Aquel día no me equivoqué cuando te susurré al oído que te quería. No fue un arrebato ni mucho menos obra del THC, por si te asalta la duda. Esa noche la oscuridad cubría nuestros cuerpos desnudos entre las sábanas blancas, y por las ventanas se colaban las tenues luces naranjas de los faros de la calle. Mis brazos apretaban fuerte tu torso para acortar la distancia que tu silencio creó entre nosotros luego de escuchar semejante confesión. No quise verte a los ojos ni tratar de adivinar tus pensamientos. En ese punto creo que hubiera preferido que fuera una daga la que perforara mi pecho aquel jueves, pero quién diría que tu mudez sería aún más filosa. Tus dedos se deslizaron por mis piernas regalando mimos como si fueran curitas intentando cubrir la hemorragia que emanaba de mi pecho. “vamos” susurraste rompiendo el sosiego de habitación, y sonreí en agonía entre las sábanas, tomé mi ropa junto a los restos de mi corazón maltrecho que se habían esparcido sobre el edredón, y salí de allí tomando tu mano con ternura a sabiendas que la próxima vez que cruzara ese umbral no saldría viva, y que sería yo misma la encargada de apretar el gatillo en mi sien.
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