a respirar aire fresco. No había duda, eso sería lo primero que haría cuando terminara de salvar al universo. Después de años sirviendo en el planeta Seamore, un mundo cubierto por océanos profundos y oscuros, Kai Nakamura volvería a su planeta natal con su mujer, a disfrutar de la naturaleza y alejarse para siempre del agua. Y allí, sentado en el submarino de camino a la guerra, ya saboreaba el helado de chocolate que se tomaría cuando llegara ese momento. 

Pero antes tenía que completar una misión. Su última misión. En ningún momento se arrepentía de haber servido a la flota estelar, sin soldados como él la Federación Terrestre no sería capaz de mantener el equilibrio entre las colonias interplanetarias. Pero ya estaba cansado de luchar, y consideraba que se merecía un descanso. 

Kai era uno de los soldados más condecorados de la flota, lo único que superaba su compromiso con la Federación era su amor hacia la presidenta del planeta Tierra, Elena García, su mujer desde hacía cinco años. Y esa era precisamente la razón por la que dudaron si asignarle la misión hacia la que se encaminaban, la más importante de todas: salvar a Elena, que se encontraba en las profundidades de los océanos de Seamore, secuestrada por los rebeldes. La Federación consideraba que estaba demasiado implicado emocionalmente para liderarla de forma objetiva, pero Kai había dejado claro que no participar en ella no era una opción, y que si le dejaban fuera iría a buscarla por su cuenta, así que finalmente decidieron dejarle capitanear la aventura.

Entrar en las cuevas, salvar a la presidenta, matar a algunos malos por el camino, salir y volver al submarino. Era fácil. Sonaba fácil. El único inconveniente del plan eran las mascotas de los rebeldes. Cualquiera en su sano juicio se negaría a pelear contra calamares de más de quince metros capaces de camuflarse en el agua. Pero a Kai ya no le daban miedo. Se había enfrentado contra ellos demasiadas veces, conocía sus puntos débiles y no pensaba desaprovecharlos.

El submarino avanzaba lentamente, todo parecía tranquilo. Cuando atravesaron el campo de nenúfares tras el que habían averiguado que se encontraba el asentamiento rebelde, conectaron el campo de protección y camuflaje del submarino. Habían conseguido las coordenadas del lugar gracias a Max, el espía de la Federación que llevaba años infiltrado entre los rebeldes, así que el trabajo más difícil, que era encontrar un campamento escondido en medio del océano, estaba hecho. El problema sería salir de allí cuando los rebeldes soltaran a los calamares de las profundidades para atraparles. 

Tras otros quince minutos descendiendo, apareció ante sus ojos: toda una civilización construida en el fondo del mar. Cientos y cientos de cápsulas de cristal unidas entre sí, como un perfecto engranaje. Miles de seamorienses nadando enfundados en trajes dorados, sobre todo tipo de naves y criaturas. 

– Madre de mi vida… -Kai se giró hacía Max, que estaba sentado a su lado-. Joder, Max. No me habías dicho que era tan alucinante. Es una maravilla. 

Max no le contestó, miraba por la ventana del submarino con el rostro muy serio. 

-Eh, tío. -Kai le tocó levemente el brazo-. ¿Estás bien? 

Max asintió. 

-Todo va a salir bien, ya lo verás. 

Kai se levantó y se dirigió al piloto del submarino. 

-Paremos ahí. Estamos al lado, haremos el resto nadando.

El submarino se detuvo en una cueva cercana. Veinte soldados bajaron de él, enfundados en los mismos trajes dorados que los rebeldes. Kai extendió su brazo derecho, pulsó un botón, y un mapa holográfico se extendió ante él.

-Según el mapa la base del campamento está ahí. Es una cueva circular y solo tiene una entrada. No nos esperan, así que será fácil entrar. A mi señal nos quitamos el camuflaje en el traje y entramos. Ya sabéis lo que tenéis que hacer después. 

Todos asintieron. Y así, el grupo comenzó a nadar hasta la entrada de la cueva. Unos cinco hombres vigilaban la entrada, subidos en caballitos de mar con un tamaño similar al de un caballo doméstico.

Kai sacó de la pernera de su pantalón un tridente dorado. 

-A la de tres. Una… 

Todos los soldados se alinearon detrás de él. 

-Dos… 

Se quitaron el camuflaje. De pronto Max rompió la fila y comenzó a nadar hacia la cueva. 

-¡Max, espera! ¿Qué coño haces? 

Max se giró. 

-Lo siento Kai. Me descubrieron. También tienen a mi mujer, pero a ella nadie iba a ir a salvarla.

Max se dio media vuelta y entró en la cueva. 

-¿Qué estás…? 

De pronto, comenzaron a vislumbrarse dos bolas amarillas gigantes posadas encima de la cueva. Unos enormes ojos que se clavaron en Kai, listos para atacar. 

-Era una trampa -susurró-. ¡ERA UNA TRAMPA! ¡CORRED! 

Ya era demasiado tarde. Una sombra enorme se ciñó sobre el ejército de valientes soldados, que desaparecieron entre los tentáculos del calamar mientras Max los observaba desde la distancia.

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